Benjamín Arbós ha vuelto
a recomendarle a Gimeno que debería poner en marcha las delegaciones de la
jefatura local que siguen inactivas.
- Estoy en ello, señor Benjamín. De momento, como sabe, ya nombré
delegada de la Sección Femenina a Lolita Sales. Y tengo pensado proponer como delegado
del Frente de Juventudes a un joven maestro y entusiasta falangista, Ricardo
Poveda, no sé si lo conoce.
- Con la hija de la señora Leo has hecho un buen fichaje, es una muchacha
maja y ya te comenté que me han dicho que está haciendo un buen papel. En
cuanto al maestro no lo he tratado, pero he oído hablar de él. Me parecen bien
ambas designaciones, pero si me permites otro consejo, ya que pareces
valorarlos tanto, sería buena cosa que, antes de proponer otros nombres para
los puestos que faltan por cubrir, te pasaras por aquí, yo estaría encantado de
poder ayudarte. Lo digo más que nada para hacerte un favor. Tú llevas poco
tiempo en el pueblo y no conoces a todo el personal y podrías, sin saberlo,
meter la pata proponiendo a alguien que no tuviese una adhesión inquebrantable
a la Causa.
- ¿Adhesión inquebrantable?
- Bueno, no es más que una frase, lo que quiero decir es que no
debes proponer a nadie que sea desafecto al partido y a quienes lo
representamos. Aquí sigue habiendo mucha gente de la cáscara amarga, por tanto
hay que andarse con los pies de plomo a la hora de nombrar a nuevos cargos.
Gimeno caza al vuelo el
trasfondo del consejo que acaba de darle su mentor político. Ya lo sabes José
Vicente, se dice, hay que pasar por taquilla antes de montarse en el carrusel
de nuevos nombramientos.
Uno de los
comportamientos que, desde que se ha metido en política, ha tenido que
modificar Gimeno ha sido el referido a la vida religiosa y, en especial, a su
faceta más social y visible: la asistencia a los actos religiosos. Desde que
tomó posesión de la jefatura no se pierde la misa mayor de los domingos, la que
dio lugar a la pelea por ocupar el lugar de preeminencia en la iglesia, así
como las demás funciones religiosas en las que las autoridades civiles suelen
estar presentes. Fue uno de los consejos que le dio Benjamín: que aunque no
fuera católico practicante debía de cuidar mucho todo lo concerniente a la
Iglesia. José Vicente ha tomado la sugerencia al pie de la letra y, con gesto
circunspecto y semblante grave, se le puede ver en las principales
manifestaciones religiosas. Antes de meterse en política su religiosidad era
muy superficial: recibió el bautismo, tomó la primera comunión y hasta recuerda
que fue confirmado, pero a medida que se hizo mayor dejó de ser practicante.
Curiosamente, Paco Vives está en una situación similar, es católico solamente
de nombre. Quizá también le han debido dar un consejo parecido al que recibió
Gimeno porque se le ve con frecuencia en las celebraciones eclesiásticas. Lo
único que distingue a ambos políticos son pequeñas diferencias de matiz. Gimeno
cuida los detalles por insignificantes que parezcan. A Vives eso ni se le
ocurre. Detalles como el del misal: José Vicente ha tenido a Gerardito, su
ayudante en la cooperativa, pasando reiteradamente las páginas de un misal
recién adquirido para que dé la impresión de usado. O como el de los rezos:
Gimeno ha retomado el catecismo para refrescar las oraciones más habituales, de
ese modo puede permitirse el lujo de rezarlas en voz alta como si fuese un
beato de toda la vida. Con su nueva actitud los dos líderes parece que están
aprobando con nota la faceta de la práctica religiosa, tan importante en la
España del nacionalcatolicismo.
Si en la faceta religiosa
los dos políticos que se disputan la supremacía están empatados, hay una
cuestión en la que Vives supera con mucho a Gimeno: la del estado civil. El
alcalde está casado y tiene dos hijos, el falangista es soltero. En la España
franquista, en la que el nacionalcatolicismo es una fuerza poderosa, a partir
de una determinada edad, y sin que haya un tope preciso, permanecer soltero
convierte a un dirigente político en una persona dudosa. Lo que exige la
doctrina imperante es que tanto hombres como mujeres estén casados y, mucho
mejor, si tienen familia numerosa. Paradójicamente, destacados falangistas son
solteros, pero eso no empaña el hecho de que socialmente el estado civil
perfecto sea el de casado. Ser soltero no es que sea reprobable, pero es un
estado imperfecto y en el caso de los varones un tanto sospechoso dado que
puede apuntar a una posible homosexualidad, algo que en un credo político cuyo
hombre ideal debe ser mitad monje, mitad soldado es visto como una aberración
intolerable.
José Vicente ha pensado
más de una vez en echarse novia, casarse, tener hijos; vamos, lo que hace todo
el mundo, pero hasta ahora no ha tenido ninguna prisa. Puesto que nunca
consideró el empleo actual como su trabajo definitivo se decía que ya buscaría
novia cuando tuviese un empleo fijo y en el que ganara lo suficiente para
mantener a una familia. Ahora, su nuevo papel de político lo ha cambiado casi
todo: ya no está tan seguro de querer marcharse del pueblo y de buscar otro
trabajo. Vistas así las cosas piensa que tendría que echarse novia en Senillar.
Cuando llega a esa conclusión él mismo se sorprende: tal cuestión no formaba
parte de sus planes. Desde el mismo día de su llegada al pueblo percibió que la
mayor parte de las jóvenes casaderas le ponían buena cara. No le extrañó,
conoce el paño: en los pueblos en los que casi todo el mundo es agricultor
cualquier empleado o funcionario suele ser considerado un buen partido. Ha sido
invitado a guateques, merendolas y reuniones particulares en las que ha tenido
ocasión de conocer a muchas jovencitas. Hay de todo pero, aunque reconoce que
abundan las chicas francamente guapas y simpáticas, ninguna le ha llamado
poderosamente la atención ni ha hecho mella en su corazón. Bueno, hay una
excepción, hay una que si no ha herido su corazón, si ha hecho despertar sus
instintos viriles más primitivos y es Lolita Sales, pero ya se ha convencido de
que esa es una opción que la tiene perdida.
En la cuestión del dilema
entre soltería o matrimonio solo le ha faltado a Gimeno escuchar a Rodrigo
Arbós que un hombre casado merece siempre más consideración. Comienza a
plantearse en serio la posibilidad de casarse y lo hace con la frialdad con la
que podría efectuar un balance contable. Pasa revista a posibles candidatas a
convertirse en su media naranja. Su primera mirada se dirige a las herederas de
las casas más fuertes del pueblo, las que tienen más fincas. El dinero siempre
es un poderoso aliado, sobre todo para alguien que no lo tiene. Tener el riñón
bien cubierto proporciona tranquilidad y, especialmente, te quita la
preocupación de tener que hacer fortuna con lo cual dispones de mucho más
tiempo para dedicarlo a otras actividades, por ejemplo a la política. En esas
reflexiones se le cuela una y otra vez la imagen atractiva e incitante de
Lolita, lo que le hace replantearse si no estará enamorada de ella. Tras
analizar sus sentimientos llega a la conclusión de que, no lo está, pero que si
la desea, ¡y de qué manera! Nunca fue un hombre apasionado, más bien lo
contrario, por eso no deja de sorprenderle los turbios deseos que le provoca la
joven. Sus cavilaciones le llevan a una conclusión paradójica: ¿y por qué antes
de tomar una decisión que sea inapelable no intenta otra vez ligarse a Lolita?
La respuesta a la pregunta
que se plantea a sí mismo no puede ser otra: José Vicente decide pasar a la
acción. Un día que ha ido a Valencia, en compañía de Lolita, a gestionar una subvención
destinada a la compra de una máquina de coser para las clases de bordado, la
invita a comer en un restaurante del Grao con fama de tener una excelente
cocina. En la sobremesa, animado por la botella de blanco de Rueda que ha
trasegado, coquetea descaradamente con la joven a la que no parece importarle
su comportamiento. En un determinado momento, el hombre le coge una mano y
deposita un amago de beso en su palma. Como la joven sigue sin inmutarse, José
Vicente da un paso más: le coge la barbilla y adelanta su boca para besarla. Lolita
reacciona como si le hubiese mordido una víbora. Aparta la mano del hombre y se
queda mirándole con unos ojos que brillan como los de una pantera herida.
Aquella mirada, dura como el pedernal, dice más que mil palabras. Gimeno se da
cuenta al momento de que se ha columpiado. La joven no solo no es una presa
fácil sino que parece que no tiene nada qué hacer con ella. Por si tenía alguna
duda, ella se lo hace saber de forma tajante:
-
Que sea la última vez que te comportas así. Como algo parecido vuelva a
repetirse no volverás a verme. Eres mi jefe, pero solo en la política. En todo
lo demás, no eres nadie ni vas a serlo nunca. ¿Te ha quedado claro?