Sergio sigue aprovechando la
estancia de su abuelo para saber más cosas del pueblo y, especialmente, de
Lorena y su familia, pero en las explicaciones del señor Andrés el chico no
encuentra resquicio para preguntarle por lo que realmente le interesa, por lo
que decide forzar la situación llevando el diálogo al molino de sus intereses.
- Abuelo, dime apellidos que sean corrientes en Senillar.
- Veamos: Arbós, Sales, Almiñana, Ribes, Sanchís, Blasco, Garcés,
Pellicer, Tormo, Armengol, Vidal, Peris, Alberola, Puig, Doménech, Blanquer…
El abuelo va desgranando apellidos
de familias del pueblo sin que, para mala fortuna de Sergio, cite a los
Vercher. El muchacho decide mojarse, pero con una cierta reserva.
- El último verano conocí a un chico que me dijo que se apellidaba
Vercher. ¿Conoces a esa familia?
- ¿Vercher? – El señor Andrés trata de hacer memoria -. Recuerdo a unos
Vercher, pero creo que sólo tienen una hija. Los tengo muy poco tratados, al
que más conozco es al padre que, si no recuerdo mal, trabaja o trabajaba en una
cooperativa hortofrutícola de Benifairó de Valldigna. No es mala persona pero
sin mucha sustancia. Ah, y ahora que caigo creo recordar que su mujer fue a la
escuela con tu madre, aunque no eran de la misma pandilla.
Terminada la
Navidad, y ante la sorpresa y alborozo de Sergio, recibe un par de postales de
Lorena. Tras una de sus muchas peleas con Maxi, la muchacha se ha acordado de
su enamorado madrileño y ha decidido dar señales de vida. En cuanto ha vuelto a
hacer las paces con su novio se ha olvidado del ingenuo estudiante. La
reconciliación de Lorena y Maxi es efímera, se han vuelto a pelear por enésima
vez, por eso al encontrárselo esperándola, a la salida de la peluquería, lo
acoge con malos modos.
- ¿Qué haces tú por aquí? – pregunta una irritada Lorena.
- Hola, churri, estás más guapa que nunca. Quiero hablar
contigo.
- Tú y yo lo tenemos todo hablado – le corta resentida.
- No te subas tan pronto a la parra que te puedes
descalabrar, bonita de cara. Hablar no perjudica a nadie – afirma con su
chulería habitual el hombre.
- Mira, Maxi, no quiero bronca, dime lo que tengas que
decirme y acabemos de una vez.
- No vamos a charlar aquí en la calle. Sube a la burra y te
llevo a un lugar más acogedor.
- Maxi, que te conozco y me sé de memorieta a lo que tú
llamas lugares acogedores. De aquí no me muevo. Larga lo que tengas que decir o
la que se larga soy yo.
El hombre se la
queda mirando como si midiera la capacidad de rechazo de la joven a su mera
presencia. Piensa que será mejor soltarle cuanto antes el motivo por el que la
ha estado esperando:
- Tú ganas, princesa. A mi empresa le ha salido un contrato
importante en Marina d´Or. Va a ser una obra que va a durar mucho tiempo, lo
que significa que podré venir poco por el pueblo. Por eso he venido a pedirte
que te vengas conmigo. Voy a ganar pasta larga y podremos vivir como reyes.
Lo que tantas veces
había soñado Lorena acaba de convertirse en realidad: Maxi le pide que se vaya
a vivir con él. Está en un tris de saltar a su cuello y comérselo a besos, pero
se contiene. Son demasiadas las veces que le ha mentido, engañado y humillado.
- ¿Qué pasa, que la Merche no quiere irse contigo?
- Ni se me ha ocurrido pedírselo. Para mí tú eres, y seguirás
siendo, la número uno.
- ¿Y cómo sé que no volverás a engañarme? – desconfía
Lorena.
- No te engaño, churri. Te lo juro. O me voy contigo o me
voy solo. No hay otra.
- No sé si creerte, Maxi. Me has mentido tantas veces.
- Mira, preciosa, te lo juro por lo que más quiero, que eres
tú, que en mi vida no hay otra mujer más que tú – afirma rotundamente Maximino.
- Supongo que a la Merche le decías lo mismo – insiste
rencorosamente Lorena.
- Te repites más que el ajo, bonita. Que no, que no hay
otra. Lo de la Merche, lo admito, fue una cagada de la que estoy muy
arrepentido.
- Bueno, ya hablaremos. Tengo que pensármelo. Nos vemos.
Lorena tiene que
contenerse para que no se le note demasiado que está loca de alegría. Maxi está
arrepentido y ella sigue siendo la mujer de su vida. Un postrer resto de desconfianza
la lleva a pensar con más detenimiento la proposición que le ha hecho el joven.
Termina hecha un lío. No sabe a qué atenerse. Piensa que acaso sería oportuno
pedir consejo a sus amigas, pero rápidamente desecha la idea. Son demasiado
cotillas y pronto medio pueblo conocería el ofrecimiento de Maxi. Como sigue
creyendo que sería bueno escuchar otra opinión hace algo que no ha vuelto a
efectuar desde la adolescencia, se lo consulta a su madre. Ésta la escucha
atentamente y le da su parecer:
- Sabes mejor que yo lo mujeriego que es el Maxi y la de
disgustos que esa querencia te ha causado. ¿Qué pasa si en algún momento se
cansa de ti y te deja tirada? ¿Qué harías entonces? ¿Volverías al pueblo para
ser la comidilla de la gente? Con un hombre tan veleta y enamoradizo nunca
podrás estar segura de que no se va a ir con otra. Yo, antes de dar ese paso,
me lo pensaría muy mucho.
- El problema es que lo llevo pensando desde que me lo dijo
y sigo sin saber qué hacer y tú no es que me ayudes mucho con lo que me dices.
- Lo siento, hija, pero te estoy hablando con el corazón en
la boca. Espera, se me acaba de ocurrir algo. Como Maxi es bastante bocazas no
me extrañaría que se haya jactado ante sus amigachos de que se te va a llevar.
Si lo ha hecho, conozco la persona que lo puede saber. Ve y pregunta a la
Maicalles.
Rosario la Maicalles es un espécimen
existente en todas las latitudes y épocas y que florece, especialmente, en las
pequeñas comunidades y en los círculos sociales cerrados. Podría afirmarse, sin
faltar un ápice a la verdad, que vive para enterarse de cuanto rumor, bulo,
cotilleo, maledicencia, chisme y hasta noticia cierta corre por los mentideros
del pueblo y luego, naturalmente, contarlo. De ahí su apodo valenciano, nunca
calla. Y su fama, ganada a pulso, de ser una de las correveidiles más notoria
del pueblo.
Como de costumbre, la
chafardera está bien informada. Le cuenta que, en efecto, Maxi ha alardeado de
que se la ha vuelto a camelar y que se la va a llevar a Oropesa del Mar. Y sabe
algo más que confirma las peores sospechas de Lorena: a quien primero pidió
Maxi que se fuera con él fue a la Merche, pero ésta le dio calabazas. La joven
se lleva un nuevo berrinche, pero también adopta una firme decisión: se acabó
Maxi para siempre, que se vaya al infierno. Ni siquiera habla con él, le
comunica su negativa a través de una de sus amigas. Lorena no ha bebido toda la
hiel del cáliz, todavía le falta un último sorbo, el más humillante, el de
tener que enterarse de algo que jamás hubiese imaginado: Maximino se va con su
cuadrilla de encofradores a Marina d´Or, pero no se va solo, se lleva con él a…
Mariasun. Precisamente fue la amiga que le sirvió de correo para que le dijera
a Maxi que no se iba a ir con él. Una de sus amigas de siempre ha sido su
sustituta en el voluble corazón del hombre. Quizá cabría decir que más que en
el corazón, le ha sustituido en la cama.
Lorena resuelve dar
un giro radical a su vida y toma dos importantes decisiones. Una es olvidarse
de Maxi para los restos. Otra, independizarse de su familia. Ha dejado la
peluquería y trabaja, otra vez, de camarera en un chiringuito de Albalat del
Mar, pero lo que gana no le da para vivir por su cuenta. Necesita encontrar
alguien que le ayude y en quien pueda apoyarse en el nuevo giro que quiere dar
a su vida. No tiene demasiadas opciones, lo que le lleva a releer con mayor
atención algunas de las cartas que le ha enviado Sergio. El chico, que le ha
jurado mil veces amor eterno, le ha contado, en algunas de sus misivas, que en
cuanto gane sus primeras pesetas lo primero que hará será pedirle que se case
con él. Y en el caso de que el matrimonio la echara para atrás, está dispuesto
a buscar un piso para vivir juntos, aunque sabe lo mucho que ello disgustaría a
sus padres. La joven se pregunta si esa afirmación sólo será un recurso que
utiliza el muchacho para tratar de conquistarla o encierra algo de verdad. Decide
hacer la prueba del nueve.