La tarde del 28 de diciembre, Agustín está
esperando a Julio a la salida de la bisutería.
-Chacho, eres un tardón, llevo esperando una
jartá de tiempo. Como hoy es el Día de los Santos Inocentes he llegao a pensar
que me estabas gastando una inocentada.
-Eso no sería una inocentada, en todo caso
sería una gilipollez, y además no sabía que me estabas esperando, pero de
haberlo sabido tampoco podría haber salido antes. Ahora que se acerca la
Nochevieja y los Reyes los clientes entran a borbotones.
-Ya lo he visto, ya. Como si regalarais la
quincalla esa que vendéis.
-No es quincalla, Agus, es bisutería, y de
la buena.
-Pa mí, quincalla, y no me gusta que me
llames Agus. Mi nombre de pila es Agustín.
-Bueno, Agustín, de acuerdo. ¿Y qué te trae
por aquí, otra invitación?
-¿Cómo lo has adivinao, chacho? Los que
sabéis de letras sois la hostia.
-Lo he dicho a bulto. Cuéntame.
Y lo que el montanchego refiere es que las
chicas, no le hace falta decir su nombre, como salió tan bien la comida de San
Esteban han pensado que podían repetir la reunión para la Nochevieja.
Despedirían 1889 haciéndose compañía y cenando como Dios manda y no las
porquerías que suelen comer, y aquí Agustín hace un aparte.
-Se refieren a nosotros. Les he contao que
por las noches comemos lo que pillamos sin pararnos en remilgos. Ellas, como
cenan de las sobras de sus señores, suelen jalar mejor.
Y tras el aparte continúa explicando que,
como Dolors sigue teniendo la llave de la bajera que le prestó su señora, las
chicas han pensado que podría repetirse lo de Sant Esteve, pero por la noche. Despedirían el viejo año y
brindarían por el nuevo, entrando en el mismo en amor y compaña como debe de
ser.
-Oye, pues no me parece mala idea, pero...
me han hablado de ir con unos compañeros a un baile de fin de año que hacen en
S´Arenal y que parece que es la repera, pero todavía no he confirmado que vaya
a asistir.
-Dime dónde es ese baile que saber dónde hay
bulla siempre es bueno.
-Sé que es en S´Arenal, una localidad
situada a caballo entre los municipios de Palma y de Lluchmayor, pero del sarao
en sí solo sé lo que me han contado, que es un rato divertido.
-Bueno, a lo que iba. ¿Qué te paece la idea
de la Nochevieja?, pero solo pa los cuatro. El poblema está en los dineros.
Como las chicas se gastaron un pastizal pa lo de San Esteban, están a dos velas
y yo, ni te cuento. Puedo traer algunos chuscos que me pasará bajo cuerda un furriel
amigacho que es de Don Benito, pero na más. ¿A ti te queda algo de lo que te
envió tu señora madre?
-Quedar, algo queda, pero poco, se fue casi
todo en la comida navideña.
-Pos mira, con los chuscos que pueo arrimar,
los embutíos que te queden y algo que traerán las chicas podemos tener una cena
mucho mejor que el rancho que nos espera. Además, lo que no va a faltar será la
juerga, la alegría y la buena compaña –Agustín todavía tiene otro argumento que
sabe que causará mella en la voluntad del mañego-. Y piensa que sí vas al baile
del que me has hablao no guardarás la ausencia de Consuelo, en cambio si te
vienes con nosotros, como estarás entre amigos, no harás falta ninguna.
Julio piensa que no le falta razón al bueno
de Agustín y sin pensarlo más le confirma su asistencia a la velada para
celebrar la llegada del nuevo año. Al día siguiente, el mañego le pasa a su
paisano las escasas vituallas que le quedan del envío de su madre, y le
adelanta cinco duros para que las chicas puedan comprar alguna cosilla más para
alegrar la Nochevieja. Su esplendidez viene al haberse encontrado con la
agradable sorpresa de que su patrón, además de la soldada mensual, le ha dado
una generosa propina navideña con la que no contaba. Y es que el brigada
Carbonero, como intuyó Julio desde el primer día, se ha revelado como un
patrono exigente pero desprendido.
Han quedado que el 31 se verán a partir de
las ocho de la tarde, hora en que las chicas habrán recibido el visto bueno de
sus respectivas señoras para abandonar sus quehaceres. Julio ha tenido mucho
trabajo en la bisutería, que ha estado abarrotada de público todo el día, y no
ha podido acudir a la hora convenida. No es hasta pasadas las nueve cuando
cierran la tienda tras desearse patrono y empleados un Bon any nou que Julio ya sabe que es feliz año nuevo en mallorquín.
Cuando, cerca de las diez, el mañego llega a la bajera donde celebrarán la
Nochevieja se encuentra al trío pasado de copas. Han estado bebiendo y
mezclando licores, y tanto su amigo como las mallorquinas parece que están
bastante achispados pues en cuanto entra ambas chicas se le echan a los brazos
y se lo comen a besos. Para ponerle a tono, lo primero que ha hecho Agustín ha
sido abrir una nueva botella y escanciarle un vaso bien colmado que, medio en
serio medio en broma, le obligan a bebérselo de un trago. Si así empieza la
noche, sabe Dios como puede terminar, piensa Julio, pero como no es cosa de restar
ni una pizca a la alegría de que hacen gala sus amigos, apura el vaso y se une
al jolgorio.
Hacia las diez y media comienza la cena
que, al revés de la del día de San Esteban, no es una muestra de la cocina
mallorquina. Han comprado unas gambas y unos langostinos conservados en sal que
han contribuido lo suyo a agostar los vinos y licores que parecen abundar. Dolors
da la sorpresa de la noche al abrir una pequeña lata de foie gras que, por
tratarse de la fecha que es, le ha regalado su señora. Ni Julio ni Agustín
saben que es aquello por lo que Dolors se pone muy redicha explicándolo.
-El foie gras –ella lo pronuncia como le ha
enseñado su señora, fuagrás- es el hígado hinchado de un ganso que ha sido
especialmente sobrealimentado.
-¿Y qué es sobrealimentao? –quiere saber
Agustín.
-Que abren a la fuerza el pico de las aves y
les embuten alimentos hasta que no pueden más. Y no sigáis haciendo más
preguntas que esto no es una escuela ni yo la maestra.
Con más aprensión que apetito, ambos
extremeños prueban las rebanaditas de pan que las mozas van untando con foie
gras. Agustín opina que aquello sabe a meaos de gato, Julio en cambio lo
encuentra exquisito y así se lo comenta a Dolors.
-¿Y no merezco nada a cambio, ni siquiera un
beso? –pregunta, picarona, la muchacha.
-Claro que sí –reconoce el mañego que,
cuando va a besar a la moza, se topa con que lo que le ofrece no es la mejilla
sino la boca. Julio duda un segundo, pero termina depositando un casto beso en
los labios de la muchacha que no parece quedar muy satisfecha.
Tras los entrantes, llega el plato fuerte
que es un cochinillo asado a fuego lento y que las mozas le comentan a Julio
que lo han comprado, así como la mayoría de las bebidas, con las veinticinco
pesetas que aportó. El cochinillo parece sentarle bien al cuarteto y las ganas
de jarana se calman. Después del lechón vienen los dulces y brindan a las doce
de la noche, según marca el reloj de bolsillo de Julio, por el nuevo año con un
espumoso catalán que imita al champán. Acabados los brindis llega el momento de
la sorpresa de la noche. Dolors, tras reclamar la atención de todos, quita la
tela que cubre un bulto de buen tamaño que está arrumbado en un rincón. Ante la
sorpresa de los extremeños resulta que el bulto es una especie de cajón con una
manivela en un lado, un plato redondo en la parte superior y arriba del todo un
singular artilugio en forma de bocina casi el triple de grande que el cajón.
-¡Mecagondié!, ¿y ese cacharro qué coño es?
–pregunta, maravillado, Agustín.
-¿Y el artilugio para qué sirve? –quiere
saber Julio que jamás había visto algo semejante.
Dolors, muy complacida con su sorpresa, les
explica que el artefacto en cuestión es un aparato que se ha inventado hace
poco y que un hermano de su señora, que acaba de llegar de Berlín, le ha traído
como regalo. Posiblemente sea el primero que hay en España y, desde luego, el
primero que ha llegado a Mallorca.
-¿Y el cacharro tiene nombre? –vuelve a
preguntar Julio.
-Dice mi señora que se llama gramófono.
Los extremeños todavía no se han repuesto del
asombro que les ha causado el singular aparato que ha traído Dolors, jamás
habían visto algo parecido.
-¿Y nos pues decir pa qué coño sirve este
cacharro? –reitera el mañego.
-Según me ha contado mi señora, sirve para
grabar y reproducir el sonido, incluida la música y hasta la voz humana.
-¡Amos, prenda, tú estás mal de la cabeza!
¿Quies decir que hay música dentro de ese cajón? –se extraña Agustín.
-No. La música está guardada en un disco, en
este –Y con mucho mimo la muchacha saca de una funda de cartón una especie de
placa negra redonda que, tras limpiar cuidadosamente con una gamuza, coloca
encima del plato del cajón.
-¿Nos tomas por lelos? –Se pica Agustín-, ¿cómo
rediez va haber música ahí, dónde están los músicos?
-Ahora veréis – y Dolors empieza a dar
vueltas a la manivela del lateral del cajón hasta que el disco comienza a
girar, entonces coloca un pequeño brazo, terminado en una suerte de aguja,
encima del disco. Ante el asombro de todos, del aparatoso artilugio de la parte
superior, al que la moza llama altavoz, comienza a sonar lo que Julio
identifica como un vals.
-¡Mecagondié!, pos sí que sale música
–reconoce, admirado, Agustín.
-Menudo invento, con esto no serán
necesarios músicos para organizar un baile–deduce Julio.
-Y tú, pastora mía, ¿sabías lo de ese
cacharro y no me lo has contao? –se queja Agustín mirando a su novia.
-Dolors me lo había contado, pero lo que se
dice verlo es esta noche cuando lo he visto con mis propios ojos –confiesa
Roser.
-¿Y hay que darle siempre a la manivela pa
que salga música? –pregunta Agustín.
-Sí, como no le des vueltas a la manivela no
gira el disco y no sale el sonido por el altavoz.
-O sea, que el cacharro es como una noria,
como el mulo deje de dar vueltas el agua no sale. ¡Es la rehostia lo que la
gente es capaz de inventar, es que no cabe en cabeza humana! –se maravilla
Agustín- ¿Y qué más puede hacer el cacharro?
PD.- Hasta
el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
34. Un
hombre vale lo que su palabra