"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 24 de abril de 2015

4.11. ¿Crees en los flechazos?



   Los argumentos dados por Benjamín Arbós sobre cuáles son las ocultas intenciones de Paco Vives en su plan de industrializar el pueblo le parecen a Gimeno cogidos por los pelos. No acaba de estar muy convencido. Le hablaron de la reunión en casa del patriarca del clan y de algunos de los asistentes, pero no de lo que allí se trató, ahora ya sabe de qué hablaron. Lo que le están contando tiene todos los visos de ser otra pelea entre los encontrados poderes económicos locales. Pero hay algo cierto en lo que ha dicho su ladino patrón y que le atañe: si el proyecto va adelante, su puesto en la cooperativa podría estar en peligro y, por otra parte, Vives se convertiría en la persona con más poder real en el pueblo y eso comportaría que él pasase a un segundo plano. Todos sus sueños de promoción política y profesional se podrían venir abajo. No le  queda otra salida: tendrá que hacer piña con los terratenientes, aunque continúa pensando que industrializar el pueblo es, posiblemente, el único medio para que Senillar prospere o se modernice como dicen los ripios sobre Arruza. Por ello, su respuesta es la que es:
- Eso que cuenta, Benjamín, suena muy convincente. Me consta que ustedes solo piensan en el progreso del pueblo. Por eso, y no por otros motivos, me van a tener a su lado. Díganme: ¿qué es lo qué puedo hacer?
- Nunca hemos dudado, José Vicente, de que siempre estarás al lado de los que queremos lo mejor para el pueblo. ¿Qué puedes hacer? Explicar la situación en la Jefatura Provincial tal y como te la hemos contado para que ellos también estén alertados sobre las posibles maniobras de Vives. Debemos pararlo antes de que las cosas lleguen a un punto que resulte imposible hacerlo.
  La verdad es que, en estos momentos, a Gimeno le preocupa más su situación personal que los problemas que le pueda plantear el alcalde. Su ruptura con Pepita da la impresión de que no le ha supuesto ningún coste político, solo Antonino Arbós parece que le pone mala cara. Y, desde luego, ningún coste sentimental; al contrario, haber roto ese noviazgo le ha dado una tranquilidad de ánimo y una paz que antes no tenía. Pese a esa calma anímica algo hay en su interior que sigue conturbándole. Ya se acerca a la treintena y comienza a sentirse solo y mayor. Está cansado de vivir en pensiones, de no tener un hombro en el que apoyarse, de que no haya una persona a su lado con la que poder compartir afanes y temores o comentar los pequeños sucesos cotidianos. Necesita una mujer. No una Pepita, sino una mujer. El problema reside en que no basta querer algo con la cabeza, lo sabe por experiencia, hay que quererlo con el corazón. Ahí está el quid de la cuestión: ¿cómo se enamora uno?, ¿es posible enamorarse con solo desearlo?, ¿existe el amor a primera vista?, ¿es capaz de encariñarse o es excesivamente racional o quizá demasiado egoísta?... Son muchas las preguntas que se formula, pero sigue sin encontrar respuestas.

   Al pasar por delante del modesto despachito que ocupa la Sección Femenina en la jefatura ve a Lolita y recuerda que tiene un recado para ella.
- Lolita, me volvió a llamar Adolfo, el jefe de Silla, para preguntar que cuando te vas a pasar por allí a explicarles lo de los coros y danzas.
- ¡Qué pesado es ese tío!
- Lo es, desde luego, pero recuerda que se lo prometimos.
- Ya lo sé, José Vicente, pero es que no me apetece nada. He de coger el coche de línea hasta Silla, tengo que hacer noche allí y después el mismo recorrido de vuelta. ¡Es una paliza!
- Se me ocurre una solución, voy a pedirle a Adolfo que, si sigue empeñado en que vayas, envíe un coche a recogerte y que luego te traiga para que no tengas que pasar la noche allí.
- ¿Y crees que estará dispuesto a realizar ese gasto? Un taxi de Silla hasta aquí y regreso puede costar un dinero.
- Bueno, si no puede o no está dispuesto a rascarse el bolsillo, nos lo quitaremos de encima. Aunque estoy casi seguro de que va a decir que sí. Me da la impresión de que no solo quiere que les expliques lo de las danzas. Creo que pretende que le des algunas lecciones particulares – y esto último lo dice José Vicente acompañado de una maliciosa sonrisa.
- Entonces sí que no voy aunque me mande un haiga. Pues solo faltaría que el seboso ese se me insinuara. ¿Qué se habrá creído, que soy una mujer fácil? Será estúpido.
- Creo que me entendiste mal, Lolita. No creo que albergue propósitos deshonestos, al contrario, me da que está muy interesado por ti y que sus intenciones son de lo más caballerosas. Vamos, que está colado.
- No digas tonterías. Si solo me ha visto una vez y apenas hablamos unos minutos. Bueno, ¿qué te voy a contar?, tú estabas allí y fuiste quién nos presentó.
- Debe de ser un flechazo. Y hablando de ellos, ¿tú crees en los flechazos?
   Lolita no contesta enseguida. ¿Qué le van a decir lo que es querer a una persona desde el primer día, desde el primer segundo? ¿No le pasó eso con Rafa? Nunca habla de esos sentimientos, pero ahora, no sabe por qué, se sincera en parte:
- Pues… sí. Creo que existen. Y tú, ¿crees en ellos?
- La verdad es que no. Al menos, no me ocurrió nunca. Y ya me gustaría, pero eso debe de ser para los jóvenes. Ya estoy muy mayor para esa clase de pasiones – comenta con una leve sonrisa.
- ¡Qué va! Como dice mamá, estás en la flor de la vida. Y digo más por si no lo sabías, la mayor parte de las jovencitas casaderas del pueblo estarían encantadas de que pusieras tus ojos en ellas.
- Y que me saliera otra Pepita, ¿verdad? Quita, quita. Con un patinazo como el que tuve es más que suficiente.
- Estás equivocado, José Vicente. En el pueblo hay Pepitas, pero también hay mujeres estupendas capaces de hacer feliz al hombre más exigente – La joven se ha puesto seria.
- No lo dudo, Lolita. No he pretendido ofender a tus paisanas. Ya me imagino que aquí hay de todo, como en botica. Lo que quise decir es que no he sido capaz; mejor dicho, que no soy capaz de encontrar ese mirlo blanco que estoy seguro que existe, pero que no sé dónde está. Pero nos hemos olvidado del de Silla. ¿Qué le contesto a Adolfo?
- Ya te lo dije, me da mucha pereza y más ir sola. Seguro que ese plasta de compañero tuyo no se despegará de mi vera.
- Te hago otra propuesta: además de lo del coche, le voy a decir a Hernando que también voy a ir yo. Así podré hacerte de chevalier servant y espantarte a los moscones que se pongan demasiado pesados. ¿Qué te parece?
- Pues que me da palo que tengas que venir conmigo a cuidarme como si fuese una niñita que no sabe ir sola por el mundo.
- Primero, no voy a cuidarte. Sé por experiencia propia que no necesitas a nadie para que te proteja. Segundo, sabes ir sola por la vida. Y tercero, y más importante, que el verbo tener no es el correcto aquí, el adecuado es el querer. Quiero ir contigo a Silla, o adónde sea. Para mí será un placer.
- ¡Vaya, hacía tiempo que un hombre no me decía algo tan bonito! Seguro que eres el jefe más galante de toda la provincia – dice risueñamente la joven, pero en el fondo la respuesta de su compañero le ha encantado -. Si te pones así, no tendré más remedio que aceptar.
- Solo hay una condición. Tendremos que ir un día que pueda escaquearme de la oficina.

   Lolita no recuerda haber mantenido una charla semejante con José Vicente, ni siquiera similar a la que acaban de tener. Reconoce que su compañero, no sabe si ya debería de llamarle amigo, no es como lo calificó al principio de conocerle. Creía que era el clásico mediocre, de los que adulan a sus jefes para promocionar. Luego pensó que era más bien introvertido, inseguro y que no sabía tratar a las mujeres, no le extrañaba que a su edad siguiese soltero. Cuando se puso de novio con la niña de los Arnau, a lo que creía saber añadió lo de tipificarle como el clásico calculador y pesetero que solo buscaba dar un braguetazo y solucionar su futuro. Ahora, ya no está tan segura de cómo calificarlo. Ha descubierto que es inteligente, que maneja la ironía hábilmente, que es un buen dialéctico y que... no es feliz. Se le nota que no es feliz, que le falta algo en su vida. ¿Habrá notado que yo tampoco soy feliz?, se pregunta. Lo que le hace falta es encontrar una buena novia, no como la que tuvo. Tendré que echarle una mano, no le veo muy capaz de encontrarla por sí solo, se dice.