Benjamín Arbós le ha pedido a Gimeno que nombre juez municipal al marido
de su sobrina Pepita y que no es otro que Rafael Blanquer. Cuando José Vicente
le dice que no se le ocurre como justificar el cambio para que Lapuerta, el
actual juez, no se moleste, el viejo cacique le dice que ya se le ocurrirá algo
a Lola. La alusión que ha hecho sobre su mujer le irrita profundamente, pero se
contiene y decide no darse por enterado.
- Lo que me pide no solo depende mí, tiene
que proponerlo el alcalde, en Valencia han de aceptar la propuesta y…
- Vamos, vamos, José Vicente. Los dos sabemos
cómo se manejan estas cosas y lo sugestionable que es el alcalde a tus
demandas.
- No le prometo nada, pero haré cuanto esté en
mi mano.
Tras
marcharse Benjamín, Gimeno da rienda suelta a su enfado, le da una patada a una
de las sillas del despacho que termina por arruinarla. ¿Cómo se atreve el viejo
chivo a meter a su mujer en sus tejemanejes?, se pregunta. No debería ni citarla.
¿Hasta dónde vamos a llegar si mezclamos la vida familiar con la política? Hay
límites que nunca deberían de traspasarse. Al cabreo le sucede una fase de
reflexión. ¿Cómo es posible que Arbós sepa que Lola le aconseja en asuntos
políticos? Estaba convencido de que eso era algo que quedaba en el más estricto
seno familiar. Lo que más le inquieta es cómo llegan a saberse esas
intimidades. Él no lo ha comentado con nadie. Lo que quiere decir que ha tenido
que ser Lola quién se ha ido de la lengua. Jamás lo hubiese supuesto. Una de
las cualidades que más valora en su mujer es la discreción. No acaba de creerse
que sea ella quién haya ido por ahí contando lo que habla el matrimonio.
- ¿A qué no puedes imaginarte lo que me pidió
esta mañana Benjamín?
- Cualquier cosa. Del patriarca puede
esperarse todo.
José
Vicente cuenta a su esposa las dos peticiones de Arbós, pero no se atreve a
decirle lo que de verdad le ha dejado preocupado: su posible indiscreción.
- Con lo de las guías me andaría con mucho
cuidado, marido. Si dices que podría ser algo ilegal yo le daría esquinazo. Ni
siquiera llegaría a comentarle nada a ese amigo tuyo de la Comisaría. Le
cuentas a Benjamín que pediste el favor, pero que te ha sido imposible
conseguirlo.
- Eso mismo pensaba decirle. No estoy
dispuesto a que me involucre en los turbios negocios de Gonzalo. Y en cuanto a
lo de nombrar juez al cantamañanas de Blanquer también voy a decirle que no es
posible.
- Ahí me andaría con pies de plomo. Te ha
pedido dos favores. Opino que ambos no deberías negárselos. O le haces uno o el
otro. Tienes que pagarle lo que hizo por ti en el asunto de tu aumento de
sueldo.
- ¿Tienes mucho interés en que nombre juez a
tu exnovio? – José Vicente no ha podido contenerse, un ramalazo de celos le ha
sacudido de arriba abajo.
- No digas tonterías. Podría devolverte la
moneda diciendo que por qué no quieres que tu exnovia sea la señora jueza, pero
ese no es el caso. No tengo ningún interés, en absoluto. Quién me preocupa eres
tú y nadie más. De eso puedes estar tan seguro como que luce el sol. Pero
insisto, sería conveniente que le hicieras a Benjamín uno de los dos favores,
salvo que hubiera barreras insalvables. Me has dicho que lo de las guías puede
resultar peligroso, por tanto solo te queda el otro, independientemente de que
el beneficiario sea Blanquer – el apellido le suena raro en sus labios, que
recuerde es la primera vez en su vida que llama así a Rafa – o cualquier otro.
- ¿Has pensado por un momento cómo quedaré
ante Lapuerta?, ¿qué va a pensar de mí?, ¿qué soy un chiquilicuatre al que
cualquiera le da órdenes? Para más inri, te recuerdo que, en su momento, el
nombramiento del médico lo calificaste como un gran acierto.
- Todo eso lo sé, José Vicente, y tienes
buena parte de razón. Don Manuel – Es curioso el tratamiento que la pareja da
al médico: ella le trata siempre de usted, en cambio él le tutea – no se merece
el cese. No ha hecho nada para ello y es una gran persona. Yo siempre le he
tenido una especial simpatía. Recuerdo que cuando don Domingo nos daba clase,
él se pasaba a menudo por la escuela y a veces le ayudaba y nos tomaba las
lecciones o nos explicaba algo que no habíamos entendido. Como habla inglés
sabe muchas cosas. Y ya no solo es simpatía, es nuestro médico, va a ser quien
me asista cuando nazca nuestro hijo. Por lo tanto, tengo tanto o más interés
que tú en no hacer nada que pueda molestarle. Lo que pasa es que tiene la mala
fortuna de ocupar un puesto que quiere Arbós para uno de sus paniaguados, sea
el marido de su sobrina o Perico de los Palotes, eso es irrelevante. A don
Manuel no le debes ningún favor y a Benjamín sí. Esa es la pequeña diferencia.
- A Manolo le debo el favor de que aceptara
ser juez.
- De acuerdo, pero tendrás que valorar a qué
favor concedes más peso, si al que te hizo don Manuel o al que te ha hecho
Benjamín. Tú mismo... Y se me ocurre otra solución, si tanto interés tienes en
que Lapuerta siga siendo juez, lo que podrías hacer es cesar a Diego o a
Cristóbal en el Ayuntamiento y en su puesto nombrar a Blanquer. Si a lo que
aspira Pepita es a figurar, igual lo hará siendo la esposa de un concejal.
Esta conversación la tiene el matrimonio
mientras el verano está en sus postrimerías. En los campos la mayor parte de
las cosechas se han recogido, el coto arrocero es una excepción. Los arrozales
parecen un mar de ondeantes y doradas espigas que se curvan por el peso del
grano. La cosecha promete ser espléndida. Julio Bosch, uno de los arroceros
fuertes del pueblo, está más que satisfecho, cuando esta temporada finalice,
entre lo que sacará del cupo vendido a precio oficial y lo que obtenga de lo
que va a estraperlear, dejará atrás los números rojos e iniciará la cuenta de
beneficios. En poco más de una semana, la cuadrilla que va a contratar segará
el arroz y campaña terminada. Precisamente el coste de la cuadrilla es lo que
está ajustando con Manèl el Rapitenc, que es el cabeza de los segadores.
- Podemos ajustar la siega como quiera: a
jornal diario, por horas o a destajo.
- Tengo que pagarla de todas formas. Y a
vosotros os interesará más a destajo, ¿no?
- Hombre, claro que nos interesa más. Y si
bien lo piensa, a usted también, cuanto antes esté segado, antes lo podrá
trillar. En San Carlos de la Rápita decimos que el arroz no está asegurado
hasta que no lo tengas en el saco y bien atado.
- Pues a destajo ¿Cuándo empezaréis?
- Iré a echar un vistazo a ver cómo está de
granado, pero a bote pronto calculo que podremos comenzar hacia el dieciocho o
diecinueve.
Aquella tarde, Bosch le explica a su cuñada
Sagrario, que se ha pasado por casa, el proceso de la siega:
- … y los hombres
siegan el arroz que dejan en montoncitos para luego formar gavillas…
- ¿Y con qué atan las
gavillas? – le interrumpe Sagrario.
- Hacen una especie
de soga con dos matas de arroz y la utilizan para atar la gavilla. Detrás de
los segadores un hombre va cortando
la parte inferior de la gavilla. Esa paja la extienden en el suelo y encima
ponen la gavilla para aislarla de la superficie y así el arroz se seca mejor. Y
luego, durante los días que las gavillas están en los campos, les damos la
vuelta una o dos veces para que se oreen igual por todas partes.
- ¿Y cuánto tiempo
cuesta secarlas?
- No hay un período
concreto. Unos cuantos días, hasta que estén lo suficientemente secas para
llevarlas a la trilladora. Y luego hay que volver a secar el grano en las eras.
- ¿Y por qué hay que
secarlo tantas veces? Eso no pasa con el trigo.
- Mujer, es distinto.
Ten en cuenta que el trigo es un cultivo de secano, pero el arroz está
encharcado en agua desde que se planta hasta que se siega. La cantidad de
líquido que acumula lógicamente es grande y hay que conseguir que pierda una
buena parte.