En
la pugna por ver quien se lleva el gato al agua en el asunto de cubrir las dos
vacantes de guarda de campo que se han producido, cada uno de los poderes
fácticos del pueblo juega sus mejores cartas. Si el párroco ha logrado la
intervención del obispo de Segorbe, los Arbós maniobran en la Delegación de
Sindicatos para que sus apadrinados sean los únicos aspirantes con serias
posibilidades de ser elegidos, tanto Rodrigo como Leoncio les han prometido que
las plazas serán para ellos y están dispuestos a gastar cuanta pólvora sea
precisa para alzarse con el trofeo. El hecho de presidir la cooperativa y la hermandad
proporciona a los Arbós una notable ventaja sobre los demás competidores.
Gimeno es quien decide en el Ayuntamiento y en la jefatura local de Movimiento y
cuenta con poderosos amigos en la capital, pero es consciente de que no juega
en su campo, aun así está convencido de que puede conseguir que sus dos pupilos
sean los ganadores de la lid. Cuando lo comenta con su mujer, Lola le convence
de que colocar ambos no es la mejor solución.
- Puedo lograr que salgan los dos.
- Es posible, José Vicente, pero no estoy muy
segura de que sea la mejor apuesta.
- ¿Dónde está el problema?
- El problema radica en que, generalmente, no
es bueno dejar al rival sin nada que llevarse a la boca, salvo que decidas
matarlo, metafóricamente hablando, claro. Todos sabemos que el clan, desde la
desaparición de Benjamín, no tiene la misma fuerza que antes, pero si les pones
entre la espada y la pared pueden decidir morir matando y en esa tesitura hasta
el más pequeño rival se convierte en un peligro que puede ser letal.
- Entonces, ¿qué sugieres?
- Si estuviera en tu lugar negociaría con
Rodrigo. Partiría la diferencia, un candidato para cada uno.
- Y con mosén Batiste, ¿qué hacemos? Porque mis
fuentes aseguran que ha jugado fuerte con su candidato, parece que hasta ha
metido al obispo de Segorbe en el fregado. Y una recomendación episcopal pesa
mucho, como tú misma recordaste.
- Con el mosén no habrá problema. Ha llegado
el momento de demostrarle lo que sabemos de sus trapicheos en la colecta para
el mobiliario de la iglesia.
- Había olvidado que le tenemos pillado. Has
hecho bien en recordármelo. Hablaré con él para que retire a su pupilo.
- No creo que sea necesario que des le cara,
envía a Marín.
- Pero, Lola, ¿crees que Fernando será capaz
de convencer al cura?
- Si le enseña los papeles que te pasó
Severino sobre las cuentas de la parroquia naturalmente que le convencerá. No
lo dudes.
Lola
acierta. Pese a las acaloradas protestas de honradez del párroco, no debe de
tener la conciencia muy tranquila porque termina retirando de la pugna a su
recomendado. Ya es una contienda a dos: entre José Vicente y Rodrigo. Haciendo
caso del consejo de su mujer, Gimeno trata de negociar con Arbós.
- Rodrigo, tenemos que hablar del concurso de
los guardas de campo – hace tiempo que Gimeno dejó de tratarle de usted.
- Como quieras, José Vicente, pero hay poco
que hablar de ese asunto. Es una cuestión de la Hermandad y quien va a tener la
última palabra será mi sobrino Leoncio.
- Me parece que olvidas que el Ayuntamiento
también tiene algo qué decir.
- Por descontado que os oiremos, pero una vez
pasado ese trámite que, como sabes, es un mero paripé, será la Hermandad quien
decida.
Gimeno está contrariado, no esperaba encontrar a un Rodrigo prepotente y
tan poco pactista. De todas maneras, insiste tratando de convencer a su
oponente.
- Vamos a ver si nos ponemos en razón. Hay
dos plazas, eso facilita las cosas. Te ofrezco una salida honorable para ambos,
nos las partimos, una para cada uno.
- No hay nada que partir. La familia ya se
comprometió y eso no tiene vuelta atrás.
- También yo comprometí mi palabra, pero lo
mejor es enemigo de lo bueno y en esta situación no hay duda de que lo mejor es
llegar a un acuerdo.
- Tendrá que ser en otra ocasión, José
Vicente, en ésta no podemos aceptar. Las plazas serán para mis recomendados.
- Mira, Rodrigo, te pido que entres en razón.
Yo también podría enrocarme, pero creo más inteligente no hacerlo y llegar a un
acuerdo. No se te oculta que si presento batalla tengo muchas armas y puedo
hacer daño, gane o no. Por tanto, antes de que una de las dos partes o ambas
tengan que lamentarlo la más elemental prudencia aconseja no enfrentarse y
pactar.
- Lo siento, José Vicente, pero esta vez no
va a poder ser. Como te he dicho, nos hemos comprometido y está nuestro buen
nombre en juego.
- ¿Es tu última palabra?
Rodrigo asiente. Gimeno sale cabreado de la entrevista por la inmovilista
posición de su rival. No le apetece nada enfrentarse a los Arbós ni tener que
poner a prueba sus influencias en la capital, pero no le va a quedar otro
remedio porque si no su crédito político va a quedar por los suelos.
- No ha habido manera de convencerle, Lola.
Se ha cerrado en banda y no ha querido saber nada de ninguna clase de pacto.
- ¿Sabes?, tampoco me extraña tanto. Siempre
creí que Rodrigo tenía poca cintura y acaba de demostrarlo. Eso no hubiese
ocurrido con Benjamín, era mucho más inteligente y, por consiguiente, más
flexible. Pero no hay mal que por bien no venga. Se nos presenta la ocasión de
acabar de una vez por todas con el poder del clan. Has de conseguir, no solo
derrotarles en lo de los guardas, que eso es lo de menos, sino borrarles del
mapa político. Esta vez habrá que gastar todos los cartuchos de la canana.
Esa
pelea entre bastidores ocurre en el pueblo mientras en el resto del país, en
ese abril del cincuenta y cuatro, la noticia que está en la portada de toda la
prensa es la llegada a Barcelona del carguero griego Semíramis, en el que
regresan a España más de trescientos españoles que estuvieron enrolados en la
División Azul y que fueron hechos prisioneros por los rusos. Han estado en
gulags y cárceles hasta que gracias a la cooperación internacional y a los
buenos oficios de la Cruz Roja el Gobierno de la URSS los ha liberado y han
autorizado su repatriación. Su retorno se presenta como un éxito sin precedentes
del Régimen y la emotividad de su llegada, registrada por las cámaras de noticiarios
de medio mundo, reaviva en muchos los recuerdos de una guerra cuyas heridas
siguen abiertas. Ballesta y Bonet, que siempre ponen en tela de juicio los
éxitos gubernamentales, piden a Lapuerta que les cuente lo que dice la BBC
sobre la llegada de los ex divisionarios. No les sorprende demasiado la
respuesta del médico pues hace ya varias semanas que no les invita a su casa a
escuchar la radio.
- La verdad es que hace algún tiempo que no
la escucho. Solo sé lo que viene en los periódicos.
El
comportamiento del médico les tiene desconcertados, en especial a Celestino que
es quien hace más años que le conoce.
- Hay que ver cómo ha cambiado este hombre.
- Si es que no parece el mismo – confirma
Alfredo.
- Siempre le interesó la política y en cambio
ahora todo parece importarle tres pepinos. Ni siquiera oye la BBC.
- Pues sin la radio inglesa no vamos a saber
ni un pimiento de lo que está pasando porque tu galena cada vez se oye menos.
- Es que está muy viejita. Se fabricó en el
treinta y seis o sea que tiene casi veinte años. Y al hilo de lo que
comentábamos de don Manuel, no solo es que no escucha la radio, hay mucho más; según
me ha contado el barbero en el ajedrez no da una a derechas, casi todos le
ganan cuando era el número uno del pueblo. Dice que juega como sin fijarse, que
hay que estar continuamente recordándole que le toca mover.
- ¿Qué cojones le puede pasar? – se pregunta
Ballesta.
- Una de dos, o está enfermo o encoñado –
afirma rotundo Bonet.
- No jodas. ¿Tú crees que aún se le levanta?
- Hombre, antes pierde el viejo el diente que
la simiente.