"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 28 de septiembre de 2018

71. Unos se van, otros se quedan


   En la madrugada del dieciséis de agosto, cinco de las personas que el día anterior estuvieron en la habitación de Curro Salazar, y que no hicieron nada para proporcionarle asistencia médica, están abandonando la Costa de Azahar. Ninguno conoce la defunción del exsindicalista, aunque todos ellos son conscientes del mal estado en el que le dejaron. Unos se van con la impresión de que no hicieron lo que debían, otros con la sensación de haber cumplido su cometido, pero todos tienen la percepción de que el asunto Salazar ha finiquitado para ellos. Ahora habrá que pasar página, aunque no pueden olvidar que la instrucción del caso ERE sigue su curso. Es como una pesadilla que uno no sabe cuándo va a terminar.
   El matrimonio Pacheco-Hernández viaja en dirección a Sevilla, se han olvidado del plan que tenían de pasar un día en Alicante a la vuelta. Tienen el rostro serio y una arruga de preocupación se les marca en la frente. Apenas si han vuelto a hablar de lo que ocurrió en el cuarto de Salazar la tarde anterior, pero a ninguno de los dos se les va de la cabeza la imagen de Curro derrengado en el sillón y respirando con dificultad. Cuando llevan un buen trecho de camino, Alfonso, que no sabe el alcance que ha podido tener su empujón, es quien saca el asunto a colación.
-¿Cómo debe estar Curro?, parece que le dio como un ataque, aunque no me lo explico porque mi tantarantán tampoco fue para tanto.
-Por mí como si la palma. Un mala follá menos en el mundo –Macarena persiste en su rencor hacia el exsindicalista.
-Creo que tendríamos que haber llamado a un médico –se lamenta Alfonso.
-Los fulanos como Curro tienen siete vidas como los gatos, a buen seguro que a estas horas está tomando el sol en la playa. ¡Así le caiga un rayo y lo deje tieso! –Es la respuesta de la mujer. Visto el talante de su esposa, Pacheco se dice que no está el horno para bollos y que es mejor callarse.
   Jaime Sierra es otro de los que también está en camino a la ciudad de la Giralda. No ha llamado a Pacheco disculpándose por no haber asistido a la cita que tenían el día anterior, tampoco se ha puesto en contacto con la gente de su camarilla. Se ha limitado a recoger su sobrio equipaje, lo ha metido en su coche, ha liquidado la cuenta del hotel de Marina d´Or y se ha puesto en la carretera. El exdirector de la Agencia IDEA no tiene con quien comentar lo que ha pasado, pero su cabeza no hace más que darle vueltas a la visión de un Curro muy jodido. Tiene la mala conciencia de no haberle ayudado, pero también se dice que si el gaditano la palma pues mejor para todos. Se autoafirma en que su partida es lo mejor que ha podido hacer, no meterse en líos, y recuerda lo que solía decir su padre sobre los que juegan a salvadores: quien se mete a redentor, sale crucificado.
   Otro de los que se dirige a Sevilla, en este caso en tren y vía Madrid, es el Chato de Trebujena. Al contrario que los anteriores, Pepillo ha abandonado su alojamiento de Alcossebre con la satisfacción de haber cumplido su misión al cien por cien. Su aguante y su decisión le han permitido dejarle bien clarito a Curro lo que le puede pasar si se va de la lengua. Y un par de buenos puñetazos han puesto la guinda al aviso a navegantes. Cuando se lo cuente a Juan Antonio Almagro, su jefe, a buen seguro que le felicitará por su excelente trabajo. Y se va a llevar unos buenos dineros que falta le hacen. “Ar finá, ha sio un trabajito fásil”, piensa. Inopinadamente se acuerda de Rocío Molina, le hubiera gustado tener más tiempo para trabajársela porque su paisana sigue teniendo un buen polvo, quizá en Sevilla pueda tener la ocasión.
   Carlos Espinosa también ha emprendido viaje, pero en su caso ha cogido el vuelo Valencia-Málaga. Tiene una sensación agridulce. Por un lado está disgustado por no haber podido convencer a Salazar de que la mejor salida era la de huir al extranjero. Se consuela diciéndose que la salud del exsindicalista ha jugado contra él, por eso no ha contado con tiempo suficiente para reiterarle su propuesta. Por otro, se asombra de haber sido capaz de envenenar a Salazar o, al menos, de haberlo intentado porque no está plenamente seguro de haberlo logrado. En este hecho también el factor tiempo jugó contra él, si no hubieran aparecido la camarera y la que se jacta de ser novia de Curro habría podido hacerle beber más tragos de la botella de coñac en la que había diluido el raticida. Piensa que si no se lo ha cargado él igual lo hace el georgiano. Lo que no acaba de tener claro es el propio hecho de su marcha. “La verdad, es que no sé porque me ha dado la venada de irme…”. Para animarse saca un laqueado pastillero y abre un falso fondo en el que lleva su tesoro. Tras esnifar unas rayas se siente más optimista.
   Precisamente, el georgiano al que ha recordado Espinosa está barajando si irse o quedarse. La opción de marcharse se la plantea porque aquellas dos mujeres que aparecieron en la habitación cuando estaba ahogando a Salazar le pueden denunciar a la policía, y si se queda en Las Villas de Benicàssim posiblemente sea más fácil de localizar que en la Costa del Sol donde cuenta con muchos y seguros escondites. La opción de quedarse es la que le dicta su orgullo de sicario por un lado y por otro el temor que siente hacia el capo de su banda si no cumple el encargo recibido. Al final puede más lo último y decide no irse hasta saber si Salazar está vivo o muerto. Piensa que volver a Torrenostra es arrostrar el riesgo de que alguien le reconozca, pero de pronto se da una palmada en la frente, no necesita volver a aquella playa, para eso Antonio Meucci –y no Graham Bell como se cree- inventó el teléfono. Busca entre los datos sobre Salazar que le proporcionaron hasta que encuentra el número del hostal. Antes de llamar repite varias veces la frase que va a decir hasta lograr pronunciarla sin apenas acento, luego llama:
-Me pone con Francisco Martínez, por favor.
-Lo siento, el señor Martínez ya no está –Es la escueta respuesta.
-¿Cuándo volverá? –insiste Pakelia.
   La persona que está contestándole vacila unos segundos hasta que vuelve a responder:
-El señor Martínez murió ayer -y sin más explicaciones cuelga el aparato.
   Pakelia se ha quedado con las ganas de saber más sobre las causas del fallecimiento de su objetivo, pero se dice que mejor es no tentar la suerte. A él le han pagado, y generosamente, para liquidar a Salazar y éste ha pasado a mejor vida, por lo que puede afirmar que trabajo cumplido. El hecho de que la muerte haya sido obra de él o que haya palmado por otras causas es irrelevante. Podrá contar, sin faltar un ápice a la verdad, que lo ahogó, aunque sigue con la duda de si estuvo apretando el almohadón el tiempo suficiente para ello. Ahora lo que tiene que hacer es largarse de allí cuanto antes. Empaca sus pertenencias y sin dilación se pone en camino hacia su refugio malacitano de Fuengirola.
   Con la partida del georgiano solamente dos de los que vinieron a hablar con Curro siguen estando en la Costa de Azahar: Rocío Molina y Francisco José Salazar. La exnovia del sindicalista continúa en las dependencias del cuartel de la Guardia Civil en Torreblanca, donde a primeras horas de la mañana ha sido llevada a la salita de interrogatorios donde la espera el comandante del puesto que se ha permitido unas cortas horas de sueño. Rocío, en cambio, apenas si ha echado una cabezada, tiene mucho en qué pensar. Se da cuenta de que sabe muchas cosas sobre la pasada tarde y que quizá sea la única que puede contarlas. Vio como el Chato quiso entrar en la habitación de Curro cuando estaba ella y, aunque no lo sabe a ciencia cierta, aseguraría que debió volver a entrar, luego vio subir a la primera planta a Espinosa al que ella y Anca pillaron dándole de beber coñac a Curro, ¡que tiene guasa la cosa con lo malito que estaba!, después cuando volvieron del cuarto de herramientas se encontraron con un guiri que estaba poniéndole a Curro una almohada bajo la cabeza… Todos esos datos forman un totum revolutum en su cabeza que no sabe cómo manejarlos: si contárselo a los civiles o guardárselo para ella y soltarlos cuando le pueda interesar. Aunque no es culta sí es lo suficientemente avispada para saber que una información así puede valer su peso en oro. Tras sopesar los pros y contras, opta por contarles a los guardias una versión parcial de lo que sabe.
   Mientras tanto, ha llegado al cuartel de la Guardia Civil un fax del Juzgado de Instrucción número 4 de Castellón en el que se informa sobre la filiación completa de Francisco Salazar Jiménez, así como de la orden de busca y captura que pesaba contra él. Al leerlo el sargento lanza un silbido, lo que parecía ser una muerte más o menos accidental se convierte en un caso que puede tener un eco de alcance nacional. Justo lo que necesitaba para darle un empujón a su carrera que hace tiempo que se estancó. Tendrá que afinar en los interrogatorios a los pichones.  
-Su documento nacional de identidad, por favor –le pide el sargento a Rocío para constatar los datos del DNI con los que figuran en el atestado que ha elaborado el guardia que la encontró en el almacén de Vicentín.
-Señora Molina, ¿qué relación tenía con el fallecido Francisco Salazar? –al leer las dudas en el rostro de la andaluza el sargento la conmina-. No me haga perder el tiempo y cuénteme la verdad. Será lo mejor, sobre todo para usted.
-Era mi novio.
-¿Y cuál era motivo de que estuviera en la habitación del extinto?
-Fui… -duda de si enjaretarle una patraña al guardia civil, pero la admonición del suboficial la lleva a contar la mitad de la verdad porque piensa que no puede ser bueno para ella decir que estaba alertando a un prófugo-…, fui a pedirle dinero para saldar una hipoteca que pagábamos a medias.
-¿En qué momento de la tarde estuvo en la habitación del fallecido?
-No lo recuerdo con exactitud.
-Señora, no se lo volveré a repetir: no me haga perder el tiempo.

PD.- Hasta el próximo viernes