"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 8 de enero de 2021

Libro II. Episodio 74. No estoy dispuesta a malgastar ni un día más


   Como suele decir su madre, Julio sigue igual que siempre: soltero y sin compromiso. En el terreno profesional está demostrando ser muy solvente, en cambio en el sentimental se ha convertido en un picaflor. A este paso, se dice la maestra, me voy a morir sin tener nietos. Por eso, haber conocido en los últimos meses a la familia de un nuevo médico que acaba de llegar a la ciudad le insufla esperanzas de que eso no ocurra. Don Enrique Lavilla tiene cuatro hijas a cual más encantadora, desde Maricarmen, que es la mayor, a Cristina que es la pequeña, todas están como Julio: solteras y sin compromiso. El hecho de que el médico sea aragonés y que como forastero todavía cuenta con escasos amigos en Plasencia han sido los nexos que han hecho que se relacione a menudo con la maestra.

   Pilar consigue que algunos domingos por la tarde, las muchachas Lavilla acepten su invitación para merendar y bailar al son del gramófono que su hijo, recordando un episodio de su vida en la mili, le ha comprado. Reuniones a las que también acude Julio que muestra sus excelentes dotes de bailarín. Pilar le tiene echado el ojo a la segunda de las hijas del médico, Amparo, que por edad y talante cree que es la mejor candidata para emparejarse con su hijo. La intención materna parece que va bien encaminada pues la muchacha no pone mala cara al joven droguero. En cambio, a la madre de Amparo, hija de una distinguida familia de Zaragoza venida al menos, da la impresión de que el chico de la maestra no le parece un buen partido.

   -Solo es un tendero, hija. Tú puedes aspirar a más, a un hombre de carrera como tu padre –le aconseja a Amparo. La muchacha tiene la respuesta pronta.

   -Un tendero, sí, ¿pero conoces a alguien que sea su propio jefe y que además esté soltero y sin compromiso?

   El negocio de la droguería va viento en popa. Además de la clientela de la ciudad, y tal como previó Pilar cuando se puso en contacto con el obispado para la bendición del local, Julio recibe muchos encargos de establecimientos religiosos de la provincia. El hecho le lleva a plantearse repetir el que fue su primer trabajo en el mundo de la droguería: la venta ambulante. Piensa que debería comprar un carro y una acémila, lo que no es ningún problema; lo que sí puede serlo es encontrar la persona idónea para realizar el papel que él desempeñó con el Bisojo. Debería de ser alguien de confianza, honrado, y que no me las metiera dobladas como acabé haciendo yo con el viejo, se dice. Va desechando nombres de posibles candidatos hasta que llega al final de la lista que ha confeccionado sin encontrar el perfil que busca. Al que no le falta alguna cualidad, le sobran rasgos no deseados. Aparca la idea hasta que encuentre al tipo adecuado.

   En su vida sentimental Julio tiene el enésimo fracaso. Como era de esperar, el marido de Lina ha terminado enterándose de la aventura que mantiene con su mujer. Aunque el ferroviario no es la primera vez que descubre las infidelidades conyugales, se lo toma a mal. Le da unos cuantos zurriagazos a su consorte, procurando no marcarle la cara, y se va en busca de quien le ha puesto los cuernos. En la trastienda, donde Julio lo ha metido previendo lo que podía pasar, tienen algo más que palabras y terminan a puñetazo limpio. El mañego sale del lance con un ojo amoratado, un corte en la barbilla y una solapa de la chaqueta desgarrada. Lo da todo por bien empleado porque ha conseguido que el incidente no se convierta en un escándalo público. El haberse quedado sin el descanso del guerrero que su cuerpo demanda hace que se tome en serio las insistentes sugerencias maternas de que debería dejarse de aventuras frívolas y poner los ojos en una mujer a la que llevar al altar. Y las niñas Lavilla las tiene en casa de su madre algún que otro domingo. Lo de la casa de su madre es literal, pues Julio se ha independizado, ha alquilado un pequeño piso en uno de los barrios antiguos de la ciudad al que se ha trasladado, aunque come a menudo con doña Pilar.

  Al tener un contacto más frecuente con las chicas Lavilla, Julio descubre una faceta de su carácter que desconocía: que le gustan más las jovencitas que las mujeres hechas y derechas. Por eso, aunque su madre no hace más que elogiar las cualidades y encantos de Amparo, quien le encandila es la pequeña de las hermanas, Cristina. Y a ella dedica sus mayores atenciones, es con la que más baila los domingos que hay sarao y con la que mantiene las charlas más distendidas. La muchacha, pizpireta y divertida, le sigue la corriente, pero no le deja ir más allá. Julio no siente por Cristina la pasión que sentía por Consuelo, sin embargo cree que con el tiempo podría enamorarse de la jovencita. Cuando el novel droguero se pone serio y habla de cortejarla, Cristina se sincera: está enamorada de un estudiante de Zaragoza al que le falta un curso para terminar la carrera de medicina. El futuro galeno le ha prometido que en cuanto acabe los estudios y obtenga su primer trabajo pedirá su mano. Por eso, una cosa es divertirse y otra permitir que la cortejen. Y, curiosamente, le sugiere que ponga sus ojos en Amparo, le confiesa que su hermana lo aceptará de inmediato. El problema es que, a Julio, Amparo le parece una excelente muchacha, pero no le dice nada.

   A mediados del verano, Julio recibe una visita inesperada, la de Argimiro, su amigo de los tiempos que vivió en Malpartida.

   -Hombre, Argimiro, cuanto me alegro, ¿cómo están Carolina y los niños?

   -Tos bien, gracias.

   -¿Qué te trae por Plasencia?

   -Chacho, hay que ver cómo te lo has montao. Vaya tienda chulísima y paece que ties clientela a mansalva. He venío a ver si me cogen en la empresa de aceites de la Sierra de Gata –y Argimiro le cuenta que el dueño de la almazara, en la que ha trabajado toda su vida, la vendió y el nuevo propietario despidió al personal antiguo para meter a parientes. Al quedarse sin trabajo, y no encontrarlo en el pueblo, ha venido a Plasencia a ver si tiene suerte.

    -Por un casual, tú no conocerás a nadie que necesite a un peón. Puedo faenar de lo que sea. Estoy hecho a to.

  -Pues sí que lo siento. Es una vergüenza que en este país no haya una puñetera ley que ampare a los trabajadores.

   En ese momento a Julio le viene a la mente su proyecto de venta ambulante. Y Argimiro tiene muchos de los rasgos que busca para ese puesto: es trabajador, honrado y le será leal. La contrapartida es que no tiene mucha labia ni demasiada iniciativa, pero eso se lo puede enseñar.

   -¿Sigue tu padre teniendo a la Culona? –Julio alude a la mula con la que Argimiro fue a recogerle a la estación de Malpartida cuando regresó de la mili.

   -Que va, se hizo vieja y la vendió a un carnicero de Mérida. ¿Por qué lo preguntas?

   -Porque igual tengo un trabajo para ti –Y Julio le explica lo de la venta ambulante.

   -Se te agradece, Julio, pero de asuntos de droguería no sé na.

   -Eso mismo le dije al Bisojo y ya me ves. No hay nada que no pueda aprenderse, todo es cuestión de arremangarse y ponerse al tajo. Lo demás viene rodado.

   -Sabes que el trabajo no me echa pa tras, llevo trabajando desde que tenía once años, pero no querría que te llevaras un chasco. Los vendedores son mu charlatanes y yo soy de poco palabreo.

   -Solo deberás tener paciencia, que yo te enseñaré lo que hay que saber. ¿Sabes dónde está la cuadra del tío Miguel Quelo? Pues acércate y echa un vistazo a los mulos que tiene en venta, a ver si encuentras uno que nos pueda valer. Y luego pásate por la carretería del tío Juan de Griñó y pregunta el precio de un buen carro. Cuando cierre hablaremos de lo que puedes ganar y de las condiciones del trabajo. Nos vemos luego.

   Julio se frota las manos. Acaba de poner un nuevo peldaño en la escalera que le debe conducir a convertirse en uno de los comerciantes más respetados de la ciudad, porque la gente respeta a los que triunfan y está en camino de ello. Solo hay un lunar en su vida: el de los sentimientos. Pese a un cierto éxito con las mujeres y haberse convertido en uno de los solteros codiciados de la ciudad, continúa sintiendo un gran vacío interior. Desde que le abandonó Consuelo, y a pesar de sus diversas aventuras, ninguna mujer ha sido capaz de llenar ese vacío, de conseguir que su corazón lata a ritmo desbocado. No sabe si es culpa de ellas o el culpable es él. Ha confundido en más de una ocasión amor con sexo y sabe que no es eso, a Consuelo nunca la tuvo y sin embargo estaba loco por ella. ¡Lo que daría por volver a sentir los mismos sentimientos que la chinata le causaba!

   Esta noche Julio está cenando con su madre, que se la ve muy parlanchina. 

   -¿Sabes quién me preguntó por ti anteayer?

   -No, madre.

   -Pues Amparo Lavilla, me la encontré en la mercería de la señora Paquita, estaba comprando un entredós –Al ver el gesto de ignorancia de su hijo, Pilar se explica-. Es una tira bordada o de encaje que se cose entre dos telas. La necesitaba porque está haciendo una blusa para una de sus hermanas. Esa chica vale un imperio, será un ama de casa de lo más completo, sabe coser, bordar, guisar y tocar el piano.

   Julio no dice nada. Sabe lo que su madre pretende con tantos elogios a la chica de los Lavilla, pero puesto que tener una aventura con ella está descartado, solo cabe una relación formal. Y, lamentablemente y reconociendo las virtudes de la joven, a él Amparo no le da ni frío ni calor, y la indiferencia no es lo más indicado para sacarle de su marasmo sentimental.

   Mientras Julio prosigue teniendo éxito en los negocios y fracasos en su vida amorosa, en Malpartida Julia Manzano se plantea un dilema que puede cambiar su vida. Desde que volvió al pueblo el discurrir de sus días se ha convertido en algo monótono y sin alicientes. Su estancia en Plasencia, y especialmente las enseñanzas de su maestra, le han mostrado que existe otra vida y otra forma de vivirla, y no quiere de ninguna manera renunciar a ello. Solo se vive una vez, se dice, y no estoy dispuesta a malgastar ni un día más.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 75. ¿Será posible un cambio de rumbo?