En la madrugada del dieciséis de agosto,
cinco de las personas que el día anterior estuvieron en la habitación de Curro
Salazar, y que no hicieron nada para proporcionarle asistencia médica, están
abandonando la Costa de Azahar. Ninguno conoce la defunción del exsindicalista,
aunque todos ellos son conscientes del mal estado en el que le dejaron. Unos se
van con la impresión de que no hicieron lo que debían, otros con la sensación
de haber cumplido su cometido, pero todos tienen la percepción de que el asunto
Salazar ha finiquitado para ellos. Ahora habrá que pasar página, aunque no
pueden olvidar que la instrucción del caso ERE sigue su curso. Es como una
pesadilla que uno no sabe cuándo va a terminar.
El matrimonio Pacheco-Hernández viaja en
dirección a Sevilla, se han olvidado del plan que tenían de pasar un día en
Alicante a la vuelta. Tienen el rostro serio y una arruga de preocupación se
les marca en la frente. Apenas si han vuelto a hablar de lo que ocurrió en el
cuarto de Salazar la tarde anterior, pero a ninguno de los dos se les va de la
cabeza la imagen de Curro derrengado en el sillón y respirando con dificultad.
Cuando llevan un buen trecho de camino, Alfonso, que no sabe el alcance que ha
podido tener su empujón, es quien saca el asunto a colación.
-¿Cómo debe
estar Curro?, parece que le dio como un ataque, aunque no me lo explico porque
mi tantarantán tampoco fue para tanto.
-Por mí como
si la palma. Un mala follá menos en el mundo –Macarena persiste en su rencor
hacia el exsindicalista.
-Creo que
tendríamos que haber llamado a un médico –se lamenta Alfonso.
-Los fulanos
como Curro tienen siete vidas como los gatos, a buen seguro que a estas horas
está tomando el sol en la playa. ¡Así le caiga un rayo y lo deje tieso! –Es la
respuesta de la mujer. Visto el talante de su esposa, Pacheco se dice que no
está el horno para bollos y que es mejor callarse.
Jaime Sierra es otro de los que también está
en camino a la ciudad de la Giralda. No ha llamado a Pacheco disculpándose por
no haber asistido a la cita que tenían el día anterior, tampoco se ha puesto en
contacto con la gente de su camarilla. Se ha limitado a recoger su sobrio
equipaje, lo ha metido en su coche, ha liquidado la cuenta del hotel de Marina
d´Or y se ha puesto en la carretera. El exdirector de la Agencia IDEA no tiene
con quien comentar lo que ha pasado, pero su cabeza no hace más que darle
vueltas a la visión de un Curro muy jodido. Tiene la mala conciencia de no
haberle ayudado, pero también se dice que si el gaditano la palma pues mejor
para todos. Se autoafirma en que su partida es lo mejor que ha podido hacer, no
meterse en líos, y recuerda lo que solía decir su padre sobre los que juegan a
salvadores: quien se mete a redentor, sale crucificado.
Otro de los que se dirige a Sevilla, en este
caso en tren y vía Madrid, es el Chato de Trebujena. Al contrario que los
anteriores, Pepillo ha abandonado su alojamiento de Alcossebre con la
satisfacción de haber cumplido su misión al cien por cien. Su aguante y su
decisión le han permitido dejarle bien clarito a Curro lo que le puede pasar si
se va de la lengua. Y un par de buenos puñetazos han puesto la guinda al aviso
a navegantes. Cuando se lo cuente a Juan Antonio Almagro, su jefe, a buen
seguro que le felicitará por su excelente trabajo. Y se va a llevar unos buenos
dineros que falta le hacen. “Ar finá, ha sio un trabajito fásil”, piensa.
Inopinadamente se acuerda de Rocío Molina, le hubiera gustado tener más tiempo
para trabajársela porque su paisana sigue teniendo un buen polvo, quizá en
Sevilla pueda tener la ocasión.
Carlos
Espinosa también ha emprendido viaje, pero en su caso ha cogido el vuelo
Valencia-Málaga. Tiene una sensación agridulce. Por un lado está disgustado por
no haber podido convencer a Salazar de que la mejor salida era la de huir al
extranjero. Se consuela diciéndose que la salud del exsindicalista ha jugado
contra él, por eso no ha contado con tiempo suficiente para reiterarle su
propuesta. Por otro, se asombra de haber sido capaz de envenenar a Salazar o,
al menos, de haberlo intentado porque no está plenamente seguro de haberlo
logrado. En este hecho también el factor tiempo jugó contra él, si no hubieran
aparecido la camarera y la que se jacta de ser novia de Curro habría podido
hacerle beber más tragos de la botella de coñac en la que había diluido el
raticida. Piensa que si no se lo ha cargado él igual lo hace el georgiano. Lo
que no acaba de tener claro es el propio hecho de su marcha. “La verdad, es que
no sé porque me ha dado la venada de irme…”. Para animarse saca un laqueado
pastillero y abre un falso fondo en el que lleva su tesoro. Tras esnifar unas
rayas se siente más optimista.
Precisamente, el georgiano al que ha
recordado Espinosa está barajando si irse o quedarse. La opción de marcharse se
la plantea porque aquellas dos mujeres que aparecieron en la habitación cuando
estaba ahogando a Salazar le pueden denunciar a la policía, y si se queda en
Las Villas de Benicàssim posiblemente sea más fácil de localizar que en la
Costa del Sol donde cuenta con muchos y seguros escondites. La opción de quedarse
es la que le dicta su orgullo de sicario por un lado y por otro el temor que
siente hacia el capo de su banda si no cumple el encargo recibido. Al final
puede más lo último y decide no irse hasta saber si Salazar está vivo o muerto.
Piensa que volver a Torrenostra es arrostrar el riesgo de que alguien le
reconozca, pero de pronto se da una palmada en la frente, no necesita volver a
aquella playa, para eso Antonio Meucci –y no Graham Bell como se cree- inventó
el teléfono. Busca entre los datos sobre Salazar que le proporcionaron hasta
que encuentra el número del hostal. Antes de llamar repite varias veces la
frase que va a decir hasta lograr pronunciarla sin apenas acento, luego llama:
-Me pone con
Francisco Martínez, por favor.
-Lo siento,
el señor Martínez ya no está –Es la escueta respuesta.
-¿Cuándo volverá?
–insiste Pakelia.
La persona que está contestándole vacila
unos segundos hasta que vuelve a responder:
-El señor
Martínez murió ayer -y sin más explicaciones cuelga el aparato.
Pakelia se ha quedado con las ganas de saber
más sobre las causas del fallecimiento de su objetivo, pero se dice que mejor es
no tentar la suerte. A él le han pagado, y generosamente, para liquidar a
Salazar y éste ha pasado a mejor vida, por lo que puede afirmar que trabajo
cumplido. El hecho de que la muerte haya sido obra de él o que haya palmado por
otras causas es irrelevante. Podrá contar, sin faltar un ápice a la verdad, que
lo ahogó, aunque sigue con la duda de si estuvo apretando el almohadón el
tiempo suficiente para ello. Ahora lo que tiene que hacer es largarse de allí
cuanto antes. Empaca sus pertenencias y sin dilación se pone en camino hacia su
refugio malacitano de Fuengirola.
Con la partida del georgiano solamente dos
de los que vinieron a hablar con Curro siguen estando en la Costa de Azahar:
Rocío Molina y Francisco José Salazar. La exnovia del sindicalista continúa en
las dependencias del cuartel de la Guardia Civil en Torreblanca, donde a
primeras horas de la mañana ha sido llevada a la salita de interrogatorios
donde la espera el comandante del puesto que se ha permitido unas cortas horas
de sueño. Rocío, en cambio, apenas si ha echado una cabezada, tiene mucho en
qué pensar. Se da cuenta de que sabe muchas cosas sobre la pasada tarde y que
quizá sea la única que puede contarlas. Vio como el Chato quiso entrar en la
habitación de Curro cuando estaba ella y, aunque no lo sabe a ciencia cierta,
aseguraría que debió volver a entrar, luego vio subir a la primera planta a
Espinosa al que ella y Anca pillaron dándole de beber coñac a Curro, ¡que tiene
guasa la cosa con lo malito que estaba!, después cuando volvieron del cuarto de
herramientas se encontraron con un guiri que estaba poniéndole a Curro una
almohada bajo la cabeza… Todos esos datos forman un totum revolutum en su
cabeza que no sabe cómo manejarlos: si contárselo a los civiles o guardárselo
para ella y soltarlos cuando le pueda interesar. Aunque no es culta sí es lo
suficientemente avispada para saber que una información así puede valer su peso
en oro. Tras sopesar los pros y contras, opta por contarles a los guardias una
versión parcial de lo que sabe.
Mientras tanto, ha llegado al cuartel de la
Guardia Civil un fax del Juzgado de Instrucción número 4 de Castellón en el que
se informa sobre la filiación completa de Francisco Salazar Jiménez, así como
de la orden de busca y captura que pesaba contra él. Al leerlo el sargento lanza
un silbido, lo que parecía ser una muerte más o menos accidental se convierte en
un caso que puede tener un eco de alcance nacional. Justo lo que necesitaba
para darle un empujón a su carrera que hace tiempo que se estancó. Tendrá que
afinar en los interrogatorios a los pichones.
-Su
documento nacional de identidad, por favor –le pide el sargento a Rocío para
constatar los datos del DNI con los que figuran en el atestado que ha elaborado
el guardia que la encontró en el almacén de Vicentín.
-Señora
Molina, ¿qué relación tenía con el fallecido Francisco Salazar? –al leer las
dudas en el rostro de la andaluza el sargento la conmina-. No me haga perder el
tiempo y cuénteme la verdad. Será lo mejor, sobre todo para usted.
-Era mi
novio.
-¿Y cuál era
motivo de que estuviera en la habitación del extinto?
-Fui… -duda
de si enjaretarle una patraña al guardia civil, pero la admonición del
suboficial la lleva a contar la mitad de la verdad porque piensa que no puede
ser bueno para ella decir que estaba alertando a un prófugo-…, fui a pedirle
dinero para saldar una hipoteca que pagábamos a medias.
-¿En qué
momento de la tarde estuvo en la habitación del fallecido?
-No lo
recuerdo con exactitud.
-Señora, no
se lo volveré a repetir: no me haga perder el tiempo.
PD.- Hasta
el próximo viernes