En el cuartel de El Carmen, el capitán que
ha escoltado desde el puerto a la agrupación de quintos del 89 les presenta el
jefe del regimiento.
-¡Atención! Va a hablarles el coronel del regimiento
de infantería
Mallorca, número 13, ilustrísimo señor don Jacinto Mascaró González.
El coronel carraspea, se atusa el magnífico
mostacho que luce, y lanza una breve arenga.
-Caballeros –Más de un mozo da un respingo,
no están acostumbrados a semejante tratamiento-, bienvenidos al regimiento
de infantería
Mallorca que me honro en mandar. Dentro de tres meses, cuando terminen el
correspondiente período de instrucción, jurarán bandera y se convertirán en lo
más honroso y digno que puede ser un español: un soldado de infantería, de la
gloriosa infantería española digna heredera de aquellos tercios de Flandes que
asombraron al mundo. Espero y deseo que se hagan ustedes merecedores de
aquellos héroes. Y ahora, les pido que respondan con un vibrante viva a mis
tres consignas finales –y elevando aún más su tono proclama-: ¡Viva España!,
¡Viva el ejército español!, ¡Viva la infantería española! –Vivas que son
coreados unánimemente por los reclutas.
Los quintos del reemplazo del 89
comienzan inmediatamente el periodo de instrucción, para ello los trasladan a
un campamento militar cerca de Palma, en una zona denominada Son Rapinya. La
mayoría de las instalaciones son barracones y tiendas de campaña en los que se
aloja la tropa. Hay algunas construcciones de mampostería que quedan reservadas
para residencia de oficiales, cocina, comedor y almacenes para guardar
alimentos y pertrechos. A Julio y Agustín los han encuadrado en la primera
sección de la compañía número tres a cuyo frente está el capitán Jorge Massanet
a quien pocas veces se le ve. El oficial al mando de la sección es el teniente
Luis Álvarez, pero quien lleva todo el peso de la sección es el sargento
Antonio Linares que está al frente del grupo de soldados veteranos que son los
que realmente instruirán a la tropa. La primera impresión que da Linares es que
se desayuna reclutas crudos, pero pronto descubren los mozos más avispados que
en realidad es un tipo de gran corazón. En cambio, el teniente Álvarez, de
prominente barriga y un bigotillo que más bien parece formado por una hilera de
hormigas, es un chusquero francamente desagradable. El primer día que aparece
por la sección ordena que les pelen al cero, con el consecuente disgusto de los
reclutas, agravado porque son los únicos pelones del campamento. Julio, que
presume de tener un bonito pelo, contempla como los compañeros que le preceden
para entrar en la peluquería salen de la misma con la cabeza monda y lironda.
Piensa que menos mal que Consuelo no le va a ver con la cabeza como un huevo,
se moriría de vergüenza.
A los pocos días de estar en el campamento y
después de una sesión de teórica el sargento Linares pregunta:
-Que levanten la mano los reclutas que sepan
leer y escribir.
De los treinta y tantos de la sección menos
de una decena levantan la mano. Julio, sin saber por qué, no la levanta, algo
de lo que luego se arrepiente. Cuando se lo comenta a Agustín que es con quien
más charla, su paisano se le burla y al tiempo le consuela.
-No te preocupes, chacho, que eso lo arreglo
yo en un visto y no visto.
Agustín, que es analfabeto pero más listo
que el hambre, le ríe las gracietas al cabo furriel de la compañía intentando
congraciarse, aunque el furriel, un murciano retaco y delgaducho, no otorga su
amistad así como así. Para ganárselo, y al tiempo hacerle un favor a su amigo
Julio, le sopla al furriel una confidencia sobre uno de los quintos.
-Mi cabo, hay un recluta en la sección que
sabe la tira de letras y números. Solo le diré que durante el viaje tos le
llamaban el profesor.
-Pijo, ¿y pa qué me cuentas eso?
-Por na, solo pa que lo sepa. Saber leer y
escribir está tirao, pero saber de números de esos hay pocos, sobran deos en la
mano pa contarlos.
El murciano, que se ha quedado con la copla,
al día siguiente llama a Julio al despachito del barracón que hace las veces de
oficina de la compañía.
-Carreño, me han soplao que sabes de
números, ¿es verdá?
-Sí, mi cabo, he estudiao pa contable.
-Pa contable, eh. A ver, siéntate y cuadra
este estadillo.
El encargo no puede ser más sencillo, se
trata del estadillo de las raciones de chuscos que se distribuyen semanalmente
en la compañía. Solo es cuestión de sumar y restar lo que Julio lleva a cabo en
un abrir y cerrar de ojos. El murciano queda realmente impresionado.
-Pijo, sí que sabes. No me has dao tiempo ni
a rascarme y ya lo has terminao. Desde ahora quedas nombrao machacante del
sargento Linares, pero a quien de verdá vas a ayudar será a mi menda. Mañana,
después del desayuno te quiero aquí.
-A sus órdenes, mi cabo.
En realidad el furriel, como descubrirá
enseguida el mañego, es un analfabeto funcional y lo de llevar las cuentas le
resulta un calvario. Julio vuelve feliz al barracón de su sección. De golpe y
porrazo se ha hecho realidad uno de los consejos que en San Martín le dio el
cabo Montero: procura hacerte amigo del furriel. Y ello seguro que se lo debe a
su amigo Agustín a quien busca para contarle la buena nueva y agradecerle su ayuda.
-Agustín, mi madre me ha enseñao que de bien
nacido es ser agradecido, lo que quiere decir que te debo una. Si no es por ti
el furriel no me habría llamao –Julio está modificando su lenguaje para
identificarse con el habla de la inmensa mayoría de sus compañeros de armas y
que no le tilden de señorito.
-Chacho, tú sabrás mucho de letras y
cuentas, pero de la vida no sabes na. Si te hubieran puesto a guardar guarros a
los nueve años como a mí estarías mucho más espabilao. Y no me debes na. Los amigos
estamos pa hacernos tos los favores que podamos y a la viciversa.
-Di lo que quieras, pero te sigo debiendo
una. Ah, el furriel me ha nombrao machacante del sargento Linares, ¿tú sabes
qué es eso?
-¡La Virgen bendita, menuo chollo! El
machacante es el soldao destinao a servir a los sargentos de la compañía.
Después del asistente del capitán Massanet y el del mala follá del teniente
Álvarez es el mayor enchufe de la compañía. ¡Chacho, tú has nacio de pie!
A la mañana siguiente, Carreño se presenta
en la oficina donde el cabo murciano le instruye sobre los estadillos,
comprobantes y formularios que deberá cumplimentar. El papeleo es más
voluminoso de lo que esperaba Julio.
-Mi cabo, aquí hay tarea pa rato.
-¿Y pa que crees que te necesito, pijo?, ¿pa
contar las musarañas? Hala, ponte al tajo.
En eso suena la llamada para formar, es la
hora de ir al campo de instrucción.
-Mi cabo, que llaman a formar, tendré que
venir más tarde pa seguir con el papeleo.
-Ni se te ocurra mover el culo. Tú a los
papeles.
-Mi cabo, que si pasan lista y no estoy me
puede caer un puro de mucho cuidao.
-Ni puros, ni pollas en vinagre, te he dicho
que no muevas el culo y no te lo voy a repetir, sino el que te va a meter un
paquete voy a ser yo.
Julio
hace caso al escuchimizado furriel, pero se queda con la inquietud de lo que le
pueda pasar cuando no haya respuesta al pronunciarse su nombre. Se pasa media
mañana cumplimentando estadillos y rellenando impresos pues, como comprueba, el
ejército español en cuanto a burocracia debe de ser de los primeros. En un
momento de la mañana en que está solo en la oficina, entra el sargento Linares.
Al verle, Julio se levanta prestamente y se cuadra ante su superior.
-A sus órdenes, mi sargento –y Carreño se queda
esperando la segura bronca del suboficial.
Linares se
limita a dejar unos papeles encima de la mesa y se marcha sin decir palabra.
Poco antes de que toquen a fajina aparece el
furriel que echa un vistazo por encima al trabajo de Julio y le ordena:
-Puedes irte. Te espero después de jalar.
Y así es como la vida del mañego da un giro
radical respecto a la que llevan sus compañeros de quinta. En vez de estar en
el campo de instrucción, se pasa las mañanas en la oficina de la compañía
poniendo orden en la inacabable burocracia militar. Cuando no tiene nada que
hacer se permite el lujo de gandulear o de acercarse a la cantina a tomarse
algo sin que nadie le llame la atención. A pesar de todo, cuando en el despacho
está el sargento sigue encontrándose incómodo, esperando que de un momento a
otro lo envíe con el resto de la tropa, pero Linares se limita a seguir
ignorándole. Los momentos libres, que a medida que domina el papeleo van
multiplicándose, los dedica a escribir a Consuelo y a su madre. Desde hace unas
semanas envía la correspondencia a su novia a la dirección de su amiga Carolina
pues, como se temían, la señora Soledad interceptó las primeras cartas del
mañego.
Inesperadamente, Julio acaba sacando
provecho de su mucho tiempo libre y su aseada caligrafía. Se ha corrido por el
campamento la voz de que escribe muy bien y de que tiene una letra muy bonita,
por lo que pronto recibe peticiones de escribir cartas a la familia y sobre
todo a las novias. Al principio lo hacía sin percibir nada a cambio, como mucho
algo de los paquetes de casa que reciben muchos reclutas, pero cuando las
peticiones se multiplicaron decidió ponerles coto para lo cual puso un módico
precio: un real por cuartilla de escritura. Ante su sorpresa, en cuanto puso
precio a su actividad de amanuense las peticiones se multiplicaron. Resultado:
está consiguiendo unos ingresos modestos pero regulares, con los que no contaba
en absoluto, lo que le ha permitido no necesitar ningún giro postal de su madre
y, por otra parte, permitirse pequeños lujos que le hacen más llevadera la
monótona vida campamental, tal como almorzar muchos días en la cantina. Su
actividad de copista ha provocado otro pequeño cambio: ya no le llaman profesor
o machacante, ahora es conocido por sus compañeros como el escribano. Cambios
que le dan de pensar: hay que ver, se dice, lo que cambias en el ejército, he
pasado de profesor a machacante y luego a escribano. Vivir para ver. ¿Qué
cambio me espera mañana?
PD.- Hasta
el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
18. La
Secretaría de Justicia
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