Pepita está más irritable cada día. Su novio le ha defraudado, no es lo
que ella creía. Lo encuentra demasiado sabelotodo, emperrado en que aprenda una
serie de bobadas que no sirven para nada. Solo sabe hablar de cursilerías y, por
si faltaba algo, se lleva fatal con su madre. No sé qué se habrá creído, piensa,
al fin y al cabo la rica es ella, él no es más que un empleado. Y no es nada
divertido, en vez de llevarla de fiestas y guateques se empeña en que la
acompañe a reuniones donde no se habla más que de política y de asuntos que ni
entiende ni le importan. El noviazgo ni siquiera la deja satisfecha en su
aspecto más íntimo: la sexualidad. En las conversaciones de las jóvenes del
pueblo que mantienen relaciones más o menos serias se cuentan en voz baja,
sazonadas de risitas maliciosas, las picardías que los novios se gastan. José
Vicente ni siquiera eso, no ha ido más allá de acariciarle los pechos y de
besarla, pero de forma tan tenue y fugaz que no le da tiempo a sentir nada. Ya
no está tan segura de que ennoviarse con el secretario de la cooperativa haya
sido su mejor decisión.
El
otro factor del dueto, José Vicente, no está irritado, pero si aburrido y
cansado. Hastiado del egoísmo y los caprichos de su novia. Cansado de que se
niegue obstinadamente a aprender una sola de las habilidades sociales que la
que sea su mujer tendrá que manejar. Comienza a creer que aquel adagio del que
le habló Lapuerta: de que no te cases por dinero, puedes conseguirlo prestado a
mucho menor interés, pueda ser real. Casarse con la niña de los Arnau puede
convertirse más pronto en un castigo que en un premio. Cuanto más lo piensa más
se reafirma en que se equivocó en la elección. Y con la misma frialdad con la
que resolvió lanzarse al noviazgo, toma la decisión de romperlo. En un primer
momento piensa en actuar de frente y plantear sinceramente a Pepita que su relación
se ha vuelto insostenible, pero tras valorar detenidamente los pros y los
contras, especialmente los políticos, considera que no es la mejor opción. No
le interesa que ante los ojos de los demás parezca que la ruptura parta de él.
Al clan de los Arbós no les podría gustar que rompiera con su sobrina y mucho
menos si es él quien la deja. Aunque su amor propio sufra, ha de maniobrar para
que sea ella quien ponga fin a la relación. Tomada la decisión, solo le falta
encontrar la mecha que encienda el polvorín en que se ha convertido su noviazgo
y la incendiaria ha de ser la propia Pepita. Busca un motivo que tenga el
suficiente calado para que la jovencita se encalabrine, pero no lo encuentra,
es más difícil de lo que creía.
Este
año de mil novecientos cuarenta y siete el calendario ha hecho coincidir en el
uno de abril dos destacadas celebraciones: una religiosa, el domingo de Pascua
de Resurrección, y otra patriótica, el Día de la Victoria. En el pueblo existe
la añeja costumbre de que ese domingo es el día en el que las pandillas de
gente joven se van al campo a comer o a celebrar una merienda en la que la vianda
estrella es el dulce de la Mona de Pascua. El bollo, de forma elíptica, está
guarnecido con huevos duros y frutas confitadas y solo se come el domingo de
Resurrección. Es una de las tradiciones locales que los jóvenes esperan con
mayor ilusión. También el uno de abril es la fecha en la que se conmemora el
último parte de guerra que dio el Generalísimo Franco anunciando el victorioso final
de La Cruzada, a lo que ahora se añade el inicio del X Año Triunfal, como
enumera la propaganda oficial a los años transcurridos desde mil novecientos
treinta y siete. Con tal fausto motivo se ha organizado una exhibición
deportiva y folclórica en el ámbito regional, a celebrar en Castellón, a la par
que también se llevara a cabo la inauguración del Estadio Castalia, obra
emblemática del Régimen. En dicha muestra participará el grupo de coros y
danzas del pueblo. Al frente de la expedición estarán Lolita, auténtica
artífice de la sección, y José Vicente como jefe local y último responsable.
Varios días antes del uno de abril, hay una reunión en Valencia para
concretar los últimos preparativos y dar las instrucciones finales a las
delegaciones que van a participar en el evento. En la reunión, Lolita encuentra
a su jefe sorprendentemente contento, hasta diría que parece feliz, hacía mucho
tiempo que no le veía así. Gimeno ha estado magnífico en las dos intervenciones
que ha tenido: expresivo, con las palabras justas, sin retóricas huecas tan al
uso, con pinceladas de humor y hasta de fina ironía; en una palabra, brillante.
Lolita también ha intervenido una vez y, aunque no tiene la elocuencia de su
jefe, tampoco lo hace nada mal y además cuenta con una baza importante de cara
al otro sexo: la sensual feminidad que irradia su persona acentúa el atractivo
de cualquier cosa que diga. Mientras están tomando café, en una de las
pausas, comentan el desarrollo de la
reunión.
- Jefe, no te felicité antes porque tenías
mucha gente a tu alrededor, pero estuviste sembrado. Tus intervenciones,
especialmente la última, han sido de largo las más elocuentes que se han
escuchado en la sala.
- Gracias, Lolita. Te devuelvo el cumplido,
tú también te has lucido. Has sido la delegada a la que la gente prestó más
atención. Y si me permites el cumplido, la más encantadora y con más clase de
todas las asistentes.
- Hay que ver cómo estamos de aduladores. Una
curiosidad: ¿qué quería el jefe de Algemesí que no hacía más que mirarme cuándo
hablaba contigo?
- Está empeñado en conocerte y quería que te
lo presentara. Creo que lo suyo ha sido un flechazo.
- Menos mal que no me lo presentaste, porque
si en privado habla igual de premioso que en público debe de ser un plasta de
abrigo.
- Pues no creas que ha sido el único. El de
Silla me ha pedido que si puedes ir un día a explicarle a su gente como montar
lo de los grupos de coros y danzas. Pero me da en la nariz que sus intenciones
son muy otras.
- Vaya, como siga asistiendo mucho a estas reuniones
igual acabo encontrando novio.
- Hablando del rey de Roma, por ahí viene
Adolfo.
A Lolita
ni le da tiempo de preguntar quién es el tal Adolfo, que resulta ser el jefe
local de Silla, joven y bien plantado aunque comienza a echar barriga. José Vicente
les presenta y, durante la breve charla que mantienen, Adolfo invita
formalmente a la joven a visitar su pueblo el día que quiera para hablar a las
afiliadas de la Sección Femenina sobre cómo organizar un grupo de coros y
danzas. No quedan en nada concreto. Ya se llamarán.
- Reconozco que no es lo mejor hacer juicios
a priori – confiesa Lolita después de que el del Silla se haya ido -. Creí que éste
sería otro pesado más pero, como nobleza obliga, tengo que decir que me
equivoqué. Es correcto y simpático. El pero que puede ponérsele es que, como no
vigile su dieta, va a tener problemas con la báscula. Razón tenía en lo que
decía antes – añade la joven risueña -: como venga más veces a estos saraos igual
encuentro novio.
- No es por meterme en lo que no me importa,
pero estoy absolutamente convencido de que si no tienes novio es porque no
quieres. No conozco en el pueblo una sola chica que tenga tu estilo, tu talento
y… tu clase – Hasta el momento la charla ha transcurrido en un clima de amable
ironía, pero ahora José Vicente se ha puesto serio y se ha tenido que contener
para no excederse al enumerar los encantos de la muchacha.
- ¡Cómo estás hoy de lanzado, jefe! – Lolita,
en cambio, sigue con su tono irónico -. Debe de ser el efecto del próximo domingo
de Pascua.
- ¡El domingo de Pascua! ¡La hice buena! No
había caído hasta este momento que el uno de abril también es la Pascua. Y le
prometí a Pepita ir con ella y sus amigas a comernos la mona a una de sus
fincas. No sé cómo le voy a decir que no podré cumplir mi promesa.
- Se lo explicas sin más. Pepita es más lista
de lo que parece y lo entenderá perfectamente. No lo dudes, jefe.
- ¿Te puedo pedir un favor? – Gimeno se ha
puesto serio -. No me llames jefe. Nunca sé si lo dices en serio o me estás tomando
el pelo. Me gustaría que me llamases por mi nombre o si lo prefieres por mi
apellido, como quieras.
- ¿Cómo prefieres que te llame? – la joven también
ha adoptado un registro más grave.
- Ya te he dicho que me da igual, de cualquier
manera menos jefe, me suena como si mantuviéramos una relación jerárquica y ese
no es el caso, para mí eres mi igual y en algunos aspectos hasta superior.
- ¿Cómo te llama la persona que más te
quiere? – es la sorprendente pregunta de Lolita.
- ¿La persona que más me quiere? – Repite Gimeno
un tanto sorprendido –. Supongo que quién más me quiere es mi madre y me ha
llamado desde niño por mi nombre.
- Entonces voy a hacer como tu madre y desde este momento ya
no eres el jefe, sino José Vicente – afirma Lolita con una sonrisa
complaciente.
Gimeno se pregunta: ¿será este cambio el inicio de otros más profundos?