Tras la petición de matrimonio de Luis que, tras unos fingidos melindres,
Consuelo acepta, la joven escribe a Julio. El mañego ya estaba escamado pues
las cartas de su novia han disminuido notablemente y, sobre todo, por la
ausencia de un tono más cariñoso y apasionado, pero lo achacaba a que el paso
del tiempo tenía que influir necesariamente en la relación. Pese a ello nunca
le pasó por la mente que pudiera recibir una carta como aquella: escueta,
directa y diáfana.
-I-
Malpartida, 20 de noviembre
de 1890.
Estimado Julio: espero que al recibo de la
presente estés bien de salud, la mía bien (a.D.g.)
Me ha costado mucho decidirme
a escribir estas letras porque tú siempre te has portado bien conmigo, pero he
creído que era lo mejor para los dos. No puedo seguir guardando tu ausencia, lo
de llevar una vida de monja de clausura no va conmigo y te lo tengo que hacer
saber. Hasta ahora no te he faltado al respeto, pero no aguanto ni un día más,
y cuando pienso que todavía te faltan dos años de mili me descompongo. Por eso
lo mejor es que rompamos nuestra relación y cada cual que vaya por su lado y quede
liberado de guardar la ausencia del otro.
Te doy las gracias por los
buenos momentos que me has hecho pasar y siento que acabemos así, pero la vida
es muy corta y una espera tan larga se me hace insoportable.
Tu amiga, que te sigue
apreciando, y que lo es,
Consuelo Manzano
El breve texto es como un mazazo para Julio.
Jamás pudo pensar que Consuelo, la mujer de su vida, le hiciera lo que acaba de
leer: romper el noviazgo. Intenta buscar argumentos que justifiquen el escrito.
Quizá su madre le ha vuelto a presionar para que se case con un pretendiente con
posibles. Quizá ha escrito la carta en un momento en que se haya sentido
deprimida. Quizá ha tenido un mal día, quizá… Los quizás se amontonan en su
cabeza, pero el texto más diáfano no puede ser. Cuando se serena, vuelve a
releer la carta, párrafo a párrafo, línea a línea. El encabezamiento ya es para
ponerle en guardia, es la primera vez que le trata de estimado, y así no se trata a un novio. Es positiva la
declaración de que le ha costado mucho escribirla…; sí, pero al final la ha
escrito, se dice. Lo de que es mejor para los dos, ¿cómo se explica?, porque él
se ha quedado destrozado. ¿Será mejor para ella porque tiene otro pretendiente
en cartera?, ¿pero quién?, porque a todos los mozos de casas ricas del pueblo
ya los rechazó. Lo de que no puede guardar la ausencia lo entiende, tampoco él
ha sido ejemplar en ese sentido. Lo de que hasta ahora no le ha faltado al
respeto puede significar que hasta el momento no ha salido con otros…, pero lo
de que no aguanta ni un día más tiene muy mala pinta; puede deducirse que a
partir de ahora se comportará como cualquier moza en edad de merecer. Y lo de
que rompamos la relación, y cada uno a su aire, no admite otra interpretación
que la literal. El que le dé las gracias por los buenos momentos le hace
remontar el ánimo. Es posible que no todo esté perdido, aunque la despedida no
es propia de una novia…, pero si continúa considerándose amiga es posible que…
El primer impulso de Julio es coger pluma y
papel para contestar a su novia, pues la sigue considerando como tal, y pedirle
explicaciones…, pero reflexiona y opta por no precipitarse. Lo deja para el día
siguiente. No sabe qué hacer, ni siquiera si escribirle. Podría contárselo a
alguien y que le aconsejara. Esa idea le hace descubrir que solo tiene un amigo
con quien compartir sus cuitas, Chimo Puig. Se va a buscar al valenciano. En la
estafeta le indican que está repartiendo y que posiblemente no vuelva hasta
mediodía. Deja el recado de que le está buscando. Luego va a caballería porque
es donde Chimo come habitualmente. Allí lo encuentra.
-Carreño, me han dicho que me buscabas.
-Tengo que hablar contigo, Chimo, pero aquí
no. Al terminar te invito a café en la taberna del paseo y hablamos.
En la tasca, Julio le cuenta a su amigo lo
de la carta de Consuelo. Cuando le pregunta qué le aconseja, el morellano
vacila.
-Macho, no has buscado al mejor confesor. De
asuntos de faldas estoy más verde que tú. No sé qué decirte.
-¡Coño, Chimo, algo podrás aconsejarme! –exclama
Julio con un punto de enfado.
-No te enfades conmigo. Te he dicho la
verdad, las mujeres son un misterio para mí…, pero puestos a decir algo…
Veamos, lo que sabes es únicamente lo que te ha escrito tu chica, ¿no? Creo que
lo primero que deberías hacer es informarte por otro conducto de la clase de
vida que está llevando Consuelo en el pueblo. Alguien conocerás allí que te
podrá informar.
-Conocer a fondo solo conozco a Carolina y a
su marido Argimiro, pero son más amigos de Consuelo que míos, y no estoy seguro
de que vayan a contarme la verdad.
-¿Y no conoces a nadie más?, haz memoria.
-Bueno…, aunque no vive en Malpartida,
podría escribir a mi madre. Es posible que pueda enterarse de lo que ocurre y
ella si me dirá la verdad, aunque me duela.
-Pues ya estás tardando. Escribe a tu madre
y pídele que se entere de lo que pasa con tu novia y que no te oculte nada,
aunque no vaya a gustarte.
El mañego escribe a su madre pidiéndole que
pregunte qué pasa con Consuelo, incluso le adjunta una copia de la carta de la
chinata que ha pasado a máquina. Le suplica que le responda por correo urgente
porque está en un sinvivir. Y por consejo de Chimo decide no responder a
Consuelo hasta que no llegue la carta de su madre.
A todo eso, 1890 está dando sus últimos
coletazos. Y dos semanas antes del fin de año ocurre un hecho que deja
consternados al personal que trabaja en Capitanía. Una mañana, cerca del barrio
de Es Terreno, unos chavales encuentran a una persona muerta. La policía pronto
identifica el cadáver, se trata de un tal Francesc Colom que trabajaba como
conductor de un carruaje de alquiler, un simón. Ha sido degollado. Hay un gran
revuelo en la ciudad porque es el tercer cochero asaltado en los últimos meses.
Como pasan varias jornadas sin que la policía palmesana pueda dar con el
asesino, la prensa local redobla las acusaciones de que la inseguridad puede
convertirse en el mayor enemigo del naciente turismo. Para calmar a la
población el Ministerio de Gobernación envía a un famoso comisario de Madrid
para que se ponga al frente de la investigación. Sea por eso o porque una
vecina informa que el día de autos vio subir al simón a un militar, el presunto
asesino es rápidamente arrestado, que resulta ser el soldado de segunda, José
Marzá, más conocido en Capitanía como Pepe el Pelos pues trabaja allí de
peluquero. Marzá confiesa a las primeras de cambio. Estaba saliendo con una
extranjera y no tenía dinero para invitarla por lo que pensó en asaltar a uno
de los conductores de simones que se alquilaban para pasear por la ciudad.
Escogió uno al azar y le pidió que le llevara a un lugar apartado. Al llegar
amenazó al cochero, con un cuchillo robado de la cocina del cuartel de
caballería, para que le entregara la recaudación. No pretendía herirle y mucho menos
matarle, pero el conductor se resistió y en el forcejeo le clavó el cuchillo en
el cuello seccionándole la carótida con lo que la muerte fue casi instantánea.
El homicida escapó del lugar llevándose el botín, diecisiete pesetas.
La prensa exige un castigo ejemplar para que no se vuelvan a repetir casos así. Al tratarse de un soldado, la justicia militar toma cartas en el asunto y exige hacerse cargo del caso. Se origina una pugna entre el poder civil y el militar. El forcejeo dura algún tiempo hasta que interviene el gobierno de la nación. El Presidente del Consejo de Ministros, a la sazón don Antonio Cánovas del Castillo, resuelve que sean los militares los que juzguen a uno de los suyos.
De pronto, aquel remanso de tranquilidad que era la Secretaría de Justicia se transforma en un lugar de nerviosa actividad puesto que el caso le compete de lleno. Ninguno de los soldados de la Secretaría interviene en los interrogatorios a que s sometido el presunto asesino, pero sí que tienen que pasar a máquina dichas declaraciones. En cuanto termina la instrucción se pasa a la fase oral con el nombramiento del tribunal militar que tendrá que juzgarle. Un teniente es designado acusador y otro teniente, también del cuerpo jurídico del ejército, es nombrado defensor del acusado. El tribunal lo componen el presidente, cuatro vocales y un secretario relator, el capitán Echevarría. El juicio es rápido, pues apenas si comparecen testigos: la vecindona que le vio subir al simón, los compañeros del fallecido que corroboran que el día de autos el cochero hizo un par de carreras, los chicos que encontraron el cadáver y los policías que le detuvieron. El defensor hace subir al estrado a algunos compañeros de destino de Marzá para que atestigüen que el presunto asesino es buena persona, al sargento de la compañía de destinos para que ratifica que el encausado no tiene ninguna falta en su expediente militar y poco más.
Desde el primer momento todo el mundo tuvo la impresión de que el proceso pintaba mal para el pobre Marzá, pues la prensa local seguía exigiendo un castigo ejemplar. Entre los compañeros del reo la opinión generalizada es que el Pelos nunca tuvo intención de asesinar al cochero, pero ese parecer no contaba para el tribunal. El resultado es más duro de lo que sus compañeros esperaban. La corte encuentra al acusado culpable de asesinato en primer grado con las agravantes de nocturnidad y premeditación y, algo realmente esperpéntico, de robar propiedades del ejército, el arma del crimen. Cuando se hace pública la sentencia, los guripas de Capitanía quedan consternados pues su compañero ha sido condenado a ser pasado por las armas por diecisiete cochinas pesetas.
Y con todo lo que está ocurriendo, Julio solo puede pensar en la carta escueta, directa y diáfana que le ha enviado Consuelo.
PD.- Hasta
el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
46. Metáforas