"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 7 de agosto de 2015

6.13. ¿Qué es eso de la democracia orgánica?



   El engranaje de la conexión Gimeno-Marín, o lo que es lo mismo: jefe local- alcalde, funciona como una máquina de precisión. Gimeno suele ir poco por el Ayuntamiento y cuando lo hace cuida con mimo que sea el alcalde quien figure en primera fila y a quien se le dispensen todos los honores. Idéntica postura adopta en todos los actos públicos, el regidor va delante y él le sigue en un segundo plano. En definitiva no hace más que seguir fielmente la sugerencia que le dio Lola:
- José Vicente, tú debes ir siempre unos pasos por detrás de Fernando. El alcalde es él y, por consiguiente, a él debe corresponder la preeminencia en todos los actos y ceremonias.
- Eso debería ser así, el problema es que Fernando se empeña en ser él quien vaya detrás de mí.
- Has de convencerle de que la dignidad de la alcaldía es la más importante y que, por tanto, debe ser quien presida los actos.
- ¿Y si termina por creerse que es el número uno de verdad y nos sale la criada respondona?
- Tranquilo, marido, sin ti Fernando no es capaz ni de saber dónde tiene su mano derecha. Mira, si de algo peca Fernando, y eso es muy propio del género masculino, es de ser un pelín vanidoso. Tú báilale el agua en ese terreno y lo demás se te dará por añadidura.
   El cotidiano quehacer en la alcaldía parece darle la razón a Lola. En cuanto alguien le va al nuevo alcalde con un asunto que trasciende los límites ordinarios de la gestión municipal, no tiene ningún reparo en puntualizar:
- Voy a comentárselo a José Vicente, a ver qué opina.
   Y hasta que Gimeno no da su parecer en el Ayuntamiento no se mueve un papel. Las continuas visitas de Fernando terminan incomodando al que maneja los hilos del teatrillo y se queja por ello a quien mejor sabe escucharle, su esposa:
- Este Fernando se está convirtiendo en un incordio. Si no viene tres o cuatro veces al día a verme para consultarme no viene ninguna. Encima como cuando hay un asunto de cierto calibre no me gusta tomar una decisión sin antes hablarlo contigo, tengo que volver a citarlo tras comentártelo. Lo que te digo, un incordio.
- Bueno, si hay asuntos importantes sobre los que tomar una resolución es natural que te visite las veces que sea necesario.
- Si fuera así no me quejaría, pero es que en la mayoría de ocasiones las cuestiones que me plantea son auténticas chorradas. Y con tanta visita estoy empezando a descuidar mis tareas en la cooperativa.
- Eso no debe continuar así. La cooperativa es la que nos da el pan y con las cosas de comer no se juega. Lo que tienes que hacer es marcarle un tiempo para que vaya a verte, no que interrumpa tu trabajo cada dos por tres. ¿Sabes qué? – Pregunta Lola un tanto retóricamente -, lo que vamos a hacer a partir de mañana es que le invitaremos a tomar café con nosotros después del almuerzo y ese será el momento en que nos exponga todas los asuntos sobre los que haya que decidir. Solo en caso de una emergencia deberá ir a la cooperativa a contártela.
   Tantas idas y venidas del nuevo alcalde a la cooperativa no han pasado desapercibidas, quizá por eso los vecinos han bautizado al nuevo acalde como Fernando Siseñor porque es incapaz de decir un solo no al jefe local. La singular simbiosis entre Marín y Gimeno funciona como un reloj suizo y, por lo que se ve, a gusto de ambos. El alcalde luce su buena estatura y su pose un tanto marcial en las procesiones y en los actos públicos. El jefe se conforma con mandar. María Eugenia, la señora alcaldesa, es feliz luciendo la mantilla, junto a su marido, en los actos religiosos y aireando un precioso mantón de Manila en las fiestas civiles, hasta se ha comprado un vestido negro de organdí que, al parecer, la hace menos gruesa. Lola, la esposa del jefe, se conforma con saber quién es el número uno. En cuanto a los demás, el vecindario ha aceptado el nuevo cacicazgo como un hecho natural. Además piensan que dentro de lo que cabe, Gimeno no es de los peores: suele ser amable con la gente que va a verle, tiene grandes dosis de paciencia para escuchar sin aparente cansancio a los pedigüeños de turno, mano izquierda para resolver conflictos y notable olfato político para saber a quién puede tratar con dureza y ante quien debe de ser mucho más flexible. Otro dato que obra a su favor es que da la impresión de que no tiene una excesiva codicia y no le pone precio a los favores que dispensa. Tampoco rechaza los presentes y dádivas que los agraciados con sus decisiones le llevan discretamente a casa, pero como casi siempre se trata de productos del campo no resulta demasiado escandaloso.
   En el plano político todo parece que encaja perfectamente: la gente sabe quién manda y a quien acudir en última instancia. Hasta un liberal escéptico como Manuel Lapuerta lo admite ante sus rojillos amigos de la tertulia radiofónica.
- … pero, don Manuel, no me diga que le parece bien que Gimeno se haya convertido en el cacique del pueblo. ¡Es lo último que esperaba de un hombre cómo usted! – se lamenta dolido Bonet.
- Vamos a ver, Celestino, no sé cómo explicártelo para que lo comprendas. En un sistema democrático auténtico, el caciquismo no tiene cabida. Los ciudadanos eligen a sus representantes y el que más votos tiene, sea una persona o un partido, es el que manda. Eso lo tienes claro, ¿verdad? – Ante el asentimiento del ferroviario, el médico prosigue -. Ahora bien, resulta que no vivimos en un estado democrático por mucho que les haya dado en decir que el Régimen es una democracia orgánica. Tenemos un sistema personalista que concentra todos los poderes en un solo individuo. Para ser más claro, tenemos una dictadura que pretende disfrazarse de otra cosa, pero que no engaña a nadie.
- Ya era hora de que comenzara a llamar a las cosas por su nombre.
- Bien, sigo. Éste no es un régimen democrático y los que mandan son designados por quien tiene poder para hacerlo. En una situación así es cuando el caciquismo florece porque tiene un cierto sentido. Una sociedad necesita saber dónde reside el poder real, en nuestro singular régimen en el cacique de turno. La única diferencia que tenemos aquí es que en muchos pueblos el alcalde es quien detenta todo el poder, pero aquí quien lo ejerce no es el alcalde, sino José Vicente.
- Bueno, eso tampoco es una novedad – asegura Alfredo que asiste callado a la pugna dialéctica entre sus amigos -. Por lo que me han contado, aquí tienen una larga experiencia de que quién manda en el pueblo es alguien que no necesita estar en el Ayuntamiento.
 - Digan lo que digan, a mí no me quita nadie de la cabeza que lo de los caciques es cosa del siglo pasado – afirma rotundamente Bonet.
- Para ser más precisos, Celestino, habría que afirmar que el caciquismo es cosa de las sociedades no democráticas.
- Pues yo tengo mis dudas de que si alguna vez somos democráticos no seguirá habiendo caciques – vaticina Ballesta.
- Hombre, cuando haya democracia sin adjetivos el caciquismo desaparecerá como la nieve en verano – asegura el médico.
- Hablando de lo que usted llama democracia sin adjetivos, explíquenos que quiere decir eso de la democracia orgánica – pregunta Bonet.
- No es más que una de tantas frases huecas que no quieren decir nada y a las que tan aficionado es el Régimen. Una de las características que define el nacionalismo de Franco, como a todos los demás, es su inagotable capacidad para fabricar eufemismos e imaginería retórica para disfrazar su totalitarismo. Y buena prueba de ello es que colocan adjetivos a conceptos universales que no los precisan.
- Habla usted como los ángeles, don Manuel.