Como el viernes el grupo de jubilados no
tenía prevista ninguna actividad relacionada con el caso Pradera, decidieron el
día anterior dedicarlo a seguir de cerca las fiestas patronales de Torreblanca,
al menos aquellas actividades accesibles a sus muchos años. Para ello se han
citado en la casa que la familia de Ramo tiene en la calle San Antonio o el
Raval, como también la llaman los lugareños.
Algo antes de las diez se juntan todos en el
bar La Rulla, en la plaza de San Bartolomé que, según les cuenta Ramo,
antiguamente se conocía como la Placeta
de la Presó pues en ella estaba el calabozo municipal. Allí es donde los
encuentra Grandal, que también se ha sumado a la fiesta, mientras espera las
noticias que le pueda contar el sargento Bellido sobre las declaraciones de
Carlos Espinosa y el Chato en el Juzgado de Instrucción número 4 de Castellón. Están
desayunando churros con chocolate que Álvarez ha comprado en una churrería
móvil que se instala durante el verano en la playa.
-¿Este es el
desayuno que suelen tomar aquí? –pregunta Grandal-. Si lo es, desayunan lo
mismo que en muchos barrios de Madrid.
-La verdad
es que no, aquí no son mucho de churros, a primera hora la mayoría de la gente se
toma un café con leche y un bollo para mojar y poco más. El verdadero desayuno es
algo que se hace más tarde, entre las diez y las once, más o menos –les explica
Ramo.
-¿Qué
demontres hace esa charanga?, van a despertar a todo el mundo –denuncia
Ballarín al oír la bullanguera música de una banda callejera que en ese momento
está cruzando la plazuela.
-Precisamente
de eso se trata, de despertar al personal. Durante las fiestas esas bandas y
rondallas recorren por la mañana las principales calles del pueblo en lo que se
llama la despertà –aclara Ramo.
La
tertulia se alarga hasta que Ramo recuerda que son cerca de las diez y media y
les aguarda lo que en el pueblo llaman esmorzar
y que es el auténtico desayuno de la mayoría dels torreblanquins.
-¿Y en qué
suele consistir? –quiere saber Ponte.
-Generalmente,
en un bocadillo con lo que hayan pillado: embutido, pescado en conserva,
filete, tortilla, queso…, vale cualquier cosa, y regado con cerveza o vino
peleón. El esmorzar o almorzar, para
la gente que trabaja, es posiblemente la comida más grupal del día porque
siempre se hace en compañía de otros, ordinariamente en un bar. Y es importante
para la convivencia porque igual en toda la jornada la mayoría de trabajadores
ya no se vuelven a juntar con sus amigos y compañeros. Ahora vamos al Ribet donde nos espera una torrà i vi por cuenta del Ayuntamiento.
Dicho en castellano, comeremos sardinas asadas y tomaremos un vaso de vino
-¿Qué es el Ribet? –pregunta Ballarín.
-Un lugar
del pueblo; bueno, realmente hay dos con el mismo nombre. Son antiguos lechos
naturales de aguas pluviales, lo que también se llama rambla o riera y que aquí
en algún momento debieron denominar riuet,
que con los años se convirtió en ribet,
nombre que se les sigue dando.
Cuando llegan al Ribet del Raval encuentran que hay un bullicioso gentío haciendo
cola y esperando que les sirvan las sardinas asadas y el vino. Al ver el gentío
Grandal se desapunta del evento.
-Para
tomarme unas sardinas al espetón servidor no piensa hacer cola. Os espero en
alguna de las carpas de la Avenida del Mar.
La espantada del excomisario provoca que el
resto de la cuadrilla se le una y se van paseando por el Raval hasta que a la
altura dels Quatre Cantons, Ramo sugiere que ese es un buen punto para quedarse
y poder vivir en primer plano el evento más importante de la mañana que es la entrá de los toros que se van a correr
esa tarde.
-¿Eso de la entrá es lo que nos contaste que se
parece a los encierros de Pamplona? –quiere saber Ponte.
-Se parece
en que los toros corren por la calle desde el corral en el que están encerrados
hasta la plaza de toros. A partir de ahí las similitudes son escasas. Los
corredores no son muchos y van bastante distanciados de la torada, y los
animales no son toros bravos, en el mejor de los casos son reses semicerriles
que han sido toreadas en la mitad de los pueblos de la región. Aun así, para mí
y para mucha gente, es lo más emocionante de las fiestas, aunque solo dure unos
pocos minutos.
A las doce en punto suena el estallido de un
cohete y la calle comienza a vaciarse de personal, situándose casi todos
pegados a las casas o colocados detrás de las barreras de tablones que cierran
las calles adyacentes al Raval. Anticipándose a la manada pasa un cabestro de
buen tamaño de cuyo ronzal tira un pastor. Luego ven que la calle se despeja
del todo y que hay gente que viene corriendo, detrás de ellos la torada que más
propio sería llamarla vacada porque de siete cornúpetas solo dos son toros, el
resto vacas aunque alguna de ellas luce una aparatosa cornamenta. La manada
pasa como una exhalación delante de los vejetes. Los animales van todos
agrupados por el centro de la calle y apenas si hacen amagos de cornear a
diestro y siniestro. Luego solo queda el runrún del gentío en dirección a la
plaza de toros.
-Razón
tenías, Pedro, de esto a los sanfermines media un mundo –asevera Ballarín-,
aunque reconozco que no deja de tener su tipismo.
-¿Y ahora
qué? –pregunta Grandal a quien comienza a intranquilizarle que el sargento no
le llame.
-Pues ahora,
si queréis, podemos ver un ratito la prova
–sugiere Ramo.
-¿Y qué es
la prova? –inquiere Ponte que se ve que tiene el día preguntón.
-Literalmente
es la prueba de los toros y vacas que se torearán por la tarde. Se sueltan tres
de los bichos que hemos visto pasar y los jóvenes los torean; bueno, más que
torearlos los prueban para ver como embisten y que clase de arrancada tienen.
Por cierto, hoy se prueban los toros de la ganadería de Hermanos Miró, que me
han dicho que suele traer buenos ejemplares.
-¿Y dónde
hay que sacar las entradas para ver la prova?
–vuelve a preguntar Ponte.
-En ninguna
parte. Los toros son gratis, van a cuenta del Patronato de las Fiestas que, en
definitiva, es el Ayuntamiento.
-¿Y sentarse
en los carros y cadafales también es gratis? - –pregunta Ballarín.
-Son
propiedad privada y pertenecen a los que han pujado por el emplazamiento y los
han construido, pero en la prova,
como hay poca gente, puedes ponerte donde te apetezca. Por la tarde los carros están
reservados a sus propietarios, familiares e invitados.
Cuando Ponte ve la endeble escalera por la
que Ramo le indica que puede subir, se niega.
-Pedro, por
ahí no subo. Con la falta de tensión muscular que tengo en los brazos puedo
caerme y montar un espectáculo. ¿No hay otro sitio dónde ver los toros sin
poner en riesgo mi maltratado físico?
-Espera a
que suban los demás y te llevo a un sitio desde donde los verás a ras del
suelo.
Ramo lleva a Ponte a la parte de la plaza
lindante con la Avenida del Mar y allí, de pie y a través de los pivotes que
sustentan los carros, Ponte ve la cacareada prova.
Los mozos no usan capas ni muletas, ni se banderillea ni se pica al toro, ni
mucho menos se le estoquea. Todo consiste en que el mocerío trata de llamar la
atención de los animales para provocar su embestida. En cuanto el bicho hace el
más mínimo gesto de arrancar, los mozos ponen pies en polvorosa refugiándose en
lo alto de los carros o resguardándose detrás de un par de armatostes que hay
en el centro de la plaza, uno de los cuales parece ser una especie de robusto
banco que debe pesar lo suyo, y el otro una suerte de peana o grada a la que se
accede subiendo unos peldaños por los que también podría trepar el toro, y de
hecho alguno lo hace. Ponte, que nunca ha sido muy taurino, pronto se cansa del
espectáculo que es más repetitivo que animado y se sienta en el bar que tiene
más a mano donde pide una cerveza y allí le encuentran el resto de la pandilla
que también se aposentan.
-¿Y esta
tarde que festejos nos recomiendas? –pregunta Ballarín a Ramo.
-Por la
tarde, a las cinco y media comienzan los toros, lo que en lenguaje oficial se
llama la exhibición de bous i vaques.
El toreo es el mismo que acabáis de ver, por eso no os lo recomiendo porque no
parece que os haya entusiasmado. Lo más destacado es que en mitad del
espectáculo se procederá a desencajonar un toro cerril que será embolado por la
noche.
-Eso de
embolar a un toro es cuando le ponen esas bolas de alquitrán o de otra materia
en los cuernos, ¿verdad? Yo creía que lo hacían de noche –recuerda Álvarez.
-Y así es.
Por la tarde solo lo desencajonarán para que la gente pueda verlo, pero la fiesta
del bou embolat, que es como se llama,
se hará por la noche –aclara Ramo.
¿Y lo del
embolado cómo se hace? –quiere saber Ballarín.
-Al toro,
mientras está encajonado o en el corral, se le atan las astas con una soga que se
pasa por el agujero que tiene un pilón colocado en el centro de la plaza.
Cuando sale el animal de donde estaba encajonado, un grupo de hombres tira de
la cuerda a la que está atado el bicho para atraerle al pilón, lo que hay que
hacer con cuidado para evitar que el toro se enrolle con la soga o se haga
daño. En cuanto el animal está junto al pilón, se coloca una pinza que agarra
la cuerda y que imposibilita que el toro pueda retroceder. Una vez fijado el
animal, se le insertan unos herrajes con bolas en las astas. Las bolas deben distanciarse
de la cara del toro para no causarle daño y suelen estar compuestas por estopa
de cáñamo impregnada de un material inflamable. Cuando la operación está
terminada, se prende fuego a las bolas. Entonces, un individuo, casi siempre un
especialista, corta la soga que sujetaba al animal, mientras otro le retiene
por el rabo para intentar frenar la salida del toro y que no pueda empitonar al
que ha cortado la cuerda. Y a partir de ahí comienza la fiesta del bou embolat. Se apaga el alumbrado
público y solo se ve la luz que desprenden las bolas en la oscuridad de la
noche y se oyen los mugidos del asustado y dolorido animal.
-O sea, que
esta noche hay bou embolat –sentencia
Ballarín.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 108. El guiri misterioso deja
de serlo