El viejo Ponte le cuenta a su hija
Clara el motivo de por qué no puede irse todavía de la comisaria de Moncloa:
- … y me han dicho que solo es cuestión de que me lean mi declaración y la
firme.
Como si hubieran oído al viejo,
llega un agente que le requiere para la firma en cuestión. Al cabo de unos
minutos vuelve a aparecer el mismo policía que se llevó al anciano, pero sin él.
- Señora, puede usted marcharse cuando quiera con su hijo. Su padre debe quedarse
porque tiene que volver a testificar.
- Yo no me voy de aquí si mi padre no viene conmigo – Clara Ponte se pone
brava -. ¡Y ya está bien! Mi padre no tiene edad para continuar aquí mucho
rato, acaba de cumplir los ochenta. Según me dice ya lo ha contado todo y varias
veces, ¿qué más pueden pedir a un octogenario? Como no le suelten
inmediatamente, voy a llamar a nuestro abogado y les voy a poner una querella
que se van a enterar ustedes de lo que vale un peine.
- Señora - se disculpa el agente -, como suele decirse en estos casos yo
solo soy un mandado. Le transmito la orden que me ha dado el comisario.
- Me da igual que sea el comisario o el sursuncorda, repito lo que he
dicho: no me voy de aquí sin que me acompañe mi padre. Y le juro por mi hijo
que esta retención, que no sé cómo calificarla, mañana podrá leerla en la
portada de la prensa como una actuación policial que recuerda a como actuaban
ustedes antes de que llegara la democracia. Hágalo saber a quién mande en esta
pocilga.
El agente, más mosqueado que otra
cosa, vuelve grupas y se marcha por donde vino. Apenas pasan unos minutos ya
está de vuelta.
- Señora, el comisario quiere hablar con usted. Si es tan amable… – y le
hace gesto de que lo acompañe.
- Dígale al comisario que primero es mi hijo. Que espere a que termine de
darle el biberón.
El agente piensa que el padre, el
tal Manuel Ponte, parece blando, pero que la hija es una señora de armas tomar.
Con gesto resignado espera a que el bebé acabe con el último resto de la leche.
Después, su madre le sienta en las rodillas y le da unos amorosos golpecitos en
la espalda para que el crío eructe hasta que lo consigue.
- Bien, ya está. Vamos, que quiero cantarle las cuarenta a ese comisario.
Se va a enterar que con los Ponte no se juega.
El encuentro entre el comisario y
Clara Ponte no puede comenzar de forma más intemperante. En cuanto entra en su
despacho, y antes de que el policía siquiera pueda presentarse, Clara le
espeta:
- ¿Es usted el responsable de que retengan aquí a un ciudadano que cumplió
ya los ochenta y que ha contado todo cuanto ha visto al menos media docena de
veces? – y sin esperar respuesta alguna, prosigue -. Pues sepa usted que soy
periodista – Es una verdad a medias, es licenciada en Ciencias de la
Información, pero nunca ejerció el periodismo – y que mañana podrá leer en los
medios que ustedes siguen pasándose por el arco del triunfo los derechos
civiles. ¡Pero en qué país creen que vivimos!
El comisario, hombre ya entrado en
años, ha debido de bregar durante su dilatada carrera profesional con muchas
madres cabreadas. Se nota porque le bastan unos minutos para que Clara deponga
su belicosa actitud.
- Señora, soy el comisario Bermúdez. Ante todo, le ruego que acepte mis
disculpas, y hablo en nombre de todas las fuerzas que han participado en el
operativo. Y permítame felicitarla por tener un padre que se ha portado con
gran entereza y que ha protegido a su nieto en todo momento. Por cierto, que yo
tengo un nieto – es mentira – que mes arriba o abajo debe tener el mismo tiempo
que su niño. Me han dicho que se llama Julio. ¿Sabe una cosa?, en estos tiempos
en que a la gente le ha dado por poner a sus retoños nombres de lo más absurdo,
o cuando no extranjeros, encontrar a una mujer como usted que le ha puesto al
niño un nombre tan normalito, es un alivio. La felicito por ello y por tener a
un hijo que se ha portado tan bien como su abuelo. Me han contado mis hombres
que hasta que no ha sentido hambre no ha abierto la boca, como si no estuviera
allí.
- La verdad, es que es un pedazo de pan – admite la madre ya con su
agresividad inicial en retroceso -. Pero vamos a ver, comisario, todavía no me
ha explicado porque van a retener a mi padre más tiempo. Me ha dicho que les ha
contado cuanto vió. Y por otro lado, también está sin comer. Ya le he comentado
que es muy mayor y ha de comer a sus horas, sino luego tiene problemas
digestivos.
- Lo de la comida está solucionado. Le van a traer del Café de Viena
algunos de sus platillos que los hacen muy ricos y una cerveza o lo que quiera.
En cuanto al motivo por el que debe seguir aquí es porque hay otro grupo de
compañeros que quieren hablar con él.
- ¿Otro grupo?, ¿de qué?, ¿para qué?, ¿por qué?
Pues no es nadie Clara Ponte
haciendo preguntas, se dice el comisario que trata de apaciguar a la mujer que
ha vuelto a mosquearse.
- Señora, por favor, tranquilícese. No hacemos más que seguir el
procedimiento prescrito en estos casos.
- Comisario, me recuerda usted a esos políticos al uso que hablan mucho
para no decir nada. El procedimiento prescrito, ¿de qué o para qué?
- Perdón nuevamente, creía que se lo había dicho. Van a llegar de un
momento a otro los compañeros de la Brigada de Patrimonio Histórico que son los
que quieren interrogarle.
- Ahora sí que no entiendo nada. ¿Qué tiene que ver mi padre con el
patrimonio histórico?
- Señora, no puedo ser mucho más explícito. La jueza del caso ha declarado
secreto del sumario. Sólo puedo apuntar que, al parecer, el furgón que su padre
vio robar llevaba alguna obra de arte de mucho, de muchísimo valor. Por eso,
los de la Brigada de Patrimonio quieren hablar con él. Esa Brigada es la que
investiga todas las agresiones al patrimonio histórico, artístico y cultural,
tanto público como privado. Y como, según parece, el furgón podría llevar
objetos pertecientes al Museo de América, que es de titularidad estatal, de ahí
que intervengan en el caso.
- ¿Entonces…?
- Resumiendo. Su padre tendrá que continuar aquí hasta que los de
Patrimonio terminen de hablar con él. No se preocupe, le tratarán bien y en
cuanto termine su deposición yo, personalmente, me aseguraré de que le lleven a
su domicilio. En cuanto a usted, si quiere, puede continuar aquí, pero una
comisaría no es el lugar más adecuado para un bebé, por eso creo que lo más
sensato es que vuelva a su casa.
- ¿Cree oportuno que llame a un abogado amigo nuestro para que asista a mi
padre?
- Haga lo que considere oportuno, pero su padre no necesita ningún abogado.
La jueza en ningún momento ha tomado medidas contra él. Ni está imputado ni
acusado, solo está aquí en calidad de testigo presencial, nada más.
- Bueno, me fío de su palabra, parece usted buena gente. Espero que no
tarden demasiado con mi padre. La recuerdo, no sé si se lo he dicho, que tiene
ochenta años y que aunque aparentemente puede parecer que está como una rosa
tiene sus lógicos alifafes.
- Yo creo que en poco más de una hora, como máximo, los de Patrimonio
habrán terminado con él y podrá irse. Por cierto – el comisario le entrega una
cartulina -, le doy mi tarjeta. Para cualquier problema que se les plantee en
relación con este lamentable suceso no dude en llamarme. Me tiene a su
disposición y le agradezco, nuevamente, su amable colaboración – El comisario vuelve a sacar su cara más
diplomática.
Pese a la amabilidad mostrada por
el policía, Clara Ponte es de las que le gusta decir la última palabra.
- Bien, comisario. Me voy, pero espero ver a mi padre prontito en casa. Si
tengo que volver a sacar las uñas le aseguro que no le va a gustar nada.
Bermúdez la despide con una amable
sonrisa mientras se dice: desde luego es una mujer aguerrida, mejor será no
volver a cabrearla.