Lorena no deja
escapar ninguna ocasión para martillear con su cantinela de que tiembla sólo de
pensar qué hará cuando acabe el verano y Sergio vuelva a Madrid. Que ahora que
es suya no va a saber vivir sin sus caricias, sin tenerle a su lado y que algo
habrá que hacer para que eso no ocurra.
- ¿Y qué podemos hacer?, a mí no se me ocurre nada – se
lamenta Sergio.
- Tú, piensa, que un medio ingeniero en cuanto se ponga a
darle a la cholla le tienen que salir ideas como cerezas, a puñaos.
- No lo vamos a tener fácil porque, suponiendo que lo
apruebe todo a la primera, me quedan cuatro años para terminar la carrera y
luego está lo de encontrar trabajo.
- Para trabajar no hace falta tener una carrera, hay
montones de chicos del pueblo que no tienen estudios y no les falta curro. Y
buenos duros que se ganan.
- ¿Y cómo lo hacen?
- A veces parece lelo, mi amor, ¿qué cómo lo consiguen?,
pues buscándose las habichuelas, yendo a los tajos y preguntando si les hace
falta gente. Tanto en Albalat como en Benialcaide siempre falta mano de obra en
la construcción. Y aquí puede ocurrir lo mismo cualquier día – Lorena desconoce
en ese momento cuan cierta está su predicción de convertirse en realidad.
- O sea, ¿qué puedes encontrar trabajo de hoy para mañana?,
¿y también de ingeniero? – pregunta ingenuamente el chico.
- ¿De ingeniero? – repite una irritada Lorena -, ¿pero no me
has dicho que te quedan cuatro años para terminar la carrera? Yo estoy hablando
de ahora y no dentro de tropecientos años.
- Pues no te digo nada si hago lo que desea mi padre, que
quiere que oposite a uno de los cuerpos de funcionarios del estado. Eso
supondría, al menos, dos o tres años más.
Lorena hace como
que no oye las cuentas que echa Sergio. Piensa que está apañado si cree que le
va a estar esperando tanto tiempo. Todavía no tiene muy claro cómo conseguirá
que el joven encuentre un buen curro sin necesidad de aguardar esa montonera de
años, pero si comienza a forjarse en su mente el bosquejo de una posible salida
al problema. Y al mismo tiempo debe encontrar algo que ate al chico
irremisiblemente. Hasta se le ha pasado por la cabeza lo de quedarse preñada. Puede
ser una solución, pero no es la que más le apetece. En cualquier caso, y por si
las moscas, decide ir preparando el terreno.
- Hace unos días, cuando fui a Albalat, estuve en el
consultorio porque tenía algunos desarreglos, ya sabes cosas de mujeres. El
ginecólogo me dijo que durante una temporada dejase de tomar la píldora. Hoy he
tomada la última. O sea que a partir de mañana tendrás que ponerte condón.
A Sergio le da
vergüenza confesarle que jamás utilizó un preservativo y que ni siquiera sabe
cómo se ponen. Está en un tris de decírselo, pero en el último momento opta por
no revelar su ignorancia en tamañas medidas.
- No te preocupes por eso. Mañana mismo, en cuanto abran la
farmacia, compro tres o cuatro cajas.
- ¡Hala, ansioso! Conque compres una es suficiente por el
momento.
No imaginaba Sergio
que hubiese tantos tipos de preservativos y de tantas marcas y modelos diferentes.
El problema del cómo utilizarlos se lo da resuelto el prospecto que viene en la
caja. Ha estado poniendo y quitándose una goma hasta estar seguro de su uso.
Todo con tal de que Lorena no se entere de que es un novato en tales lides.
Como la gota que
termina horadando la roca, el derrotero que Lorena ha impuesto a su relación
con Sergio acaba carcomiendo el ingenuo ideario que el muchacho se había
forjado de lo que debían ser las relaciones entre una pareja. Nada de miradas
amorosas, ni palabritas tiernas, ni cruces de notas plenas de juramentos
amorosos, ni paseos cogidos de la mano, ni castos besos en los que las lenguas
se quedan dónde deben. Es todo lo contrario.
Las miradas se han vuelto lujuriosas, las dulces palabras
del amor romántico han sido sustituidas por gemidos orgásmicos, las cartitas de
amor brillan por su ausencia, y los besos han pasado a ser el preludio de las
entregas más apasionadas y tórridas.
Nada es como Sergio
soñaba. Lo único que medio encaja en la romántica idea que tenía de una
relación amorosa son las conversaciones, pues lo que sí hacen es charlar, pero
sus diálogos son recurrentes: él planeando un futuro utópico para cuando acabe
la carrera, ella reiterando que se ve incapaz de resistir sin tenerle
físicamente a su lado. Y que si de verdad la quiere tanto como asegura, debería
pensar en algo para que no tuvieran que separarse. Esa proyección de futuro
termina angustiando al chico.
- ¿Y qué puedo hacer, mi vida? No se me ocurre que podría
realizar para que no nos separáramos nunca. ¿Tú crees que no voy a sufrir
estando lejos de ti? También yo lo pasaré mal, al menos tanto como tú.
- Pues tendrás que pensar algo, mi cielo, porque va a ser un
sin vivir. Si te pones a darle al coco seguro que se te ocurrirán un montón de
soluciones, que para eso tienes estudios. A quien no se le ocurre nada es a mí,
al fin y al cabo sólo soy una camarera.
- Para mí no eres una camarera, eres una princesa, un sueño
maravilloso, una persona increíble, eres…, eres la mujer que quiero y que
querré siempre.
Lorena parece no
escuchar la rotunda afirmación de Sergio porque sigue con su perorata:
- Y no creas, alguna vez he pensado que es precisamente por
eso, porque no soy más que una pobre chica de pueblo por lo que no encuentras
soluciones para evitar nuestra separación. Si fuera una señoritinga de la
capital, de esas que van a la universidad y son unas estreñidas, posiblemente
sí serías capaz de encontrar remedios.
- ¿Cómo es posible que pienses eso, cariño? Te quiero más
que a mi vida, no pienso en otra cosa más que estar contigo y ¿me dices eso?
- No soy la única que lo piensa, más de una amiga me ha
comentado lo mismo.
Sin ir más lejos, Maribel me dijo el otro día que tuviera
cuidado contigo porque los chicos de capital sólo queréis a las de pueblo para
divertiros y luego si te he visto no me acuerdo. Sí es así, Sergio, te has
equivocado de chica.
Sergio jura una y
otra vez que no es así, que no sabe cómo se comportan los demás, pero que él la
quiere con toda su alma y que piensa convertirla en su mujer en cuanto termine
la carrera y encuentre trabajo. Lo de terminar sus estudios como algo previo
para buscar un empleo es una frase que a Sergio se le escapa casi sin pensarlo,
es un lugar común que repite cada vez que hablan sobre su futuro. Ahí es cuando Lorena empieza a echar cuentas
y le restriega las cifras por la cara. Pasarán cuatro o cinco años, o quién
sabe si no más, antes de que él esté en condiciones de poder mantener un hogar.
Y ella está totalmente convencida de que será incapaz de aguantar tanto tiempo.
Y vuelve a repetir:
- Si me quisieras la mitad de lo que juras, si fueras un
hombre de verdad no tendríamos que esperar tanto tiempo para vivir juntos. ¿Has
llegado a pensar en serio lo que puede ser estar tanto tiempo separados, tú en
Madrid y yo aquí? ¿Cuándo nos veríamos, en verano, en Semana Santa? ¿Esa es la
clase de amor que sientes por mí? Tú, jurar, juras mucho, pero querer, lo que
se dice querer de verdad, poco.
- Y te juro por lo que más quiero, que eres tú, que si
tuviese la menor posibilidad de ganar dinero ya estaríamos viviendo juntos.
- Tus juramentos me importan un bledo, lo que tienes que
hacer es mover el culo para buscarte las habichuelas.