La
sobremesa en el Café del Río se alarga. Ballarín da la impresión de que está realmente
interesado en la posible contratación del establecimiento para la primera
comunión de una de sus nietas, por eso continúa dialogando con el maitre sobre fechas, número de
invitados, precios de menús y el largo etcétera que acompaña a un evento que en
España es tan farragoso como puede serlo una boda. Ponte se ha quedado al
margen de la conversación, de la que todavía no sabe si por parte de Amadeo va
en serio o es solo para dar cuerda al jefe de sala. El diálogo que está
manteniendo su amigo y el empleado le lleva a evocar, inevitablemente, su ya
lejana primera comunión en la iglesia de su pueblo vestido de marinerito como
mandaban los cánones de la época. De aquella memorable jornada dos hechos
anecdóticos se le han quedado grabados a fuego: que la sagrada forma se le
quedó pegada al paladar y que para despegarla tuvo que meterse los dedos en la
boca; pasó un mal rato pensando en si
aquello sería pecado mortal. El segundo hecho, y que todavía parece escuchar
hoy, es a su hermano pequeño, casi cuatro años menor que él, tirándole del
pantalón y diciéndole:
- Tete, no rompas el traje que madre dice que va a
guardarlo para mí – En aquellos empobrecidos tiempos de la posguerra era
habitual que las vestimentas de los hermanos mayores las heredaran los más
pequeños y más un traje de gala como el de la comunión.
Manuel deja
de pensar en hechos que casi tienen tres cuartos de siglo cuando oye que el maitre le explica a Ballarín que el
único problema puede estar en las fechas porque para mayo, el mes álgido de las
comuniones, ya le quedan pocos huecos, otra cosa sería si el evento se
celebrara en abril o en junio. De pronto, se da cuenta que llevan toda la
mañana indagando sobre el empleado del museo que vive en Los Cármenes y allí no
lo han hecho. Como su amigo no parece que vaya a hacerlo decide ser él quien lo
haga. Es consciente que están lejos de lo que podría considerarse el ámbito
habitual de desenvolvimiento de alguien que vive en la calle San Conrado, pero
¿quién sabe dónde puede saltar la liebre?, como siempre repetía su tío Daniel
que tenía fama de ser la mejor escopeta de Sevilla la Nueva.
- Señor Ramiro – Así les ha dicho el jefe de sala
que se llama -, escuchándoles he recordado que, al igual que le sucede a mi
amigo Amadeo, también uno de mis muchos nietos – No es cierto, solo tiene dos –
va a tomar la primera comunión el próximo año y, por lo que usted nos está
contando, éste sería un sitio ideal para celebrarlo. El mayor problema podría
estar en casar las fechas. Hágame un favor, mientras ustedes terminan con los
detalles para la celebración de la comunión de la nieta de Amadeo, ¿podría
usted facilitarme la relación de fechas en que ya tiene el local comprometido? –
Lo que realmente interesa a Ponte no son las fechas, lo que espera encontrar
son los nombres de quienes han alquilado el restorán.
El maitre duda unos instantes, mientras
manosea el cuaderno en el que guarda la relación de encargos en firme.
- No es política
de la casa revelar nuestros encargos, pero tampoco lo hacemos cuestión de alto
secreto y ustedes parecen gente de fiar - y dicho eso, le entrega a Ponte el
cuaderno en cuestión.
En la
primera ojeada Ponte ve confirmada su suposición, junto a las fechas aparecen
los nombres de quienes han hecho el encargo. Va pasando nombres que no le dicen
nada, hasta que uno de ellos hace sonar un timbre de alarma en su cerebro, le
suena pero no sabe de qué. Está dándole vueltas al nombre hasta que recuerda
algo. Lleva consigo una libretita roja con un diminuto lápiz, útiles que le
aconsejó Grandal; en ella apunta todos los datos, hechos y detalles que
descubre en sus pesquisas detectivescas. Pasa una página, otra, otra… Ahí está,
Juan Quesada es el nombre del pálpito. No por él, sino porque Quesada es cuñado
de Obdulio Romero, el empleado del museo que vive en la calle San Conrado. ¿Qué
importancia puede tener esa conexión? ¿Qué puede deducirse de que el cuñado del
empleado sospechoso haya contratado toda la terraza del Café del Río para una primera
comunión? El dato en sí no parece ofrecer ninguna pista consistente, pero una
atenta lectura de la letra pequeña hace aumentar su interés. Dado el número de
plazas encargadas, cercano al centenar, el tal Quesada necesitará disponer de
toda la terraza. La celebración se realizará el tercer domingo de mayo, en
plena vorágine de comuniones. Lo que no le dice nada es el menú elegido, el
G-5, así como otras siglas que aparecen en la hoja.
- Señor Ramiro, perdone, solo un par de preguntas.
Una es ¿qué clase de menú es el G-5? y la otra, dicho a bote pronto, ¿cuánto
podría costarme alquilar la terraza?
- El menú G-5 es nuestra estrella, el más caro de la
carta. En cuanto al coste del alquiler de la terraza eso depende, básicamente,
de un conjunto de factores. Los cuatro más importantes son: uno, si se alquila
la totalidad de la terraza o solo una parte; dos, el tipo de menú elegido;
tres, el número de invitados y cuarto, de que mes se trate. A esos capítulos
habría que añadir otros complementarios tales como la clase de decoración, si
se quiere música en directo o enlatada, si se va a hacer un reportaje
fotográfico, si se contratan animadores infantiles, si los regalos-recuerdos
los facilitamos nosotros, etcétera, etcétera.
- Supongamos que pretendo alquilar toda la terraza, que
el menú elegido es el G-5, que los invitados son cien y que el mes es mayo –
precisa Ponte.
- ¿Y los elementos complementarios? – quiere saber
el maitre.
- Los necesitaría todos. La comunión de un nieto
solo se da una vez en la vida.
- Habría que hacer números – de pronto, el empleado
se ha vuelto cauto.
- Por supuesto, pero dígame una cifra aproximada, ¿tres,
cuatro, cinco mil euros?
El maitre esboza una sonrisa pelín irónica.
- A vuela
pluma le diría que estaríamos hablando de una cifra que podría superar los
veinte mil.
- ¿Veinte mil euros? – repite Ballarín,
escandalizado, que ha seguido atento las preguntas de su amigo y las
explicaciones del empleado.
- Tengan en cuenta – justifica el maitre -que solo el precio del G-5 para
un centenar de personas estará rondando los once mil euros. Si a ello le
añadimos todo lo demás, el monto final no estaría muy lejos de la cifra que les
acabo de dar y hasta es posible que la supere.
- Gracias, señor Ramiro. Por el momento me bastan
con esos datos – agradece Ponte.
¡Veinte mil
eurazos! Es mucha pasta para derrocharla en una primera comunión, salvo que te
sobre el dinero, piensa Manuel. No sé a qué se dedica el tal Quesada, se dice
Ponte, habrá que investigarlo. Razón tiene Grandal cuando insiste que uno de
los rastros que más datos terminan revelando son los que deja el dinero.
La charla
entre Ballarín y el maitre va
concluyendo. Tras mucho tira y afloja, parece que ambos interlocutores llegan a
un acuerdo, a reserva de la última palabra que será la de los padres de la
neófita.
- ¡Cuántos sacrificios se hacen por los nietos! –
exclama Ballarín que, al darse cuenta de que su frase es un poco exagerada, la
matiza -. Aunque en este caso, solo es un sacrificio monetario y el dinero está
para eso, para gastarlo.
- Y bien
cierto es don Amadeo – corea el empleado adulándole.
- ¡Lo que hace uno por los hijos o por los nietos! –
Ponte se suma al laudatorio sobre los vínculos familiares.
- Fíjense, lo que para alguna gente supone la
familia – comenta el maitre que
también quiere poner en valor la importancia del núcleo familiar - Aquí vemos
ejemplos de toda clase de familias. Desde las que se llevan fatal a las que ni
siquiera se llevan. Aunque, afortunadamente son más las situaciones que
podríamos calificar de ejemplares. Hablaba antes don Manuel de lo que se puede
llegar a hacer por los hijos o por los nietos, pues bien hay personas que hacen
lo imposible por familiares que ni siquiera son de consanguinidad directa. Un
ejemplo: el cliente que ha contratado toda la terraza en el tercer domingo de
mayo para una comunión no es ni el padre ni el abuelo de la criatura, solo es
tío suyo.
- Ese tío tan generoso se llama Juan Quesada, por un
casual – Es el tiro no tan a ciegas de Ponte.
La cara de
asombro del maitre vale por toda una
respuesta.