"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 29 de septiembre de 2017

20. Curro, hoy te la pasas por la piedra



   Siguiendo con su inveterada costumbre, Ponte abre el ordenador y pincha El País. La noticia principal que el rotativo madrileño lleva a su portada es, como no podía ser de otro modo, la referida a las gestiones para la formación de un nuevo gobierno: Rajoy y Rivera abren una nueva fase de colaboración limitada. Estos políticos que tenemos, piensa el viejo, que mal llevan lo de pactar, se enrocan en sus posiciones de partida y así no hay forma de llegar a ningún acuerdo. También destaca el periódico una información internacional: Los desplantes de Trump sumen en una crisis al Partido Republicano. Ese tipo parece un broncas, se dice Ponte, ¿será posible que los norteamericanos le elijan presidente? Y no sigue leyendo más porque ni tiene ganas ni le interesa demasiado lo que puedan contar los medios. Se levanta para desayunar y en la cocina encuentra a Luis que se le ha adelantado.
-Buenos días, Manolo, he hecho unas tostadas por si te apetecen.
-Gracias. Cuando vea a Matilde le voy a decir que tiene un marido que como amo de casa vale un Potosí.
-Pues si lo haces se te va a reír en la cara porque repite a quien quiera oírla que soy el marido más inútil del mundo que, por no saber, no sabe ni freír un huevo –y cambiando de tema, pregunta-. ¿Te parece que estrenemos la temporada de baños? Con lo que calienta Lorenzo el agua debe de estar apetecible.
-Por mí, encantado. ¿Qué cojo para la playa?
-El pack playero al completo: toalla, crema solar, una botella de agua o de lo que bebas habitualmente, un gorro y en la terraza están las esterillas, las sillas plegables y la sombrilla.
-¿Voy a poder con tantos trastos? –pregunta con un punto de ironía Ponte.
-Tú puedes con lo que te echen, aunque sea ganado de tienta.
   Cargados con todos los bártulos los dos viejos se dirigen a la playa. La distancia es corta, debe de haber poco más de doscientos metros desde la urbanización a la playa que, según ha explicado Álvarez, es la que se denomina Torrenostra, la más extensa y antigua. Cuando llegan Ponte se sorprende al ver el panorama: prácticamente solo hay una primera fila de veraneantes tumbados en la arena, el resto del amplio arenal está vacío, lo que le lleva a preguntar:
-Oye, Luis, si el cuatro de agosto la ocupación es la que veo, ¿cómo estará esto en temporada baja?
-Ya puedes imaginarlo. Una sombrilla aquí, unas toallas algunos metros más allá, otro grupito algo más alejado, una pareja en un rincón; en definitiva, unas pocas decenas de personas. Es uno de los misterios que según Nacho hace tan atractivo este lugar, que unas playas tan estupendas estén tan solitarias. Solo te voy a dar un dato: aquí hasta hace un par de años lo normal era que la gente plantase el parasol cuando llegaba y no lo recogía hasta el día de la partida. Siguen haciéndolo, pero ahora dos días a la semana hay que guardarlos para que las máquinas que limpian la playa no se los lleven por delante. Con eso está dicho todo.
-¿Hasta dónde se puede llegar sin que el agua te cubra? –pregunta Ponte puesto que, como hombre de secano, la natación no es su fuerte.
-Huy, para que te llegue el agua al cuello hay que entrar cincuenta o sesenta metros. El declive es muy suave.
-Vaya día luminoso y claro que hace.
-¡Me acabas de dar una idea! –exclama Álvarez-. Esta tarde, cuando acabemos la partida vamos a coger el coche y te voy a llevar un trecho por la carretera de Vilanova d´Alcolea que está detrás de la cadena de lomas del oeste y desde allí te enseñaré las Islas Columbretes.
-Vaya, no sabía que por aquí había unas islas.
-Bueno, más bien islotes. Son un conjunto de cuatro grupos de islas volcánicas que están a unos cincuenta y tantos kilómetros del Cabo de Oropesa. También existen numerosos escollos y bajos. Y están despobladas pues son muy pequeñas. En la isla más grande, llamada Illa Grossa, hay un faro. Y el entorno del archipiélago está declarado Reserva Natural Marina, creo que tiene una fauna marina espectacular.
   Mientras los dos vejetes se remojan y hasta dan unas brazadas en las tranquilas y cálidas aguas, el andaluz Salazar tiene un plan muy diferente. Hoy, después de repetidas intentonas, ha conseguido que Anca acepte su invitación para comer. Es el día en el que esta semana libra la camarera. Generalmente lo pasa con su novio, pero están de morros y ella ha decidido castigarlo. Curro ha quedado con la joven que la recogerá a la salida del pueblo porque ella prefiere que no la vean subirse en el coche de un forastero. Lo del foraster, según se dice en valenciano, es una de las peculiaridades lingüísticas locales, como ha podido detectar Curro, a los que no son del pueblo y aunque sean valencianos no suelen llamarles guiris, turistas, metecos o veraneantes, los engloban a todos con el mismo vocablo: forasteros. Cuando Curro ve acercarse a la muchacha nota como su virilidad se despabila pues la verdad es que la joven es un bocado más que apetitoso. El hombre, galantemente, le abre la puerta del coche.
-Buenos días, princesa, eres tan puntual que podrías pasar por inglesa. ¿Dónde quieres que te lleve a comer?
-Donde quieras, pero fuera del pueblo.
-Por supuesto. ¿En qué restorán te gustaría comer en el que no hayas estado nunca?
-Vicentín –así se llama su novio-, desde hace tiempo me tiene prometido llevarme a Can Roig, un restaurante que está en la Guía Michelín, pero hasta ahora, por unas cosas o por otras, no ha cumplido. Yo creo que porque tiene fama de ser el más caro de la zona, bastante más de los que me lleva habitualmente. Y me apetece mucho conocerlo y probar sus platos que dicen que son de categoría.
-Pues hoy, princesa, vas a comer en Can Roig y, como tú mereces lo mejor, vamos a pedir los platos más caros que haya en la carta. Que no se diga que Curro Martínez es un jodío rácano como el pobre Vicentín.
-Vicentín no es pobre, su familia es una de las más ricas del pueblo.
-Será como tú dices, princesa, pero si no te ha llevado a comer a un restorán que a ti te peta conocer es porque es más agarrao que un chotis. Vamos para allá, pero tendrás que indicarme el camino, porque aunque este coche lleva GPS no me fío un pelo de esos artilugios. Sé de un tío que, por fiarse del aparato, terminó estrellándose en el malecón del Arsenal de la Carraca cuando donde quería ir era a Puerto Real.
-Vamos a ir hasta Torrenostra y luego cogeremos el Camí del Campàs, a unos pocos kilómetros está el restorán, al ladito mismo del mar.
-Antes voy a repostar.
-Prefiero que no lo hagas en el pueblo, en la estación de servicio me conocen, casi todos los que trabajan allí son rumanos. Lo que haremos será cambiar de ruta. Coge la nacional trescientas cuarenta en dirección a Barcelona hasta la salida de Alcossebre, en esa carretera hay una estación de servicio, puedes repostar allí. Luego ya te indicaré.
   A pocos kilómetros de Torreblanca, Curro coge la salida señalada por la joven y, en efecto, a unos centenares de metros hay una gasolinera, llena el depósito y siguen. Inmediatamente pasan por debajo de un puente por encima del cual discurre la vía férrea. Enseguida aparece una pequeña rotonda en la que Anca le muestra la dirección a seguir. En cuanto llegan al núcleo urbano de Alcossebre, la joven le dirige hacia el sur.
-Por aquí cogemos la carretera que bordea el mar. No vayas muy aprisa, siempre hay gente andando por los arcenes.
   Curro coge la estrecha carretera con bastantes curvas pues se va plegando a los entrantes y salientes de las diversas caletas. Al poco tiempo y, tras una curva cerrada, cruzan lo que parece una rambla arenosa y se topan con un casal en cuyo tejado hay un rótulo que pone Can Roig. Delante del restorán se ven aparcados un buen número de coches.
-Esto parece que está hasta los topes.
-Tendríamos que haber llamado antes para reservar. Seguro que no hay sitio –se lamenta Anca.
-Tranqui, princesa, que vas al lado de un hombre de los de verdad, no de un pelagatos como tu Vicentín.
   La recepcionista que les atiende les dice, como sospechaba la joven, que no hay sitio, está todo reservado. Es el momento en que Curro despliega todo su savoir faire. Pide ver al maitre, le desliza discretamente en la mano un billete de cincuenta euros al tiempo que afirma con gran aplomo que es el señor Martínez de Torrenostra y que tiene reservada una mesa para dos en la terraza.
   Cuando se sientan en la mesa a la que les ha conducido personalmente el maitre, Anca no deja de mirar a Curro entre encandilada y emocionada pues ha visto la maniobra de su acompañante. Es la primera vez que alguien se gasta tanto dinero en ella simplemente para conseguir una mesa en un restorán. Desde ese instante mira al hombre con nuevos ojos, con otra mirada, como si fuera un extraño a quien terminase de conocer. Vista la reacción de la joven el prófugo, que no es precisamente un exquisito sino un machista a la vieja usanza, se dice:
-Curro, hoy te la pasas por la piedra.

PD.- Hasta el próximo viernes