"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 15 de julio de 2016

44. No me cuentes milongas, dime la verdad



   Grandal llama al móvil de Atienza cuyo número le ha facilitado el comisario jefe de Moncloa-Aravaca. Cuando se identifica, la sorpresa y la irritación son manifiestos en el tono del inspector de Patrimonio que de modo escasamente amigable pregunta:
- ¿Quién te ha dado mi número?
- Si te cuento quien me lo ha proporcionado perderé un amigo y además faltaré a mi palabra. No te lo voy a decir, pero prometo que si escuchas lo que tengo que contarte me olvidaré de este número y nunca más volveré a llamarte. Palabra de honor.
- Suelta lo que tengas que decir que ando escaso de tiempo – La voz de Atienza corta como una navaja cabritera.
- Lo que he de contarte se refiere al Caso Inca y no es cuestión de hablarlo por teléfono. Tiene que ser personalmente.
- Creo recordar que os dijimos taxativamente que os apartaríais definitivamente del caso.
- Así fue, pero a veces pasan cosas sin que uno haga mucho para que ocurran y algo de eso es lo que ha pasado. E insisto, lo que tengo que contarte es importante – reitera Grandal.
- Bien, te esperamos en la Brigada, digamos que en un par de horas. Así dará tiempo para que venga Eusebio.
- Juan Carlos, no he debido de explicarme bien, lo que he de contarte es solo a ti, por tanto la presencia de Bernal no es necesaria.
- Vamos a ver, comisario – Es una costumbre en el cuerpo seguir manteniendo el tratamiento de los rangos, incluso después de cesar en activo -, a ver si dejamos las cosas claras. Si lo que me vas a contar se refiere al Caso Inca, Bernal tiene todo el derecho del mundo a escucharlo. No puedes pretender que lo deje fuera de la reunión.
- Insisto, Juan Carlos, o te lo cuento a ti o no lo cuento a nadie. Por supuesto, después de oírme sé que tendrás que informar a tu compañero. Ese no es el problema.
- Naturalmente que ese es el problema. Bernal es tan encargado del caso como yo y ¿pretendes contarme no sé qué historia sobre el robo y que él quede al margen? Casi no puedo creerme que eso lo diga alguien que ha sido policía durante un montón de años.
- Todo eso lo sé, Juan Carlos, y también sé que cuando repitas a Bernal lo que quiero contarte tendrás que tirar de paciencia para aguantar su cabreo por haberle dejado al margen, pero tengo mis motivos para ello que será otra cosa que te explicaré cuando nos reunamos.
   Incluso sin verle, Grandal percibe las dudas de Atienza en aceptar su propuesta, por lo que recurre a algo que suele dar resultado: poner más carnada en el anzuelo.
- Te reitero que la información que tengo es una pista que puede ser muy importante para la solución del caso.
   Atienza no ha podido resistir al reforzamiento del cebo y muerde el anzuelo.
- Me repatea lo que voy a hacer, pero… de acuerdo. ¿Dónde nos­ vemos?
- Si no tienes compromiso para el almuerzo, te invito. Ya sabes que comiendo las relaciones fluyen con más cordialidad. ¿Conoces el restaurante Sazadón?, está en la calle Gaztambide,  no recuerdo el número, pero se encuentra en la manzana entre Donoso Cortés y Fernández de los Ríos. Voy a reservar uno de los comedores privados que tienen y así podremos charlar con total libertad y sin que tengamos que preocuparnos por posibles oídos indiscretos. ¿Te viene bien a las dos y media?
   Durante la comida, Atienza se muestra tan frío y distante en persona como cuando hablaba por el móvil. Grandal, tras los primeros escarceos en los que intenta romper el hielo y visto que no lo consigue, opta por no continuar bailándole el agua al inspector de Patrimonio y también adopta un aire grave. Después de hacer la comanda y hasta que les sirven los entrantes apenas si han intercambiado unas frases de mera y distante cortesía. Atienza parece sumido en sus pensamientos, mientras Grandal se pregunta si será verdad lo que cuentan los chismosos del Cuerpo: que el de Patrimonio es de los que pierden aceite. No parece que sea gay, piensa, pero en todo caso tiene un aire un tanto equívoco y, desde luego, parece más un intelectual que un policía. Lo que han cambiado los tiempos. En cuanto retiran los primeros platos y el camarero termina de cambiarles los cubiertos, ambos han pedido pescado, Atienza entra directamente en materia.
- Bueno, a ver esa información tan importante.
   Grandal le cuenta lo sucedido el día anterior sin omitir nada y sin ninguna clase de adornos. Porque habían ido a la ribera del Manzanares: porque continúan interesados por el caso, pese a su veto. Porque habían entrado en la frutería cercana a la calle San Ramón: querían averiguar si alguien más, aparte de ellos, se había interesado por la vida de los dos asesinados. Y, finalmente, lo que había pasado en la tienda: la historia de los adolescentes revoltosos y gritones y el recuerdo de Ponte al oír al dependiente colombiano conminarles a que se callaran. Al terminar su relato, Atienza se toma un tiempo para procesar lo que acaba de contar el excomisario. Pese a su inicial predisposición en contra de cualquier historia que pudiera contarle su jubilado colega ha terminado interesado por el relato.
- ¿Y dice Ponte que está seguro de que el asaltante que le amenazó era colombiano? – pregunta Atienza.
- Él dice que sí. Le ha ocurrido algo parecido a cuando creyó descubrir que uno de los atracadores era una mujer, pero en esta ocasión afirma que está mucho más seguro. Que fuera o no colombiano no lo avala al cien por cien, pero que era sudamericano eso sí. Dice que con total seguridad.
   Atienza se queda callado meditando lo que su viejo colega le está contando. Si ello fuera cierto, y su intuición le dice que tiene visos de serlo, la investigación del robo daría un giro copernicano. Más por hábito que por dar conversación a Grandal verbaliza algunos de los pensamientos que le vienen a la mente.
- El dato que cree recordar el viejo Ponte es importante, muy importante. Si uno de los atracadores era colombiano, o por lo menos de otro país sudamericano de habla española, es un hecho que abre la puerta a un ramillete de nuevas hipótesis. Primera, podría significar que el resto de los asaltantes también lo fuera. Segunda, si la hipótesis anterior fuera cierta y se tratara de una banda colombiana ¿estará formada o financiada por los narcos de ese país? Tercera, podría tratarse de una banda internacional en la que, al menos, uno de sus miembros fuera sudamericano, entonces la pregunta es ¿para qué necesita una banda europea, suponiendo que lo sea, a un sudaca? Cuarta, si damos por sentado que son narcos o, cuanto menos, pagados por ellos, ¿pero no podían tener otros patrocinadores?, por ejemplo: estar financiados por el propio gobierno colombiano o por otros poderes fácticos de ese país. Etcétera, etcétera.
- Juan Carlos – manifiesta Grandal -, reconozco que no tenía muy buena opinión sobre las nuevas hornadas de colegas, pero oyéndote voy a tener que cambiar de parecer. Ese primer esbozo de las hipótesis que pueden deducirse del nuevo dato que ha recordado mi amigo Manolo es de chapó. Hay que tener la chola muy bien amueblada e hilar muy fino para elaborar ese puñado de deducciones casi a bote pronto – Grandal va más allá de halagar la vanidad de Atienza, también quiere conseguir que el inspector de Patrimonio Histórico vea con nuevos ojos su trabajo y el de sus amigos.
- No es necesario que me pases la mano por el lomo, Jacinto – Es la primera vez que Atienza le llama por su nombre, algo va cambiando -. Ya sé que apenas si valoras a las nuevas promociones del Cuerpo. Tú, por lo visto, no lo recuerdas, pero fui alumno tuyo en alguno de los seminarios que dabas en Ávila. Allí todos sabíamos que a los nuevos nos achacabas tener menos visión policial que un vendedor de cupones de la ONCE.
- No lo niego. Esa era mi opinión y hasta hace unos minutos la mantenía, pero escuchándote me temo que tendré que cambiarla. Lo que no deja de alegrarme porque, según dicen los que saben, cambiar de opinión es de sabios.
- Sinceramente, no sé si creerte o pensar que estás intentando quedarte conmigo, pero eso importa poco porque hay algo más que aún no me has contado. ¿Cuál es el motivo para que hayas querido que no estuviera Bernal en esta conversación cuando sabes perfectamente que es mi compañero en lo que atañe al caso? ¿Qué más tienes que decirme que él no pueda oír?Ah, y no me cuentes milongas, dime la verdad.