En su entrevista con el Gobernador
Civil y Jefe Provincial del Movimiento, Gimeno está desplegando toda su
capacidad suasoria para tratar de convencer al preboste de que el candidato
ideal para ser motorista del coto arrocero es su patrocinado. Y para ello ha
escogido una vía realmente sorprendente: relacionar los problemas exteriores
del país con la insignificante controversia local para dirimir quien es la
persona que se va a encargar del motor para regar los nuevos campos.
- …pues bien, salvando todas las distancias, que son enormes,
entre los problemas de la política exterior y los que afectan a Senillar, ambos
tienen un común denominador y es el relativo a lo que atañe a… los hombres del
Movimiento. Los que somos fieles a la doctrina joseantoniana y a las consignas
del Caudillo debemos de estar unidos y ser el referente para que el resto de la
sociedad sepa a qué atenerse, por eso los falangistas hemos de estar presentes
en todos los sitios punteros de la sociedad. Esa idea, tan sencilla como
fundamental, es la que no ha sabido entender mi querido amigo Francisco Vives.
Porque el empleo de motorista del coto solo parece, a simple vista, un modesto
e insignificante puesto de trabajo, pero en el contexto de un pueblo
eminentemente agrícola, como es Senillar, el encargado de un motor de riego es el
obligado referente de todos los labradores que riegan sus campos de dicho pozo.
En una comunidad urbana esto es difícil de entender, pero en una agraria quien
maneja el agua es el que tiene en sus manos el desarrollo de los cultivos... En
otras palabras: quien controla el agua, controla el campo.
Gimeno vuelve a hacer una
pausa, tiene la boca reseca y la adrenalina disparada. El Gobernador piensa que
su subordinado tiene imaginación y capacidad dialéctica, aunque el
encadenamiento lógico de sus argumentos no deje de tener muchos flancos
débiles.
- … y aquí es donde se produce la colisión entre lo que
representan los dos candidatos motivo de la controversia. Uno, el que propone
el alcalde, durante la guerra estuvo incurso en la lista de desafectos al
Régimen y no fue a prisión por la simple razón de que ni en la cárcel del
pueblo ni en la de aquí había materialmente sitio; en definitiva, es un rojo,
desactivado, pero sigue siendo un rojeras. El otro, propuesto por la jefatura
local, es un ex cautivo, uno de los nuestros. ¿A quién se le ha de otorgar el
puesto? Yo lo tengo meridianamente claro, camarada, pero soy un hombre de
partido y por tanto absolutamente fiel a las consignas del mando, por eso tu
palabra será la última que se pronuncie sobre este lamentable hecho, que nunca
habría tenido que llegar a ti porque tu tiempo es precioso y tienes asuntos
mucho más importantes que ocuparte de ridículas rencillas locales. No quiero
terminar mi exposición sin añadir que si consideras que mi actuación ha sido
incorrecta o que he dañado, aunque sea un ápice, la imagen del partido tendrás
mi dimisión encima de la mesa esta misma tarde – se levanta, se cuadra y con el
brazo en alto exclama -. A tus órdenes, camarada ¡Arriba España!
Aunque la lógica no sea
el punto fuerte de la elocuencia de Gimeno, al Gobernador no deja de
impresionarle su florida y barroca oratoria, dicha además con un apasionamiento
y un empeño extraordinarios. Piensa que ante un tribunal quizá no ganaría
muchas causas, pero ante auditorios no demasiado cultivados ese tipo de
retórica puede ser tremendamente eficaz. A este hombre, se dice, habrá que
seguirle la pista, puede ser aprovechable. El preboste no tiene que cavilar
demasiado, la perorata del jefe local le ha persuadido de quien es el político
que tiene futuro por delante y dado como están las cosas y los precedentes de
anteriores enfrentamientos, de los que ha sido informado, la solución del
problema está servida: será Gimeno quien se alce con el santo y la limosna.
Casi está tentado de comunicar a su subordinado la decisión que ya tiene
tomada, pero puede más su rutina de letrado.
- Bien, camarada. Tomo nota de cuanto has dicho y en breve os haré
llegar mi resolución. Gracias por tu colaboración. Puedes retirarte.
Días después llega la
comunicación de Gobierno Civil: Arturo Rambla, el patrocinado por Gimeno, será
el motorista del coto.
*
En el pueblo no todo se
reduce a los enfrentamientos políticos, también hay momentos para dedicarlos a
actividades mucho más placenteras. Es el caso de las fiestas populares, como
las de San Antonio. Este año se celebran en la calle de su nombre, también
conocida como el Rabal. Los vecinos nombraron en su día una comisión para
organizar los festejos, han celebrado rifas, han vendido participaciones de
lotería y han tenido la suerte de que en el sorteo del Gordo del pasado
diciembre les tocó la pedrea, un duro por peseta, por lo que la caja de los
festeros está generosamente nutrida. El programa de actos comprende dos días
dedicados a los santos bajo cuya advocación se celebran las fiestas: el
diecisiete de enero, festividad de San Antonio, y el dieciocho, de Santa Lucía.
Y luego tres días de vaquillas que se corren en las calles. Desde antes de la
guerra no se había visto semejante derroche. Aunque son las fiestas de una
calle, todo el pueblo participa en las mismas. El día de la fiesta mayor hay
misa concelebrada y homilía a cargo de un renombrado orador sagrado, y a la
salida se dispara una traca; por la tarde hay pasacalle, luego se corren unas carreras
de caballos, mulos y asnos montados a pelo, con premios tan sustanciosos como
un gallo para el primero, un pato para el segundo y un conejo para el tercer
clasificado. La carrera está presidida por los clavarios de las fiestas y las
autoridades locales, y amenizada por la banda municipal. Tras las carreras se
lleva a cabo la procesión del santo por las calles del pueblo acompañada por
caballerías prolijamente enjaezadas con vistosas gualdrapas y montadas por
parejas de jóvenes ataviados con trajes regionales. Después la tradición
establece que la gente se pase por las casas de familiares, amigos o simples
conocidos, de la calle en fiestas, para degustar algunos de los dulces típicos
y que cada ama de casa ha elaborado para la ocasión: dulces de boniato y de
cabello de ángel, almendrados, cocas y demás productos de la repostería local.
La tarde termina con el baile de plaza. Al día siguiente, festividad de Santa
Lucía, el programa de festejos es similar. Luego hay tres días en que se corren
vaquillas por la calle en fiestas, debidamente sellada. La guinda la pone el
encierro de un toro embolado que es todo un espectáculo, en el anochecer
resplandecen las bolas de alquitrán que un soporte de metal mantiene enhiestas
y llameantes encima de las astas del animal.
Lolita es una de las clavarias de las fiestas, algo así como las damas
o reinas de los festejos, y en los distintos actos su airosa y esbelta figura
destaca entre la mayoría de retacos de sus compañeras. Lleva un vestido
entallado y unos zapatos de tacón que le hacen parecer más estilizada todavía.
De una fina peineta de carey pende una larga mantilla negra que le llega justo
al borde inferior del vestido. Ya no es la adolescente que miraba de reojo a
Rafael Blanquer cuando paseaban por el Rabal,
ni siquiera la joven que se debatía en el dilema de continuar o romper su
noviazgo. Se ha transformado en una espléndida mujer que derrocha estilo y un
asomo de sonrisa un sí es, sí no es irónica. Solo mirando muy al fondo de sus
hermosos ojos, del mismo color de la miel de azahar, se podría adivinar un
cierto poso de tristeza.
Cuando le ofrecieron ser
clavaria no lo dudó, no tiene demasiadas oportunidades de divertirse y para una
ocasión que se le presenta pensó que había que aprovecharla. Y es que ha pasado
a formar parte de un estamento de difícil encaje en la vida de una sociedad
rural. Por una parte, a su edad la mayor parte de las jóvenes están casadas o
en camino, ella ni siquiera tiene novio. Por otra, sin ser un buen partido, y
en el pueblo solo se reserva esa expresión para los herederos de los
terratenientes, tampoco es una chica que cuadre a la mayoría de los mozos
locales cuyas futuras esposas, además de ser amas de casa, tendrán que
ayudarles en las labores del campo. Lolita cursó dos años de cultura general
con las monjitas de La Consolación y lleva la tienda de modas de su madre. Para
los parámetros locales es casi una chica de ciudad y eso hace que los mozos se
retraigan a la hora de poner sus ojos en ella, pese a que todos coinciden en
que está más rica que el turrón de Jijona. Si permanece en el pueblo parece que
los dados del destino han marcado su jugada: se convertirá en la clásica
solterona, figura siempre un tanto incómoda y problemática de encajar en una
sociedad agrícola, primitiva y machista.