Siguiendo con su inveterada costumbre, Ponte
abre el ordenador y pincha El País. La noticia principal que el rotativo madrileño
lleva a su portada es, como no podía ser de otro modo, la referida a las
gestiones para la formación de un nuevo gobierno: Rajoy y Rivera abren una nueva fase de colaboración limitada. Estos
políticos que tenemos, piensa el viejo, que mal llevan lo de pactar, se enrocan
en sus posiciones de partida y así no hay forma de llegar a ningún acuerdo.
También destaca el periódico una información internacional: Los desplantes de Trump sumen en una crisis
al Partido Republicano. Ese tipo parece un broncas, se dice Ponte, ¿será
posible que los norteamericanos le elijan presidente? Y no sigue leyendo más
porque ni tiene ganas ni le interesa demasiado lo que puedan contar los medios.
Se levanta para desayunar y en la cocina encuentra a Luis que se le ha
adelantado.
-Buenos
días, Manolo, he hecho unas tostadas por si te apetecen.
-Gracias.
Cuando vea a Matilde le voy a decir que tiene un marido que como amo de casa
vale un Potosí.
-Pues si lo
haces se te va a reír en la cara porque repite a quien quiera oírla que soy el
marido más inútil del mundo que, por no saber, no sabe ni freír un huevo –y
cambiando de tema, pregunta-. ¿Te parece que estrenemos la temporada de baños?
Con lo que calienta Lorenzo el agua debe de estar apetecible.
-Por mí, encantado.
¿Qué cojo para la playa?
-El pack
playero al completo: toalla, crema solar, una botella de agua o de lo que bebas
habitualmente, un gorro y en la terraza están las esterillas, las sillas
plegables y la sombrilla.
-¿Voy a
poder con tantos trastos? –pregunta con un punto de ironía Ponte.
-Tú puedes con
lo que te echen, aunque sea ganado de tienta.
Cargados con todos los bártulos los dos
viejos se dirigen a la playa. La distancia es corta, debe de haber poco más de
doscientos metros desde la urbanización a la playa que, según ha explicado
Álvarez, es la que se denomina Torrenostra, la más extensa y antigua. Cuando
llegan Ponte se sorprende al ver el panorama: prácticamente solo hay una
primera fila de veraneantes tumbados en la arena, el resto del amplio arenal
está vacío, lo que le lleva a preguntar:
-Oye, Luis,
si el cuatro de agosto la ocupación es la que veo, ¿cómo estará esto en
temporada baja?
-Ya puedes
imaginarlo. Una sombrilla aquí, unas toallas algunos metros más allá, otro
grupito algo más alejado, una pareja en un rincón; en definitiva, unas pocas
decenas de personas. Es uno de los misterios que según Nacho hace tan atractivo
este lugar, que unas playas tan estupendas estén tan solitarias. Solo te voy a
dar un dato: aquí hasta hace un par de años lo normal era que la gente plantase
el parasol cuando llegaba y no lo recogía hasta el día de la partida. Siguen
haciéndolo, pero ahora dos días a la semana hay que guardarlos para que las
máquinas que limpian la playa no se los lleven por delante. Con eso está dicho
todo.
-¿Hasta
dónde se puede llegar sin que el agua te cubra? –pregunta Ponte puesto que,
como hombre de secano, la natación no es su fuerte.
-Huy, para
que te llegue el agua al cuello hay que entrar cincuenta o sesenta metros. El
declive es muy suave.
-Vaya día
luminoso y claro que hace.
-¡Me acabas de
dar una idea! –exclama Álvarez-. Esta tarde, cuando acabemos la partida vamos a
coger el coche y te voy a llevar un trecho por la carretera de Vilanova d´Alcolea
que está detrás de la cadena de lomas del oeste y desde allí te enseñaré las Islas
Columbretes.
-Vaya, no
sabía que por aquí había unas islas.
-Bueno, más
bien islotes. Son un conjunto de cuatro grupos de islas volcánicas que están a
unos cincuenta y tantos kilómetros del Cabo de Oropesa. También existen
numerosos escollos y bajos. Y están despobladas pues son muy pequeñas. En la
isla más grande, llamada Illa Grossa,
hay un faro. Y el entorno del archipiélago está declarado Reserva Natural
Marina, creo que tiene una fauna marina espectacular.
Mientras los dos vejetes se remojan y hasta
dan unas brazadas en las tranquilas y cálidas aguas, el andaluz Salazar tiene
un plan muy diferente. Hoy, después de repetidas intentonas, ha conseguido que
Anca acepte su invitación para comer. Es el día en el que esta semana libra la
camarera. Generalmente lo pasa con su novio, pero están de morros y ella ha
decidido castigarlo. Curro ha quedado con la joven que la recogerá a la salida
del pueblo porque ella prefiere que no la vean subirse en el coche de un
forastero. Lo del foraster, según se
dice en valenciano, es una de las peculiaridades lingüísticas locales, como ha
podido detectar Curro, a los que no son del pueblo y aunque sean valencianos no
suelen llamarles guiris, turistas, metecos o veraneantes, los engloban a todos
con el mismo vocablo: forasteros. Cuando Curro ve acercarse a la muchacha nota
como su virilidad se despabila pues la verdad es que la joven es un bocado más
que apetitoso. El hombre, galantemente, le abre la puerta del coche.
-Buenos
días, princesa, eres tan puntual que podrías pasar por inglesa. ¿Dónde quieres
que te lleve a comer?
-Donde
quieras, pero fuera del pueblo.
-Por
supuesto. ¿En qué restorán te gustaría comer en el que no hayas estado nunca?
-Vicentín
–así se llama su novio-, desde hace tiempo me tiene prometido llevarme a Can
Roig, un restaurante que está en la Guía Michelín, pero hasta ahora, por unas
cosas o por otras, no ha cumplido. Yo creo que porque tiene fama de ser el más
caro de la zona, bastante más de los que me lleva habitualmente. Y me apetece
mucho conocerlo y probar sus platos que dicen que son de categoría.
-Pues hoy,
princesa, vas a comer en Can Roig y, como tú mereces lo mejor, vamos a pedir
los platos más caros que haya en la carta. Que no se diga que Curro Martínez es
un jodío rácano como el pobre Vicentín.
-Vicentín no
es pobre, su familia es una de las más ricas del pueblo.
-Será como
tú dices, princesa, pero si no te ha llevado a comer a un restorán que a ti te
peta conocer es porque es más agarrao que un chotis. Vamos para allá, pero tendrás
que indicarme el camino, porque aunque este coche lleva GPS no me fío un pelo
de esos artilugios. Sé de un tío que, por fiarse del aparato, terminó
estrellándose en el malecón del Arsenal de la Carraca cuando donde quería ir
era a Puerto Real.
-Vamos a ir
hasta Torrenostra y luego cogeremos el Camí del Campàs, a unos pocos kilómetros
está el restorán, al ladito mismo del mar.
-Antes voy a
repostar.
-Prefiero
que no lo hagas en el pueblo, en la estación de servicio me conocen, casi todos
los que trabajan allí son rumanos. Lo que haremos será cambiar de ruta. Coge la
nacional trescientas cuarenta en dirección a Barcelona hasta la salida de
Alcossebre, en esa carretera hay una estación de servicio, puedes repostar
allí. Luego ya te indicaré.
A pocos kilómetros de Torreblanca, Curro
coge la salida señalada por la joven y, en efecto, a unos centenares de metros
hay una gasolinera, llena el depósito y siguen. Inmediatamente pasan por debajo
de un puente por encima del cual discurre la vía férrea. Enseguida aparece una pequeña
rotonda en la que Anca le muestra la dirección a seguir. En cuanto llegan al
núcleo urbano de Alcossebre, la joven le dirige hacia el sur.
-Por aquí
cogemos la carretera que bordea el mar. No vayas muy aprisa, siempre hay gente
andando por los arcenes.
Curro coge la estrecha carretera con bastantes
curvas pues se va plegando a los entrantes y salientes de las diversas caletas.
Al poco tiempo y, tras una curva cerrada, cruzan lo que parece una rambla arenosa
y se topan con un casal en cuyo tejado hay un rótulo que pone Can Roig. Delante
del restorán se ven aparcados un buen número de coches.
-Esto parece
que está hasta los topes.
-Tendríamos que
haber llamado antes para reservar. Seguro que no hay sitio –se lamenta Anca.
-Tranqui,
princesa, que vas al lado de un hombre de los de verdad, no de un pelagatos
como tu Vicentín.
La recepcionista que les atiende les dice,
como sospechaba la joven, que no hay sitio, está todo reservado. Es el momento
en que Curro despliega todo su savoir faire.
Pide ver al maitre, le desliza
discretamente en la mano un billete de cincuenta euros al tiempo que afirma con
gran aplomo que es el señor Martínez de Torrenostra y que tiene reservada una
mesa para dos en la terraza.
Cuando se sientan en la mesa a la que les ha
conducido personalmente el maitre,
Anca no deja de mirar a Curro entre encandilada y emocionada pues ha visto la
maniobra de su acompañante. Es la primera vez que alguien se gasta tanto dinero
en ella simplemente para conseguir una mesa en un restorán. Desde ese instante
mira al hombre con nuevos ojos, con otra mirada, como si fuera un extraño a
quien terminase de conocer. Vista la reacción de la joven el prófugo, que no es
precisamente un exquisito sino un machista a la vieja usanza, se dice:
-Curro, hoy te la pasas por la piedra.
PD.- Hasta
el próximo viernes