La
visita que Grandal y Ramo hacen al interior del hostal ha sido rápida, pues en
poco más de quince minutos están de vuelta. La terna de jubilados les aguarda
con expectación. Álvarez, el más impaciente de los tres, les pregunta en cuanto
toman asiento.
-Bueno, ¿qué, has encontrado la
respuesta a esa pieza del puzle que te falta, figura? –pregunta hecha con su
proverbial ironía, ya que no pierde ocasión de meterle un puyazo al ego del
excomisario, que a la pregunta contesta con otra.
-¿Vosotros conocéis bien el
hostal?
-Claro, como que nos hemos tirado
un montón de horas jugando aquí al dominó –responde Ponte.
-No me refiero a la terraza, sino
a las habitaciones que están en la parte de atrás –precisa Grandal.
-Recuerdo que las dos veces que
fuimos a ver a Curro accedimos a su habitación subiendo por una escalera que
está en la parte trasera del edificio. Supongo que fuimos por ahí porque por
alguna razón la entrada principal debía estar cerrada -recuerda Álvarez.
-No estaba cerrada, es que no
existe. El único acceso a las habitaciones es por donde subisteis –informa Ramo
que agrega-. Creo que Jacinto tiene una explicación que darnos sobre sobre la
cuestión de por qué, siendo el hostal un establecimiento pequeño y habiendo un
único acceso, no fueron vistos ninguno de los tipos que subieron a la
habitación 16, el mismo día y en un intervalo corto de tiempo.
A todo esto, Grandal está callado, escuchando el parloteo de sus amigos.
-Anda, figura, no te acules en
tablas, ponte en el centro del albero y cita por derechas, que te estamos
esperando como si fueras un sobrero –Álvarez tiene, como suele, el día taurino
y así lo hace ver Ramo que ingenuamente entra al trapo de las provocaciones del
madrileño.
-Luis, tú debes ser un aficionado
a los toros como pocos. Nunca había oído a nadie hablar con una jerga taurina
tan florida –comenta el torreblanquí.
-Pues tendrías que oírle cuando
llega San Isidro y en la Ventas hay corrida todos los días, se pone tan taurino
que para entenderle hay que ser un especialista en el Cossío –asegura Ponte.
-¿Qué es el Cossío? –pregunta
Ramo, volviendo a picar en algo ajeno al tema sustancial. Quien le responde es
Álvarez que se pone en modo didáctico.
-El Cossío, así conocido
popularmente, es la enciclopedia taurina más famosa y completa que se ha
publicado hasta la fecha. Se la conoce también como la Biblia del toro. Su
título completo es Los Toros. Tratado
técnico e histórico, y fue dirigida por el académico José María de Cossío
que la publicó en 1943. Se le considera el tratado más extenso y documentado
que existe sobre las corridas de toros, por lo que desde su aparición es la
obra de referencia en el mundo de la tauromaquia. Hace un documentado
recorrido, a través de la historia, de los personajes, los cosos, los
reglamentos, las ganaderías, la técnica del toreo, el vocabulario, la
influencia de la lidia en las artes y las letras e, incluso, en la historia del
pensamiento antitaurino. Eso es el Cossío.
-¡Qué barbaridad!, y supongo que
te lo habrás leído –apunta Ramo.
-¿Qué si se lo ha leído? Para mí
que en párvulos en vez de cartilla usaba el Cossío –apunta con
sorna Ponte.
-¡Bueno,
muchachos, ya está bien! Dejaos de toros y todas esas mandangas y vamos a lo
que importa que es terminar con los espacios en blanco que quedan del caso Pradera.
Pedro ha dicho que Jacinto tiene una explicación que darnos sobre la cuestión de, por qué
siendo un sitio pequeño el hostal y habiendo un único acceso, no fueron vistos
ninguno de los fulanos que subieron a la habitación 16 el mismo día, y en un intervalo
corto de tiempo. Tengo ganas de oírle porque no deja de tener su intríngulis
–pide Ballarín.
La petición del antiguo ferretero parece que suscita el interés general
porque todos se callan y dirigen su mirada al excomisario. Grandal, vista la disposición
a escucharle, se dispone a explicar su hipótesis sobre el misterio del acceso a
las habitaciones del hostal.
-Como bien ha dicho Amadeo, a
priori es algo incomprensible como el mismo día, y en unas pocas horas, hasta
ocho personas diferentes entraron en la habitación de Salazar y sin embargo
nadie o casi nadie les vio. Os confieso que ese enigma me ha tenido desvelado
muchas horas y no he acabado de resolverlo hasta que, gracias a la ayuda de
Pedro y aprovechando su buena amistad con la señora Eulalia, he podido visitar
hasta el último rincón del establecimiento. Eso es lo que me ha hecho
comprender que, aunque improbable, es posible que ocurriera lo que han
declarado los visitantes de Curro en el día de autos: que entraron y salieron
de la habitación del exsindicalista sin verse ni cruzarse con nadie en el
pasillo, aunque eso es una verdad a medias…
-¡Joder, ya se ha vuelto a poner
el figura en plan la Parrala! Unos decían que sí, otros decían que no –exclama
Álvarez tan intemperante como de costumbre.
-Por favor, Luis, no seas
insolente y deja que Jacinto acabe su explicación –le pide Ponte poniéndose
serio.
Grandal agradece con un gesto la intervención del decano del grupo y
prosigue su relato.
-Es una verdad a medias porque
casi todos los que esa tarde estuvieron en la habitación de Curro se vieron en
algún momento, y subrayo lo de casi todos. Vamos uno a uno. El Chato de
Trebujena fue visto por Jaime Sierra y por Rocío Molina. Carlos Espinosa
coincidió en la habitación con Rocío, Anca y Vicentín, y los palomos también
estuvieron con Grigol Pakelia. Realmente, solo tres personas entraron y
salieron de la habitación sin verse con ninguno de los demás imputados, el
matrimonio Pacheco-Hernández, y aún eso tampoco es cierto al cien por cien
puesto que la rumana les vio, aunque en la parte exterior del hostal. El
tercero que no vio a nadie fue Salazar junior. Por tanto, es cierto que esas
ocho personas, nueve si contamos a la mujer de Pacheco, no se cruzaron en la
única escalera por la que se accede a la planta superior, pero algunos de ellos
sí se vieron en la habitación de Curro aunque fuera asomando la nariz por el
quicio de la puerta. Con todo, resulta bastante inverosímil que, aunque no se
cruzaran en la corta escalera, casi nadie más del hostal, empleados o clientes,
les viera, y eso creo que tiene una explicación en la configuración atípica del
hostal –Y hasta ahí llega la explicación de Grandal que vuelve a callarse.
-Como te gusta jugar con nuestra
curiosidad, Jacinto, sabes perfectamente que todos estamos esperando que nos
cuentes que es eso de la configuración atípica del hostal –le advierte Ponte.
-Lo que mandes, Manolo. Sabéis
que en casi todos los hoteles, hostales, apartoteles, etcétera, nada más entrar
te topas con la recepción y un hall del que parte la escalera y el ascensor, si
son grandes eso hay que ponerlo en plural, que conducen a las plantas
superiores, en caso de haberlas. Pues bien, en los Prados eso no es así… -Y
Grandal explica el por qué. El hostal está ubicado en un
edificio de apartamentos denominado Prados I, que por la parte delantera, la
que mira al mar, da a la avenida Juan Carlos I, y por la parte trasera, la que
mira a poniente, a la Avenida de Castellón. Por el lado norte limita con una
corta calle llamada Xúquer, y por el sur con una zona de piscinas y jardines
hasta un conjunto de chalés adosados. Lo más relevante del único
establecimiento hotelero de Torrenostra es que tiene una configuración atípica, infrecuente en las
construcciones hosteleras, al estar dividido en dos zonas distintas dentro del
mismo edificio. En el lado este, el que da a la avenida Juan
Carlos I, están los servicios centrales: restaurante, cafetería, terraza, cocina y la auténtica recepción. En el
lado sur del edificio es donde se encuentra la puerta de acceso a las
habitaciones sin tener ningún pasillo interior que enlace con la zona
delantera, aunque si existe un estrecho pasillo exterior, única comunicación
entre ambas zonas. La puerta de acceso a las habitaciones está a unos treinta o
cuarenta metros de la zona delantera. Nada más entrar en el edificio, y en el
lateral izquierdo, se puede ver un pequeño mostrador con un casillero para las
llaves de las habitaciones; tendría que ser la recepción, pero nunca hay nadie,
pues la auténtica recepción es la que hay en el comedor de la parte delantera.
Tras entrar, a la izquierda hay una escalera de cuatro pequeños tramos que
conduce a las quince habitaciones que hay en la primera planta. Enfrente del
mostrador y a la derecha hay un salón de estar, y de ahí arranca un corto
pasillo que conduce a las siete habitaciones de la planta baja. Al final de ese
pasillo hay una puerta que da a la cara norte del edificio, la calle Xúquer,
pero que, al parecer, está permanentemente cerrada… y termina su relato afirmando-.
Pues bien, esa configuración o estructura atípica fue una importante causa de
que la gente que fue a la habitación de Curro entrara y saliera sin que les
viera nadie.
-¿Y la gente del servicio, las
camareras, los de la barra, etcétera, no les pudieron ver desde la parte
delantera? –inquiere Ballarín.
-Poder verlos, podrían, de hecho
Anca vio al matrimonio Pacheco, aunque ya fuera del recinto del hostal. Pero ver
lo que ocurre detrás no es fácil, puesto que el servicio suele estar en la
parte delantera que, naturalmente, es la zona donde hay más trabajo. Las
empleadas, pues casi todas son mujeres, solo acuden a las habitaciones cuando
hay que limpiarlas y cuando algún cliente requiere el servicio de habitaciones.
Por consiguiente, esa configuración atípica del hostal es la que en buena parte
explica porque los imputados en el caso Pradera subieron y bajaron sin que
nadie les viera.
-¿Sabes qué, Jacinto?, tu
explicación me ha convencido –se sincera Ballarín.
-Por lo que nos has contado esa
configuración atípica del hostal más bien podría calificarse de sui generis
–Ponte a veces se pone pedante.
-Sui generis o atípica, pero
explica un enigma que nos tenía intrigados –sentencia Ramo.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 130. ¿Quién dijo que en este
país la justicia es un cachondeo?