"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 23 de octubre de 2015

8.9. Buscando padrinos


    Nada más ver su gesto preocupado, Lola sabe que su marido tiene algún problema al que no le encuentra solución.
- A ver, José Vicente, ¿qué te preocupa? Igual puedo ayudarte.
- Ya me gustaría, Lola, que pudieses hacerlo, pero temo que mi preocupación no tiene fácil remedio. Se trata de la inundación que ha anegado los arrozales. Es una auténtica catástrofe.
- ¿No se ha podido salvar nada?
- Casi nada. Algunas gavillas que quedaron enganchadas en las ramas de árboles o que el mar ha devuelto, pero muy poca cosa. Es un desastre total. Y por si faltaba poco, muchos propietarios han tenido que pagar a las cuadrillas de segadores, que naturalmente no tienen ninguna culpa, con los últimos dineros que les quedaban en cuenta. Más de uno ha quedado completamente arruinado y, como no consigan algún préstamo, tendrán que vender sus fincas. Como te digo, una catástrofe.
- ¿Y en la cooperativa no podéis echarles una mano?
- No tenemos fondos para ello. Hay un seguro contra el granizo, pero nadie había previsto lo de la maldita gota fría.
   Durante semanas, los bous que pescan a la altura de Senillar han sacado en sus redes unos extraños peces: gavillas de arroz que, en muchos casos, ya empezaron a germinar. La riada, como se empeñan en llamarla en el pueblo, es el tema principal de conversación en todos los mentideros locales. En el café del Pipa, Arturo Rambla cuenta a los contertulios la odisea que tuvo que pasar la noche de la inundación un empleado de Hilaturas Gedosa, cuyo propietario es un empresario catalán que compró una gran finca de arroz en una de las partidas de la Marina. El patrón envió a uno de sus oficinistas de Barcelona a que vigilara la trilla porque temía que le sisaran en el pesaje. Al chupatintas, no se le ocurrió otra que, para ahorrarse las dietas, en vez de buscarse una pensión se quedaba a dormir en una caseta de campo que habían construido en la finca con materiales de fortuna.
-          … y el pobre hombre se pasó toda la noche subido a uno de los postes que formaban el armazón de la caseta, con el agua al cuello. Por la mañana cuando lo recogí estaba exhausto y no hacía más que repetir Mare de Déu, Mare de Déu, quina nit.
- Ese no se va a olvidar de la Marina.
- Ni del arroz. Jura que no volverá a probarlo ni en paella. Se pasó toda la noche, convencido de que había llegado su final, rezando y mirando la hora en su reloj de pulsera hasta que se agotaron las pilas de la linterna. Dice que no recuerda una noche más larga
- ¿Pues sabéis lo que me ha contado el Amadeo? Que todavía están sacando gavillas a la altura de Torrevieja. Imaginaos hasta donde llegó la riada.
- Si es que nadie en el pueblo recordaba una cosa como la ocurrida.
   Cuando el tema de la riada ya no da más de sí, Martín Esteller introduce un nuevo motivo de conversación:
- ¿Sabéis la última? Rafael, el chico de Antonio Blanquer ha cerrado su almacén de materiales de la construcción.
- Me gustaría saber cómo coño os arregláis los barberos para estar enterados de cuanto pasa.
- Lo del almacén se veía venir hace tiempo – afirma otro contertulio -. Ya dice el refrán que: hacienda, tu amo que te vea y, si no, que te venda. Y Rafael creo que solo aparecía por el almacén de Pascuas a Ramos.
- De todas maneras, independientemente de que a ese chico lo que le gusta es mojar, el negocio de la construcción ya no es lo que era. Desde que el boniato dejó de venderse a modo, la gente ya no gasta tan alegremente. ¿A qué ya no facturáis tantos vagones? – pregunta un contertulio dirigiéndose a Ballesta y Bonet, los dos ferroviarios de la partida.
- En efecto. La facturación cayó en picado. Ahora, aparte de los vagones de algarrobas y almendras, prácticamente no despachamos unidades – confirma Bonet.
- Pues, a pesar de todo, un almacén de materiales es un negocio que tiene que dejar pelas en cantidad.
- Seguro que sí, pero bien llevado, no dejándolo en manos de empleados que solo se preocupan por cobrar a fin de mes. Y si el empleado es un vaina como el Modesto, no te digo nada.
- Hablando del Modesto, ¿sabéis que lleva unos cuernos más grandes que un miura? – Más que una pregunta, el tono de Martín parece una afirmación.
- ¿Ahora te enteras? Eso dejó de ser noticia.
- Pero lo que igual no sabéis es a quién se tira ahora el pichabrava de Rafael Blanquer.
- Cuenta, coño.
- A la masovera que tienen en la finca del Fondo de Benialcaide. A una tal Genoveva.
- Pues la masovera está de toma pan y moja.
- El barbián no le da un palo al agua, pero hay que reconocer que para las mujeres tiene buen gusto.
- Espero que a ésta no la preñe como a la otra.
- Ah, pero ¿es que el crío que ha tenido Consuelo la de Modesto es suyo?
- Hombre, de esas cosas nunca puedes estar seguro al cien por cien, pero por lo que cuentan…
- ¿Y la mujer de Blanquer traga con tantos cuernos?
- Vete a saber. Unos dicen que no sabe nada. Otros, que pasa de todo. Y hasta se murmura que si duermen en camas separadas.
- ¡Cómo estarán el Braulio y la Águeda! Pensar que criaron a su hija como si fuera una reina y mira con quién la casaron. Mejor les habría valido como yerno el José Vicente.
- De todas formas, vaya sietemachos que está hecho el Rafa.
- Hasta que se tope con un marido que le parta la cara a hostias – vaticina uno con gesto de mala leche.
   Gotas frías e historias de cama aparte, en Senillar acaba de producirse un hecho que en otros lugares pasaría desapercibido, pero que para el pueblo, al menos para algunos vecinos, tiene su miga: se ha jubilado Leónidas Queralt, el viejo cartero del pueblo, y hay que cubrir su vacante. Es un puesto muy goloso, no porque el empleo de funcionario de correos tenga unos emolumentos considerables, más bien son escasos, sino porque es un trabajo de los de paga fija a fin de mes y en el que no hay que doblar el espinazo. Los aspirantes al mismo han de estar en posesión de los requisitos exigidos para optar a un puesto como el de la cartería: ser español, militante de FET y de la JONS, mayor de edad, carecer de antecedentes penales, no padecer enfermedad infecto-contagiosa, saber leer y escribir, ser informado favorablemente por la Guardia Civil y haber cumplido el servicio militar. Tendrán prioridad los mutilados de guerra, ex combatientes, ex cautivos, huérfanos de guerra y los que tengan algún familiar asesinado por los rojos. Más que el cumplimiento de dichos requisitos lo que realmente preocupa a los candidatos es buscarse padrinos. Cada aspirante intenta conseguir los mayores respaldos posibles, echando mano de familiares, amigos y conocidos. A las personas a las que se considera que puedan tener alguna clase de influencia les llegan, por los caminos más insospechados, peticiones de recomendación.
- Mosén Batiste, no sé si conoce a mi prima Loreto. Tiene un chico; bueno, ya es un hombre. Muy formal, religioso, serio..., buena persona. Quiere presentarse al puesto de cartero. Lo haría muy bien porque conoce a todo el mundo y es muy simpático. Venimos a pedirle el favor de si usted podría echarle una mano. Una recomendación suya sería muy importante.
- Hombre, Severino, ese asunto está muy lejos de mi ministerio. No sé qué puedo hacer.
- Somos sabedores de que no es usted quien ha de decir la última palabra, pero una indicación suya siempre será atendida.
- Bueno, no os prometo nada, pero haré lo que pueda. ¿Cómo se llama tu hijo?
- Sabino Planell, mosén Batiste. Y que Dios se lo pague.
   La mujer lo plantea con cierta dosis de dramatismo, como si en lo que demanda le fuera la vida:
- Vengo a pedirte un favor muy grande, Benjamín.
- Tú dirás, Magdalena.
- Se trata de mi Ismael. Ahora le ha dado en que quiere ser cartero. Dice que está cansado de trabajar en el campo y que prefiere otra clase de faena y como ha quedado vacante el puesto, pues que le gustaría probarlo a ver qué tal le va.
- Magdalena, explícale a tu hijo que no se puede aspirar a un puesto para probar a ver si le gusta o le deja de gustar. Que eso no es serio. Estamos hablando de un empleo del estado, no de una ocupación eventual de mala muerte.
- Su padre y yo se lo hemos dicho. Pero ya sabes cómo son los chicos de ahora. No se toman nada en serio.
- Ellos no, pero yo sí. Supongo que quieres que lo recomiende.
- Si no fuera pedir mucho...
- Lo siento mucho, Magdalena, pero no puedo. ¿Cómo voy a recomendar a una persona que ni siquiera está segura de sí quiere o no el puesto? Imagínate que lo respaldo, le dan el empleo y a los dos meses lo deja porque no le peta. Vaya papelón el mío.
- Verás. A lo mejor es que no he sabido explicarme. Lo de probar si le gusta no es del todo cierto. Lo que dice es que está harto del trabajo del campo y que sería preferible ser cartero que no darle a la azada.
- Haber empezado por ahí. De todas formas, envíame a Ismael y tendré una pequeña charla con él a ver qué es lo que realmente quiere.
   Los progenitores visitan al patriarca acompañando al aspirante a cartero. Tras dialogar con el joven, Benjamín no se queda muy convencido de la apetencia del aspirante ni de sus luces pero, como la familia es lo primero, promete recomendar a su sobrino Ismael.