Una vez
localizados los domicilios de varios de los trabajadores del Museo de América
que tenían acceso a las cámaras de seguridad y entre los que, de acuerdo con la
hipótesis del excomisario, debe de estar el cómplice que las desbarató, los
jubilados se reúnen en casa de Grandal para establecer las líneas de actuación
en los próximos días. El jefe del grupo insiste en que lo hay que buscar es
aquella o aquellas personas que están viviendo por encima de las posibilidades
de un empleado corriente. Buscad la guita es la frase que repite Grandal.
- Yo tengo otra duda sobre lo de gastarse la guita,
Jacinto. Por cierto, hacía la tira de tiempo que no escuchaba ese palabro –
dice Ponte -. Bueno, a lo que iba. Podría ocurrir que el dinero no se lo gaste
el tipo al que compraron los atracadores o sea, el cómplice. Podría ser que
quien maneje la pasta ni siquiera sea alguien de su familia directa, su mujer,
sus hijos o sus padres. Podría tratarse de un primo, de un cuñado, hasta de un
amigo.
- Esa duda está muy bien traída, Manolo – Grandal
está aprendiendo que estos ayudantes que tiene ahora no son como los de antes
que se limitarían a decir a sus órdenes y punto final. A estos de vez en cuando
hay que pasarles la mano por el lomo y reírles las ocurrencias -. Por tanto,
atentos al parche: no solo hay que investigar a los objetivos y a su familia
próxima, sino también a lo que podríamos llamar como segundo anillo familiar y,
por supuesto, a los amigos más cercanos.
- Oye, Jacinto, danos algunas instrucciones sobre
cómo llevar la investigación. Me refiero a qué cosas hacer para obtener
información sobre los objetivos – pide Ballarín.
- Se trata de ir acumulando datos sobre cuál es el
nivel de vida del sospechoso, si vive por encima de sus posibilidades, si gasta
en lujos y caprichos, si es el que siempre paga las copas cuando sale con los
amigos, etcétera. Al mismo tiempo ir preguntando, como al desgaire y de forma
indirecta para que no levante sospechas, a la gente del barrio sobre el fulano
en cuestión y su familia. Es todo un arte lo de preguntar sin parecer que se
pregunta que no es fácil enseñar y que iréis aprendiendo con el tiempo. De momento,
conformaros con no cometer demasiados errores y, eso sí, en cuanto notéis que
alguien se pone en guardia con vuestras preguntas pasad inmediatamente a otro
tema.
- No va a ser fácil – comenta Ponte.
- Nadie dice que lo sea, pero ¿quién fue aquel que
dijo que una gran marcha comienza con un solo paso? Ah, otro dato importante:
el mejor sitio para preguntar son los bares, tabernas, cafeterías, etcétera. No
sé si sabéis que nuestro país ostenta el record mundial en porcentaje de bares
por número de habitantes. Este es un pueblo que pasa buena parte de su tiempo
tapeando, tomando cañas o cafelitos. Y en la barra de un bar la gente suele
hablar con una naturalidad y falta de prejuicios como en ninguna otra parte. O
sea, que tendremos que tomar muchas birras – remata Grandal.
- Otra cosa a resolver es quienes forman las parejas
– apunta Ballarín.
- Por mí nos emparejaremos como queráis – ofrece
Grandal.
Un incómodo
silencio se adueña del saloncito. Ocurre que en el fondo ninguno de los otros tres quiere ir de pareja
con Álvarez, pero nadie se atreve a decirlo, hasta que Ballarín rompe el
impasse:
- Yo no tengo ningún problema para emparejarme con
cualquiera de vosotros, pero a raíz de la investigación sobre aquella familia
gitana que nos mandó buscar Jacinto, comprobé que Manolo y yo formamos un buen
equipo. Nos llevamos bien y conseguimos hablar con uno de los patriarcas que
nos indicó donde encontrar a los García Reyes. Por eso, y a reserva de otras opiniones, creo que una
pareja podría ser la de Manolo conmigo.
Ponte se ve en la obligación
de respaldar a Ballarín y al tiempo dejar patente que tampoco él tiene problema
alguno en emparejarse con cualquiera de los demás. Por asentimiento se acepta
la propuesta de Ballarín, aunque Grandal matiza que el emparejamiento adoptado
no debe ser óbice para que, en función de las circunstancias, las parejas
cambien de composición.
- Otra cosa, Jacinto – dice Ponte -. Amadeo acaba de citar a los
García Reyes y es algo que tenemos pendiente. El Tío Ginés el Rubio dijo que
los Reyes seguramente están ahora por la provincia de Castellón en la campaña
naranjera. ¿Qué hacemos al respecto?
- Por ahora, la caja común solo da para birras y poco más – dice
Grandal, sin que quede claro si habla en serio o en broma -. No podemos
permitirnos desplazamientos más allá del entorno de Madrid. Por consiguiente,
lo de la localización de los García Reyes queda aplazada hasta nueva orden,
como decimos en el Cuerpo.
- ¿Y cuándo empezamos a investigar la vida y milagros de los objetivos?
– pregunta Álvarez.
- A partir de ya. Cada pareja deberá ponerse de acuerdo y elaborar un
calendario de trabajo, cronograma le llamamos en el Cuerpo. Otra cosa que se me
olvidaba: es mejor ir dos que uno, es más fácil pasar desapercibidas dos personas
que van charlando, pero si en algún momento hay uno de la pareja que, por lo
que sea, no puede acudir, ello no debe ser obstáculo para que el otro siga la
investigación.
La siguiente cuestión que el
grupo se plantea es repartirse los objetivos a investigar. El criterio que
siguen es que, salvo Ballarín en el caso del sombrero tirolés como
humorísticamente lo han bautizado, cada pareja investigará a los empleados
asignados para localizar donde viven, si es que no lo han hecho ya. Asimismo,
quedan de acuerdo que la siguiente reunión la tendrán el próximo martes en la
que harán balance de los resultados obtenidos.
Ponte y Ballarín han acordado
comenzar sus investigaciones al día siguiente, jueves y continuarlas el
viernes. El sábado y domingo lo tendrán de asueto. Ballarín tiene un chalé en Villaviciosa
de Odón en el que suele pasar los fines de semana y al que también acuden sus
hijos y nietos, por tanto tendrán que aprovechar los días hábiles que les
quedan. En cuanto a Grandal y Álvarez acuerdan que van a comenzar la vigilancia
de uno de los sospechosos que tienen adjudicados esa misma tarde.
Como habían quedado, después
de almorzar Álvarez y Grandal se dirigen hacia el madrileño distrito de
Arganzuela en que está ubicada la calle Ferrocarril donde vive el empleado del
museo cuyo seguimiento lo hizo Álvarez. Cogen el metro en la estación de
Argüelles y toman la línea 3. Durante el viaje, Álvarez que, en ocasiones peca
de redicho, le cuenta a su compañero de partida que la calle que van a recorrer
es un ejemplo de cómo el ferrocarril puede cambiar la fisonomía de una
población. Durante muchos años por dicha calle discurrió el tendido férreo que
se dirigía desde la Estación del Norte hasta la de Atocha, las dos estaciones
de ferrocarril más importantes de Madrid hasta que se construyó la de
Chamartín. El tendido del ferrocarril partía la calle en dos y hasta marcaba
uno de los límites de la ciudad. En la actualidad, sigue contando Álvarez, bajo
la calzada discurre una doble vía electrificada que une las estaciones de metro
de Príncipe Pío con Méndez Álvaro, y en la superficie lo que era una especie de
desfiladero por donde transitaban los trenes ahora es una calzada de cinco
carriles para automóviles.
- Pues yo – dice Grandal un tanto harto de las explicaciones de
arqueología ferroviaria de su compañero – de la calle Ferrocarril no puedo
contarte nada, pero sí de esta línea de metro. Allá por los años sesenta y
tantos vivía en una pensión por Cuatro Caminos y trabajaba en Legazpi. Todas
las mañanas cogía la línea 10 hasta Sol y allí cambiaba a la línea 3. Y para
memorizar las estaciones que venían después de Sol me inventé una frase para
recordarlas, decía así: los Lavapiés de los Embajadores de Palos causan las
Delicias de Legazpi.
- ¿Y sin eso no te acordabas? – pregunta, un tanto burlón, Álvarez.
La megafonía del metro
anuncia: próxima estación, Delicias.
Fin de trayecto, se dice
Grandal, puesto que Delicias es la estación más cercana a la calle Ferrocarril.