Curro se encara con la persona que le está
esperando y que al reconocerla le hizo exclamar ¡Éramos poco y parió la abuela!
Y en un tono que suena destemplado inquiere:
-Rosío, quilla,
¿qué hases tú aquí?
Su examante no contesta, se limita a mirar
al hombre como si le estuviera tasando. Y realmente es lo que está haciendo.
“Ha envejesido, se ha echado ensima una pila de años y está más grueso. Lo de
ir por el mundo de fugitivo debe ser agonioso. Y no parese que se haya alegrado
mucho al verme, desde luego no se lo esperaba. No sé si voy a sacar algo en
limpio de este viaje”. Y del hondón de su mente le sale una jaculatoria: “¡Mi
Jesús del Gran Poder, te pido que el Curro no haya cambiao y que vuelva a ser
el de antes!”.
-Pero, Rosío,
mi arma, ¿no dises na?, ¿no tienes na que contarme?, ¿por qué estás aquí? –A
Curro le pasa con su antigua amante como con su hijo, al verla le ha vuelto a
salir el deje sevillano en toda su granazón.
Rocío Molina, pues de ella se trata, en
lugar de responder intenta camelarse a su exnovio:
-Curro,
Currito, que bien que te veo. Estás igualito que cuando me llevabas en el
pescante de aquel faetón por el Real de la Feria. ¿Qué año fue?, ¿el 2010?
Fíjate, hase seis años. ¡Cómo pasa el tiempo!
Salazar no da crédito a lo que está
escuchando. “Ahí está la Rocío, a la que no he visto desde hace más de dos
años, que ha hecho un viaje de tropecientos quilómetros desde Sevilla, y me está
diciendo chuminás como si nos hubiéramos despedido anteanoche. Parece que el
mundo se ha vuelto loco o… ¿el loco seré yo? ¿Qué coño está pasando? Primero el
petimetre del Espinosa, luego el Sierra, esta mañana mi hijo y ahora la Rocío.
Son excesivas casualidades. Debe de tratarse de una conspiración contra mí, pero
¿por qué? Bueno, ya está bien de darle vueltas a la chola, hay que entrar a
muerte” -remata. Y como se dice en la jerga taurina, en corto y por derecho,
apremia a la mujer.
-Déjate de
chuminás, Rosío, y contéstame, ¿por qué estás aquí, qué quieres de mí?
La expresión gestual de la mujer es más elocuente
que mil palabras. “Rosío, te has columpiao. Este no es el Curro que tenías
encoñao. Ha cambiao y me parese que no para bien. Tendré que haser de tripas
corasón y no achantarme. Tengo que sacarle como sea el parné que nesesito
porque si no nunca saldré de pobre”. La mujer hace un esfuerzo para sobreponerse
a sus impresiones negativas, pone su mejor gesto, escoge su tono más meloso y
le cuenta la historia que cuidadosamente ha preparado durante el largo y
tedioso trayecto en autobús. Su relato comienza cuando Pepote el Salvaculos, el
antiguo mentor de Curro en el Sindicato del Metal, fue a verla para avisarla de
que se había descubierto su paradero. Algo que, posiblemente, Curro no supiera.
Si no cambiaba de escondite más pronto que tarde la pasma acabaría dando con
él. Por eso alguien tenía que avisarle y cuanto antes. Pepote no sabía el
número de su móvil o su dirección de correo electrónico y no era cuestión de
escribirle una carta ante una situación en la que el factor tiempo podía
resultar vital. No había otra solución que personarse allí donde estaba y darle
el queo del peligro que corría. En cuanto el viejo Salvaculos le contó eso le
faltó tiempo para tomar el primer bus en dirección a la provincia de Castellón.
Y si no cogió el avión para viajar más rápido fue porque sus dineros eran
contados. Desde que él dejó de mandarle transferencias está a la quinta
pregunta. Incluso Pepote ha tenido que financiarle parte del viaje y está alojada
en un hotel de una sola estrella y gracias.
-Fin de la
historia –remata Rocío que agrega con su seseo tan sevillano-. Lo más cómodo y
fásil hubiese sido quedarme donde estaba, pero… o te avisaba yo o ¿quién te iba
a alertar? Tú lo has sio to pa mí y no podía consentir que por no mover el culo
te trincaran y tuvieses que volver al trullo. Por eso estoy aquí, pa desirte
que este ya no es un escondite seguro.
Curro
no sabe si creerse la historia pues conoce bien a Rocío y sabe lo interesada
que es la mujer, aunque piensa: “No se habría gastado una pasta, con lo
agarrada que es, si no tuviera interés en avisarme para que no me trinquen.
Además, el hecho de que en su historia haya partisipado el viejo Pepote le da
un marchamo de verosimilitud”. Sabe que su antiguo mentor le tiene ley, lo ha
demostrado en anteriores ocasiones. Aún con todo eso, sigue receloso ante la
generosa actitud de Rocío de venir a avisarle. Mientras, se ha hecho ya la hora
del almuerzo.
-¿Te quedas
a comer conmigo? No es que sea un restorán de tres estrellas precisamente, pero
se come aceptablemente –vuelve a hablar sin seseo, ha templado los nervios.
-Por mala
que sea la comida, puedes apostar que es mejor que la que servirán en el hotel donde
me alojo. Cuando lo vi hubiera buscao enseguida otro si no fuera porque estoy
pelá, sin una lata, ¡vamos! –Rocío insiste en dejar patente que está a la
última pregunta y que sin embargo ha tirado de su magro peculio para alertar a
Curro.
Durante la primera mitad del almuerzo
abundan más los silencios que las palabras. Cada uno de los examantes continúa
pensando en sus propios problemas y no en los de su partenaire. Curro sigue
dándole vueltas al hecho de que Rocío sea la cuarta persona, llegada desde
Sevilla en las últimas cuarenta y ocho horas, que se ha puesto en contacto con
él. Las primeras para ofrecerle una salida a sus problemas con la justicia y
las últimas para avisarle de que huya cuanto antes de Torrenostra. “¿Qué
debería hacer?, ¿les hago caso a los primeros o lo mejor es que me largue de
aquí cuanto antes?”. Y en un giro inesperado de su mente piensa: “Rocío ya no
está tan rica como antes, sigue teniendo un buen polvo, pero se ha puesto algo
fondona. Desde luego no se la puede comparar con Anca, Rocío tira a mortadela y
Anca es jamón de Jabugo. No hay comparación”. Los pensamientos de la andaluza
circulan por sendas muy distintas: “Tengo que buscarle las vueltas y dar con la
forma de pedirle la pasta, pero sin que paresca que he venio solo por eso. Y me
da el pálpito de que si no fuerso la situasión, no será Curro quien me dé la
guita que nesesito. Tendré que estrujarme las meninges. Y no lo lograré
poniéndome tierna y menos en plan lastimero. Quisá la mejor salida sea ponerme
brava y, como última opsión, hasta amenasarlo”.
Salazar opta por dar un rodeo para explorar
el verdadero motivo del viaje de Rocío porque no acaba de creerse en el impulso
generoso del que alardea la mujer.
-¿Sabes algo
de mi familia?, ¿cómo están mis hijos?
-No sé ná.
Hase la tira de tiempo que no he visto a ninguno de los tuyos.
-Entonces,
no sabrás que Francisco José está aquí.
La noticia descompone a Rocío.
-¿Está aquí
contigo? –El tono de voz de la mujer es de pura alarma.
-Conmigo,
no. Ha venido desde Sevilla para lo mismo que tú, avisarme de que mi escondite
ha sido descubierto.
La mujer no sabe qué decir. El hecho de que
el primogénito de Curro haya venido a lo mismo que ella la desazona. Piensa que
ese hecho merma y mucho sus posibilidades de sacar algo en limpio de su
examante, pero no ha llegado hasta allí para rajarse en el último momento. “Lo
que tengo que haser -se dice- es quitarme la careta y pedirle el parné sin
ninguna clase de tapujos”.
-Mira,
Curro, yo he cumplio con lo que me dicta el corasón y el cariño que aún te
tengo. Porque ya sabes lo que se dise, donde hubo fuego quedan ascuas. Puedes
contar conmigo para lo que sea, pero si no me nesesitas tengo que volverme a
Sevilla. Pedí unos días de permiso en el trabajo. Porque igual no lo sabes pero
estoy currando. Desde que dejaste de mandarme transferensias, y como te fuiste
sin ponerme la peluquería que me habías prometio, tengo que ganarme la vida. Y,
por sierto, ya que lo recuerdo, bien podrías darme la pasta pa lo de la
peluquería o al menos pa que no tenga que pasar fatigas pa llegar a fin de mes.
Curro no está por la labor de dar ni un solo
euro a su exnovia, cree que ha cumplido con ella y lo de la promesa de la peluquería
no fue más que un calentón pasajero. Si hubiesen continuado juntos todavía,
pero en estas circunstancias, nada. A todo lo más que cede es a pagarle el
hotel y el billete de vuelta. Visto que el hombre se ha enrocado en su
negativa, Rocío quema su último cartucho.
-Te di los
mejores años de mi vida y no puedes tratarme como si fuera un trasto
inservible. He venido a haserte un gran favor, a salvarte de la trena, ¿y así
me lo pagas? Pues arrieritos somos, si te pones asína de pijotero yo también
puedo haser lo mismo.
-¿Y qué es
lo que vas a hacer, ponerte a llorar?
-Lloros ni
uno, pero en cuantito llegue a Sevilla me voy a ir derechita a la comisaría más
sercana y denunsiar que un prófugo de la justisia está escondio en una playa de
mala muerte. Y ahora que lo pienso, ni eso es nesesario, me han dicho en el
hotel que en Alcossebre hay un cuartelillo de picoletos.
-No serás
capaz.
-Ponme a
prueba.
PD.- Hasta
el próximo viernes