"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 14 de octubre de 2016

70. ¿Cui prodest?



   El veinte por la noche, Juan Carlos Atienza llama al resto de los integrantes de la tormenta de ideas que están llevando a cabo en relación al robo del Tesoro Quimbaya. Tendrán que aplazar veinticuatro horas la siguiente sesión del debate porque el veintiuno la Brigada de Patrimonio en pleno va a estar muy ocupada: han detenido un barco de buscadores de tesoros que estaban saqueando unos pecios en la bahía de Cádiz. La nueva convocatoria es el veintidós, a las diez horas.
   Ese inesperado día en blanco es aprovechado de diversas formas por los demás miembros del grupo. Blanchard piensa hacer un viaje de ida y vuelta para conocer el pueblo de su madre: Herrera del Duque, en la provincia de Badajoz. Invita a Martín-Rebollo y a Grandal a viajar con él. Ambos declinan su invitación con diferentes excusas pues resulta que la pareja ha programado otro viaje. La profesora tiene interés en conocer el madrileño pueblo de Patones de Arriba, con importantes restos arqueológicos y un castro carpetano del siglo II a.C. El excomisario se ha brindado a ser su guía, aunque en realidad no ha estado nunca en Patones, algo que ha obviado decir a María Victoria. Por su parte, Bernal ha decidido tomarse un día sabático y atender sus asuntos domésticos. Sus hijos se lo agradecerán.
   A las ocho y pico de la mañana del veintiuno suena el móvil de Grandal. Hace rato que se levantó para preparar el viaje programado.
- Jacinto, buenos días, ¿no te habré despertado? – es María Victoria quien le llama.
- En absoluto, hace más de una hora que estoy en pie. Te recogeré a las diez y media en el hotel como habíamos quedado.
- De eso va la llamada. No vamos a poder ir a Patones. Me acaba de llamar el decano de la facultad. Se ha presentado una reclamación contra el tribunal de tesis doctoral que presidía.
Por ese motivo tengo que volver a reunir a los miembros del tribunal para ver cómo capeamos el recurso.
- No te preocupes, Mariví. Espero que habrá más ocasiones para que te pueda enseñar esa maravilla de piedra y pizarra – Cualquiera diría que Grandal se conoce Patones como la palma de su mano -. Oye, se me acaba de ocurrir que si termináis antes de la hora del almuerzo, me llamas y estaré encantado en invitarte a comer.
- Me temo que tampoco podrá ser. No localizan al ponente y mientras nos reunimos, debatimos y, en su caso, rehacemos nuestro pronunciamiento se nos va a ir la mañana y hasta es posible que parte de la tarde. Lo siento, me hacía mucha ilusión conocer Patones, pero habrá otros días para visitarlo
   Grandal se queda compuesto y sin compañera de viaje. ¡Con la ilusión que le hacía! Como hombre práctico que es, decide cambiar el programa. Llamará al resto de cuarteto a los que, entre unas y otras cosas, hace días que no ve. Tiene un buen motivo para charlar con ellos: contarles cómo se ha desarrollado hasta ahora la tormenta de ideas en torno al robo. Quizá a los viejos se les ocurran ideas que los Sacapuntas y sus amigos no hayan podido tener en cuenta. El trío de jubilados, como un solo hombre, se presenta enseguida en casa de su Jefe, están impacientes para que les ponga al día de cómo se está desarrollando la tormenta. El excomisario les hace un resumen de lo que ha dado de sí el debate que sostienen en la Brigada de Patrimonio.
- O sea, que al final, como dicen los valencianos, de forment ni un gra – dice Álvarez que, desde que su hijo Santiago veranea en Torrenostra, visita frecuentemente las tierras levantinas.
- Pues la verdad es que sí. El punto en el que ahora estamos atascados es el planteamiento que sugeristeis vosotros sobre la relación entre el robo e internet.
   De pronto, a Grandal se le ocurre algo en lo que no había pensado anteriormente.
- ¿Os apetece que montemos aquí y ahora un debate paralelo? – pregunta Grandal, no demasiado convencido que de ello saque algo en claro.
- ¿Y por qué no? Hasta la hora del almuerzo ninguno de los cuatro tiene nada más que hacer. Por probar nada se pierde.
   Y dicho y hecho. Los cuatro se sientan alrededor de la mesa del saloncito-comedor y, con Grandal en el papel de moderador, comienzan su particular tormenta de ideas. El excomisario enuncia como primera pregunta, la que no han sido capaces de contestar en la sede de la policía: ¿cuáles pueden ser los motivos del Gobierno para ocultar que lo robado solo son réplicas de las piezas originales?
- Si nos permites, Jacinto, esa pregunta la hemos debatido por nuestra cuenta y opinamos que por ahora es irrelevante. Creemos que es mejor comenzar por este planteamiento: Una persona o personas organizan el robo de unas piezas del Tesoro Quimbaya que resultan ser copias. Hay muchas probabilidades de que supieran que lo que robaban eras réplicas. ¿A pesar de ello por qué las roban? – Ponte es quien ha tomado la palabra.
- Los que organizaron el robo sabían que eran copias – Álvarez es quien contesta a Ponte -, por tanto no estamos ante una operación con una finalidad económica sino de otro tipo que por ahora desconocemos. Ahora bien, ¿los que ejecutaron el robo sabían que robaban réplicas? – se pregunta y él mismo responde -. Es posible, la mano de obra de la operación no tenía porque saberlo.
- Otra pregunta - interviene Ballarín sin hacer caso del moderador -. Si era un robo por encargo, los receptores de lo robado, ¿sabían que iban a recibir copias o los ejecutores pensaban meterles un gol?
- De ninguna manera – contesta Ponte -. Los receptores no iban a aceptar las piezas robadas hasta que una autoridad en arte precolombino las autentificara. ¿Supone eso que los receptores ya sabían que eran réplicas?
- Quizá – contesta Álvarez -, podría ser que receptores y organizadores del robo son los mismos y ya sabían que lo que robaban eran copias.
- Hay una pregunta del millón que, según he leído, es fundamental en toda investigación – explica Ponte – y que se resume en el latinajo de cui prodest?, a quien aprovecha el robo.
   Grandal contempla asombrado como los carcamales de sus amigos están llevando a cabo una tormenta de ideas sui generis sin atenerse a ninguna de las normas de esa técnica grupal ni hacer el más mínimo caso al moderador. Hasta que de pronto se le cae la venda de los ojos. Lo que está sucediendo no es más que una representación: esas preguntas que no se contestan o lo hacen a medias, ese debate que no es un debate; todo eso es algo que sus amigos lo han tratado antes y, por la rapidez de las intervenciones, más de una vez. ¡Menudos zorros!
- Vamos  ver, carrozones. ¿Cuántas veces habéis debatido estas cuestiones? – pregunta con una sonrisa en los labios.
- Pues tantas como días hace que nos abandonaste por esos estreñidos de los Sacapuntas y demás compañeros mártires – contesta un socarrón Álvarez.
- ¿Y se puede saber a qué conclusiones habéis llegado o es mucho pedir? – interroga Grandal.
- Que te lo cuente el de los latinajos jurídicos que es un pico de oro – sugiere con sorna Ballarín, mirando al decano de todos ellos.
   Ponte carraspea para aclararse la voz y saca un papelito de uno de sus bolsillos. Todas las evidencias apuntan a que era algo que los tres jubilados tenían preparado de antemano.
- Como han dicho Amadeo y Luis, el asunto lo hemos discutido ampliamente y al final hemos llegado a unas conclusiones que no consideramos todavía como definitivas, pero que son con las que contamos hasta el día de hoy. Están aquí anotadas – dice Ponte mostrando el papel, una simple hoja de bloc – por si os pueden servir de algo. Otra cosa, esto no es que te lo hayamos ocultado, es simplemente que no habíamos tenido ocasión de entregártelo.
- Por favor – le ataja Grandal -, no tenéis que disculparos por nada. Todo lo que hacéis suele estar bien hecho y siempre con la recta intención de descubrir a los que se llevaron el tesoro… o las copias, que para el caso da lo mismo. Y ahora, Manolo, aparte de que luego me des el papel, ¿querréis hacerme el santísimo favor de contarme de viva voz lo que dice?
- Pues dicho de forma resumida: no perdáis tiempo planteándoos preguntas sobre si los ladrones sabían o no si las piezas robadas eran auténticas o simples copias. Lo supieran o no, el hecho es que cometieron el atraco. También es una pérdida de tiempo cuestionar los motivos por los que el gobierno no cuenta que las piezas robadas son réplicas. A toro pasado, el gobierno quizá se beneficie de alguna manera con no contar la verdad, pero ello no afecta a que el hecho se realizó. En última instancia, lo que hay que buscar es a quien beneficia el robo y no solo me refiero al aspecto económico, quizá haya otra clase de intereses. Lo que importa saber es: ¿quién saca réditos del hecho? Y solo hay una respuesta posible: los que lo organizaron y quienes lo ejecutaron. Todo lo demás es marear la perdiz.