El ciclo que imparte Pascual Tormo finaliza,
quizá por eso las preguntas surgen de todas partes. Alguien, que parece conocer
bien al profesor, pregunta en plan confianzudo:
- Oye, Pascual, ¿y en el pueblo hacía falta
de verdad que se urbanizara medio término municipal?
- La verdad es que había pisos para
alquilar, no muchos, pero los suficientes para la exigua demanda existente –
vacila un momento y añade -, aunque hay que reconocer que el urbanismo también
ha traído una prosperidad que antes no se conocía.
- Luego no fueron los vecinos quienes
solicitaron que se urbanizaran sus fincas – deduce Sergio.
- En efecto, la urbanización no fue una
decisión de la comunidad sino del Ayuntamiento, quien resolvió lo de urbanizar por
su cuenta.
- Y todo eso, Pascual, hablando en plata,
¿ha sido bueno o malo para el pueblo? – pregunta maliciosamente una señora ya
madura.
Tormo vuelve a dudar y, para no comprometerse excesivamente, opta por
generalizar:
- Es complejo dar un sí o un no rotundo a
ese interrogante. El urbanismo, como tantas otras actuaciones sociales, tiene
dos caras contrapuestas. Lo positivo o negativo del urbanismo es una cuestión
de medida y hasta de ritmo. Si se urbaniza una zona de manera racional y
controlada, respetando el medio ambiente, adecuándose a las expectativas reales
de que las viviendas serán habitadas y con un ritmo que no rompa el modo de
vida de la comunidad preexistente tiene muchos aspectos favorables. En cambio,
cuando la urbanización se realiza sin tasa ni medida, a un ritmo frenético,
destrozando el entorno, sin haber hecho un estudio de la posible demanda y sin
tener en cuenta a la población local sus aspectos negativos son relevantes.
- ¿Qué abunda más el primer supuesto o el
segundo? – inquiere Sergio metiendo baza en el coloquio.
- En general, el segundo. No olvidéis que la
construcción es, ante todo, una actividad económica y el objetivo de los
constructores es conseguir el mayor beneficio posible.
- ¿Y en Senillar, ha habido más efectos
buenos o malos? Lo pregunto porque antes te has ido por las ramas – insiste la
misma señora de antes.
- Como en botica ha habido de todo. Ha hecho
entrar en el pueblo un río impensable de dinero. El paro es prácticamente nulo.
El pueblo ha crecido. En fin que es innegable que en el plano económico las
consecuencias han sido positivas. En cuanto a los aspectos negativos: se
ha hecho todo con demasiadas prisas, hasta parece que, en más de un caso, sin
atenerse a la normativa, no se tiene demasiado respeto al medio ambiente y
todavía quedan por ver otros efectos colaterales que pueden resultar dañinos.
Sergio todavía tiene una postrera pregunta:
- Y en los planos que sueles llamar
intangibles, ¿cuáles han sido las consecuencias?
- Algunas hay. La gente se ha vuelto
manirrota, gasta el dinero como si éste creciera en los árboles. Los campos que
no se han urbanizado se están convirtiendo en eriales, nadie quiere
cultivarlos, se gana mucho más en la construcción. El entorno natural del
pueblo y, sobre todo, de su costa se ha alterado profundamente, todo ocupado
por bloques de apartamentos y de chalés adosados… En fin, la lista es larga,
pero tampoco es cuestión de ser exhaustivos. ¿Alguna otra pregunta?
Ante el silencio que sigue a su interpelación, Tormo retoma la palabra.
No quiere terminar el ciclo sin dar, al menos, un puyazo al Ayuntamiento:
- Y para finalizar, al hablar de los efectos
positivos me olvidé de uno muy interesante. No sé qué relación puede existir
entre el boom de la construcción y la diosa Fortuna, pero alguna debe haber. Lo
digo porque, como sabéis, últimamente la lotería ha agraciado varias veces a
algunos de nuestros ediles. Ahí tenéis otro ejemplo de los beneficiosos efectos
del urbanismo que, posiblemente, todavía no ha sido objeto de un concienzudo
estudio.
Una
carcajada general acoge sus palabras. Los asistentes han captado la fácil
ironía que encierran.
Al día siguiente de concluir el ciclo de
charlas, Sergio retorna a la caja para proseguir el trámite de solicitud de la
hipoteca que necesita para el apartamento que quiere comprar. Esta vez le atiende
personalmente el director de la sucursal, Agustín Badenes, pues el señor
Francisco le ha llamado para recomendar a su joven empleado.
- Siéntese, por favor. Caramba, no esperaba
que fuera tan joven. Podría ser perfectamente hijo mío – tras una pequeña y
estudiada vacilación añade -. Si no te importa te voy a tutear, me parece un
poco fuera de lugar que nos tratemos de usted. Y, antes que nada, quiero
pedirte disculpas en nombre de la caja y que comprendas al oficial que te
atendió el otro día. Está sobrepasado de trabajo y en ocasiones no valora
adecuadamente las peticiones que se hacen – y volviendo al tono confianzudo
prosigue -. Así que vienes a negociar la hipoteca de un apartamento en Los
Arrayanes. Buen ojo has tenido, cuando esté terminada será una de las mejores
urbanizaciones del pueblo. Supongo que has rellenado la ficha que te han dado.
Lorente – llama por el intercomunicador -, pásame la ficha del señor Martín.
A
Sergio que lo traten de señor, como lo hace ahora el untuoso bancario, o que le
vean aires de casado, como ocurrió con la encantadora vendedora de la
promotora, le produce una sensación extraña, como si todo aquello no fuera con
él. Todavía le cuesta creer que se haya convertido en cabeza de familia.
- Veamos tus datos personales…, tus
referencias bancarias…, ningún patrimonio salvo el coche… La casilla de
avalistas la has dejado en blanco, ¿puedo preguntar por qué?
- Verá usted, don Agustín…
- Agustín a secas – le interrumpe el
bancario - o, si prefieres, Badenes.
- Bien… señor Badenes – a Sergio aún le
quedan atavismos de su formación colegial -. Los padres de mi… novia no tienen
prácticamente nada y los míos por patrimonio quizá podrían avalarme, pero no me
atrevo a pedirles su aval porque están disgustados conmigo desde que dejé los
estudios y me puse a trabajar. Luego está mi abuelo, que es de aquí y tiene un
viejo caserón y un huerto, pero tampoco creo que pueda avalarme porque la mitad
de esos bienes, desde que enviudó, son de sus hijos y no quisiera meterlos en
mis asuntos.
- Bueno. Dice mucho de ti que seas tan
considerado con la familia y eso es un punto a tu favor. En tu caso estoy
dispuesto a hacer una excepción y vamos a olvidarnos de los avalistas. Te
preguntarás que por qué lo hago teniendo en cuenta que acabo de conocerte. Por
una razón muy simple, pero que para mí tiene suficiente peso, porque trabajas
para quien lo haces. A tu jefe en esta casa le tenemos en alta consideración y
estar en su empresa para nosotros es un seguro de vida. Además, veo que ya eres
capataz de segunda ¡y tan joven! Eso también dice mucho a tu favor.
- Gracias por sus amables palabras. El
problema que tengo es que el piso es muy caro, sinceramente creo que demasiado,
y con el plazo de veinte años que figura en el contrato para saldar la hipoteca
y los intereses que suben un pico dudo que pueda afrontar las mensualidades.
- Eso no va a ser ningún problema. En
Cajaeuropa tenemos un lema: díganos la cantidad mínima que puede ahorrar
mensualmente y nosotros le diremos cuál será la cuota que tendrá que abonar.
¿Traes una nómina?
- Vaya, se me olvidó. Si quiere voy a
buscarla y vuelvo en un momento.
- Tranquilo, no hace falta que vayas a por ella, ya me la
traerás. Ahora tengo otra cita y no tengo más tiempo para ti. Te pasas por aquí
mañana, o el día que te venga bien, y cerramos el acuerdo.
- Perdone, pero la vendedora me ha dicho que sólo podía
retener la opción de compra del apartamento unos días – explica Sergio, no
demasiado seguro de que la gestión de su patrón con la promotora haya sido
efectiva.
En la cara de
Badenes florece una sonrisa. Piensa que el joven va a ser un excelente cliente:
tiene un trabajo bien pagado, parece ser persona fiable y, acaba de
constatarlo, es sumamente ingenuo, no sabe que lo que le ha dicho la vendedora
se lo dice a todos aunque queden cien apartamentos por vender.
- No te preocupes por la vendedora. Ahora mismo voy a hablar
con la oficina de ventas y les pediré
que retiren el apartamento de la relación de vendibles. Decididamente, hoy es
tu día de suerte.