Jacinto Grandal piensa que como no acelere
las investigaciones se va a terminar agosto sin que haya podido descubrir si
hubo una o varias personas que participaron de algún modo en la muerte de Curro
Salazar. Por eso opta por olvidarse de los límites que la normativa impone a la
policía en la investigación de un supuesto hecho delictivo y decide jugar por
libre. Al fin y al cabo él causó baja en el Cuerpo Nacional de Policía hace ya
unos años. Habla con el sargento Bellido y le pide que le facilite los nombres
de los nuevos testigos que van a declarar ante la instructora del caso Pradera.
Aunque fue él quien solicitó su ayuda el suboficial se resiste, tiene miedo de
que si trasciende que está pasando información del caso a un civil las
consecuencias puedan ser nefastas para su carrera.
-Pero vamos
a ver, Bellido, has de ser consecuente, si estoy investigando la muerte de
Salazar es porque tú me lo pediste. ¿Quieres o no quieres descubrir si alguien
intervino en ella? Dicho de otro modo, ¿quieres o no quieres ascender? Pues tú
mismo.
Con cierta renuencia, el sargento le
facilita los nombres y la fecha en que declararán los tres testigos andaluces
relacionados con las postreras horas de vida de Salazar. Son tres porque en el
último momento la Juez Instructora también ha citado a declarar a Jaime Sierra,
otro de los nombres facilitados por el hijo del fallecido. Una vez en su poder
los datos de dichos declarantes, vista su edad y demás circunstancias, Grandal
formula una hipótesis y un plan. La hipótesis es que dada la edad de los
testigos es probable, aunque no seguro, que viajen desde Andalucía a Castellón
en sus propios coches. En cuanto al plan consiste en fotografiarles sin que se
aperciban para luego mostrar sus rostros a los empleados del hostal a ver si
los reconocen. Lo primero que hace es llamar a un antiguo subordinado y buen
amigo suyo destinado en la Jefatura Superior de Policía de la Comunidad
Autónoma de Andalucía y le pide que le facilite las matrículas de los vehículos
que están a nombre de Carlos Espinosa, Alfonso Pacheco y Jaime Sierra. No le
dice para que lo quiere, le cuenta de modo vago que le está haciendo un favor a
otro amigo de Madrid. El que fuera subordinado se hace de rogar, pero termina
accediendo. Espinosa tiene hasta tres vehículos a su nombre, Grandal desecha
automáticamente dos de ellos porque se tratan de un Mini y de un Bugui arenero.
Se queda con el tercero: un BMV Serie 4 Cabrio. Pacheco cuenta con dos coches, solo
marca uno de ellos con un asterisco, un Volvo V40 Cv Kinetic. En cuanto a
Sierra únicamente posee un Opel Cabrio. Una vez en posesión de las matrículas
de los vehículos se las da a Álvarez y a Ponte para que en su día y a través de
ellos puedan localizar y luego fotografiar a los testigos. En esas están cuando
alguien llama al timbre del apartamento del hijo de Álvarez donde están
reunidos. Ante la sorpresa y la alegría del trío el visitante resulta ser
Amadeo Ballarín, el cuarto hombre de las partidas en el Centro de Mayores de
Moncloa.
-Amadeo,
¿pero no ibas a quedarte en Lérida hasta el final del verano? –pregunta Álvarez
sorprendido al ver a Ballarín.
-Qué
alegría, Amadeo, felices los ojos –se congratula Ponte.
-Amigo mío,
llegas como caído del cielo. Vas a volver a hacer de fotógrafo espía como
cuando el robo del Tesoro Quimbaya (*) –le anuncia Grandal.
Ballarín les explica que su mujer se ha
cansado de las continuas broncas entre él y su yerno y le ha dicho que por ella
puede irse a pasar con sus amigos los últimos días que restan de agosto. El
exferretero no se lo ha pensado, ha cogido su vetusto Renault y se ha plantado
en Torrenostra.
-¡Ballarín ha
vuelto, el cuarteto está al completo! –exclama alborozado Ponte al terminar su amigo
el relato.
-Ya somos
otra vez los cuatro de siempre. ¡Las partidas volverán a ser lo que eran! –se
congratula Álvarez.
-Algo
tendremos que hacer con Ramo, no es cuestión de dejarle a un lado –objeta Ponte
y le cuenta a Ballarín quién es Pedro Ramo y como se ha unido a la cuadrilla.
-Tiene razón
Manolo –secunda Grandal-. No podemos prescindir de Pedro, le necesitamos para
que nos cuente todo lo que se rumorea en el pueblo sobre la muerte del pobre
Salazar. Lo solucionaremos como hacíamos antes. Los cuatro que saquen la ficha
más alta juegan ese día y el que haya sacado la más baja no juega al día
siguiente. Y vamos rotando –propone Grandal.
Álvarez no pone muy buena cara, pero los
demás están de acuerdo por lo que no le queda más remedio que apechugar. A todo
eso, llega al apartamento Ramo a quien presentan a Ballarín. Una vez completo
el flamante equipo de ayudantes, Grandal comienza a repartir tareas. A Luis y a
Manolo les pide que vayan al súper de Mercadona más cercano al hotel de El Grao
donde se hospedó Carlos Espinosa. El objetivo es averiguar qué compró el día
del fallecimiento de Salazar. Es un tiro a ciegas, pero no quiere dejar ningún fleco
sin investigar. A Amadeo le deja en reserva hasta que le ponga al día del caso
Pradera. A Pedro le encarga que hable con los taxistas del pueblo para que le
informen sobre los servicios que realizaron el 15 de agosto y adónde llevaron a
los pasajeros o de dónde los recogieron.
-Ah, Pedro
–añade-. Quiero que también investigues como anda el noviazgo de Anca y
Vicentín. Me da la impresión de que la muchacha no me ha contado todo lo que
ocurrió durante el episodio del maletín y quizá la relación de la pareja sea
una carta a jugar.
-Eso está
hecho. Preguntaré a mi fuente más fiable, la Espardenyera. Por cierto, ahora que cito a la hija de la Maicalles tengo que contarte la última
media noticia medio bulo que corre por el pueblo y que es, como decía un viejo
amigo, como para mear y no echar gota. Lo que parece noticia, pues son varias
las fuentes que coinciden en los mismos detalles, es que días antes de que
muriera Salazar se vio a su hijo paseando con una Harley. Moto que, según
cuentan, se la prestó un tipo de Castellón o, al menos, que procedía de allí.
Las distintas versiones coinciden en que se vio hablando al fulano de la moto y
al hijo de Salazar varias veces en el Hotel Miramar del pueblo. La parte del
bulo es mucho más imaginativa: se cuenta que ambos, el hijo del muerto y el
tipo de la Harley, son los que mataron a Salazar dándole de beber una especie
de pócima que contenía un veneno de los que no dejan ningún rastro, y que fue
el forastero el que le dio al chico el tóxico. Cómo verás, a imaginación es
difícil ganarles a mis paisanos.
-En todas
partes cuecen habas, Pedro. ¿Hay algún dato que verifique la parte noticiable
de lo que acabas de contar? –quiere saber el excomisario.
-Lo de la
Harley y lo de que se vieron más de una vez en el Hotel Miramar parece ser
cierto. En cuanto al bulo ya puedes imaginar que no hay el más mínimo dato que
lo confirme.
-¿Se sabe
quién era el tipo de Castellón?
-No, pero si
he oído decir que posiblemente el fulano no sea natural de la capital de la
provincia porque los que le oyeron hablar dicen que hablaba un castellano propio
de la gente del sur.
-¿Por qué no
te acercas a ese hotel y tratas de averiguar algo más sobre el fulano de la
Harley? Supongo que siendo del pueblo conocerás allí a gente.
-Conocía
mucho a su antiguo propietario, el hombre que lo construyó, que era conocido
por su apodo familiar, Randero. Ahora creo que lo lleva un hijo suyo a quien no
conozco, pero de todas formas iré a ver que saco.
Mientras Álvarez, Ponte y Ramo parten hacia
los distintos cometidos que el jefe Grandal, así le llaman a sus espaldas, les
ha encargado, este se queda poniendo al día a Ballarín de los entresijos del
fallecimiento de Curro Salazar y la petición de ayuda que le ha hecho el
comandante del puesto local de la Guardia Civil. Al saber de qué va el caso, Ballarín le hace mil
y una preguntas con tal entusiasmo que el excomisario tiene que calmar su
fogosidad.
-Amadeo,
tranquilo, no está demasiado claro si estamos ante una muerte natural o
violenta, las dudas están sobre el tapete mientras no se realice la segunda
autopsia que ha pedido la juez que lleva el caso y el análisis toxicológico
esté terminado. Eso sí, nosotros tenemos un problema, el tiempo. Si no lo
solucionamos antes del uno de septiembre podemos darnos por jodidos.
Han discurrido algo más de dos horas cuando
aparece Pedro Ramo más contento que un quinceañero con zapatillas nuevas. Sus
averiguaciones en el Hotel Miramar no han descubierto nada nuevo, solo el dato
de que el fulano de la Harley iba siempre hecho un brazo de mar y la
constatación de que era andaluz, de alguna provincia costera posiblemente. Su
contento viene de que su charla con los taxistas del pueblo sí ha sido
provechosa. Uno de los conductores el día 15 hizo dos servicios en los que no
hubo nada destacable. El otro conductor solo hizo un viaje con destino a
Alcossebre, pero lo relevante es lo que contó a continuación: llevó a un
pasajero hasta los Apartamentos Jeremías, que hablaba un andaluz cerrado, que
tenía pinta de haber sido boxeador o luchador de lucha libre y que le dio la
impresión de que estaba bastante alterado.
-Ah, el
servicio lo realizó hacia las seis de la tarde –concluye ufano Ramo.
-Fenomenal,
Pedro. Eres un excelente detective –le felicita Grandal.
-No es
mérito mío, es del taxista que ha demostrado ser un fino observador.
-¿Y por
casualidad, no sabrás cómo enterarnos de quién era ese tipo y qué hizo mientras
estuvo en Alcossebre?, ¿conoces a alguien que trabaje en esos apartamentos?
-Por
supuesto, el que construyó esos apartamentos fue un antiguo albañil llamado
Jeremías que trabajó muchos años en Torreblanca y sigue habiendo gente del
pueblo que curra allí. Como los que trabajan en la hostelería terminan tarde,
dame unas horas para que hable con una sobrina mía que está allí de camarera y
le preguntaré.
-De acuerdo.
Si te enteras de algo relevante, llámame sea la hora que sea.
PD.- Hasta
el próximo viernes.
(*) “El robo
del Tesoro Quimbaya” es una novela publicada en este blog.