"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 28 de abril de 2020

Libro I. Episodio 28. Más vale ponerse una vez colorada que ciento amarilla


   Consuelo escribe a su novio contándole lo de Luis el vaquero, quiere que se entere por ella y no por terceros.
                                                                              -I-
   Malpartida de Plasencia, 18 de septiembre de 1889.
   Mi amor: espero que al recibo de la presente estés bien de salud, a.D.g., la mía también es buena.
   El encabezamiento que uso no es otra forma de cómo empezar la carta una mujer enamorada, es una verdad más grande que la catedral nueva de Plasencia… Al enunciar la ciudad del Jerte, piensa que es mejor no mencionar el pueblo de Luis. Rectifica.
…, es una verdad más grande que el Monte Jálama de tu pueblo. Y es así porque es lo que siento por ti, amor y muy grande. Te digo todo esto para que sepas que sigo queriéndote como el día que nos prometimos ante la Virgen de la Luz.
   Te he de contar algo que ha sucedido para que lo sigas sabiendo todo de mí y para que veas que, incluso cuando meto la pata, sigo queriéndote como siempre. Verás… -Y Consuelo le cuenta lo ocurrido con el joven placentino. Otra encerrona más de su madre, pero en esta ocasión le sorprendió que el chico se comportara educadamente y no tuviera los pésimos modales que solían tener la mayoría de pretendientes que su madre trataba de enjaretarle. Por eso accedió a enseñarle el pueblo, y cuando al finalizar la jornada el mozo le preguntó si le importaba que el siguiente domingo volviera, todavía no sabe por qué pero le dijo que como quisiera. Fue en la segunda visita del joven cuando se dio cuenta del error cometido y de que, aunque el vaquero no le importara nada, esa no era la manera de guardar la ausencia de su novio como mutuamente se habían prometido. El próximo domingo cuando llegue el placentino le dirá, con buenos modales pero de forma muy clarita, que tiene dada palabra de matrimonio y que no vuelva al pueblo. Y si quiere volver, que eso no puede impedirlo, que sepa que no va a contar con ella para nada, por mucho que se empeñe su madre-… y me despido con el cariño de siempre.
   Tu novia que lo es,
   Consuelo Manzano
   Cuando seis días después, Julio recibe la carta y la lee la conmoción que sufre es como un terremoto, tal es así que ha de hacer algunos paréntesis para serenarse y volver a releer párrafos ya leídos. Los sentimientos que sufre le provocan un regusto amargo. Al principio, experimenta unos celos rabiosos porque la mujer de su vida, la que le prometió una y otra y otra vez que no había otro hombre en la tierra más que él, que nunca miraría a otro, le ha mentido, le ha engañado, ha quebrantado su juramento y se ha olvidado de sus promesas. ¡Ha estado paseando con otro hombre! ¡Y ante la vista de todo el pueblo! Ahora toda la gente de Malpartida sabe que le ha puesto los cuernos. Lo de menos es quien sea el chico. Los celos siempre son malos consejeros y le inducen a contestar inmediatamente a su novia, ¿acaso puede seguir llamándola así?, y pedirle toda suerte de explicaciones. No lo hace porque es hora de ir al trabajo. El resto de la jornada transcurre sin que deje de pensar en la carta de Consuelo y siente como un fuego que le corroe por dentro, como si un monstruo maligno le mordiera las entrañas. La ira que le anega va menguando con el paso de las horas. Apenas si prueba bocado en la cena, pero ya no siente la rabia del primer momento. Relee la carta y va tranquilizándose. Piensa que cuando Consuelo se lo ha contado es porque ha debido ocurrir tal cual lo explica; es decir, que no ha pasado nada. A medida que se va serenando va valorando el amor de su novia y su entereza para afrontar las añagazas que su madre le tiende. Como siempre hay que buscar un culpable a quien colgarle el sambenito, termina maldiciendo a la señora Soledad por su empecinamiento en buscar un novio rico a su hija. Otra idea que se le pasa por la cabeza es la de reafirmarse en lo bien que hizo al no ir a la merienda a la que le invitó Agustín. Si lo hubiese hecho, de alguna manera no hubiera guardado la ausencia de Consuelo, la cual una vez más le ha dado la medida de su amor. A pesar de todas las justificaciones en el fondo le sigue quedando un regusto agridulce.
   En Malpartida, llega el domingo y se repite la escena del anterior. Consuelo se topa con Luis el placentino al salir de misa de doce. El joven, tan correcto como siempre, le pide a la señora Soledad permiso para acompañarlas. La madre acepta encantada y, como el domingo anterior, le invita a comer. A todo eso, Consuelo no ha dicho una sola palabra, se ha limitado a  esbozar un amago de sonrisa y a escuchar, sin prestar demasiada atención, la charla entre su madre y el joven. Espera que llegue el momento adecuado para decirle que no vuelva a visitarla y para eso sabe que es mejor estar solos, su madre podría salir por los cerros de Úbeda si despide al mozo en su presencia. Este se va a enterar de lo que vale un peine, se dice Consuelo.
   Como sigue haciendo mucho calor, hoy la tía María ha preparado un menú al que ha calificado de refrescante y ligero. Como primer plato ha hecho una sopa fría, el ajoblanco, que lleva pan, almendras molidas, agua, aceite de oliva, ajo, vinagre y sal. Y lo ha servido acompañado de uvas y torreznos. De segundo ha hecho pipirigaña, un plato también refrescante, y que en esencia constituye un picadillo de hortalizas, especialmente de tomate, pimiento y pepino a lo que ha añadido caballa y lo ha aliñado con aceite virgen de oliva. De postre, hay bollas de chicharrones, dulces preparados a partir de la manteca de cerdo combinada con harina, azúcar y anís.
   Durante la comida hay un parloteo continúo por parte de Soledad, María y Luis, pero ninguno de ellos consigue que Consuelo participe en la charla, pese a que le preguntan continuamente para que se una a ellos. Únicamente han conseguido arrancarle concisas respuestas. Soledad y María se intercambian miradas, como conocen a su hija y sobrina, intuyen a qué puede conducir la conducta de la joven y es algo que les preocupa. También Luis se ha dado cuenta del comportamiento de Consuelo y opta por no volver a preguntarle. Al final del almuerzo, Soledad se dirige a su hija.
   -Consuelín, ¿por qué no le enseñas a Luis las cuadras de los guarros ahora que no están de montanera? –Y la matriarca dirigiéndose al placentino, a quien ya tutea, le explica-. Verás que cerdos más hermosos tenemos, y no es por presumir pero dan unos jamones que nos los quitan de las manos.
   Consuelo agacha la cabeza y da por buena la petición pues conviene a sus intereses, así podrá hablar a solas con Luis. Y para ir madurando al placentino, durante el camino hasta las pocilgas que están en las afueras del pueblo, le explica en qué consiste la montanera, algo que el joven ha comentado saber qué es, pero no a fondo.
   -La montanera es la última fase de la cría del cerdo ibérico. Se deja pastar a los guarros en la dehesa donde se produce su engorde en los bosques de alcornoques y encinas donde comen sobre todo bellotas que son el alimento fundamental de los animales. Su duración, aunque depende de muchas circunstancias, generalmente se extiende entre octubre y marzo, coincidiendo con la época de maduración de la bellota.
   -¿Y entre septiembre y febrero los cerdos están en las cochiqueras?
   -Sí, en ese periodo están en las pocilgas, aunque aquí se les llama las cuadras de los guarros.
   En cuanto completan la visita a las pocilgas, Consuelo, sin más dilaciones, plantea a Luis cuál es su situación.
   -Verás, Luis. Antes de nada, quiero agradecerte lo correcto y amable que has estado y sigues estando conmigo. Y te lo agradezco de corazón porque, al contrario de la mayoría de pretendientes que mi madre suele endilgarme, te has portado conmigo como un caballero. Lo que quiero decirte…
   -Perdona que te corte, Consuelo, pero ¿de dónde sacas que tu señora madre quiere que sea pretendiente tuyo?
   El desconcierto de la joven hace que se quede sin palabra, solo es capaz de balbucear:
   -Ah, ¿no?…, yo creía…
   -¿Qué es lo que creías? –inquiere el joven con evidente ironía.
   -Perdona…, yo creía que… -Consuelo se va rehaciendo de la sorpresa-. Bueno, como has venido tres domingos seguidos a verme y…
   -¿Y quién te ha dicho que he venido expresamente a verte? –Da la impresión que Luis está recreándose ante la patente confusión de Consuelo.
   -Suponía…, no sé…, creía… -Parece que a Consuelo le cuesta reponerse de su desconcierto.
   -¿Y qué es lo que suponías, si puede saberse? –El placentino sigue regodeándose con el evidente desconcierto de la chinata.
   Es la ironía del joven la que genera que Consuelo se rehaga.
   -¿Entonces, se puede saber a qué vienen estas visitas?, porque no me dirás que vienes a charlar con mi señora madre y con la tía.
   -El primer domingo vine porque tu madre invitó a mis padres a comer, al parecer se traían algún tipo de negocio entre manos. El segundo, porque quería conocer más a fondo el pueblo, estoy pensando en instalar en Malpartida una tienda para vender leche, queso y mantequilla. Y hoy he venido porque siento curiosidad por tu comportamiento… hacia mí.
   -¿Mi comportamiento hacia ti?, ¿eso qué quiere decir?
   -Verás. Me habían contao que eras una especie de matahombres o, mejor dicho, de mata pretendientes, que los espantabas antes de que tuvieran tiempo a decirte cuatro palabras. En cambio conmigo, a pesar de que creías que venía a cortejarte, has estao amable y simpática. Me pregunto ¿por qué ese cambio?
   Consuelo se ha rehecho de la sorpresa inicial y está superando la rabia que le ha provocado la pertinaz ironía que ha empleado Luis en sus intervenciones. Piensa que de todo ello alguna parte de culpa tiene al no haber explicado al joven cuál es su situación y sobre todo sus sentimientos hacia Julio. Hasta el presente, en sus charlas no ha mencionado ni una sola vez al mañego, pero ha llegado el momento de hacerlo en vivo y por derecho, sin morderse la lengua.
   Más vale ponerse una vez colorada que ciento amarilla, se dice.

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
29. No me rendiré sin presentar batalla

viernes, 24 de abril de 2020

Libro I. Episodio 27. Lo mejor es contarlo sin rodeos


   Consuelo y Luis se han tropezado en su paseo con Carolina y Argimiro. A la pregunta de su amiga de quién es su acompañante, Consuelo le presenta.
   -Es Luis, hijo de unos amigos placentinos de mi madre, y le estoy enseñando el pueblo. Carolina y Argimiro son amigos míos de toda la vida.
   -Encantao de conoceros. Si sois amigos de Consuelo –El vaquero, que no parece lerdo, se ha dado cuenta de que a la chinata el diminutivo de su nombre no le gusta ni pizca-, espero que también lo seáis míos.
   -¿Asína que no habías estao nunca en Malpartida? –vuelve a preguntar Carolina.
   -Bueno, lo conocía de paso, pero recorrerlo con detalle y tan bien acompañao no lo había hecho nunca. Es un pueblo majo de verdad y tiene unas mozas más majas todavía y para muestra un botón –y hace un ademán señalando a ambas jóvenes.
   -Huy estos placentinos, que cosas tan atrevías saben decir –alaba Carolina.
   -¿Qué sabes de Julio y…? –Argimiro no sigue preguntando porque su novia acaba de darle un pisotón. Y antes de que Consuelo pueda responder, Carolina pone fin a la charla.
   -Nos tendréis que perdonar, pero nos esperan en casa de los padres de Argimiro, tenemos que hablar de los preparativos de la boda. Encantá, Luis –Le da un beso a Consuelo, se cuelga del bracete de su novio y siguen su camino.
   El placentino está al corriente de quien es Julio, pero tiene el suficiente tacto como para no preguntar ni aludir al mismo. Se ha dado cuenta de lo enervada que se ha puesto la joven al mencionarle a Julio, tanto que en el resto del paseo Consuelo no es capaz de dar pie con bola, situación que salva el joven vaquerizo con una charla inocua. Cuando llegan frente a la casa de los Manzano, Luis se despide.
   -Hasta el próximo domingo -Consuelo es incapaz de responder. Se limita a decir adiós con la mano y entrar como una exhalación en su casa. Se siente mal.
   Mientras en Malpartida, Consuelo se ha metido en un embrollo del que no sabe cómo salir, en Palma le ocurre algo parecido a Julio. Le ha prometido a Agustín que irá a merendar con él y con las dos jóvenes mallorquinas, pero llegado el momento duda. Se encuentra entre la espada de la palabra dada y la pared de guardar la ausencia. ¿Qué hacer?, ¿qué será menos malo? Si no va, su paisano se enfadará y con toda razón, y si va Consuelo no se va a enfadar porque no se enterara, pero él tendrá sobre su conciencia haber faltado a la promesa que le hizo. Le disgusta faltar a la palabra dada, pues su madre le ha educado en el principio de que un hombre vale lo que vale su palabra. Luego está la cuestión de que si algún día Consuelo supiera lo ocurrido, ¿cómo se lo tomaría? Hasta media tarde no toma la decisión. No, no puede faltar a la promesa dada a su novia…, aunque también le dio la palabra a Agustín de que iría a la merienda. Aburrido y sin saber que determinación tomar, acaba yéndose al quiosco enfrente del cuartel de caballería donde pide un vaso de palo, luego otro y otro… hasta que el alcohol decide por él. No irá a ninguna parte, es demasiado tarde. Está disgustado consigo mismo y no sabe cómo superar ese estado. Se acusa de no tener palara y de ser un pésimo amigo. Le prometió a Agustín que iría a la merienda y en el último momento no ha sido capaz de cumplir su promesa. ¿Cómo me atreví a prometer algo que va totalmente en contra de lo que le prometí a Consuelo?, ¿cómo puedo ser tan veleta?, se pregunta. Lo de prometer y no cumplir no es de hombres de bien. Ni soy hombre, ni soy na, un chiquilicuatre, eso es lo que soy. He quedado como un guarro con Agustín y no he guardado la ausencia de Consuelo, o al menos estuve a punto. Tanto comerme la chinostra y al final ¿para qué?
   La desazón le dura bastantes días. Está disgustado consigo mismo. Por un lado, por tener unas convicciones tan endebles que a las primeras de cambio se tambalean; por otro, porque tampoco tiene tantos amigos en Mallorca como para desairar al más antiguo de ellos. Le gustaría poder contar a alguien lo que le ocurre, una persona que le escuchara y le diera su parecer, ¿pero a quién? Es cuando se da cuenta de que tiene bastantes compañeros, pero que solo son eso, compañeros, no amigos con los que poder explayarse. Posiblemente con el único que podría hacerlo es justamente al que ha ofendido, pues supone que Agustín estará enfadado con él. Y lo debe estar porque no ha vuelto a verle. Pese a que le ha enviado recado por uno de los ciclistas que lleva el correo al cuartel de El Carmen, Agustín no ha dado señales de vida. De todo el barullo instalado en su mente, acaba sacando una conclusión evidente: tengo que agenciarme un amigo, alguien que sea mucho más que un compañero, alguien a quien pueda contarle mis alegrías, mis penas y, sobre todo, mis dudas, porque preguntas tengo muchas, pero respuestas pocas. Aunque lo de muchas preguntas pero pocas respuestas, ¿acaso me lo resolverá un amigo?, termina preguntándose el mañego.
   Consuelo también está enojada consigo. Ha faltado a la promesa de guardar la ausencia de su novio. Ni siquiera tiene una percepción clara de porqué ha procedido como ha hecho. El que Luis se haya portado en todo momento correctamente, incluso que no haya dicho una sola palabra de cortejarla, no son motivos suficientes para faltar a la promesa que hizo al hombre a quien sigue queriendo. Cuando se le pasa el enfado inicial, se serena y reflexiona, se dice que debe realizar dos acciones y de manera urgente: pedirle a Luis que no vuelva a visitarla y contarle la verdad a Julio por si por un casual llegara a enterarse de lo que ha ocurrido. Debe saberlo por ella y no por una tercera persona. Puesto que el joven placentino se ha comportado en todo momento como un hombre de bien, piensa que no debe despedirle sin más como ha hecho con otros, tiene que ser sincera y explicarle por qué no va a seguir aceptando sus visitas ni sus invitaciones. El chico se merece que se lo diga a la cara y de buenas maneras. Decide que eso lo hará el siguiente domingo. Imagina como se pondrá su madre cuando se entere de que ha rechazado al vaquero, pero ya está acostumbrada a sus intemperantes enfados e incluso a las represalias que acostumbra a tomar. En cuanto a contarle a Julio lo que ha ocurrido, ese será el contenido de su siguiente carta que debe escribir cuanto antes, pero primero necesita saber algo que solo su amiga Carolina le puede ofrecer. Tendrá que ir a verla, pero el azar le evita la visita pues es su amiga la que aparece por su casa. Ha ido a verla para darle las gracias por la mantelería que le ha regalado pues ya le ha llegado.
   -Mil gracias, Consuelín, no sabes la ilusión que me hace tu mantelería y toavía más que esté bordá. Se nota que lo han hecho las monjitas de Plasencia, esas que tienen fama de tener manos de ángel. Tener una amiga como tú no se paga con to el oro del mundo.
   -Gracias a ti, Carol, por ser tan buena amiga…
   Consuelo sabe bien que, aunque su amiga es más bien discreta y poco partidaria de los dimes y diretes tan propios de los pueblos chicos, una de sus tías, apodada La Seca, es una de las chafarderas más conocidas de Malpartida y que a su través Carolina también es conocedora de la mayoría de chismes y rumores que corren por los mentideros locales. Por eso, le tira de la lengua a ver que cuentan las chismosas de sus paseos con el vaquero.
   -Carol, tengo que preguntarte algo y quiero que seas sincera conmigo. ¿Qué se dice por el pueblo de mis paseos en los dos últimos domingos con el chico que te presenté?, el placentino que se llama Luis.
   -Yo no sé na, Consuelín, ya sabes que no soy amiga de cotilleos.
   -Lo sé, Carol, pero también sé que tu tía La Seca sí lo es, y a buen seguro que por medio de ella te habrán llegado rumores de lo que se cuenta.
   A Carolina se la ve incómoda ante la pregunta, pero piensa que con una amiga así no valen las medias tintas y termina contándole lo que sabe.
   -Pues verás. En el pueblo se dice que al fin tu madre se ha salio con la suya, y ha lograo que te dejes acompañar por un mozo que, por lo que cuentan, no se dejaría colgar por menos de cuarenta mil duros. Aunque ya sabes lo exageraos que son los del pueblo, igual los posibles de la familia del chico no son pa tanto.
   -O sea, que en la apuesta que tienen montada los zánganos del casino mi señora madre está a punto de ganar.
   -Eso paece, pero si te digo la verdá yo no acabo de creérmelo. Mu enamorá estás tú pa que ahora venga un tío de Plasencia o de donde sea y le levante la moza al mañego.
   Consuelo le cuenta a su amiga la verdad de lo ocurrido y como la corrección del chico le impactó al alejarse tanto su comportamiento del de la mayoría de pretendientes que su madre ha intentado colocarle, pero que a quien sigue queriendo es a Julio. Y por eso el próximo domingo le pedirá al joven vaquero que no vuelva a verla más, que su corazón ya tiene dueño. Y le formula otra pregunta que la tiene inquieta.
   -Voy a escribir enseguida a Julio pa contarle lo ocurrido. Mi único miedo es que alguien se lo haya dicho ya. ¿Tú crees que alguien ha podido escribirle diciéndoselo?
   -No lo creo, Consuelín; es más, casi estoy segura. Aquí, aparte de ti, los únicos que conocemos la dirección de Julio somos mi novio y yo. Argimiro no se lo ha contao porque yo no se le permitiría y, además sabes que apenas sabe juntar las letras. Y yo antes dejaría que me cortaran las manos que hacer algo que pudiera perjudicarte.
   Al oír eso, Consuelo se echa en brazos de su amiga que le responde con el mismo cariño.
   -Una cosa si te digo –añade Carolina-, escríbele cuanto antes que nunca se sabe lo que pue pasar. Mejor que lo sepa por ti, que no que se lo chive cualquier malasombra.
   Aquella misma noche, Consuelo lleva a su dormitorio los trebejos que usa para poner negro sobre blanco las transacciones de la economía familiar. Coge la pluma, la moja en el tintero y, antes de escribir, piensa en como relatar lo sucedido. Tras unos minutos se dice que lo mejor es explicar lo ocurrido sin rodeos.

PD.- Hasta el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
28. Más vale ponerse una vez colorada que ciento amarilla