Días
después de la conversación entre el patriarca de los Arbós y su sobrino
Leoncio, el panorama político local cambia por completo. Los amigos de Benjamín
de los tiempos de la CEDA, que suelen estar bien informados, le pasan la
confidencia de que es inminente el cese del actual alcalde, Buenaventura
Cucala; algo totalmente imprevisto. Y añaden que todos los indicios apuntan que
Gobierno Civil piensa nombrar como sucesor a un tal Francisco Vives. La noticia
le sienta a Arbós como un tiro en la barriga. Con lo tranquilo que se había
quedado el patio tras la marcha del jefe de Falange anterior a su hermano
Rodrigo y ahora pueden tener de primer edil al tocahuevos de Vives. Llama a
rebato al clan. Todos sus hermanos acuden como un solo hombre: allí están
Rodrigo, Gonzalo y Antonino que es el mayor, aunque el jefe de la familia sea
Benjamín, no en balde es el más inteligente y político del clan.
- ¿Y es seguro que van a nombrar a Vives? –
pregunta Gonzalo.
- Seguro no hay nada hasta que no aparezca el
nombramiento en el Boletín Oficial, pero las fuentes que me lo han contado son
de toda confianza.
El
tono de Benjamín es de honda preocupación. Sus hermanos están al cabo de la
calle del porqué de la inquietud del líder de la familia. Francisco Vives, Paco
para sus amigos, es un viejo conocido de los Arbós. Es el comerciante que más
se ha enriquecido con el negocio del boniato, aunque comercializa cualquier
producto en el que haya una peseta a ganar. Los intereses mercantiles son los
que le han enfrentado en alguna ocasión a los Arbós y se las ha tenido muy tiesas,
no es de los que se deje amedrentar fácilmente. Pasa por ser listo, enérgico y
tener iniciativa. Eso es lo que pone a Benjamín de los nervios: la iniciativa,
la capacidad de pensar y actuar por su cuenta; aunque la formación de Vives no
vaya más allá de la escuela primaria. Nunca ha estado metido en política, pero
Benjamín sabe que es ambicioso y supone que si le nombran alcalde será porque
ya lo deben de haber tanteado y habrá considerado que el cargo ofrece
posibilidades para su negocio y Dios sabe para qué más. No, Vives no va a ser
fácil de manejar.
- Pues si le hacen alcalde, Paco se comerá
crudo al bueno de Leoncio – comenta como para sí Antonino.
- Por eso os he llamado, nuestro sobrino
valía para jefe siendo alcalde Cucala que es de los nuestros, pero si ponen a
Vives necesitaremos a alguien con más agallas y que sea capaz de plantarle
cara. ¿Qué nombres se os ocurren?
Pues
sí, nombres hay, pero hombres no tantos. Comienzan a enumerar a posibles
candidatos dentro del círculo familiar y del de sus amigos, pero por unos u
otros motivos van excluyéndolos. Parecen estar en un callejón sin salida. Hasta
que Rodrigo, con tono un tanto vacilante, dice en voz alta lo que está
pensando:
- Hace unos días vino a verme Leoncio y me
estuvo contando una milonga: que si sería bueno que el nuevo jefe no fuera de
la familia, que eso la gente lo vería con buenos ojos y que sí patatín y patatán.
Y hasta dejó caer el nombre de una persona que, según nuestro sobrino, podría
hacerlo a las mil maravillas y que, por supuesto, sería un hombre nuestro...
- El tal Gimeno, el secretario de San Isidro
– le interrumpe Benjamín.
- ¿Cómo lo sabes? – se sorprende Rodrigo.
- Porque ya me había venido con la misma
historia. Es una estupidez más del papanatas de nuestro sobrino. Cuando me lo
presentó no me pareció ningún genio.
- Pues os digo una cosa – apunta Gonzalo -,
no será un genio, pero ese chico cae bien al personal y la gente que lo ha
tratado dice que es más listo que el hambre y que las caza al vuelo.
- ¿Y vosotros creéis que podemos fiarnos de
un forastero que lleva cuatro días en el pueblo y que no sabemos de qué pie
cojea? – pregunta un tanto irritado Benjamín.
- Yo algo le conozco – puntualiza Rodrigo -.
Me lo recomendó Joaquín Cardona cuando buscábamos un nuevo secretario. He
charlado con él varias veces y estoy de acuerdo con lo que dice Gonzalo: es
listo y parece ambicioso. También me da la impresión de que tiene las
suficientes agallas para enfrentarse a Vives o a quien sea. Y en cuanto a
fiarse de él, Leoncio dice algo que es cierto: lo tiene cogido por los huevos.
Si no colaborara con nosotros podría perder el empleo. Ese es un seguro que no
tendremos con ningún otro.
- Es posible que tengáis razón, pero no acabo
de fiarme. Un forastero siempre es un forastero.
- ¿Por qué no hacemos una cosa? – propone
Gonzalo y, dirigiéndose a Benjamín, completa la frase -. Habla con él y te
haces una idea de cómo es y cómo respira. Y después de eso decides.
- Si os parece, yo me pondré en contacto con
Cardona y le pediré más datos sobre Gimeno – sugiere a su vez Rodrigo.
- Sigo sin verlo claro, pero… bueno, dile a
Leoncio que me lo envíe y veré que tal pieza es.
Antes
de que se produzca la entrevista entre Benjamín y José Vicente, Rodrigo le
cuenta a su hermano las nuevas referencias del joven que Cardona le ha
facilitado:
- Su padre era empleado municipal en Las
Alquerías del Niño Perdido, murió joven, y el chico tuvo que dejar los estudios
y ponerse a trabajar para ayudar a su madre a sacar adelante la familia. Se
colocó en un almacén de naranjas y por la noche siguió estudiando, completó el
bachillerato y en la Escuela de Comercio cursó por libre el peritaje mercantil.
Asegura que es muy despabilado, que sabe cómo tratar al personal y que, aunque
pueda dar la impresión de tener poca garra, tiene más genio del que aparenta.
En cuanto a sí podemos fiarnos de él, cree que sí pero sin asegurarlo, aunque
añadió que como necesita el trabajo por ahí siempre lo tendremos cogido.
- Bien. ¿Y no te ha dicho nada de por dónde
respira políticamente? No nos vaya a salir de la cáscara amarga.
- Sobre eso está el dato que cuando Leoncio
le comentó que para nombrarle secretario era necesario que se hiciera del
partido no puso ninguna pega. Eso lo interpreto cómo que para él es más
importante el trabajo que cualquier otra cosa. Y por eso estoy de acuerdo con
Cardona, por ahí lo tendremos atrapado.
Con
toda la información que le han proporcionado, Benjamín ya tiene un retrato de
Gimeno bastante preciso. Ha llegado el momento de charlar con el joven. En vez
de que venga a verle, piensa que es mejor conocerle en su propio terreno, al
encontrarse más cómodo es posible que también se manifieste con menos reservas.
Una tarde se deja caer por la cooperativa y se presenta:
- Soy Benjamín Arbós, ¿te acuerdas de mí?
- Por supuesto, señor Benjamín, ¿cómo no
iba acordarme de una persona de su
importancia? ¿En qué puedo servirle?
- Venía a por los vales del guano.
- Se los extiendo ahora mismo.
Una
vez sentada la excusa de su visita, Benjamín lleva la conversación por otros
derroteros y, durante cerca de una hora, se dedica a tirar de la lengua al
secretario con la maestría que proporciona haber representado la misma escena
en infinidad de ocasiones. Al final, la impresión que Gimeno le produce no se
aleja mucho de lo que le han contado: evidentemente el joven es listo y parece
ambicioso. Aunque debajo de su oficiosa amabilidad ha creído detectar un
carácter más duro y con más aristas de las que aparenta.
En
cuanto se marcha el patriarca del clan, José Vicente cierra el despacho un poco
antes de la hora oficial de cierre, para eso es el jefe, y se dirige con paso
decidido a la Moda de París, será la única forma de ver a la joven dependiente
que tanto le impactó. Ha tratado de localizarla en los lugares donde se reúne
la gente joven del pueblo: el paseo del Rabal, los cines, en el baile de los
domingos, pero no la ha visto en ninguna parte. La campanilla que suena al
abrir la puerta hace que Lolita deje el libro que estaba leyendo. Aquí tenemos, se dice, al rijoso de las corbatas, el que me desnudaba con la vista. A ver
qué tripa se le ha roto hoy. Eso es lo que piensa, pero lo que aparece en su
rostro es la estereotipada sonrisa de la vendedora.
- Señor Gimeno, usted por aquí. ¿En qué puedo
servirle?
- Buenas tardes. Vengo a decirte que tenías
razón. El otro día tendría que haberme llevado alguna corbata más – el hombre
no ha encontrado otra excusa más plausible.
La
joven sonríe levemente lo que le da pie a José Vicente a darse cuenta de algo
que le pasó desapercibido la vez anterior y es que tiene unos dientes blancos y
parejos preciosos. Esta no es una dependiente corriente, piensa el hombre,
alguien se preocupó de niña por su boca.
- El pasado día ya me dio usted – la joven
sigue sin acceder al tuteo - la impresión de que era un hombre con carácter.
Ahora me lo confirma. Solo los que tienen una gran personalidad son capaces de
rectificar – y tras la interesada coba aparece la vendedora -. Entonces, ¿le
enseño más corbatas?