Del cuartel de Húsares conducen los reclutas
a la estación de Delicias para coger el ferrocarril que desde 1859 enlaza la
capital del reino con la ciudad del Turia por la ruta del puerto de Almansa
donde se bifurca en dos ramales, uno a Alicante y otro a Valencia. El convoy
militar está ocupado por quintos del reemplazo del 89, un destacamento de
soldados veteranos y dos sargentos que, al mando de un capitán, son los
encargados de escoltarlos. El viaje es largo y tedioso. En esta ocasión los
compañeros de compartimento de Julio son nuevos, salvo el inevitable Agustín el
porquerizo también destinado a las Baleares y que continúa pegado a él como una
lapa. Agustín es la primera vez que sale de Montánchez, localidad sita al sur
de Cáceres, y aunque intenta disimularlo está asustado, son demasiadas
novedades para alguien que nunca ha salido de su pueblo y es la segunda vez que
monta en tren.
-Vas a ver lo grande que es el mundo –le
anima Julio.
-Si te digo la verdá, paisano, estoy
acojonao.
-Tranquilo,
Agustín –le conforta Julio-, pase lo que pase estaré a tu lado.
-Hemos llegao a Aranjuez –informa el enterado de turno-. Aquí se
cultivan las mejores fresas de España y los espárragos también son de
categoría.
Tras dejar atrás la ciudad regada por el Tajo, Julio, que se ha puesto
mustio pensando en su novia, se ha levantado y se ha puesto junto a una
ventanilla para mirar el paisaje que, una vez pasadas las vegas ribereñas, es
netamente manchego: grandes llanadas, escaso arbolado y una tierra seca y
áspera. En la estación de Alcázar de San Juan la parada se alarga bastantes minutos
y, como el tren no arranca y la charla se ha estancado, uno de los reclutas que
porta una guitarra se pone a rasguearla.
-Si me acompañas –pide uno al guitarrista- os cantaré una coplilla picante
que alude a este pueblo –Y una vez que el ocasional músico le da la entrada, el
mozo se arranca con buena voz y mejor entonación-. Morena de mis amores/ por el carril de tus brazos/ unos vienen y otros
van/ Eres estación de paso/ como Alcázar de San Juan.
La letrilla picaresca es recibida con aplausos y olés por los demás
quintos y el guitarrista es requerido para acompañar a otros improvisados
cantores. Pocos se saben las letras de las coplas que se cantan, hasta que uno
se arranca con Asturias, patria
querida e inmediatamente todos corean la popular canción, algo que llama la
atención a Julio porque piensa que
seguramente ninguno conoce esa región del Cantábrico. Tras Alcázar, el convoy
para en Albacete. La capital de la provincia del mismo nombre merece la
atención de los mozos porque los andenes están muy concurridos.
-¿Sabéis que aquí se hacen las mejores
navajas y cuchillos de España? –informa uno.
-¡No jodas, chacho! Yo creía que las
herramientas de metal eran cosa del norte, de Bilbao o por ahí.
-Lo que yo te diga –dice el de la
información sobre la cuchillería sacando una respetable navaja cabritera y
mostrándola-. Me la regaló mi padre cuando hice la primera comunión y sigue
teniendo un filo que corta un pelo de coño en el aire.
Después de pasar Alcira la siguiente
estación es la ciudad de Valencia para regocijo de los quintos que están
deseando darse una vuelta por la capital levantina. El deseo se esfuma como por
encanto cuando uno de los veteranos que les escoltan les anuncia que el destino
final del convoy no es Valencia sino su puerto. En El Grao se despiden del
ferrocarril y, tras el consabido pase de lista, les ponen en fila de a uno para
embarcarles en el buque que les llevará a Mallorca, el vapor Bellver de la
Empresa Marítima a Vapor e Isleña Marítima que cubre la línea regular entre las
Baleares y la península.
-Chacho, que grande es este barco, ¿será
seguro? –pregunta un acobardado Agustín.
En el buque les acomodan en camarotes de seis
literas. No hay suficiente sitio para toda la tropa embarcada y a más de un
centenar les ubican en la cubierta superior donde dormirán en unas estrechas
hamacas. Casi todos han oído hablar de que la primera vez que navegas el mareo
es poco menos que inevitable, pero luego resulta que solo se marean los más
aprensivos de los cuales a Julio le tocan dos en el camarote. Al poco de salir
de puerto, el estrecho habitáculo huele a vómitos y a meados. El mañego, asqueado,
coge una manta y se sube a cubierta donde hace frío, pero únicamente se huele
el húmedo aire marino. Ve una hamaca vacía y se acurruca en ella hasta que se
duerme. Un brillante sol matinal le despierta a tiempo de ver entrar al vapor
en un estrecho y alargado puerto. Julio no conoce Mallorca, pero ha ojeado
alguna postal de la bahía de Palma, y lo que está viendo no se parece en nada a
lo que recuerda del perfil de la ensenada palmesana.
-¿Dónde coño estamos? –se pregunta en voz
alta.
-En Mahón, recluta –le contesta un marinero
que pasa junto a él.
-¿Pero este barco no iba a Mallorca?
–pregunta, estupefacto, Julio.
-Sí, pero antes recalamos aquí para que
desembarquen los reclutas destinados a Menorca.
Julio oye que otro marinero está explicando
detalles del puerto natural de Mahón a un grupito de mozos y se pega a ellos.
-…y
esa es la Fortaleza de la Mola, un penal militar. Si alguno hace una trastada mientras
esté en la mili terminará
aquí.
En cuanto la tropa destinada a Menorca
desembarca, el Bellver pone rumbo a Mallorca donde llega a media tarde. Esta
vez Julio sí reconoce la silueta de la bahía de Palma y puede describirle el
panorama a su paisano Agustín.
-Mira, chacho, aquel edificio grandioso es
la catedral de Palma y el que está enfrente es el Real Palacio de la Almudaina,
sede de la Capitanía General de Baleares.
Unos briosos acordes reclaman la atención de
los quintos. Alineada en el muelle una banda militar interpreta marciales
marchas. El ejército está dando la bienvenida a Mallorca al reemplazo del 89.
Algunas de las marchas y alegres pasodobles que toca la banda le recuerdan a
Julio a su madre, porque se los ha oído tararear alguna que otra vez. De la
evocación de su madre pasa inevitablemente a la de su novia, cuyo recuerdo
provoca que al mañego se le encoja el corazón. No tiene más tiempo para
recuerdos porque alguien le palmea la espalda.
-Chachos, ¿dónde os habías metio?, lo que
m´a costao encontraros –Es otro extremeño del camarote de Julio-. Que dicen que
hay que recoger los bultos que vamos pa tierra.
Julio baja al camarote, recoge la maleta y
vuelve a subir a cubierta acompañado por Agustín que sigue sin despegarse de él.
El capitán, al frente del pelotón de soldados que les han escoltado desde que
salieron del cuartel de Húsares, ordena que desembarquen y que formen en el
muelle donde la banda de música ha enmudecido. Una vez en tierra, se procede al
consabido pase de lista. A continuación se lleva a cabo la entrega formal de
los quintos destinados a la isla por parte del capitán que los ha escoltado desde
Madrid al oficial que viene a recibirles en nombre del Capitán General de
Baleares. Realizado el relevo, pasan a leerse las relaciones de los reclutas
destinados a las diversas unidades militares de Mallorca.
-¡Ojalá quiera la Virgen de Guadalupe que me
toque contigo! –musita Agustín.
Un sargento, con voz de ordeno y mando,
anuncia:
-Los reclutas cuyos nombres voy a leer a continuación
van destinados al regimiento de infantería Mallorca, número 13. A medida que
oigan su nombre que vayan saliendo de la formación y que se alineen frente al
sargento Martínez que es el que ha levantado la mano.
El suboficial va leyendo nombres hasta que…
-Julio Carreño Lahoz.
-¡Presente!
Y para alegría de Agustín poco después
vocean el suyo:
-Agustín García Llerena.
-¡Presente!
-Chacho, que suerte, no nos han separao –le
sopla Agustín al oído en cuanto forma al lado de Julio quien mira con ternura a
su camarada, le está cogiendo cariño-. ¿Crees que van a poner carros pa llevar
las maletas?
-¡Silencio, no quiero oír ni a una mosca!
–conmina el sargento.
Cuando la formación de los reclutas
destinados al regimiento de infantería está completa, el sargento, tras dar la
novedad a un teniente, ordena:
-De frente, paso ordinario…, ar –Y la
columna de tres en fondo se pone en marcha siguiendo la estela del suboficial.
Cada quinto carga con su maleta, hatillos y bultos. No ha aparecido ningún
carro para llevar los equipajes.
El sargento, junto al pelotón de veteranos
que escolta al desorganizado grupo, lleva a los reclutas que acaban de llegar a
la isla por las calles palmesanas. Los transeúntes les ven pasar con una mezcla
de curiosidad e indiferencia pues saben bien quienes son: una nueva leva de
jóvenes peninsulares que no vienen precisamente a disfrutar de los encantos de
su tierra.
-Un, dos, ep, aro, un, dos, paso…, paso… -El
sargento se empeña en que los reclutas marquen el paso. No hay manera, entre
que los mozos están todavía muy verdes en instrucción de orden cerrado y que el
peso de las maletas y fardos que portan dificulta que puedan moverse ágilmente
la marcha de la formación es cualquier cosa menos marcial.
La agrupación se detiene ante un imponente y
vetusto caserón en cuya puerta de entrada hay un soldado haciendo guardia y en
cuya fachada ondea la bandera nacional. El sargento les indica que al atravesar
el umbral pasarán delante del cuarto de banderas donde se guarda la enseña del
regimiento a la que hay que saludar. La formación entra en el edificio -que más
tarde sabrán que se llama el cuartel de El Carmen- y se detiene en un gran
patio interior alrededor del cual hay un corredor cubierto al que se accede a
través de las arcadas que bordean el patio.
-Dejar las maletas en el suelo –ordena el
sargento y a continuación manda-. Fir…mes.
Mi teniente,
sin novedad en la formación –El oficial da la novedad al capitán quien, a su
vez, se la da a un jefe que luce tres estrellas en la bocamanga que relucen
como soles.
-A sus órdenes, mi coronel, sin novedad en
la formación de los mozos del reemplazo de 1889.
-Gracias, Mallén, que descansen y
presénteme.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
17. Profesor,
machacante y escribano
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