Sergio ha vuelto a la caja para concluir el trámite de concesión de la hipoteca
del apartamento que quiere comprar. Ahora sí se ha acordado de llevar su última
nómina para que el director de la caja le eche un vistazo.
- Con esas cifras no habrá problemas para
concederte la hipoteca – le informa Badenes -. Ahora bien, te voy a ser
sincero. No estoy autorizado para rebajar el interés del crédito porque los
porcentajes los fija la central, pero en el resto de condiciones digamos que
tengo un cierto margen de maniobra y estoy dispuesto a emplearlo en un caso
como el tuyo. Ten en cuenta que para Cajaeuropa es un aval de larga vida
financiera contar con clientes de tu juventud y tu futuro.
El
bancario hace una pausa como si esperase ver el efecto que sus halagos causan
en el cliente. No le hacen ninguno porque Sergio está pensando que el director
está presentando la negociación de la
hipoteca como si fuera la caja a quien se le hiciera el favor de aceptar su
crédito. A la vista de que no hay reacción, Badenes retoma la palabra:
- Si tu problema es el plazo de amortización,
esa es una cuestión negociable. Tienes veintiún años. Mucha vida por delante.
Ahora ganas ya un buen jornal y tus probabilidades de ascender en la empresa
son más que prometedoras, lo que equivale a que en el futuro tu salario será
muy superior. ¿Qué te parece un plazo de amortización de treinta años? Mejor
aún, pongamos treinta y cinco. Tendrás solamente cincuenta y seis años cuando
finalices de pagar la vivienda y estarás todavía en edad de disfrutarla
plenamente muchos años, junto con tu esposa e hijos, sin tener que volver a
desembolsar un duro. Eso equivaldría a una cuota mensual de… - el banquero
garabatea una cantidad en su bloc y se la muestra al chico.
Sergio reprime el ramalazo de miedo que le ha sacudido el cuerpo. Está
calculando mentalmente y las cifras le marean. ¿Cómo es posible que me esté
metiendo en semejante berenjenal?, piensa. Él que, hasta hace cuatro días, se
daba con un canto en los dientes cuando la magra paga semanal, que le daban sus
padres, le duraba la semana íntegra. Cierra los ojos por un momento y vuelve a
la realidad.
- Tengo más problemas señor Badenes. La
promotora me pide seis millones de pesetas de entrada y solo tengo la mitad. El
otro, es que voy a necesitar liquidez para amueblarlo, decorarlo, comprar los electrodomésticos
que faltan; en fin, para vestir el piso como dice mi… novia – Cada vez que ha
de mencionar a Lorena, el chico no sabe que apelativo darle.
- ¿Esos son todos tus problemas? Permíteme
recordarte que estás en Cajaeuropa y que nuestra prioridad es el cliente y solo
el cliente. Como me has caído simpático y vienes recomendado por Francisco, te
voy a hacer una oferta especial y única:
te vamos a conceder un crédito adicional para que puedas hacer frente a la
entrada y, además, la hipoteca tendrá un período de carencia de tres años, con
la única obligación en ese tiempo de devolver únicamente la cuota de intereses.
¿Qué te parece?
- Señor Badenes, me abruma con su
amabilidad. No me explico por qué la gente habla mal de los banqueros. Seguro
que es porque no le conocen.
- Muy amable de tu parte. Decididamente hoy
es tu día de suerte. Me he quedado con la copla de que tu novia quiere vestir
el piso como Dios manda. Aquí no entran todos los días clientes como tú. Me
refiero a gente tan joven, con estudios, bien educada y que saben lo que
quieren. Y eso bien merece un trato especial. Pon atención a lo que te voy a
decir.
Sergio sigue expectante las explicaciones que le ofrece el director de
Cajaeuropa sobre la hipoteca que ha solicitado. Son tantas y tan buenas las
razones que el bancario pone encima de la mesa que al joven el comentario le
sale del alma:
- Me abruma señor Badenes.
- Te voy a hacer una última propuesta para
que le hagas un regalo a tu novia que estoy seguro que la encantará y que te lo
agradecerá. La hipoteca, como te ha explicado la vendedora, es de treinta
millones de pesetas. Pues bien, te voy a ofrecer treinta y cinco. Sí, como lo
oyes, treinta y cinco – remacha el bancario al ver la carita de desconcierto
que se le ha puesto al joven.
Badenes hace una pequeña pausa para que el cliente vaya asimilando su
proposición. Prosigue:
-.
¿Qué por qué lo hago? En este pueblo hay una frase que solo se la he oído decir
a las personas mayores y que me encanta. Hay gente que paga con la cara. Me
precio de evaluar bien a mis clientes y tú eres de esos, de los que paga con la
cara. No hay más que echarte una ojeada para comprender que eres una persona
seria, responsable y de las que jamás dejará de saldar una deuda sea grande o
chica. Y por otra parte, y eso es fundamental, ganas un buen salario, trabajas
en una empresa solvente y tienes un gran futuro profesional por delante. El
dinero que Cajaeuropa va a poner en tus manos está tan seguro como si lo
depositara en el Banco de España.
- Muchas gracias, señor Badenes. Se lo digo
de corazón. Pero no necesito tantos millones. Ya me va a costar sangre hacer
frente al crédito de treinta, ¡con qué imagínese que sería enfrentarse a la
devolución de treinta y cinco!
- Piénsalo bien, Sergio. Esta última propuesta
no creas que la hago a humo de paja. Estoy pensando en tu novia más que en ti.
Con esa cifra estarás en condiciones de poder deducir la cantidad que vayas a
entregar por la entrada y destinarla a que tu novia pueda amueblar y decorar el
piso como le pete. ¿De acuerdo? Un ruego, este trato es absolutamente
confidencial. De todo esto ni una palabra. Si se corriera la voz que te he
ofrecido tantas facilidades, la oficina se llenaría de clientes exigiendo las
mismas condiciones. ¿Me das tu palabra?
Sergio ni se atreve a llevarle la contraria a
aquel hombre que, por momentos, parece haberse transfigurado en uno de los
Reyes Magos, puesto que más que una hipoteca se diría que le está ofreciendo un
saco lleno de regalos.
Mientras
está esperando a que el oficial de la caja cumplimente el montón de impresos
que tendrá que firmar hace, por enésima vez, un rápido cálculo mental. El mismo
ramalazo de antes le recorre el espinazo y vuelve a decirse que en menudo
berenjenal se está metiendo. Al finalizar los treinta y cinco años el monto del
principal más los intereses ascenderá, añadiendo los gastos notariales y
registrales, a una cifra cercana a los setenta y seis millones. Con lo que
devolverá el ciento veinte por ciento de la cantidad prestada. Un profe de su
antiguo colegio a eso lo llamaría usura.
El
joven se siente como si estuviese en una especie de tobogán por el que se
desliza hacia una meta incierta. O como si se hubiera excedido bebiendo y la
borrachera le empujase a realizar acciones que estando sobrio jamás las hubiese
hecho. No es capaz de racionalizar lo que le está ocurriendo y a falta de un
asidero lógico al que agarrarse, lo que le sale del hondón de sus sentimientos
es elevar en silencio una plegaria: Virgen del Amor Hermoso que no me falte el
trabajo, porque si no, ¿cómo podré devolver ese dineral?