"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 13 de octubre de 2015

8.6. Lola hila fino aconsejando



   Benjamín Arbós le ha pedido a Gimeno que nombre juez municipal al marido de su sobrina Pepita y que no es otro que Rafael Blanquer. Cuando José Vicente le dice que no se le ocurre como justificar el cambio para que Lapuerta, el actual juez, no se moleste, el viejo cacique le dice que ya se le ocurrirá algo a Lola. La alusión que ha hecho sobre su mujer le irrita profundamente, pero se contiene y decide no darse por enterado.
- Lo que me pide no solo depende mí, tiene que proponerlo el alcalde, en Valencia han de aceptar la propuesta y…
- Vamos, vamos, José Vicente. Los dos sabemos cómo se manejan estas cosas y lo sugestionable que es el alcalde a tus demandas.
- No le prometo nada, pero haré cuanto esté en mi mano.
   Tras marcharse Benjamín, Gimeno da rienda suelta a su enfado, le da una patada a una de las sillas del despacho que termina por arruinarla. ¿Cómo se atreve el viejo chivo a meter a su mujer en sus tejemanejes?, se pregunta. No debería ni citarla. ¿Hasta dónde vamos a llegar si mezclamos la vida familiar con la política? Hay límites que nunca deberían de traspasarse. Al cabreo le sucede una fase de reflexión. ¿Cómo es posible que Arbós sepa que Lola le aconseja en asuntos políticos? Estaba convencido de que eso era algo que quedaba en el más estricto seno familiar. Lo que más le inquieta es cómo llegan a saberse esas intimidades. Él no lo ha comentado con nadie. Lo que quiere decir que ha tenido que ser Lola quién se ha ido de la lengua. Jamás lo hubiese supuesto. Una de las cualidades que más valora en su mujer es la discreción. No acaba de creerse que sea ella quién haya ido por ahí contando lo que habla el matrimonio.
- ¿A qué no puedes imaginarte lo que me pidió esta mañana Benjamín?
- Cualquier cosa. Del patriarca puede esperarse todo.
   José Vicente cuenta a su esposa las dos peticiones de Arbós, pero no se atreve a decirle lo que de verdad le ha dejado preocupado: su posible indiscreción.
- Con lo de las guías me andaría con mucho cuidado, marido. Si dices que podría ser algo ilegal yo le daría esquinazo. Ni siquiera llegaría a comentarle nada a ese amigo tuyo de la Comisaría. Le cuentas a Benjamín que pediste el favor, pero que te ha sido imposible conseguirlo.
- Eso mismo pensaba decirle. No estoy dispuesto a que me involucre en los turbios negocios de Gonzalo. Y en cuanto a lo de nombrar juez al cantamañanas de Blanquer también voy a decirle que no es posible.
- Ahí me andaría con pies de plomo. Te ha pedido dos favores. Opino que ambos no deberías negárselos. O le haces uno o el otro. Tienes que pagarle lo que hizo por ti en el asunto de tu aumento de sueldo.
- ¿Tienes mucho interés en que nombre juez a tu exnovio? – José Vicente no ha podido contenerse, un ramalazo de celos le ha sacudido de arriba abajo.
- No digas tonterías. Podría devolverte la moneda diciendo que por qué no quieres que tu exnovia sea la señora jueza, pero ese no es el caso. No tengo ningún interés, en absoluto. Quién me preocupa eres tú y nadie más. De eso puedes estar tan seguro como que luce el sol. Pero insisto, sería conveniente que le hicieras a Benjamín uno de los dos favores, salvo que hubiera barreras insalvables. Me has dicho que lo de las guías puede resultar peligroso, por tanto solo te queda el otro, independientemente de que el beneficiario sea Blanquer – el apellido le suena raro en sus labios, que recuerde es la primera vez en su vida que llama así a Rafa – o cualquier otro.
- ¿Has pensado por un momento cómo quedaré ante Lapuerta?, ¿qué va a pensar de mí?, ¿qué soy un chiquilicuatre al que cualquiera le da órdenes? Para más inri, te recuerdo que, en su momento, el nombramiento del médico lo calificaste como un gran acierto.
- Todo eso lo sé, José Vicente, y tienes buena parte de razón. Don Manuel – Es curioso el tratamiento que la pareja da al médico: ella le trata siempre de usted, en cambio él le tutea – no se merece el cese. No ha hecho nada para ello y es una gran persona. Yo siempre le he tenido una especial simpatía. Recuerdo que cuando don Domingo nos daba clase, él se pasaba a menudo por la escuela y a veces le ayudaba y nos tomaba las lecciones o nos explicaba algo que no habíamos entendido. Como habla inglés sabe muchas cosas. Y ya no solo es simpatía, es nuestro médico, va a ser quien me asista cuando nazca nuestro hijo. Por lo tanto, tengo tanto o más interés que tú en no hacer nada que pueda molestarle. Lo que pasa es que tiene la mala fortuna de ocupar un puesto que quiere Arbós para uno de sus paniaguados, sea el marido de su sobrina o Perico de los Palotes, eso es irrelevante. A don Manuel no le debes ningún favor y a Benjamín sí. Esa es la pequeña diferencia.
- A Manolo le debo el favor de que aceptara ser juez.
- De acuerdo, pero tendrás que valorar a qué favor concedes más peso, si al que te hizo don Manuel o al que te ha hecho Benjamín. Tú mismo... Y se me ocurre otra solución, si tanto interés tienes en que Lapuerta siga siendo juez, lo que podrías hacer es cesar a Diego o a Cristóbal en el Ayuntamiento y en su puesto nombrar a Blanquer. Si a lo que aspira Pepita es a figurar, igual lo hará siendo la esposa de un concejal.
   Esta conversación la tiene el matrimonio mientras el verano está en sus postrimerías. En los campos la mayor parte de las cosechas se han recogido, el coto arrocero es una excepción. Los arrozales parecen un mar de ondeantes y doradas espigas que se curvan por el peso del grano. La cosecha promete ser espléndida. Julio Bosch, uno de los arroceros fuertes del pueblo, está más que satisfecho, cuando esta temporada finalice, entre lo que sacará del cupo vendido a precio oficial y lo que obtenga de lo que va a estraperlear, dejará atrás los números rojos e iniciará la cuenta de beneficios. En poco más de una semana, la cuadrilla que va a contratar segará el arroz y campaña terminada. Precisamente el coste de la cuadrilla es lo que está ajustando con Manèl el Rapitenc, que es el cabeza de los segadores.
- Podemos ajustar la siega como quiera: a jornal diario, por horas o a destajo.
- Tengo que pagarla de todas formas. Y a vosotros os interesará más a destajo, ¿no?
- Hombre, claro que nos interesa más. Y si bien lo piensa, a usted también, cuanto antes esté segado, antes lo podrá trillar. En San Carlos de la Rápita decimos que el arroz no está asegurado hasta que no lo tengas en el saco y bien atado.
- Pues a destajo ¿Cuándo empezaréis?
- Iré a echar un vistazo a ver cómo está de granado, pero a bote pronto calculo que podremos comenzar hacia el dieciocho o diecinueve.
   Aquella tarde, Bosch le explica a su cuñada Sagrario, que se ha pasado por casa, el proceso de la siega:
- … y los hombres siegan el arroz que dejan en montoncitos para luego formar gavillas…
- ¿Y con qué atan las gavillas? – le interrumpe Sagrario.
- Hacen una especie de soga con dos matas de arroz y la utilizan para atar la gavilla. Detrás de los segadores un hombre va cortando la parte inferior de la gavilla. Esa paja la extienden en el suelo y encima ponen la gavilla para aislarla de la superficie y así el arroz se seca mejor. Y luego, durante los días que las gavillas están en los campos, les damos la vuelta una o dos veces para que se oreen igual por todas partes.
- ¿Y cuánto tiempo cuesta secarlas?
- No hay un período concreto. Unos cuantos días, hasta que estén lo suficientemente secas para llevarlas a la trilladora. Y luego hay que volver a secar el grano en las eras.
- ¿Y por qué hay que secarlo tantas veces? Eso no pasa con el trigo.
- Mujer, es distinto. Ten en cuenta que el trigo es un cultivo de secano, pero el arroz está encharcado en agua desde que se planta hasta que se siega. La cantidad de líquido que acumula lógicamente es grande y hay que conseguir que pierda una buena parte.