"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 1 de diciembre de 2015

9.10. Quien se mete a redentor…



   Después de la tensa discusión con su esposa y haber pasado una noche en duermevela, Gimeno ha optado por no romper la baraja de su matrimonio y quedarse en Senillar. En los días siguientes al agrio diálogo entre la pareja la tensión es evidente, lo denuncian las malas caras y la ausencia de diálogo. Poco a poco, las aristas de la malquerencia se van suavizando y la relación de la pareja adopta aires más amables. El hombre no puede dejar de pensar qué puede haber detrás de la terca postura de su esposa de no querer abandonar el pueblo. El demonio de los celos le atormenta. Ella percibe el estado de ánimo de su marido e intenta congraciarse con él por todos los medios. Antes era el hombre quien iniciaba los escarceos que anteceden a la unión, ahora es ella la que, sin ninguna clase de pudor, se ofrece abiertamente.
   Entretanto el matrimonio Gimeno-Sales trata de recomponer su relación, el pueblo anda revolucionado. Hacía años, desde los tiempos dorados del boniato, que no había tanta demanda de mano de obra. El trabajo es duro, pero está bien pagado. La amplia oferta laboral no está exactamente en la localidad sino en el vecino municipio de Benialcaide. La historia se inició el día que apareció un tal Salvador Portolés, avispado hombre de negocios de Alicante, que arrendó los terrenos del humedal benialcaidés, que son prolongación del de Senillar. Su meta, según cuenta a todo el mundo, es convertir la turbera pantanosa en un gran coto arrocero al igual que se hizo antes en Senillar. A la gente la empresa le parece un puro disparate, el humedal de Benialcaide tiene una superficie más pequeña que el senillense, pero el problema no es su extensión sino el agua. En la zona también abundan los pequeños manantiales de agua dulce, pero no producen caudal suficiente para regar una extensión tan grande como la que el empresario alicantino pretende cultivar. A los braceros senillenses les trae sin cuidado cuanto afirma la gente del disparate que supone aquella empresa. Diariamente cogen sus bicicletas para recorrer los siete kilómetros que aproximadamente hay hasta la futura explotación, se calzan sus botas de agua y se dedican a arrancar carrizos, juncos, hierba salada y demás plantas salvajes que son las únicas capaces de medrar en aquel salobre pantano. Y cada sábado, religiosamente, reciben su semanada. Después de limpiar el terreno de malas hierbas habrá que allanarlo, remodelarlo en balsas, hacer los ribazos y márgenes, construir canales y acequias, trazar caminos… Lo que es trabajo no va a faltar antes de que allí se coseche un solo grano de arroz. Por eso el pueblo anda revolucionado, el mercado laboral ha sufrido un vuelco espectacular, hay mucha más demanda que oferta de mano de obra. El primer resultado es que los jornales han subido y, lo que es peor, no siempre se encuentran todos los jornaleros que se necesitan. Los propietarios locales, que ordinariamente tienen que contratar braceros, están que trinan y van con sus quejas a quien manda en el pueblo, que no pasa por su mejor momento desde que, vistas las reticencias de su mujer, ha optado por quedarse.
- Lo siento mucho, pero es un asunto en el que no puedo hacer nada. Si Portolés se lleva a la gente es porque paga mejor y contra eso, ¿qué queréis que haga? – Es la desabrida respuesta de Gimeno.
- Está claro, José Vicente, obligarle a que no ofrezca jornales tan elevados.
- No se le puede obligar, está en su derecho de pagar lo que estime conveniente. Además, según me han dicho los braceros cobran lo mismo que aquí, veinticinco pesetas por jornada. ¿De qué os quejáis?
- De que ofrece trabajo a destajo y si un hombre echa unas cuantas horas más puede sacarse hasta el doble que aquí. Y si hablamos de derechos, nosotros tenemos el derecho de que no nos roben nuestros peones.
- Ese derecho no existe. Desapareció con el fin de la esclavitud y de los siervos de a gleba – La sorna con la que responde Gimeno es evidente.
- No nos cuentes milongas, José Vicente. Con lo que tú mandas y la mano que tienes en Valencia seguro que puedes obligar a Portolés a que no se meta en las cosas de nuestro pueblo.
- No sé qué tengo que deciros para que lo comprendáis. El trabajo en el campo se rige por el principio de la oferta y la demanda. Si Portolés ofrece mejores condiciones que vosotros se llevará los braceros. Y no hay nadie que pueda impedirlo.
- Pero alguien tendría que hacerles ver a ese hatajo de desgraciados que algún día se acabará ese momio y tendrán que volver a nuestras manos y ya veremos quien les contrata entonces.
- Eso tampoco es materia que competa a las autoridades. Se lo debíais de decir vosotros que, en definitiva, sois los perjudicados.
- A más de uno ya se lo he dicho – afirma uno de los propietarios -, pero no me han hecho ni puñetero caso.
- Pues creedme que lo siento pero, como os digo, no puedo hacer nada.
- Seguro que si tuvieras fincas encontrarías alguna solución – apunta alguien maliciosamente.
- ¿Eso lo dices en serio, Segundo, o es una broma? – El tono de Gimeno corta como el filo de una navaja cabritera.
- No, hombre, es broma, ¿cómo iba a decirlo en serio? – el aludido repliega velas rápidamente.
   Terminados los trabajos de acondicionamiento del terreno en el humedal se procede a la plantación del arroz. Los vecinos siguen contemplando el desarrollo de los hechos con gran escepticismo, están convencidos de que va a resultar una tarea ímproba que en aquellas salobres tierras, y con tan pobre caudal de agua dulce, pueda medrar el gran número de hectáreas cultivadas. A ello se añade otro detalle que tiene mosca a los que entienden del cultivo, los campos han sido cicateramente abonados y en una tierra pobre, con agua semidulce y escasos nutrientes, lo más normal es lo que termina ocurriendo: las plantas crecen dificultosamente y sus tallos apenas si alcanzan la mitad de la altura que deberían tener. La cosecha es francamente pobre y no da la impresión de que pueda hacer rentable la enorme inversión realizada. Lo que vaticinaban los agoreros se ha cumplido. De golpe se desata un mar de rumores sobre la auténtica finalidad de aquella empresa. Que si lo del arroz no es más que una tapadera para justificar las millonarias subvenciones que el empresario alicantino ha conseguido del Instituto Nacional de Colonización. Que si es una manera de blanquear el dinero negro conseguido con el estraperlo. Que si… Corren muchos bulos, pero hay uno que termina borrando a los demás. La habladuría parece que ha surgido de los propios jornaleros que trabajan en el coto: lo del arroz no es más que una tapadera para ocultar el verdadero negocio que allí se ventila, el contrabando. El humedal limita a lo largo de unos cuantos kilómetros con el mar, lo que significa que hay una gran extensión de costa absolutamente desierta y, por tanto, un lugar idóneo para el desembarco de alijos. Dadas las precarias relaciones con el extranjero y el asfixiante sistema de controles y cupos existentes, el contrabando de cientos de productos continúa siendo un rentable negocio. Y, al parecer, esa es la finalidad de la creación del coto y no la del cultivo del arroz. Hay un puñado de datos que parecen avalar esa versión y Ramón Ferrer, uno de los capataces que trabaja en el recién creado arrozal, intenta explicárselo a Marín y Gimeno:
- Tiene que ser contrabando. Que allí no hay agua para tantas hectáreas de arroz lo sabíamos todos, y encima han abonado los campos poquísimo. El señor Portolés, que ha de ser muy listo porque para eso es millonario, también tenía que saberlo.
- Igual le engañaron. Es posible que Portolés no sepa nada del cultivo del arroz y alguien le vendió la burra – Marín sigue sin creerse lo del contrabando.
- Perdone, señor Fernando, pero eso no se lo cree nadie. Si yo, que solo soy un ignorante jornalero, ya imaginaba que pasaría lo que ha pasado, ¿cómo no iban a saberlo los ingenieros agrónomos que vinieron a examinar los campos? Claro que lo sabían, desde el primer día. Entonces, ¿por qué siguieron invirtiendo cientos de miles de duros, me lo quiere decir? Se lo diré yo, porque iban a sacar sus buenos réditos, pero no con el arroz sino con el contrabando.
- Sí, pero la costa está vigilada por la Guardia Civil – Gimeno es de los que tampoco acaba de creerse lo del contrabando, le parece una historia demasiado rocambolesca.
- Lo que yo le diga, señor Gimeno. Es cierto que hay una casilla de carabineros; bueno, ahora de guardias civiles, pero solo son cuatro para muchos kilómetros de costa y además el que más y el que menos sabe que el dinero todo lo puede.
   Los datos que aporta el capataz terminan medio convenciendo a Gimeno de que existe la posibilidad de estar ante un caso de contrabando a gran escala. Se pregunta si, como jefe local del Movimiento, no tendrá el deber de denunciarlo. Antes de oficializar la denuncia, decide consultarlo con su amigo German.
- … y eso es lo que hay. ¿No crees que debería ponerlo en conocimiento del Gobernador?
   La respuesta a su pregunta es el silencio. Tras un carraspeo, Germán contesta:
- Vamos a ver, José Vicente, ¿esa pregunta se la haces al Secretario Provincial del Movimiento o a tu amigo German?
- Hombre, antes que nada al amigo, naturalmente.
- Pues como amigo te contesto: yo, de ti, no me metería en camisa de once varas. Y a buen entendedor…
   El consejo de Germán ha dejado perplejo a Gimeno, tanto que se lo cuenta a su mujer, algo que no hacía desde la discusión sobre lo de Educación y Descanso.
- ¿Y a ti que te parece, Lola?
- Que Germán ha mostrado ser mucho más cauto que tú. En algunos aspectos sigues siendo un ingenuo, Gimeno – Lola sigue llamándole por el apellido, algo que al hombre le sienta a cuerno quemado.
- Pero como sea cierto que allí se contrabandea a todo tren, se está perjudicando a los intereses del país – acusa Gimeno.
- ¿Y a ti qué te va y qué te viene? Dios sabe quién puede haber detrás de Portolés, igual hay algún jerarca de los que predican justicia y mientras se forran. Por lo demás, desde que se mueve tanto dinero el número de ventas en la tienda ha subido espectacularmente. Por tanto, no seas pardillo y recuerda que quien se mete a redentor termina crucificado.