La
mujer se desprende de los brazos que han estado aprisionándola y mira al hombre
con los ojos entornados y una sonrisa maliciosa.
- Como estás hoy. Parece como si tuvieras veinte
años.
- La culpa es tuya. No he podido verte en los
tres últimos días.
- No creas que no lo he sentido, pero
mientras tenga que ayudar a mi marido en las tareas del campo, y más en tiempo
de cosecha, voy a tener que estar casi todo el día fuera de casa.
- ¿Y eso no habría forma de arreglarlo?
- Posiblemente, pero para ello debería de
tener una excusa para quedarme en casa. Y lo he estado pensando, no creas. Otra
historia sería si tuviera una tienda o algún establecimiento, entonces tendría
que atenderlo y Rosendo debería apañárselas solo.
- ¿Un establecimiento como un bar?
- No, un bar no, dan mucho trabajo y hay que
tenerlos abiertos todo el día. Mejor una tienda de esas que tienen horario
fijo, de tal a tal hora. Así tendría tiempo para atenderlo, cuidar de mi madre
y podríamos vernos todos los días.
Milagros lo tiene muy pensado. Pretende abrir una mercería en la que
también se cogerían puntos de media y para ello necesita la ayuda económica del
médico. No quiere pedírsela directamente, ha de maniobrar para que la propuesta
parta de él. Y debe de hacerlo antes de que Lapuerta se canse de ella, porque
sabe que más pronto que tarde se le pasará la fiebre. Y eso puede ocurrir en
cuanto comience a propagarse el rumor de que están liados. Cualquiera sabe cómo
reaccionará doña Angustias, puede montar una buena, con lo orgullosa que parece
ser. En cuanto al Rosendo, por ahí no hay peligro, sobre todo si consigue que
Manolo le monte la tienda. Su marido es de los de dame pan y llámame tonto.
- Una tienda, eh. Me parece buena idea. ¿Has
pensado en algo concreto?
- Desde luego tendría que ser algo pequeño
que lo pudiese llevar yo sola, que no diese un trabajo excesivo y que no fuese
muy cara de montarla y mantenerla. Creo que lo más que se ajusta a esas
condiciones sería una mercería, pero solo con los artículos propios de un
establecimiento de ese tipo como hilos, cintas, puntillas, botones, lanas; en
fin, todas esas cosas que nos chiflan a las mujeres. Si tuviera dinero ya la
habría puesto.
- Por el dinero no te preocupes.
Lapuerta
al entrar en casa, le echa una ojeada al cuaderno en el que su mujer anota los
avisos de visitas. Le sorprende encontrar el nombre de Sanchís, el boticario.
- Angustias, ¿qué quería Pepe?
- No me lo ha dicho. Dice que no es necesario
que vayas a verle, que volverá.
Al
día siguiente, Lapuerta recibe la visita del farmacéutico. Le hace un
reconocimiento y no encuentra ninguna disfunción significativa, salvo el
problema prostático que Sanchís arrastra hace años.
- Estás como un chaval, Pepe. En cuanto a la
próstata la tienes algo inflamada. Te sugiero que vayas a ver al urólogo y que
te eche un vistazo. Yo ahí poco puedo hacer.
- Ya me lo imaginaba… Bueno, ¿y qué cuentas?
Últimamente se te ve poco por el café.
- Es que tengo mucho trabajo – Manuel no está
por dar demasiadas explicaciones y cambia de registro - ¿Qué sabes de tu
sobrino, cómo le va por Avilés?
- No le reconocerías. Se ha echado encima un
montón de quilos y bebe más que una esponja…, pero parece feliz. En honor a la
verdad he de decir que, personalmente, me fastidió que se casara con la moza asturiana
y más que se fuera a Avilés. Ya sabes que pensaba traspasarle la farmacia
cuando me retirase, pero ya ves, una vez más el hombre dispone y… la mujer todo
lo descompone. Aunque no soy justo diciendo eso. Lo cierto es que María José es
una gran chica y creo que Enrique acertó casándose con ella, por mucho que me
hiciera la santísima.
- Bueno, si es feliz eso es lo que importa,
todo lo demás, al final, humo. Tuvieron un crío, ¿no?
- Ya tienen dos. Una parejita de guajes como
les llama la avilesina.
- ¿Y la farmacia qué tal les va?
- Fenomenal. Allí hay mucho dinero. Están
construyendo unos altos hornos que van a ser más importantes que los de Vizcaya
y el parné circula que da gusto. En eso si ha ganado no quedándose aquí.
Cambiando de tercio: ¿te ha llegado el rumor de qué Gimeno podría irse a
Valencia?
- Algo he oído.
- Pues sí se va, ya podemos prepararnos para
otra batalla entre sus sucesores. ¿Quién crees que se va a quedar con la vara
de mando?
- Es difícil predecirlo. En esta ocasión, a
diferencia de otras, no hay aspirantes nítidos al cacicazgo.
- ¿Podrían volver los Arbós?
- Hombre, los Arbós nunca se han ido del
todo, aunque desde que falleció Benjamín la decadencia de la familia ha sido
notoria. Continuarán manteniendo su cuota de poder pero sin dar la cara.
Tratarán de seguir influyendo por personas interpuestas, pues Rodrigo tiene
poco fuste, Antonino y Gonzalo no cuentan y entre los sobrinos no veo a ninguno
con talla suficiente para tomar las riendas.
- ¿Crees que Paco Vives podría tener chance
otra vez?
- Pues todo es posible, pero lo dudo. Puestos
a especular, y lo digo porque no tengo ninguna base para sustentarlo, apostaría
a que si se confirma la marcha de Gimeno le sucederá un funcionario,
debidamente tutelado, claro.
- ¿Y por qué precisamente un funcionario
debidamente tutelado?
- Ya te digo que es una mera especulación,
pero intuyo que los tiros pueden ir por ahí. ¿Por qué un funcionario? Porque la
mentalidad funcionarial le cuadra a este pueblo como un guante. Se trata de dar
la impresión de que algo cambia para que todo permanezca igual. Y los
funcionarios suelen ser maestros en el arte de dar más importancia al parecer
que al ser. En cuanto a que esté debidamente tutelado, sabes tan bien como yo
que los que siempre han cortado el bacalao no dejarán de embridar a quien,
oficialmente, tome las riendas del poder.
El
auténtico motivo de la visita de Sanchís no es interesarse por el estado de su
próstata, ni comentar como le va la vida a Enrique, ni chismorrear sobre la
política local; es otro muy diferente y del que lleva algún tiempo dándole
vueltas sobre si debería decírselo a Lapuerta. Tras mucho meditarlo, ha
decidido que será la mejor prueba de amistad que puede ofrecer a su amigo, aunque
pudiera ocurrir que a éste no le hiciera ninguna gracia. Lo que termina por
decidirle es que sabe que el rumor ya está corriendo por los mentideros locales
y es consciente de que posiblemente él sea la única persona que se atreva a
planteárselo.
- A propósito, Manolo, hace tiempo que quería
decirte una cosa. Le he dado muchas vueltas sobre sí sería lo más prudente,
pero al final he llegado a la conclusión de que si no te lo digo yo no te lo va
a decir nadie. Y si lo hago es porque me precio de ser buen amigo tuyo y porque
tengo por ti un gran respeto, como persona y como profesional. Espero que
entiendas que no es mi intención entrometerme en tu vida ni dar lecciones de
moral a nadie...
Es
oír la palabra moral y el médico presiente lo que le va a decir el
farmacéutico, pero le deja terminar.
- Simplemente sugerirte que deberíais ser más
discretos.
Sobre ser discretos quien podría darle unas cuantas lecciones al médico
es Lola. Y eso en un pueblo pequeño es algo memorable y difícil, muy difícil.