Dimas tira la toalla. Los reiterados
incumplimientos de la cuadrilla que dirige Sergio se han convertido en algo
inasumible para el buen nombre de la empresa y, sobre todo, para la cuenta de
resultados. No puede hacer más de lo que ha hecho por el chico, cree que se ha convertido
en un caso irremediable. No le queda otra que informar al patrón:
-
Jefe, me rindo, el Estudiante no puede seguir de capataz. Lleva tiempo
empinando el codo más de lo debido. Y eso no es lo peor, por lo que me cuentan
fuma porros, toma pastillas, le da a la coca y, últimamente, parece que se ha
enganchado a la heroína; en fin, que se mete todo lo que pilla. Muchos días
llega con síntomas de estar borracho, drogado o ambas cosas. Se ha peleado con
algunos de los oficiales de su grupo y con los que no es incapaz de sacarles
partido. Creo que lo mejor será darle el finiquito antes de que nos ocasione
problemas que puedan ser irreparables o que vayan a costarte un riñón.
-
Vaya, hombre, qué lástima, con lo que prometía ese chico – se lamenta Francisco
-. Ahora, si esa es tu opinión, no se hable más. Quítale el mando de la
cuadrilla mañana mismo. Y me pregunto; mejor dicho, te lo pregunto: ¿podría
quedarse de instalador raso? Lo digo, más que nada por no darle un disgusto a
mi sobrina Verónica, ya sabes que es muy amiga de su mujer; bueno, de la chica
que vive con él.
Dimas tuerce el gesto, pero conoce demasiado
bien a su patrón y da su asentimiento:
-
Bueno, le pondré de oficial en otra cuadrilla, pero apostaría lo que quieras a
que no va a durar mucho. Cuando estos chicos jóvenes se enganchan a las drogas
duras… - El final inacabado de la frase es acompañado por un negativo
movimiento de cabeza.
- Haz
la prueba. Eso sí, a la primera que haga a la puta calle. Una cosa es complacer
a mi sobrina y otra aguantar drogatas.
El experimento de Sergio como oficial dura
hasta el siguiente fin de semana. El lunes ni aparece por el tajo. Dimas da el
correspondiente parte y Francisco no lo duda:
- Diré
a la de la oficina que le prepare el finiquito. ¿Qué causas ponemos para el
despido? – pregunta el patrón.
- No
sé, que llega mamado o drogado la mitad de los días, que es incapaz de sacar
adelante el trabajo que se le encomienda, que los lunes suele llegar tarde. Lo
que te parezca más oportuno – sugiere Dimas.
- Será
mejor que lo consulte con el abogado, no sea que terminemos en el juzgado de lo
Social por despido improcedente, porque por los motivos que alegas igual no es
fácil demostrar que el Estudiante haya incumplido su contrato. O podría alegar
el abogado del sindicato que un trabajador no puede ser despedido por un problema
de esa naturaleza. Esta gente de los sindicatos siempre terminan buscándote las
vueltas.
-
Puedes alegar que está enfermo, pues eso de la droga no deja de ser una
enfermedad – propone Dimas.
- Creo
que ese motivo tampoco valdría. Lo que digo, consultaré al abogado que para eso
le pago y que redacte la carta de despido.
Cuando Sergio llega el martes a la obra,
Dimas le dice que está despedido y que se pase por la oficina a recoger el
finiquito y la carta de despido. El joven no se enoja demasiado, en sus
momentos de lucidez es consciente que eso podía pasar en cualquier momento. De
todos modos, tras recoger la carta, se pasa por el sindicato a ver que dice el
abogado. En opinión del laboralista las razones que motivan el despido
esgrimidas por la empresa son fácilmente recurribles y le propone que lleve a
su patrón a la magistratura de trabajo por despido improcedente. Sergio no lo
duda un segundo, no recurrirá el despido. Es plenamente consciente de que
Francisco, su patrón, siempre se ha portado bien y que es él quien ha fallado.
Solo de pensar en lo que diría el bueno de Dimas si llevase la empresa a los
tribunales le abochorna. El joven se ha convertido en un drogadicto, pero
todavía no ha perdido la vergüenza torera. Lo que hace es buscarse un nuevo
curro en otra empresa. No tiene que preguntar mucho, hay montones de obras en
marcha y por consiguiente hay una fuerte demanda de mano de obra especializada.
Le contratan como oficial instalador y durante casi un mes se resiste, casi
heroicamente, a dejarse dominar por el alcohol y la droga. En la jornada
treinta y seis sucumbe, ese día no aparece por el tajo, ni ese día ni en los
dos siguientes. La baja es automática. El proceso se repite en otra empresa con
parecidos resultados. No encuentra ya una tercera, la voz sobre su comportamiento
se ha corrido y en su peregrinaje por las distintas oficinas de las empresas
eléctricas la negativa es total. Tendrá que buscar trabajo fuera del pueblo. Es
lo que le cuenta a Lorena:
- Voy
a tener que buscar curro en Albalat o en Benialcaide, aquí la cosa está chunga.
-
¿Cómo que está chunga? – pregunta una sorprendida Lorena -- Con la cantidad de
obras que hay en marcha tiene que haber curro a porrillo.
- Y lo
hay, pero al parecer no para mí. Me he pateado todas las empresas que puedan
necesitar instaladores y el resultado ha sido cero patatero.
- No
sé si creérmelo, Sergio.
- Pues
ve haciéndote a la idea. Parece que se ha corrido la voz que le doy al canuto y
los estreñidos de los patronos no están por la labor.
Sergio busca trabajo en Benialcaide, tiene
la esperanza de que hasta allí no haya llegado su fama de enganchado. En la
segunda empresa que visita le aceptan sin dudarlo. No parecen tener noticias de
su mala fama y en cambio sí se muestran complacidos con la carta de
recomendación que le escribió Francisco. Su primer patrono, al enterarse de que
no recurría su despido y no llevaba la empresa al juzgado de lo Social, le
envió un escrito de recomendación en el que enumeraba sus cualidades como
oficial electricista y no aludía para nada a sus problemas con las drogas y la
bebida. Dura casi trece días en su nuevo trabajo. En el segundo fin de semana,
con el salario de la quincena, la pareja monta una fiesta por todo lo alto.
Compran todo el caballo que el dinero les alcanza. Cuando amanece el lunes de
lo que debía ser su tercera semana en el curro, Sergio no aparece por el tajo
ni da señales de vida. El martes, aunque todavía le dura el subidón, se acerca
a la obra dispuesto a trabajar. El capataz le remite directamente a la oficina
de la empresa donde recibe la correspondiente carta de despido. Otra vez a la
búsqueda de un empleo, algo que en principio parece fácil dado el gran número
de edificios en construcción. El joven no encuentra trabajo. Parece que en
Benialcaide las noticias circulan más aprisa que en Senillar y la condición de
drogata de Sergio ha llegado a todas las empresas que contratan los montajes
eléctricos de las obras. Sergio no lo duda, se traslada a Albalat dispuesto a
encontrar el curro que tanto necesita, pero su fama le ha precedido. La respuesta
que le dan en todos lados es siempre la misma: no. El joven se ve perdido y,
como acostumbra, busca el apoyo y consuelo de su abuelo:
- No
sé qué hacer, abuelo. Estoy jodido de verdad.
-
Bueno, hijo, en los momentos difíciles es cuando hay que sacar el carácter. No
hay que venirse abajo. Sabes que te ayudaré en lo que pueda. De todos modos aún
te queda el paro.
-
Coño, es verdad, abuelo, el paro. Como no había pensado en ello.
Así es como Sergio entra en una nueva etapa
de su vida: la de vivir de la prestación del desempleo. En una España en que la
burbuja inmobiliaria ha producido una plétora de empleo, se está produciendo el
fenómeno de que miles de jóvenes, los que más trabajadores de la construcción,
se toman dos años sabáticos a cargo de los fondos públicos. Y cuando se les
pregunta de en qué trabajan contestan con una antítesis o si se prefiere con
una pura paradoja resumida en la frase:
-
Trabajo en el paro.