"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 17 de enero de 2017

97. En peores garitas he hecho guardia



   El apartamento de María Victoria no está tal cual lo dejó aquella fatídica mañana del pasado jueves cuando salió de casa creyendo que iba a entrevistarse con el embajador de Colombia y terminó siendo secuestrada. El comisario Lucientes había ordenado que nadie, salvo la Policía Científica, entrase en el piso para no contaminar el escenario del secuestro y, al parecer, los agentes no han sido demasiado cuidadosos en dejar muebles y enseres donde debían estar.
- ¡Qué desastre! – se lamenta María Victoria al ver el estado del apartamento -, pero si está todo manga por hombro. Menudo chorreo le voy a echar a la asistenta.
- La asistenta no tiene ninguna culpa, Mariví. Cuando desapareciste, Lucientes ordenó que no entrase nadie, salvo la policía. Por eso está así, pero no te preocupes, yo te ayudo y entre los dos lo dejaremos como los chorros del oro – y al ver que la mujer empieza a recoger unos libros del suelo, Grandal la corta -, pero eso lo haremos mañana. Ahora lo que debías de hacer es darte un baño que eso te ayudará a relajarte y luego te acuestas. Todavía te dura el estrés y descansar es uno de los mejores antídotos.
- Tendrás que dormir en el sofá. Ahora te traeré un almohadón y unas mantas que igual esta noche hiela y la calefacción la cortan a medianoche – comenta María Victoria retomando el papel de anfitriona.
- No pases cuidado. Estoy acostumbrado a las guardias en la comisaria donde era capaz de dormirme en una silla de tijera o con la cabeza apoyada en la mesa del despacho como almohada. Como dicen los militares: en peores garitas he hecho guardia.
- ¿Quieres tomar alguna cosilla?, aunque no recuerdo que puede quedar en el frigo que no se haya estropeado – dice ella mientras abre la puerta del frigorífico -. A ver, hay leche desnatada, yogures dietéticos, galletas integrales, también hay huevos. Te puedo hacer una tortilla francesa en un pispás.
- Gracias, Mariví, no quiero nada. Tu hermana no has dado de cenar opíparamente.
- A María Eugenia siempre se le dio la cocina mucho mejor que a mí. Más de una vez he pensado que conquistó a su marido más por el estómago que por otra cosa. Bueno, pues entonces voy por las mantas.
- No hagas la cama, me la hago yo. Ya sabes que estoy acostumbrado. Voy al baño, ¿o quieres ir antes? ¿No?, pues entonces buenas noches y que tengas felices sueños – le dice mientras deposita un casto beso en la mejilla de la mujer.  
   A Grandal le cuesta coger el sueño, cuando recuerda que no ha llamado a Atienza como le había prometido. Se levanta procurando hacer el menor ruido posible y llama al inspector.
- Juan Carlos, soy Jacinto. Tengo una primicia que darte. Los que secuestraron a María Victoria eran sudamericanos, por el momento de nacionalidad desconocida, pero lo más importante es que tenían en su poder tres piezas… ¿adivinas de qué? Acertaste, del Tesoro Quimbaya. Un collar, un poporo y la imagen de uno de los seis caciques que tiene catalogados el Museo de América. Y ahora viene lo bueno: las piezas no son las originales sino réplicas. Lo que presupone que estamos más cerca que nunca de probar que los autores del robo o, al menos, los que tienen en su poder las piezas robadas son una banda de sudacas, posiblemente narcos o relacionados con el narcotráfico. Y también se verifica de una vez por todas que las piezas del tesoro que transportaba el furgón blindado son copias y no originales…
   Y Grandal sigue contando a su joven colega cuanto les ha relatado hasta el momento María Victoria. Atienza no cesa de interrumpirle con múltiples preguntas, pero el excomisario que está fatigado le ruega que se las haga mañana, que ahora se va a dormir. Vuelve a recostarse en el sofá, pero el sueño no llega cuando oye que la puerta de la habitación de María Victoria se abre. La mujer, que lleva una bata encima del camisón, se acerca despacito al sofá y al ver que Grandal está despierto se detiene un tanto desconcertada.
- ¿Tampoco puedes dormir? – le pregunta Grandal.
- No hay manera. Pensaba en tomarme un somnífero, pero he recordado que el médico me ha recomendado que en un par de semanas no tome ningún estimulante ni tranquilizante hasta que elimine la droga que me inyectaron los raptores. Iba al frigo porque he recordado que de pequeña, mi madre nos daba un vaso de leche caliente cuando no podíamos dormir. Y eso es lo que iba a hacer. ¿Quieres otro?
   En la minúscula mesa de la cocina, la pareja está tomando un vaso de leche caliente con unas galletas integrales. María Victoria le cuenta lo mal que lo ha pasado y la de veces que pensó en él.
- No sabes cuantas veces me dije: si hubiese estado Jacinto conmigo no me hubieran raptado, él lo habría impedido.
- Posiblemente, Mariví, pero si llego a estar quizá hubiese sido peor porque al encontrar a alguien con quien los secuestradores no contaban lo mismo se habrían puestos violentos y no sé lo que hubiese podido pasar. Porque si tus raptores forman parte de una banda de  narcotraficantes, como sospecha la policía, es gente que no se para en barras y tiene el gatillo fácil.
- Para encontrar excusas te la pintas solo. Una más que añadir a la colección – reprocha la mujer.
   A Grandal no le gusta un pelo el cariz que está tomando la conversación. Le recuerda las discusiones que, en esa misma mesa, mantuvo con María Victoria en los últimos meses, pero por un motivo muy distinto. En cuanto formalizaron su relación él, cuando viajaba a Zaragoza, vivía en el apartamento de ella. Al poco tiempo María Victoria comenzó a hablar de casamiento. Su argumento era siempre el mismo: era persona muy conocida en ciertos círculos de la ciudad, especialmente en los universitarios, y tenía un nombre que salvaguardar. A su edad no podía permitirse que alguna colega o cualquier conocida deslenguada, que las había y muchas, le echase en cara que vivía amancebada. No era necesario que se casaran por la iglesia, bastaría con una boda civil. En esas discusiones lo que solía hacer él era echar balones fuera como se dice en el fútbol. No decía que no, pero tampoco que sí. Se convirtió en un experto en lo de marear la perdiz. Hasta que ante la insistencia de la mujer en lo de las nupcias, un día Grandal se cansó y le contó la verdad.
- No puedo casarme, Mariví, no puedo porque ya lo estoy.
-¡Cómo!, ¿pero no estás divorciado? – La sorpresa de la mujer se pintó en su rostro.
- Nunca llegué a firmar los papeles del divorcio. Todavía no sé por qué, pero no los firmé. Si contrajera nuevas nupcias podrían acusarme de bígamo.
- O sea, que me has estado engañando miserablemente – se dolió ella.
- No te engañé, simplemente no te lo conté todo.
   Y también recuerda el rosario de reproches que se sucedieron a su confesión. Ella llegó a ponerse tan pesada y desagradable con sus recriminaciones que un buen día hizo la maleta y se volvió a Madrid. Desde entonces no habían vuelto a verse; por otra parte, él había retomado su antigua relación con Chelo, que le volvió a acoger como si no hubiese existido ningún corte en su relación. Los lunes volvieron a ser los de siempre. Mientras él ha estado recordando, la mujer se ha quedado callada tras su último reproche hasta que pregunta:
- ¿Quieres otro vaso?
- No, gracias. Lo que voy a hacer es echarme a ver si consigo atrapar el sueño. Buenas noches, Mariví.
   Al ir a darle un beso en la mejilla, ella le echa las manos al cuello a la par que le ofrece los labios. Su primera intención es darle un beso amistoso, pero ella toma la iniciativa y le ofrece la lengua mientras se pega a su cuerpo arqueando las caderas. Terminan en la cama donde la pasión se desborda. Cuando alcanzan el clímax, ella se duerme enseguida. Él, en cambio, sigue sin poder dormir pensando en lo que acaba de pasar. Es una magnífica mujer, se dice, pero yo no estoy ya para estos trotes. Necesita alguien más joven y quizá menos egoísta que yo, termina reconociendo cuando el sueño le vence. Duerme plácidamente hasta que alguien le sacude suavemente. Abre los ojos. Es María Victoria, que esta mañana  luce una sonrisa espléndida.
- Buenos días, dormilón. Es hora de levantarse. Nos aguarda Lucientes y no es cuestión de hacerle esperar. Te he preparado el desayuno que te gusta, lo tienes en la mesa de la cocina.
   Tras las abluciones matinales y desayunar, Grandal recuerda que le prometió a Atienza que le iba a llamar. Lo hace, pero en Patrimonio no le localizan ni tampoco contesta al móvil. Mejor, se dice, pues el tiempo de la cita con Lucientes se les echa encima. Cuando llegan a comisaría, ya está todo preparado para que María Victoria pueda continuar con su declaración.
- ¿Dónde me quedé, comisario?