El veinte por la noche, Juan
Carlos Atienza llama al resto de los integrantes de la tormenta de ideas que
están llevando a cabo en relación al robo del Tesoro Quimbaya. Tendrán que
aplazar veinticuatro horas la siguiente sesión del debate porque el veintiuno
la Brigada de Patrimonio en pleno va a estar muy ocupada: han detenido un barco
de buscadores de tesoros que estaban saqueando unos pecios en la bahía de
Cádiz. La nueva convocatoria es el veintidós, a las diez horas.
Ese inesperado día en blanco
es aprovechado de diversas formas por los demás miembros del grupo. Blanchard
piensa hacer un viaje de ida y vuelta para conocer el pueblo de su madre:
Herrera del Duque, en la provincia de Badajoz. Invita a Martín-Rebollo y a
Grandal a viajar con él. Ambos declinan su invitación con diferentes excusas
pues resulta que la pareja ha programado otro viaje. La profesora tiene interés
en conocer el madrileño pueblo de Patones de Arriba, con importantes restos
arqueológicos y un castro carpetano del siglo II a.C. El excomisario se ha
brindado a ser su guía, aunque en realidad no ha estado nunca en Patones, algo
que ha obviado decir a María Victoria. Por su parte, Bernal ha decidido tomarse
un día sabático y atender sus asuntos domésticos. Sus hijos se lo agradecerán.
A las ocho y pico de la mañana
del veintiuno suena el móvil de Grandal. Hace rato que se levantó para preparar
el viaje programado.
- Jacinto, buenos días, ¿no te habré despertado? – es María Victoria
quien le llama.
- En absoluto, hace más de una hora que estoy en pie. Te recogeré a las
diez y media en el hotel como habíamos quedado.
- De eso va la llamada. No vamos a poder ir a Patones. Me acaba de
llamar el decano de la facultad. Se ha presentado una reclamación contra el
tribunal de tesis doctoral que presidía.
Por ese motivo tengo que volver a reunir a los miembros del tribunal
para ver cómo capeamos el recurso.
- No te preocupes, Mariví. Espero que habrá más ocasiones para que te
pueda enseñar esa maravilla de piedra y pizarra – Cualquiera diría que Grandal
se conoce Patones como la palma de su mano -. Oye, se me acaba de ocurrir que
si termináis antes de la hora del almuerzo, me llamas y estaré encantado en
invitarte a comer.
- Me temo que tampoco podrá ser. No localizan al ponente y mientras nos
reunimos, debatimos y, en su caso, rehacemos nuestro pronunciamiento se nos va
a ir la mañana y hasta es posible que parte de la tarde. Lo siento, me hacía
mucha ilusión conocer Patones, pero habrá otros días para visitarlo
Grandal se queda compuesto y
sin compañera de viaje. ¡Con la ilusión que le hacía! Como hombre práctico que
es, decide cambiar el programa. Llamará al resto de cuarteto a los que, entre
unas y otras cosas, hace días que no ve. Tiene un buen motivo para charlar con
ellos: contarles cómo se ha desarrollado hasta ahora la tormenta de ideas en
torno al robo. Quizá a los viejos se les ocurran ideas que los Sacapuntas y sus
amigos no hayan podido tener en cuenta. El trío de jubilados, como un solo
hombre, se presenta enseguida en casa de su Jefe, están impacientes para que
les ponga al día de cómo se está desarrollando la tormenta. El excomisario les
hace un resumen de lo que ha dado de sí el debate que sostienen en la Brigada
de Patrimonio.
- O sea, que al final, como dicen los valencianos, de forment ni un gra – dice Álvarez que, desde que su hijo Santiago
veranea en Torrenostra, visita frecuentemente las tierras levantinas.
- Pues la verdad es que sí. El punto en el que ahora estamos atascados
es el planteamiento que sugeristeis vosotros sobre la relación entre el robo e
internet.
De pronto, a Grandal se le
ocurre algo en lo que no había pensado anteriormente.
- ¿Os apetece que montemos aquí y ahora un debate paralelo? – pregunta
Grandal, no demasiado convencido que de ello saque algo en claro.
- ¿Y por qué no? Hasta la hora del almuerzo ninguno de los cuatro tiene
nada más que hacer. Por probar nada se pierde.
Y dicho y hecho. Los cuatro se
sientan alrededor de la mesa del saloncito-comedor y, con Grandal en el papel
de moderador, comienzan su particular tormenta de ideas. El excomisario enuncia
como primera pregunta, la que no han sido capaces de contestar en la sede de la
policía: ¿cuáles pueden ser los motivos del Gobierno para ocultar que lo robado
solo son réplicas de las piezas originales?
- Si nos permites, Jacinto, esa pregunta la hemos debatido por nuestra
cuenta y opinamos que por ahora es irrelevante. Creemos que es mejor comenzar
por este planteamiento: Una persona o personas organizan el robo de unas piezas
del Tesoro Quimbaya que resultan ser copias. Hay muchas probabilidades de que
supieran que lo que robaban eras réplicas. ¿A pesar de ello por qué las roban?
– Ponte es quien ha tomado la palabra.
- Los que
organizaron el robo sabían que eran copias – Álvarez es quien contesta a Ponte
-, por tanto no estamos ante una operación con una finalidad económica sino de
otro tipo que por ahora desconocemos. Ahora bien, ¿los que ejecutaron el robo sabían
que robaban réplicas? – se pregunta y él mismo responde -. Es posible, la mano
de obra de la operación no tenía porque saberlo.
- Otra
pregunta - interviene Ballarín sin hacer caso del moderador -. Si era un robo
por encargo, los receptores de lo robado, ¿sabían que iban a recibir copias o
los ejecutores pensaban meterles un gol?
- De ninguna
manera – contesta Ponte -. Los receptores no iban a aceptar las piezas robadas
hasta que una autoridad en arte precolombino las autentificara. ¿Supone eso que
los receptores ya sabían que eran réplicas?
- Quizá –
contesta Álvarez -, podría ser que receptores y organizadores del robo son los
mismos y ya sabían que lo que robaban eran copias.
- Hay una
pregunta del millón que, según he leído, es fundamental en toda investigación –
explica Ponte – y que se resume en el latinajo de cui prodest?, a quien aprovecha el robo.
Grandal contempla asombrado como los
carcamales de sus amigos están llevando a cabo una tormenta de ideas sui
generis sin atenerse a ninguna de las normas de esa técnica grupal ni hacer el
más mínimo caso al moderador. Hasta que de pronto se le cae la venda de los
ojos. Lo que está sucediendo no es más que una representación: esas preguntas
que no se contestan o lo hacen a medias, ese debate que no es un debate; todo
eso es algo que sus amigos lo han tratado antes y, por la rapidez de las intervenciones,
más de una vez. ¡Menudos zorros!
- Vamos ver, carrozones. ¿Cuántas veces habéis
debatido estas cuestiones? – pregunta con una sonrisa en los labios.
- Pues
tantas como días hace que nos abandonaste por esos estreñidos de los Sacapuntas
y demás compañeros mártires – contesta un socarrón Álvarez.
- ¿Y se
puede saber a qué conclusiones habéis llegado o es mucho pedir? – interroga
Grandal.
- Que te lo
cuente el de los latinajos jurídicos que es un pico de oro – sugiere con sorna
Ballarín, mirando al decano de todos ellos.
Ponte carraspea para aclararse la voz y saca
un papelito de uno de sus bolsillos. Todas las evidencias apuntan a que era
algo que los tres jubilados tenían preparado de antemano.
- Como han
dicho Amadeo y Luis, el asunto lo hemos discutido ampliamente y al final hemos
llegado a unas conclusiones que no consideramos todavía como definitivas, pero
que son con las que contamos hasta el día de hoy. Están aquí anotadas – dice
Ponte mostrando el papel, una simple hoja de bloc – por si os pueden servir de
algo. Otra cosa, esto no es que te lo hayamos ocultado, es simplemente que no
habíamos tenido ocasión de entregártelo.
- Por favor
– le ataja Grandal -, no tenéis que disculparos por nada. Todo lo que hacéis suele
estar bien hecho y siempre con la recta intención de descubrir a los que se
llevaron el tesoro… o las copias, que para el caso da lo mismo. Y ahora,
Manolo, aparte de que luego me des el papel, ¿querréis hacerme el santísimo
favor de contarme de viva voz lo que dice?
- Pues dicho
de forma resumida: no perdáis tiempo planteándoos preguntas sobre si los
ladrones sabían o no si las piezas robadas eran auténticas o simples copias. Lo
supieran o no, el hecho es que cometieron el atraco. También es una pérdida de
tiempo cuestionar los motivos por los que el gobierno no cuenta que las piezas
robadas son réplicas. A toro pasado, el gobierno quizá se beneficie de alguna
manera con no contar la verdad, pero ello no afecta a que el hecho se realizó.
En última instancia, lo que hay que buscar es a quien beneficia el robo y no
solo me refiero al aspecto económico, quizá haya otra clase de intereses. Lo
que importa saber es: ¿quién saca réditos del hecho? Y solo hay una respuesta
posible: los que lo organizaron y quienes lo ejecutaron. Todo lo demás es
marear la perdiz.