"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 12 de enero de 2016

10.8. Poner tierra por medio



   La conversación entre el farmacéutico y el médico termina con la recomendación del primero de que el galeno debería ser lo más discreto posible en lo tocante a sus aventuras amorosas. No hay más comentarios, ni Sanchís añade una sola palabra ni Lapuerta pregunta, no es necesario, ambos saben a qué atenerse. A Manuel, la charla con su amigo Pepe le lleva a replantearse algo en lo que ya ha pensado: quizá lo mejor fuera irse. Alguna vez ha fabulado viéndose en otra localidad junto a Milagros, pero la idea no ha pasado de ser un sueño que sabe irrealizable, por la joven, por su mujer y, posiblemente, hasta por él. Ya no es ningún jovencito y una cosa es acariciar una piel tersa y suave, embelesarse con la curva de una cadera, sentir una lengua juguetona en contacto con la suya... y otra es el día a día. Porque las proezas sexuales, a su edad, tienen los días contados. Sí, quizá tenga que plantearse en serio lo de marcharse del pueblo, pero con Angustias. Son muchos años juntos, toda una vida, y no se ve con arrestos para repudiarla aunque ya no le diga nada como mujer, pero sigue siendo su esposa.
   Unos días más tarde, sentados en la mesa camilla de la rebotica, Lapuerta se confiesa con Sanchís:
- No me queda otra solución, Pepe. Tengo que irme. Si me quedo, sé que voy a ser incapaz de romper con Mila. La única solución que veo es poner tierra por medio.
- Pero bueno, Manolo, recapacita. Estoy convencido de que si te lo propones puedes terminar con esa mujer. Poner tierra por medio no es la solución, lo más razonable es seguir llevando una vida... – no sabe que adjetivo emplear – como antes, vamos. Y no creas que no deja de sorprenderme lo que estoy diciendo, cualquiera diría que soy una ursulina y tú sabes, mejor que nadie, que de eso nada.
- Me temo que valoras demasiado mi capacidad de control. Si es como si me hubiesen administrado una droga, me he convertido en un adicto. Ya sé que eso a mi edad es patético y lo peor es que soy incapaz de luchar contra ello. Te confieso que jamás hubiese pensado que algo parecido me podía pasar, pero así están las cosas. Me tengo que ir, no tanto por mí sino por Angustias.
- Posiblemente ni llegue a enterarse nunca.
- No la conoces. Estoy seguro de que lo sabe. Como también lo estoy que no dirá ni pío. Me ha querido mucho y es demasiado orgullosa para mostrarse ofendida, por eso debo evitar, si todavía es posible, que se convierta en pasto del chismorreo. No tengo derecho a hacerla sufrir inútilmente.
- He de confesarte que me afecta mucho tu decisión, aunque la comprendo. Y me afecta porque, además de perder a uno de mis mejores amigos, tengo mala conciencia, quizá cometí una imprudencia al hablar contigo. Y, además, este pueblo no va a ser el mismo sin ti.
- También yo voy a echaros de menos. En cuanto al pueblo, aquí siempre fui un verso suelto. Dentro de unos años solo os acordaréis de mí los amigos y algún que otro viejo.
   Martín Esteller, no podía ser otro, suelta la bomba informativa en la tertulia del café de El Porvenir:
- No os podéis imaginar quién parece que se va del pueblo.
   Los contertulios acogen la intervención del barbero con un silencio indiferente. Da la impresión de que no es algo que les interese excesivamente. Visto el nulo interés de sus compañeros, Esteller añade una pizca de pimienta informativa:
- Se trata de alguien que entra en nuestros domicilios como Pedro por su casa.
- Si te refieres al Modesto, esa es noticia vieja.
- No me refiero al cartero, es alguien mucho más importante.
- Te gustan más los misterios que a un tonto un lápiz. Suelta de una vez quién coño se va.
   Como ya ha conseguido su propósito, que todos estén pendientes de sus palabras, Martín se aviene a dar la noticia:
- Don Manuel.
- ¿El médico?
- ¿Cuántos don Manueles hay en el pueblo?
- ¡No puede ser! Si lleva aquí desde antes de la guerra.
- Con lo que aquí se le quiere y se le respeta no creo que vaya a marcharse. Eso tiene que ser un bulo como una catedral.
   Esteller se recrea con el impacto causado por su información. Ahora sí que los tiene a todos preguntándole a coro.
- ¿No será una de esas historias que te sacas del caletre?
- Este cachondo con tal de ser el centro de atención es capaz de inventarse cualquier cosa.
- Pues yo sí le creo. Os recuerdo que al terminar la guerra ya se fue. ¿Qué tendría de raro que se volviera a ir? Al fin y al cabo, los forasteros siempre terminan yéndose.
- Sí, pero la vez anterior se marchó porque lo depuraron, que lo sé de buena tinta.
- Oye, Martín ¿y adónde se va? – pregunta uno que se ha creído la noticia.
- Parece que a Carcagente.
- Entonces veo natural que se vaya. Gana mucho con el cambio. Carcagente es mucho más grande y allí corre bien la tela. Hay mucha naranja.
- Y también se están instalando fábricas.
- No creo que si se va sea por una cuestión de dinero. Don Manuel es cualquier cosa menos pesetero. Si al final acaba marchándose, otros deben de ser los motivos.
   A más de un contertulio le ha llegado el rumor de que el médico tiene un apaño con Milagros la de Rosendo, pero nadie se atreve a decirlo en voz alta. Tampoco es algo que esté probado y mejor es no meter la pata. Igual pueden necesitarle antes de que se vaya.
   En tanto los cotilleos locales se centran en la presumible marcha del médico, en la vida política sigue la batalla por ver quien se apunta el tanto de que sus recomendados consigan ocupar las dos vacantes de guardas de campo. Gimeno se marca un maratón de idas y venidas a la capital hablando con unos y otros para conseguir apoyos en su pelea con los Arbós sobre los guardas rurales. A la vez hace la misma labor de zapa en el pueblo restando adeptos al clan. En uno de sus cabildeos se entera que el secretario del Ayuntamiento tiene bastante mano en la Cámara Oficial Sindical Agraria, uno de los órganos que puede verse involucrado en la decisión de la elección de los guardas si el asunto supera el ámbito local. Esta información le lleva a mantener una charla con el secretario:
- Nicanor, he de pedirte un favor. Que me eches una mano en la Cámara respecto a la selección de los candidatos a guardas.
- Nada me gustaría más, José Vicente, pero si lo hago significará que me enfrento a los Arbós y a todos sus amigos y eso me dejaría en una situación comprometida. Un secretario de Ayuntamiento debe de estar al servicio de todos sus convecinos y por encima de las luchas partidistas. Si te sirve de consuelo te confesaré que lo mismo le he dicho a Rodrigo.
- Tu postura me parece muy respetable, Nicanor, pero voy a ser más explícito, no te pido que me ayudes, te lo exijo.
- No esperaba eso de ti, José Vicente. ¿Qué es eso de que me exiges?, ¿pero quién te has creído que eres?
   Como hizo en su momento con el párroco, Gimeno echa mano del comodín que, por consejo de Lola, tiene guardado y que compromete al funcionario.
- Alguien que puede contar los tejemanejes que tus amiguetes de Gedosa hicieron con el cemento cuando construyeron las casas baratas. También quien tiene en su poder copias de los albaranes del depósito de materiales de Albalat en los que se pueden rastrear los enjuagues que se llevaron a cabo. Por todo eso, estoy convencido de que me vas a ayudar, aunque suponga que abandones por un momento tu cómoda neutralidad. ¿A que sí?
   La palidez que aparece en el rostro del secretario anticipa su respuesta.