Lo
que barruntaba Gimeno acerca de la petición hecha por el alcalde sobre la obra
costera en la Marina se materializa: al mes y medio de realizada la solicitud el
Ministerio de Obras Públicas remite a Valencia el expediente del Ayuntamiento
de Senillar, solicitando la construcción de un puerto, para que las autoridades
provinciales competentes lo informen. Cuando el Gobernador Civil constata que
Vives ha intentado una vez más puentearlo monta en cólera y decide terminar de
una vez por todas con la inadmisible independencia que muestra el alcalde.
Llama a uno de sus secretarios y le dicta dos oficios: uno, sin fecha, cesando
a don Francisco Vives como Alcalde-Presidente del ilustrísimo Ayuntamiento de
Senillar; otro, convocando a las cuarenta y ocho horas al camarada José Vicente
Gimeno, jefe local del Movimiento, para una reunión en Gobierno Civil. Desde la
Jefatura Provincial Germán, el secretario y buen amigo de Gimeno, hace una
discreta llamada:
- José Vicente, lo que voy a decirte no se lo
refieras ni a tu mujer. El jefe va cesar a Vives y está pensando en ti como
nuevo alcalde. Te lo cuento para que estés preparado. Por supuesto, cuando te
lo comunique te haces de nuevas que si no me la juego.
- ¿Eso va en serio o me estás tomando el
pelo?
- Con las cosas de comer no se juega, José
Vicente, deberías de saberlo. E insisto: tú no sabes nada, pero ten bien
preparado lo que vayas a responderle y bromas ni una.
Pese
a la discreción prometida, Gimeno se lo cuenta inmediatamente a su esposa.
Realmente, no da un paso sin consultárselo.
- Bueno, amor, - bromea – lo que no sé es
cómo te sentará el papel de alcaldesa. Eso sí, nunca habrá tenido Senillar otra
tan joven, guapa y encantadora.
- Me parece una gran noticia, pero... creo
que es demasiado pronto para que seas alcalde.
- Lola, ¿no lo dirás en serio? – la interpela
Gimeno cariacontecido pues se ha dado cuenta de que su mujer no parece bromear.
- Claro que lo digo en serio. No te lo tomes
a mal, pero opino que la alcaldía no nos llega en el momento oportuno.
- Pero, cariño, estas propuestas vienen
cuando vienen, no las elige uno y, además, ya no soy un jovencito. Si me
nombran, tendré…, tendremos – se corrige – la ocasión de poner en marcha
algunos de los muchos proyectos de los que tantas veces hablamos. En cambio, si
no acepto el nombramiento es más que posible que el Gobernador se moleste y
pueda caer en desgracia y hasta me puede cesar como jefe.
- Vamos a debatirlo con calma, José Vicente. De
entrada, si aceptas el cargo, solamente atender las quejas y reclamaciones de
los vecinos te va a llevar un montón de tiempo. Cierto que vas a poder hacer
muchos favores, pero eso no sé si va a compensar la de pejigueras que vas a
tener que aguantar. Por otra parte, hay que ser realistas, no es lo mismo echar
discursos sobre la doctrina nacionalsindicalista que atender el día a día de la
política municipal. También te recuerdo que en las arcas del Ayuntamiento no
hay un duro. Además, lo que está a punto de ocurrirle a Paco me ha dado qué
pensar. Vives es, por mucho que nos fastidie, un personaje muy popular en el
pueblo; si hubiera elecciones, como antes de la guerra, y se presentara
posiblemente arrasaría. Todo ello, ¿de qué le va a valer?, de nada. La fuente
del poder no está en la gente, está en el Gobierno Civil, por consiguiente a
los que hay que tener contentos es a los de Valencia y eso lo puedes conseguir
tan bien o mejor desde la jefatura local que desde la alcaldía.
- Creo que algunas de las cosas que dices son
muy ciertas, Lola. Te concedo que me falta experiencia en la política municipal
y, si me apuras, muchos de los asuntos que se cuecen en el Ayuntamiento hasta
me aburren. También estoy de acuerdo en que el poder real está en Valencia y no
aquí, pero lo que no tengo tan claro es que desde la jefatura pueda quedar más
bien que desde la alcaldía.
- Pues yo sí lo tengo claro. Vamos a ver, la
mayor parte de las veces que Vives se desplaza a la capital ¿a qué va? Lo sabes
mejor que yo, a pedir, a solicitar, a reclamar: que faltan aceras, que hay que
reparar los caminos rurales, que no hay dinero suficiente para montar la
escuela de adultos, que se necesita cambiar parte del alumbrado público, que
hay que construir una nueva casa-cuartel para la Guardia Civil, que el
presupuesto para pagar a los funcionarios no llega… y así hasta la extenuación.
Como las finanzas públicas son raquíticas, de cada diez cosas que pides con
suerte te conceden una. Siempre le queda al alcalde de turno un remanente de
solicitudes. Consecuencia: cuando el Gobernador ve entrar en su despacho a un
alcalde ya está pensando ¿este pesado qué me pedirá hoy? En cambio, un jefe
local ¿de qué le habla?, del aumento de militantes, de que se va a formar una
centuria del Frente de Juventudes, de que la cuestación para el Auxilio Social
ha sido todo un éxito, etcétera. Sí, ya sé – se adelanta a su marido que va a
objetarle algo -, también alguna vez le hacéis peticiones de fondos, pero casi
siempre de escasa cuantía, y de ningún modo pueden compararse con las
necesidades de un Ayuntamiento. Si te conviertes en alcalde el Gobernador
tendrá que decirte muchas veces que no y repetir las negativas acaba siendo
desagradable para cualquiera. En cambio sí continúas solo de jefe eso no
ocurrirá.
- A veces, cielo, me pregunto quién es aquí
el político, si tú o yo – bromea Gimeno, a quien los argumentos de su esposa
parecen haberle convencido -. Lo que pasa es que sigue habiendo un pero
importante en tu argumentación, si no acepto la propuesta de la alcaldía,
¿quién nos garantiza que no van a designar a otro Vives o a alguien todavía más
perjudicial para nosotros?
- Premio, marido. Acabas de poner el dedo en
la llaga. Ese flanco habría que controlarlo y no se me ocurre cómo. Vámonos a
dormir y lo consultaremos con la almohada.
El
matrimonio sigue hablando del asunto en la cama, mientras él acaricia suavemente
el sedoso pelo de la mujer. Llega un momento en que el diálogo se atasca. Lola
hace un gesto de buenas noches y se dispone a dormir. Antes de que eso ocurra,
José Vicente comienza a darle pequeños y suaves besos en el cuello y le
mordisquea un lóbulo. Ella no responde, pero tampoco se resiste, finalmente los
labios de ambos se unen en un apretado y cálido beso en el que las lenguas se
pelean bravamente. El hombre desliza sus manos por debajo del camisón y empieza
a frotarle suavemente los pezones, a la caricia la mujer responde gimiendo
quedamente. Cuando la mano diestra de su marido se desliza más abajo de la cintura,
Lola sabe que ha perdido la partida: comienza a abrir el arco de sus piernas. El
hombre, respondiendo a la tácita invitación, la penetra sin dilación. Transcurren
unos segundos en que ambos permanecen estáticos hasta que es ella la que comienza
a mover las caderas al tiempo que le hunde los dedos en la espalda mientras sus
roncos gemidos se disparan por la alcoba. El encuentro es tan breve como
tórrido. Acabada la pasional unión, y tras darle un último beso, el hombre se
duerme rápidamente. Ella, en cambio, no coge el sueño, se ha desvelado. Después
de un rato, se levanta sigilosamente para no despertar a su esposo. Va a la
cocina y se prepara un vaso de leche caliente. Mientras le llega el sueño
piensa cual debe ser el motivo por el que cada vez que hacen el amor luego se
desvela. No sabe identificarlo, aunque tiene que admitir que le agrada, y
mucho, la causa que provoca esos puntuales insomnios.