La
cuadrilla de jubilados se ha aposentado en una carpa junto a la plaza de toros
y, tras tomarse unas cañas, departen donde comer porque dada la hora que es,
cerca de las dos y media, se impone almorzar. A la comida se ha apuntado
Grandal que todavía sigue esperando la llamada de Bellido para que le cuente
las declaraciones de Espinosa y el Chato. Álvarez se encarga de llamar para
reservar mesa, a la tercera intentona encuentra sitio.
-Chicos,
vamos a comer en Les Columbretes.
-¿Dónde está
eso, aquí o en la playa? –quiere saber Ponte.
-En la
Avenida de Benito Bayarri de la playa, exactamente en la manzana vecina donde
están La Gloria y El Perero que son dos restoranes en los que ya hemos comido.
Está muy bien, de hecho en cuanto a decoración, presentación de mesas y
ubicación es de lo mejor que hay en el pueblo –explica Ramo.
-Lo que
importa en un restorán es la cocina, ¿qué tal es? –inquiere Ballarín.
-Yo le
pondría un notable sin más –quien contesta es Álvarez. Ramo discrepa, él le
pondría un notable alto.
En ese momento, el móvil de Grandal vibra,
es la llamada que esperaba.
-Comisario,
¿puede hablar?
-Sí,
cuéntame Bellido.
-Las
declaraciones de Espinosa y Jiménez se han retrasado.
-¿Quién coño
es Jiménez?
-El Chato.
-Ah, claro.
Como siempre le llamamos por su mote se me había olvidado como se apellida.
-Como le
decía, se han retrasado, el Chato debería haber declarado mañana a primera
hora, pero ni siquiera es seguro que lo pueda hacer por la tarde. Parece que el
juzgado está saturado de procesos y como es agosto y la mitad del personal está
de vacaciones todos los asuntos van atrasados. Por cierto, el juzgado ha
alojado al Chato en el hotel Bag que está relativamente cerca de la Audiencia.
Espinosa no sé dónde para, posiblemente esté en el mismo hotel de El Grao en
que estuvo la vez anterior.
Vaya, este hombre tan pronto se hace el
estrecho sobre la información que le llega del juzgado como te lo cuenta todo
sin preguntarle nada, piensa Grandal que se despide del sargento agradeciéndole
la confidencia.
-Compañeros,
lo siento pero no voy a poder comer con vosotros. Tengo que irme a Castellón a
ver si localizo a los tipos que podéis imaginaros. Quizá necesite que alguien
venga conmigo para apoyarme. Uno que tenga una pinta respetable, rango en el
que por supuesto estáis todos incluidos.
-Para aire
respetable el más adecuado es Manolo, con esa perilla blanca que luce parece un
ministro del siglo XIX –sugiere Álvarez medio en serio, medio en broma.
-¿Te viene
mal, Manolo? –pregunta Grandal al aludido.
-En
absoluto. Me da igual comer aquí que en Castellón.
En el viaje hacia la capital de la provincia,
Ponte le pregunta a su amigo algo que ha intuido, pero que no se ha atrevido a
preguntárselo en público.
-¿Me da la
impresión de que estás preocupado o son figuraciones mías?
-Cómo me
conoces, zorrón, no se te escapa nada. Pues sí, lo estoy. Entre lo que he
descubierto hasta ahora, y que le facilito al sargento para que a su vez lo
transmita a la jueza, me he reservado un par de datos que pueden ser importantes
para la instrucción. Y tengo mis dudas sobre si he obrado bien o he metido la
pata.
-Bueno,
depende del motivo por el que no lo hayas contado. Porque supongo que lo has
hecho por alguna razón.
-Por
supuesto, he pensado que podría utilizarlos para coaccionar al Chato y a
Pacheco para que hablen conmigo, a ser posible antes de que lo hagan con la
jueza.
-Eso no me
suena que sea muy legal, pero supongo que ya lo habrás valorado.
-Por
descontado. Quizá me caiga un marrón si se descubre el pastel, pero si todo
saliera bien el misterio que rodea la muerte de Salazar dejaría de serlo.
Intuyo que estoy a solo unos pasos de desentrañar este caso.
-Entonces,
adelante. Y te doy una posible justificación a tus dudas: si ocultando esos
hechos consigues descubrir quién o quiénes mataron o posibilitaron que Salazar
muriera por falta de asistencia médica, lo que has hecho estaría más que
justificado. Y en todo caso siempre puedes informar sobre lo que has ocultado
como si acabases de descubrirlo.
-Manolo, eres
mi paño de lágrimas –se congratula Grandal palmoteando la espalda de su amigo.
-¡Vaya,
hombre! Me han llamado de todo en la vida, pero hasta ahora nadie me había
tildado de paño de lágrimas. ¡Vivir para ver! ¿Qué tienes pensado para
entrevistar a los tipos que van a declarar?
-Con
Espinosa no pienso hablar. No tengo ningún arma para presionarle. Creo que lo
más determinante sobre la actuación del malagueño lo revelará el laboratorio de
toxicología cuando establezca si el exsindicalista fue o no envenenado con un
raticida.
-¿Y con el
exboxeador, qué piensas hacer?
-Al Chato
pienso presionarle conque he descubierto que fue él quien le pegó la paliza a
Salazar. Y hay otro hecho en el que posiblemente esté involucrado: la autopsia
ha revelado que el cadáver del gaditano mostraba huellas de golpes en el rostro
hechos el mismo día de su fallecimiento. Si el Chato le pegó antes, ¿por qué no
pudo hacerlo también el día de autos? Aunque es impensable que unos golpes en
la cara fueran causa de la muerte. Lo que más me interesa saber es cuál era el
estado de Salazar cuando el Chato entró en su habitación. En cuanto a Pacheco y
Sierra, al primero le puedo meter mucha presión puesto que tengo el testimonio
de una testigo que la tarde del día de autos le vio bajar de la primera planta
del hostal acompañado de una mujer que presumiblemente podría ser su esposa.
-¿Pero esa
testigo te ha confirmado si Pacheco estuvo en la habitación de Salazar?
-No, solo
que le vio bajar por la escalera que conduce a la primera planta. No puedo
probar que estuviera en la habitación 16, ¿pero de dónde podía venir si no es
de la habitación de Salazar? Y otro poderoso hecho para coaccionarle es que por
primera vez aparece en el caso su mujer, algo que hasta ahora no había
ocurrido.
-Y te queda Sierra,
¿cómo le vas a coaccionar?
-Es el más
problemático porque contra él solo tengo que su coche fue visto la tarde de
autos en las inmediaciones del hostal. Pero… como tengo la impresión de que
Pacheco y Sierra han trabajado en cierto modo al alimón, si consigo hablar con
el primero es bastante probable que también lo pueda hacer con el segundo.
-¿De dónde
sacas que trabajan al alimón?
-Es más una
corazonada que otra cosa, aunque hay hechos que de alguna manera la refuerzan. Tienen
muchos nexos. Trabajan o han trabajado para la Junta de Andalucía, han ocupado
puestos políticos de cierta importancia, son conmilitones y, sobre todo, cuando
hicieron su primera declaración ante la juez del Valle vinieron juntos desde
Sevilla y se hospedaron en el mismo hotel.
-Pues es
cierto, son muchas casualidades juntas y te he oído decir más de una vez que no
crees en las casualidades.
-Así es,
Manolo, así es. Cuando hay muchas casualidades juntas desconfía de ello por
principio.
Cortan el diálogo porque han llegado a la
salida de Castellón de la AP-7. Grandal enciende el GPS del coche e introduce
los datos para que les conduzca al hotel Bag. Mientras sigue atento las
indicaciones de la metálica voz del aparato, va pensando en cómo entrarle al
antiguo boxeador. Posiblemente sea un tipo bronco y duro de pelar con lo que
liarlo a base de palabras no va a resultar fácil. Por lo contrario, se dice
que, como tantos pugilistas quizá no se distinga por su inteligencia… Están
llegando al hotel cuando lo ha decidido: quizá lo más efectivo sea presentarse
como lo que fue, un comisario de policía, pero sin usar el verbo en pasado. Es
algo que no hace casi nunca puesto que sabe muy bien a lo que se arriesga, pero
se dice aquello de que el que algo quiere, algo le cuesta. En recepción le
informan, sin poner ninguna objeción, que el señor Jiménez no contesta, debe de
haber salido. Se lo comenta a Ponte que espera en el coche en segunda fila.
Mientras hacen tiempo deciden buscar un aparcamiento donde dejar el automóvil.
En tanto, en Torreblanca, el resto de jubilados
después de comer han subido al pueblo. Ramo les ha buscado unos huecos en el
carro de la colla de unos sobrinos y, sentados en una sillas de enea, han visto
una parte de la corrida de la tarde en la que, como el torreblanquí les había
contado, el toreo consiste en azuzar al toro para que arranque y cuando eso ocurre
los mozos se refugian en lo alto de los carros o se cuelan entre los soportes
sobre los que pivota el techo de los carros. Lo más divertido de la tarde ha
sido cuando han soltado una vaquilla y el mocerío se ha envalentonado al ver
las escasas defensas del animal y se ha echado en masa a la arena para recoger
las peladillas que arroja el concejal de fiestas a la par que esquivan las
tarascadas del bicho. Antes de terminar la corrida se han desplazado a els Quatre Cantons para ocupar una mesa
en uno de los bares y desde allí ver la eixida.
Sin moverse del bar desde el que han visto
la salida de los astados presencian el
ball de plaça que, como les explica Ramo, es un ramillete de algunas de las
danzas típicas del pueblo, no solo el baile sino también la música que ejecuta una
rondalla de cuerda. Los danzantes, de ambos sexos aunque con predominio del
femenino, van andando por parejas a lo largo del Raval y cada cincuenta o
sesenta metros se detienen para ejecutar sus danzas entre los aplausos del
público que copa ambas aceras de la calle.
En Castellón, Grandal y Ponte han encontrado
donde aparcar el coche y van a meterse en una bar cuando a Ponte se le ocurre
algo.
-Oye,
Jacinto, y si en vez de esperar, ¿por qué no vamos a buscar al Chato? A buen
seguro que un tipo como él no será de los de contemplar monumentos ni mirar
escaparates, lo más probable es que se haya metido en una tasca o en cualquier
bar donde ofrezcan vinos y tapas de su tierra. ¿Qué te parece?
-Pues que
tendrás muchos años, Manolo, pero la cabeza la sigues teniendo como si
estuvieras en la treintena. Y es que el que tuvo, retuvo.
-Sí, claro,
y guardó para la vejez. ¡No te fastidia!
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 110. Bous, bous, bous