El
invierno del cuarenta y siete está siendo realmente duro, y a lo largo de enero
el Mediterráneo, contradiciendo su supuesta fama de mar apacible, registra
fuertes temporales. En uno de ellos, de brutal violencia, gigantescas olas
superan el cinturón de gravas y cantos rodados del litoral y terminan
estrellándose contra las humildes casitas de la costa de la Marina de Senillar.
Los bajos de las viviendas se ven invadidos por las aguas que alcanzan tal
nivel que llegan a amenazar la vida de los habitantes. Se da la voz de alarma y
el Ayuntamiento organiza una expedición para socorrer a los pocos marineros que
siguen residiendo en el poblado, se les sube al pueblo provisionalmente hasta
que pase la tormenta. Cuando el temporal amaina el paisaje que deja tras sí es
desolador: las barcas de pesca han sido arrastradas tierra adentro y han
quedado varadas en los lugares más impensables y, lo que es peor, muchas
destrozadas; la mayoría de las casas han sufrido importantes desperfectos, en
algunos casos estructurales, y el mobiliario y los enseres han quedado
inservibles. Es la ruina total. Las escasas familias que, contra viento y
marea, seguían viviendo en el poblado marítimo dan la guerra por perdida y,
como hicieron anteriormente la mayor parte de sus convecinos, deciden emigrar
hacia otras poblaciones mejor resguardadas de los embates marinos y que cuentan
con puerto donde amarrar las embarcaciones. En apenas unas semanas la casi
totalidad de las familias que restan salen del poblado en dirección, la
mayoría, al Grao de Valencia y a Denia. La Marina, salvo media docena de
familias que resisten numantinamente, queda convertida en una población
fantasma donde solo gorriones y vencejos pasean por los tejados y cornisas de
las abandonadas viviendas.
La
tempestad provoca el enésimo enfrentamiento entre el alcalde y el jefe local.
Vives es partidario de pedir a las autoridades que construyan un puerto, un
refugio pesquero o, al menos, una escollera para que el mar no vuelva a invadir
el poblado. Gimeno opina que, dadas las características del litoral, plano y
sin relieves, y el añadido del contiguo territorio de las turberas del humedal y de la marjalería, hacen poco menos que inviable la construcción de un
puerto que, además, no podría sostenerse económicamente dada la inexistencia de
embarcaciones. Resultaría más barato para el gobierno, dice, edificar un chalé
a cada marinero que construir una dársena. Una vez más, es el alcalde quien
toma la iniciativa y la petición de construir algún tipo de defensa para salvar
la Marina sale directamente desde el Ayuntamiento hacia el Ministerio de Obras
Públicas. Vives, en una jugada que considera astuta, ha preferido nuevamente
eludir la intervención de las autoridades provinciales porque teme que, en ese
ámbito, Gimeno y sus aliados puedan torpedear el proyecto, en cambio en Madrid
el plan no corre tantos riesgos porque lo más seguro es que sus rivales
políticos no conozcan allí a nadie.
Gimeno
lo ha convertido ya en hábito y le cuenta la resolución del alcalde a la que,
cariñosamente, denomina su consejera áulica quién, como ya pasó otras veces,
tiene una opinión distinta de la suya.
- No estaría mal que se hiciese algo para
salvar el poblado de la Marina y la propia playa – opina Lolita ante la
desilusión de José Vicente.
- Por supuesto, Lolita, pero me gustaría ser
yo el salvador y no Vives.
- Entonces lo que debes de hacer es
adelantarte a las iniciativas de Paco. Tu problema es que siempre vas a rebufo.
- Poco me ayudas hoy.
- Sí es que me da rabia que muestres tan poca
determinación porque eso nos obliga – Vuelve a emplear el plural de primera
persona involucrándose en la controversia - a jugar a la contra.
- Te prometo que no volverá a pasar, pero es
que la resolución la tomó Vives sobre la marcha. No dio tiempo a nada. Por eso
el único movimiento factible que veo es poner a la gente de Valencia en contra
de la petición arguyendo que les ha puenteado, algo que es cierto y que les va
a sentar a cuerno quemado.
- Eso está bien pensado, José Vicente, aunque
sigo opinando que la Marina merece ser salvada.
- Estoy de acuerdo en proteger el poblado,
pero de lo que se trata es que Paco no se apunte el tanto, luego haremos lo que
sea.
Gimeno vuelve poner a las autoridades de Valencia en contra del alcalde.
- …y explícale al jefe, Germán, que clase de
fulano es Vives. El problema no es la petición en sí ni que no me haya tenido
en cuenta, eso importa poco, lo peor es que al jefe también le ha puenteado.
Fíjate si es patán que envía la solicitud directamente a Madrid, como si en el
ministerio fueran a tomar alguna resolución sin contar con los pertinentes
informes provinciales. Es un tipo de cuidado este personaje, decidido e
ignorante que es una combinación de lo más peligrosa.
- Pierde cuidado, José Vicente, en el primer
despacho que tenga con el jefe le pondré sobre aviso.
En
verdad a Gimeno, en estos momentos, más que su enfrentamiento con Vives lo que
le preocupa es otra cuestión: sus recién descubiertos sentimientos. Lo que
siente por Lolita se ha convertido en una especie de círculo vicioso: cuanto
más piensa en ella más convencido está de que es la mujer de su vida, cuanto
más se reafirma en sus sentimientos más insoportable le resulta continuar
viviendo como si no los tuviese. No puede seguir así. Va a terminar
desquiciado. Duerme mal, está inapetente y cumple penosamente con su trabajo.
Cada vez que ve a Lolita su existencia se convierte en un sinvivir, de tal modo
que la relación con la joven se ha convertido en una especie de suplicio de
Tántalo, tener al alcance de la mano lo que más desea y no poder conseguirlo. Y
se siente más solo que nunca, no tiene a nadie con quien desahogarse, alguien a
quien contar sus obsesiones, sus angustias… Un buen día termina sincerándose
con su amigo Guillermo Bruñó.
- … y eso es lo que me pasa. Te juro que estoy
desconcertado. Creo que por primera vez en mi vida no sé qué camino tomar ni
qué diablos hacer.
- Ahora me explico tu conducta de los últimos
meses. Me daba en la nariz que te pasaba algo, pero nunca pude imaginar que
fuera una cosa así. Chico, parece que te dio fuerte y comprendo cómo te
sientes. Lo que no acabo de entender es la actitud tan negativa que tienes. Tu
comportamiento no es propio de alguien como tú que filtra todas las acciones a
través del tamiz de la razón.
- Ahí reside el principal problema, que no
estoy hablando de razonamientos sino de sentimientos. Si experimentaras lo que
siento, me comprenderías mejor. Y si conocieras a Lolita tan bien como yo entenderías
perfectamente el porqué de mi amargura. Me acepta como compañero, hasta como
amigo, pero no quiere saber nada de mí como hombre.
- Vamos a ver, José Vicente. Hay algo que no
me cuadra. Dices que no quiere saber nada de ti, pero estáis juntos la mitad de
los días y no te cansas de decir que es tu mejor colaboradora. ¿Cómo se
compadece todo eso con lo de que no quiere saber nada de ti? No lo entiendo, la
verdad.
- La explicación es bastante simple,
Guillermo. Todo lo que acabas de decir es cierto, pasamos juntos mucho tiempo y
es mi mejor asesora. La cuestión es que he descubierto que quiero algo más de
ella y ahí es donde reside el quid de la cuestión. No tiene inconveniente
alguno en que seamos amigos, pero no quiere oír hablar de que demos un paso más
allá de la amistad.
- ¿Y cómo puedes estar seguro de ello, acaso
se lo has preguntado?