El diálogo entre Carreño y Puig ha llegado a
un conato de fricción por el poco tacto del mañego. Al darse cuenta de que al
valenciano no le ha gustado la despectiva denominación que ha dado a los
mallorquines, Julio se apresura a disculparse.
-Ya sé que son mallorquines, Chimo. Si te ha
molestado que les llame polacos lo retiro, pero generalmente es como les
llamamos los peninsulares.
-Bueno, no todos los peninsulares, y has de
saber que entre ellos hay de todo: buenos, malos y ni fu ni fa. Sin ir más
lejos, hay un chaval que estudia conmigo inglés, y que se llama Tomeu Rotger,
que es un tío bien majo. En cambio, en el campamento me tocó un primero que se
decía Crespí, y que también era mallorquín, que era tonto del culo.
-¿Qué nombre es ese de Tomeu?, nunca lo
había oído.
-Es una contracción de Bartomeu, que es como
se dice Bartolomé en mallorquín. Supongo que eliminaron la primera sílaba y se
quedó en Tomeu. Con ese chaval al principio no me llevaba muy bien y no le
entendía demasiado porque es de un pueblo del interior, Alaró, y habla un
mallorquín muy cerrado, pero ahora le entiendo perfectamente y nos llevamos
estupendamente. Y otra cuestión sobre lo de las lenguas. En Morella hablamos un
valenciano que se parece más al catalán que al valenciano de Valencia. Y el
catalán y el mallorquín son como dos gotas de agua. Solo cambian algunas
menudencias como el uso del artículo salado y palabras sueltas. En cuanto a los artículos denominados salats todo consiste que en lugar de
decir él dicen es, so, si es el
neutro y sa si es el femenino, o sos
y ets para el masculino plural o ses para el femenino plural. Todo lo
demás es igual o, al menos, muy parecido.
-¡Hombre!, por fin he podido enterarme qué
diablos es eso del artículo salado. Hace tiempo que le prometí a mi novia que
se lo explicaría y hasta hoy. Me dijo Beltrán, mi compañero de la Secretaría,
que me lo contaría, pero nunca me lo explicó.
-Ya que mencionas a Beltrán, ándate con
cuidado con él. Es un tipo de los que por delante te dice una cosa y por detrás
otra. Es menos de fiar que un gitano.
-Ya me he dado cuenta que es de los que
tienen ni palabra mala ni acción buena. Le tomé la medida a los pocos días de
estar en la oficina.
Y así discurre lo que queda del domingo. Tal
como quedaron, una tarde de la siguiente semana, previamente apalabrada, Chimo
Puig aparece en la bisutería. Julio se lo presenta a Carbonero, a quien ya le
ha hablado del morellano.
-A sus órdenes, mi brigada –Puig se cuadra
aunque va vestido de paisano.
-Tranquilo, chaval, los saludos quedan para
la casa grande. Me cuenta Carreño que te estás planteando quedarte en Mallorca
cuando termines la mili. También me ha dicho que eres listo y trabajador. Son
dos buenas cualidades para abrirse paso en la vida –y en un giro sorprendente,
pregunta-. Por cierto, ¿sabes conducir los nuevos vehículos a motor?
-No, mi brigada. Ni siquiera he visto uno,
solo los conozco por las fotos de las revistas.
-Yo vi los primeros hace unos meses en
París. Aunque en Palma por ahora creo que solo hay uno de un inglés, pero los
automóviles acabarán imponiéndose y saberlos conducir será una buena carta de
presentación para lograr un trabajo bien remunerado. Te aconsejo, os aconsejo
–rectifica mirando a Julio- que en cuanto se generalicen aprended a manejarlos.
Sacaréis buen provecho de esa habilidad.
-Muchas gracias, mi brigada, ya me había
dicho el compañero Carreño que era hombre de buenos consejos. De verdad que se
lo agradezco.
-Siempre me ha gustado aconsejar a los
jóvenes que tienen la cabeza bien dispuesta y con ganas de partirse el espinazo
si hiciere falta. Veamos, ¿y tú por las tardes qué haces? –indaga Carbonero.
-De provecho poca cosa. La mayoría de tardes
recorrerme la ciudad barrio por barrio, pero poco más. No he tenido la suerte
que ha tenido Carreño al encontrarle, mi brigada.
-La suerte hay que buscarla, y Carreño la
encontró porque la buscó. Y tú puedes encontrarla hoy –y Carbonero vuelve a formular
una pregunta fuera de contexto-. ¿Qué tal se te da montar en bicicleta?
-Muy bien, mi brigada. No sé si sabe que
estoy de cartero en la estafeta de Capitanía y como reparto correo fuera de la
Almudaina uso para ello una de las bicis del servicio de mensajería, por lo que
estoy entrenado en darle a los pedales.
-Bueno, pues hoy es tu día de suerte,
chaval, igual tengo trabajo para ti. De momento no es algo seguro, tengo que
hablarlo con mis socios, pero es muy posible que si el asunto cuaja pueda darte
faena al menos un par de días a la semana. Otra cosa: ¿tú hablas valenciano?
-Por supuesto, mi brigada, en mi pueblo,
Morella, todos lo hablamos.
-Entonces, ¿entiendes y hablas bien el
mallorquín?
-Para serle sincero, mi brigada, entenderlo
lo entiendo todo, en cuanto a hablarlo chapurreo una mezcla de valenciano y
catalán pero me hago entender sin problema. Y además estoy estudiando inglés en
un aula de esa lengua que ha organizado la Cámara de Comercio.
-¡Pero
bueno, este tío es una mina! ¿Dónde lo tenías escondido, Carreño? Chico, tú
prometes. Pásate por aquí en tres días y seguiremos hablando.
-A sus órdenes, mi brigada –Puig vuelve a
cuadrarse y se despide de Carbonero.
Aquel atardecer, cuando Julio sale de la
tienda, Chimo le está esperando.
-¡Coño, Carreño, te debo una! Ya podías
haberme presentado al brigada cuando nos conocimos. ¿Sabes de qué puede ir esa
faena de la que ha hablado?
-No tengo ni idea, pero procuraré enterarme.
Si no te hablé de Carbonero fue porque cuando salíamos antes no llegamos a
hablar de lo que pensábamos hacer cuando acabáramos la mili. Y si mal no
recuerdo, hablabas tú todo el rato explicándome las maravillas arquitectónicas
de esta ciudad.
-Tienes razón, Carreño –El valenciano es de
los que siempre llama a Julio por su apellido-. Cuando cojo carrerilla contando
una de mis aficiones no hay quien me pare. Vámonos a cenar, esta noche invito
yo.
Tres días después, como Carbonero le había
indicado, Puig se presenta en la bisutería. Las dependientas le indican que
pase a la trastienda que le espera el patrón. El brigada está dando
instrucciones a Julio y le dice al morellano que enseguida está con él.
-Mi brigada, ¿me paso a la tienda? –pregunta
Julio pensando que quizá el patrono prefiere hablas a solas con Chimo.
-No, sigue con lo tuyo. Vamos a ver,
chaval,… ¿cómo me dijiste que te llamabas?
-Joaquín Puig Miralles, mi brigada, aunque
en mi pueblo todos me llaman Chimo.
-Sí, eso es muy valenciano. Pues bien,
Chimo, tengo trabajo para ti. En principio solo serán dos días a la semana…
¿Qué tal se te da lo de vender?
-He trabajado de muchas cosas, mi brigada,
pero tengo que ser sincero con usted…, nunca he hecho de vendedor.
-Bueno, alguna vez tenía que ser la primera.
A Carreño le pasaba igual y ahora está en camino de convertirse en un vendedor
de primera. Verás… -Y Carbonero le explica que dos tardes a la semana, cogerá
una bicicleta, que ha comprado exprofeso, y se irá al puerto a esperar la
arribada de los vapores que hacen la travesía regular Barcelona-Palma y
Valencia-Palma. Llevará una muestra de objetos de bisutería que tratará de
vender a los pasajeros, con preferencia a las pasajeras y mejor si son extranjeras,
que desembarquen de los buques. Antes de comenzar el trabajo tendrá que venir
unos días a la tienda a que le dé unas cuantas lecciones sobre qué es la
bisutería y sus técnicas de venta.
-… esos días de aprendizaje no te los voy a
pagar, realmente debería de cobrarte por ello porque vas a aprender habilidades
que nadie te va a enseñar, pero en fin… En cuánto crea que estás preparado te
pondré al tajo. Otra cuestión, que las condiciones de trabajo hay que dejarlas
muy claras desde el primer día, sino luego pasa lo que pasa. No te voy a dar un
sueldo fijo como a Carreño, te daré un porcentaje sobre lo que vendas,
exactamente el quince por ciento. Al principio, quizá no ganes mucho, pero en
cuanto le cojas el tranquillo, y tú tienes cara de espabilado, te sacarás tus
buenas pesetillas. ¿Estás de acuerdo? -Puig, que ha seguido con suma atención
la explicación de Carbonero, en principio no contesta hasta que…
-Mi brigada, no querría faltarle al respeto,
pero… ¿el porcentaje podría ser del veinte?
Carbonero, de momento queda sorprendido ante
la interpelación del morellano y cuando habla es tras soltar una sonora
carcajada.
-¡Vaya con el Chimo dels collons! Carreño –dice dirigiéndose al mañego-, este amigo
tuyo es cualquier cosa menos tímido –y volviéndose a Puig le contesta-. No,
hijo, no. No te puedo dar el veinte, pero si con el tiempo llegas a vender una
cierta cantidad, que ya determinaremos, podría subirte algún punto la comisión.
Por ahora, la propuesta es de las de la coges o la dejas. ¿Qué respondes?
-Que sí, mi brigada, y gracias por confiar
en mí, le prometo que no le voy a defraudar. En cuanto a lo del veinte no se lo
tome a mal, estaba obligado. Una oferta exige siempre una contraoferta.
-Este compañero tuyo vale su peso en oro,
Carreño. Creo que te puede enseñar mucho.
Que su patrono y su amigo hayan cerrado el
acuerdo supone una enorme alegría para Julio. De un plumazo va a tener un nuevo
compañero de trabajo, que también es su amigo, y con quien podrá compartir las
horas libres que puedan dejarles sus ocupaciones. Cuando termina la jornada de
la tienda, y ambos soldados se despiden del que desde ahora es su patrono, lo
primero que hacen es ir a celebrar el nuevo trabajo del morellano. Ha habido un
aspecto de la propuesta de Carbonero que a Julio le ha llamado la atención y lo
comenta con Puig.
-Cuando el brigada te ha contado lo de
vender, ha precisado que deberás hacerlo con preferencia a las mujeres y mejor
si son extranjeras. ¿Y eso por qué?
-Supongo que porque a esta isla cada día
arriban más turistas extranjeras.
-¿Turistas, y eso qué diablos es? –pregunta
Julio que es la primera vez que oye semejante palabreja.
PD.- Hasta
el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
42. ¿Por qué
Mallorca es tan conocida?