"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 28 de junio de 2019

110. Bous, bous, bous


   Grandal y Ponte han ido entrando y saliendo por tascas, bares y cafeterías de la ciudad en los que encontrar al Chato con resultado negativo. Dada la hora que es en una de las tabernas se toman un montadito de lomo y sendas cazuelitas de gambas regados con unas cervezas lo que les sirve de almuerzo. Después regresan al hotel en el que está alojado el Chato de Cazalla y vuelven a preguntar por él. Un malhumorado recepcionista les indica que el señor Jiménez ha dicho que se va a echar la siesta y que hasta las seis no se le moleste.
-¿Y si llamamos a su puerta por las bravas? –sugiere Ponte.
-Es mala idea, Manolo. Despertar a alguien en lo mejor de una siesta es garantizarte que vas a toparte con un sujeto malhumorado y hasta posiblemente irritado. Es mejor dejarle dormir todo lo que le apetezca.
-Pero una siesta de casi tres horas, como va hacer ese fulano, es una pasada.
-Como decía El Gallo hay gente pa tó. Recuerdo que en un seminario que hice en la Academia de Policía de Ávila compartí habitación con un compañero malagueño que se pegaba unas siestas de campeonato, y cuando le tomaba el pelo por ello se justificaba diciendo que solo puede llamarse siesta a las que van de telediario a telediario.
-¡La siesta como deporte nacional! –ironiza Ponte.
-Ya no tanto, las nuevas generaciones han de currar un montón para llegar a fin de mes y lo de la siesta se está quedando anticuado a marchas forzadas. Lo que vamos a hacer es sentarnos en alguna cafetería, armarnos de paciencia y esperar a que el Chato despierte.
   Encuentran un bar casi pegado al hotel y desde el que pueden controlar el acceso al mismo, Ponte se pide un café y Grandal un carajillo de ron al estilo de la tierra.
-¿Es que aquí el carajillo lo hacen de manera diferente? –pregunta Ponte al oír lo de al estilo de la tierra.
-Pues sí, en la provincia de Castellón hacen el carajillo de manera diferente al resto de España-Y el excomisario le explica a su amigo que en las tierras castellonenses hacen el carajillo empleando como ingredientes un centímetro más o menos de azúcar, una cucharadita de miel, un trocito de canela en rama y una corteza de limón. Luego ponen la bebida alcohólica que puede ser coñac, ron, María Brizard u otro licor hasta cubrir el azúcar. Después lo meten en el microondas unos diez segundos para que se caliente. Tras sacarlo se le prende fuego y se van dando vueltas hasta que se queme un poco el alcohol y se disuelva el azúcar. Luego se pone el vaso en la cafetera y se deja que el café caiga sobre una cucharilla para que no penetre directamente en el alcohol-. Y ya tienes el carajillo hecho al estilo castellonense.
-¡Qué complicado!, no creo que lo hagan así en todos los bares porque terminarían perdiendo dinero por el tiempo empleado o deberían cobrarlo como si fuera güisqui de importación –comenta Ponte que cambia de conversación y vuelve al tema de fondo que les ha llevado hasta allí-. ¿Tú crees que si consigues hablar con el Chato, Pacheco y Sierra tendrás los suficientes elementos para descubrir el misterio de la muerte de Salazar?
-Estoy convencido. Ten en cuenta que, como solía repetir Sherlock Holmes, cuando eliminas lo imposible y lo improbable el resto es la verdad.
-Pues eso lo diría Sherlock, pero yo me he quedado a verlas venir. Me lo tendrás que explicar con bolas de colores.
   Grandal le explica que en el caso Pradera hay varios hechos imposibles o improbables. Lo es que Salazar enfermara repentinamente y de forma tan grave sin que intervinieran elementos exógenos. No es imposible pero si improbable que el gaditano, diagnosticado de dos costillas fracturadas desde el 9 de agosto, pero de lo que se estaba recuperando favorablemente, hiciese algo para que una de dichas costillas le perforara la pleura lo que provocó un neumotórax traumático que, al no ser tratado a tiempo, puede situarse como causa remota del cuadro clínico que finalizó con su muerte diferida. Asimismo, es improbable que la agresión en el rostro de Salazar se la hiciera él mismo. Lo que no es imposible, pero también muy improbable, es que un tipo tan vital como el andaluz se tomara un raticida u otra sustancia tóxica.- Si eliminas ese conjunto de hechos imposibles o, en el mejor de los casos, improbables, ¿qué es lo que queda?, pues que una o varias personas, actuando de manera aislada u organizada, intervinieron para que se produjera el neumotórax que fue el desencadenante que terminó con la vida de Salazar… y quien sea esa o esas personas es lo que pretendo descubrir hablando con el Chato, Pacheco y Sierra –concluye Grandal.
-¿Es que a los demás sospechosos los descartas? –inquiere Ponte que por momentos está más que interesado en las explicaciones de su amigo.
-En cierto modo sí, con la salvedad del extranjero, sea Grigol Pakelia o cualquier otro puesto que no sabemos nada de él. Al trio del maletín; es decir –El excomisario ya se ha puesto en modo didáctico-, a Rocío, Anca y Vicentín hace tiempo que les he descartado como actores activos en el óbito de Salazar. Quizá fueran actores pasivos porque estoy persuadido de que se dejaron llevar por la codicia pues creían que en el maletín guardaba Salazar su dinero, algo que posteriormente se ha comprobado que era así.
-Eso no nos lo habías contado, ¿cuándo te lo confesaron?
-No me lo han dicho, pero de todo cuanto me han contado he llegado a deducirlo y creo que no estoy muy equivocado. Cierto es que los pichones no hicieron nada para salvaguardar a Salazar, de eso se les puede acusar y quizá la jueza lo haga, pero como digo estoy convencido de que no fueron los causantes del neumotórax porque cuando entraron en la habitación 16 el gaditano ya estaba muy jodido. La declaración de Espinosa confirma ese extremo.
-Y el propio Espinosa, ¿qué?, desconocemos como se encontraba Salazar cuando entró en su habitación.
-Es cierto pero, según el testimonio de Rocío que le vio subir a la primera planta, el tiempo que estuvo solo en la habitación no fue suficiente para lograr que Salazar se pusiera en estado comatoso. Y no creo que los sorbos que le pudo dar del coñac, presuntamente manipulado, fueran los desencadenantes del neumotórax. Por eso también descarto a Espinosa, aunque no me sorprendería que se le pudiera acusar de intento de asesinato.
-¿Y al Chato dónde lo dejas?
-Pues al Chato le dejo donde está. Creo que es bastante probable que el día de autos golpeara a Salazar en el rostro. ¿Por qué lo creo? Porque ya lo hizo seis días antes cuando le pegó la paliza y porque un boxeador, aunque esté retirado como es el caso, tiene la irrefrenable tendencia de hacer lo que mejor sabe: golpear. Ahora bien, ¿esos golpes en la cara pudieron desencadenar el neumotórax?, aunque no soy médico lo dudo; diría más, lo descarto. Quizá pueda ser acusado de agresión y de omisión del deber de socorro, pero no de asesinato.
-Quedan Pacheco y Sierra –precisa Ponte.
-Y la mujer del primero que en esta historia juega el papel del Guadiana, tan pronto aparece como desaparece. Tengo gran curiosidad por saber si estuvo en la habitación de Salazar, supongo que en compañía de su marido, y qué papel desempeñó. En cuanto a Pacheco y Sierra juegan el rol del factor integrante solo en función de la equis que se busca en una ecuación diferencial.
-¡Cuántas matemáticas sabes! –se admira falsamente Ponte que realmente no ha entendido lo que Grandal ha querido decir.
-Ya sabes, aprendiz de mucho, maestro de nada.
-Si te he entendido bien, ¿tus sospechosos más cualificados son Pacheco y Sierra?
-Si has llegado a esa deducción es que me he explicado mal. No son mis principales sospechosos, no sin que haya hablado antes con ellos y, a ser posible, con la mujer de Pacheco. Aunque dudo de la culpabilidad del ingeniero. ¿Por qué?, porque fue quien salvó a Salazar de que el Chato siguiera arreándole cera y quien le llevó a la ciudad para que los médicos le exploraran y curaran. En fin, que la madeja continúa liada.
   Entretanto Grandal discursea sobre cómo encontrar a los autores materiales del fallecimiento de Salazar y Ponte le escucha cada vez más interesado, en Torreblanca el resto de la pandilla de jubilados ha decidido quedarse en el pueblo y ver en directo la embolà del bou cerril. Algo para lo que han de esperar a las 23,30, hora en que según reza el programa de fiestas tendrá lugar. Ballarín, que como buen ferretero es de acostarse pronto para despertarse a primeras horas, se queja de un horario así.
-Aquí los horarios son un tanto disparatados. ¿Cómo se hace lo del toro embolado tan tarde?
-Ten en cuenta –lo justifica Ramo- que para que el festejo sea más espectacular ha de hacerse de noche porque es cuando más destacan las bolas encendidas de los cuernos.
-Bueno, eso puede ser una explicación válida, pero que me dices lo de alargar hasta tres horas y media un festejo en que todo consiste en decir ¡eh, toro! y luego correr a ponerse a salvo. Y una y otra vez lo mismo. Para eso los toros podrían quedar reducidos a un par de horitas como mucho, si dura más tiempo termina aburriendo hasta las ovejas.
-Pues será así, pero la mayoría de los que acuden a la plaza aguantan impertérritos las tres horas y media y a muchos les deben parecer cortas y es que los toros aquí gustan mucho. Solo te diré que es una tradición que el último día de fiestas, después de enchiquerar al último animal la plaza se llena de gente, sobre todo jóvenes, que comienzan a gritar bous, bous, bous. Hay años que si a la corporación municipal le interesa ganarse el favor del público, o en algunos casos la reina de las fiestas se muestra generosa, se ha guardado en la manga del presupuesto el dinero suficiente para que haya ese otro día más de toros que pide el mocerío. Y tendrías que ver los aplausos que se lleva el concejal de fiestas cuando saca un pañuelo blanco que es la señal de que se concede la petición. Y al revés, los abucheos que tiene que aguantar cuando no lo saca –explica Ramo.
-Aunque parece obvio, supongo que bous quiere decir toros, ¿verdad? –pregunta Ballarín.

PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré el episodio 111. El Chato se suelta la lengua

viernes, 21 de junio de 2019

109. El que tuvo, retuvo y guardó para la vejez


    La cuadrilla de jubilados se ha aposentado en una carpa junto a la plaza de toros y, tras tomarse unas cañas, departen donde comer porque dada la hora que es, cerca de las dos y media, se impone almorzar. A la comida se ha apuntado Grandal que todavía sigue esperando la llamada de Bellido para que le cuente las declaraciones de Espinosa y el Chato. Álvarez se encarga de llamar para reservar mesa, a la tercera intentona encuentra sitio.
-Chicos, vamos a comer en Les Columbretes.
-¿Dónde está eso, aquí o en la playa? –quiere saber Ponte.
-En la Avenida de Benito Bayarri de la playa, exactamente en la manzana vecina donde están La Gloria y El Perero que son dos restoranes en los que ya hemos comido. Está muy bien, de hecho en cuanto a decoración, presentación de mesas y ubicación es de lo mejor que hay en el pueblo –explica Ramo.
-Lo que importa en un restorán es la cocina, ¿qué tal es? –inquiere Ballarín.
-Yo le pondría un notable sin más –quien contesta es Álvarez. Ramo discrepa, él le pondría un notable alto.
    En ese momento, el móvil de Grandal vibra, es la llamada que esperaba.
-Comisario, ¿puede hablar?
-Sí, cuéntame Bellido.
-Las declaraciones de Espinosa y Jiménez se han retrasado.
-¿Quién coño es Jiménez?
-El Chato.
-Ah, claro. Como siempre le llamamos por su mote se me había olvidado como se apellida.
-Como le decía, se han retrasado, el Chato debería haber declarado mañana a primera hora, pero ni siquiera es seguro que lo pueda hacer por la tarde. Parece que el juzgado está saturado de procesos y como es agosto y la mitad del personal está de vacaciones todos los asuntos van atrasados. Por cierto, el juzgado ha alojado al Chato en el hotel Bag que está relativamente cerca de la Audiencia. Espinosa no sé dónde para, posiblemente esté en el mismo hotel de El Grao en que estuvo la vez anterior.
   Vaya, este hombre tan pronto se hace el estrecho sobre la información que le llega del juzgado como te lo cuenta todo sin preguntarle nada, piensa Grandal que se despide del sargento agradeciéndole la confidencia.
-Compañeros, lo siento pero no voy a poder comer con vosotros. Tengo que irme a Castellón a ver si localizo a los tipos que podéis imaginaros. Quizá necesite que alguien venga conmigo para apoyarme. Uno que tenga una pinta respetable, rango en el que por supuesto estáis todos incluidos.
-Para aire respetable el más adecuado es Manolo, con esa perilla blanca que luce parece un ministro del siglo XIX –sugiere Álvarez medio en serio, medio en broma.
-¿Te viene mal, Manolo? –pregunta Grandal al aludido.
-En absoluto. Me da igual comer aquí que en Castellón.
   En el viaje hacia la capital de la provincia, Ponte le pregunta a su amigo algo que ha intuido, pero que no se ha atrevido a preguntárselo en público.
-¿Me da la impresión de que estás preocupado o son figuraciones mías?
-Cómo me conoces, zorrón, no se te escapa nada. Pues sí, lo estoy. Entre lo que he descubierto hasta ahora, y que le facilito al sargento para que a su vez lo transmita a la jueza, me he reservado un par de datos que pueden ser importantes para la instrucción. Y tengo mis dudas sobre si he obrado bien o he metido la pata.
-Bueno, depende del motivo por el que no lo hayas contado. Porque supongo que lo has hecho por alguna razón.
-Por supuesto, he pensado que podría utilizarlos para coaccionar al Chato y a Pacheco para que hablen conmigo, a ser posible antes de que lo hagan con la jueza.
-Eso no me suena que sea muy legal, pero supongo que ya lo habrás valorado.
-Por descontado. Quizá me caiga un marrón si se descubre el pastel, pero si todo saliera bien el misterio que rodea la muerte de Salazar dejaría de serlo. Intuyo que estoy a solo unos pasos de desentrañar este caso.
-Entonces, adelante. Y te doy una posible justificación a tus dudas: si ocultando esos hechos consigues descubrir quién o quiénes mataron o posibilitaron que Salazar muriera por falta de asistencia médica, lo que has hecho estaría más que justificado. Y en todo caso siempre puedes informar sobre lo que has ocultado como si acabases de descubrirlo.
-Manolo, eres mi paño de lágrimas –se congratula Grandal palmoteando la espalda de su amigo.
-¡Vaya, hombre! Me han llamado de todo en la vida, pero hasta ahora nadie me había tildado de paño de lágrimas. ¡Vivir para ver! ¿Qué tienes pensado para entrevistar a los tipos que van a declarar?
-Con Espinosa no pienso hablar. No tengo ningún arma para presionarle. Creo que lo más determinante sobre la actuación del malagueño lo revelará el laboratorio de toxicología cuando establezca si el exsindicalista fue o no envenenado con un raticida.
-¿Y con el exboxeador, qué piensas hacer?
-Al Chato pienso presionarle conque he descubierto que fue él quien le pegó la paliza a Salazar. Y hay otro hecho en el que posiblemente esté involucrado: la autopsia ha revelado que el cadáver del gaditano mostraba huellas de golpes en el rostro hechos el mismo día de su fallecimiento. Si el Chato le pegó antes, ¿por qué no pudo hacerlo también el día de autos? Aunque es impensable que unos golpes en la cara fueran causa de la muerte. Lo que más me interesa saber es cuál era el estado de Salazar cuando el Chato entró en su habitación. En cuanto a Pacheco y Sierra, al primero le puedo meter mucha presión puesto que tengo el testimonio de una testigo que la tarde del día de autos le vio bajar de la primera planta del hostal acompañado de una mujer que presumiblemente podría ser su esposa.
-¿Pero esa testigo te ha confirmado si Pacheco estuvo en la habitación de Salazar?
-No, solo que le vio bajar por la escalera que conduce a la primera planta. No puedo probar que estuviera en la habitación 16, ¿pero de dónde podía venir si no es de la habitación de Salazar? Y otro poderoso hecho para coaccionarle es que por primera vez aparece en el caso su mujer, algo que hasta ahora no había ocurrido.
-Y te queda Sierra, ¿cómo le vas a coaccionar?
-Es el más problemático porque contra él solo tengo que su coche fue visto la tarde de autos en las inmediaciones del hostal. Pero… como tengo la impresión de que Pacheco y Sierra han trabajado en cierto modo al alimón, si consigo hablar con el primero es bastante probable que también lo pueda hacer con el segundo.
-¿De dónde sacas que trabajan al alimón?
-Es más una corazonada que otra cosa, aunque hay hechos que de alguna manera la refuerzan. Tienen muchos nexos. Trabajan o han trabajado para la Junta de Andalucía, han ocupado puestos políticos de cierta importancia, son conmilitones y, sobre todo, cuando hicieron su primera declaración ante la juez del Valle vinieron juntos desde Sevilla y se hospedaron en el mismo hotel.
-Pues es cierto, son muchas casualidades juntas y te he oído decir más de una vez que no crees en las casualidades.
-Así es, Manolo, así es. Cuando hay muchas casualidades juntas desconfía de ello por principio.
   Cortan el diálogo porque han llegado a la salida de Castellón de la AP-7. Grandal enciende el GPS del coche e introduce los datos para que les conduzca al hotel Bag. Mientras sigue atento las indicaciones de la metálica voz del aparato, va pensando en cómo entrarle al antiguo boxeador. Posiblemente sea un tipo bronco y duro de pelar con lo que liarlo a base de palabras no va a resultar fácil. Por lo contrario, se dice que, como tantos pugilistas quizá no se distinga por su inteligencia… Están llegando al hotel cuando lo ha decidido: quizá lo más efectivo sea presentarse como lo que fue, un comisario de policía, pero sin usar el verbo en pasado. Es algo que no hace casi nunca puesto que sabe muy bien a lo que se arriesga, pero se dice aquello de que el que algo quiere, algo le cuesta. En recepción le informan, sin poner ninguna objeción, que el señor Jiménez no contesta, debe de haber salido. Se lo comenta a Ponte que espera en el coche en segunda fila. Mientras hacen tiempo deciden buscar un aparcamiento donde dejar el automóvil.
   En tanto, en Torreblanca, el resto de jubilados después de comer han subido al pueblo. Ramo les ha buscado unos huecos en el carro de la colla de unos sobrinos y, sentados en una sillas de enea, han visto una parte de la corrida de la tarde en la que, como el torreblanquí les había contado, el toreo consiste en azuzar al toro para que arranque y cuando eso ocurre los mozos se refugian en lo alto de los carros o se cuelan entre los soportes sobre los que pivota el techo de los carros. Lo más divertido de la tarde ha sido cuando han soltado una vaquilla y el mocerío se ha envalentonado al ver las escasas defensas del animal y se ha echado en masa a la arena para recoger las peladillas que arroja el concejal de fiestas a la par que esquivan las tarascadas del bicho. Antes de terminar la corrida se han desplazado a els Quatre Cantons para ocupar una mesa en uno de los bares y desde allí ver la eixida.
   Sin moverse del bar desde el que han visto la salida de los astados presencian el ball de plaça que, como les explica Ramo, es un ramillete de algunas de las danzas típicas del pueblo, no solo el baile sino también la música que ejecuta una rondalla de cuerda. Los danzantes, de ambos sexos aunque con predominio del femenino, van andando por parejas a lo largo del Raval y cada cincuenta o sesenta metros se detienen para ejecutar sus danzas entre los aplausos del público que copa ambas aceras de la calle. 
   En Castellón, Grandal y Ponte han encontrado donde aparcar el coche y van a meterse en una bar cuando a Ponte se le ocurre algo.
-Oye, Jacinto, y si en vez de esperar, ¿por qué no vamos a buscar al Chato? A buen seguro que un tipo como él no será de los de contemplar monumentos ni mirar escaparates, lo más probable es que se haya metido en una tasca o en cualquier bar donde ofrezcan vinos y tapas de su tierra. ¿Qué te parece?
-Pues que tendrás muchos años, Manolo, pero la cabeza la sigues teniendo como si estuvieras en la treintena. Y es que el que tuvo, retuvo.
-Sí, claro, y guardó para la vejez. ¡No te fastidia!

PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré el episodio 110. Bous, bous, bous

viernes, 14 de junio de 2019

108. Al guiri misterioso le ponen nombre


   Como la charla sobre el bou embolat no da para más, Ponte introduce un tema recurrente en las reuniones de la cuadrilla en esta segunda quincena de agosto: el todavía no esclarecido fallecimiento de Curro Salazar.
-Cambiando de tema, Jacinto, ¿cómo está lo del caso Pradera?, ¿te faltan muchas piezas para completar el rompecabezas?
-Algunas. Una de las piezas que falta para completar el puzle es investigar a la gente que está detrás de los que fueron enviados a Torrenostra para hablar con Salazar, los que llamamos autores intelectuales. Es de cajón que ninguno de los que pasaron por la habitación 16 el día de autos estaba allí por su cuenta y riesgo, cada uno de ellos era un emisario enviado por una persona o grupo para contactar con el exsindicalista, quizá con la salvedad del trío del maletín y del hijo. Y la pregunta que enseguida viene a la mente es ¿para qué? No es más que una especulación, pero es lógico pensar que para algo relacionado con el caso ERE del que Salazar era una pieza clave. Por lo que sé de ese mediático y politizado caso parece evidente que, si son muchas las personas que han sido imputadas, más aún deben de ser las que todavía no han emergido en el proceso, y que si Salazar se hubiese decidido a contar todo lo que sabía probablemente habría aflorado un amplio conjunto de nuevos involucrados. En ese conglomerado, de lo que se podría denominar como la parte oculta del iceberg que es el caso ERE, es donde habría que buscar a los individuos que enviaron a los mensajeros que hoy se han convertido en sospechosos de la muerte violenta de Curro.
-¿Y cómo se podría desenmascarar a esas personas o grupos a los que tildas como los autores intelectuales de la muerte de Salazar? –le interpela Álvarez.
-Eso ya es asunto de la policía y, en su caso, de los tribunales, aunque no creo que ni la una ni los otros tengan gran interés en ello. Les sobra demasiado tajo con lo que tienen entre manos del caso ERE como para meterse en otros e ignotos caladeros. Eso queda para los ociosos como nosotros que nos entretenemos con especular sobre lo que haya podido ocurrir.
-Como te conozco, a buen seguro que tú lo has hecho. Y en cuanto a los autores intelectuales, ¿estás hablando de un grupo o de varios? –quiere saber Ponte.
-De varios grupos o de distintas personas en el supuesto de tratarse de sujetos aislados, algo en lo que no creo, más bien me inclino a pensar en colectivos implicados de alguna manera en el caso ERE.
-¿Cómo has llegado hasta ese planteamiento? –inquiere Ballarín.
-Parto de la base de que la gente que llegó a estas tierras para dialogar con Salazar procedía de estamentos diferentes y predominantemente andaluces. A ver como lo explico. Por ejemplo, el caso de Pacheco y Sierra. Ambos pertenecen al mismo partido y han sido altos cargos de la Junta de Andalucía. Pero Pacheco ocupó un puesto más técnico que político pues procede de un cuerpo de profesionales al servicio de la administración andaluza. En cambio, Sierra fue el director de la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía, ente que ha mostrado ser el perejil en todas las salsas del caso ERE. Sierra pertenece a un estrato más politizado. La contraprueba de que son integrantes de grupos de presión distintos es que, aunque ambos se conocen, sin embargo llegaron hasta aquí por separado y se alojaron en diferentes hoteles. ¿Por qué?, porque quienes están detrás de ellos deben de ser grupos diferentes. Quizá el de Sierra esté formado por gente más politizada y en cambio el de Pacheco tenga más miembros de un corte más técnico, más funcionarial.
-Eso parece tener una cierta lógica –admite Ramo.
-Otro ejemplo lo tenemos en el caso de Espinosa. Siempre trabajó en la empresa privada, por consiguiente cabe suponer que quienes están detrás de él pertenezcan a ese mundo, el empresarial. Y en el caso del Chato, da igual que sea un individuo o un grupo quien le pagó por darle una paliza a Salazar y más tarde intentar rematarlo. El individuo o grupo que le envío puede pertenecer a cualquier estrato social, pero apostaría doble contra sencillo a que es gente que tiene pasta.
-¿Y qué pasa con el misterioso extranjero del día de marras?, ¿es seguro que se trataba del tal Grigol Pakelia? –pregunta Álvarez.
-Hay más de un ochenta por ciento de probabilidades que el guiri con el que se topó el trío del maletín sea Pakelia. En cuanto llegue su fotografía veremos si los pichones lo reconocen como el guiri con el que hablaron. En cuanto a quien pueda estar detrás del georgiano pasa lo mismo que con el Chato, puede ser una persona o un grupo de cualquier estrato social, pero a buen seguro a que también es gente con la tela suficiente como para contratar a un sicario como él. Y apostaría la extraordinaria de Navidad que el georgiano, que huele a matón de manual, recibió el encargo de hacerle alguna faena a Salazar con algo más físico que las meras palabras.
-Entonces, ¿consideras que el guiri es un buen candidato al que colgarle la muerte de Salazar? –insiste Álvarez.
-No he dicho eso, cuando los pichones lo encuentran en la habitación de Salazar este ya estaba en estado comatoso. Lo sabemos por las declaraciones del Chato y de Espinosa que estuvieron allí antes que el guiri. De lo que no tengo ninguna duda es que no estuvo allí para dialogar con Salazar. Como he dicho, posiblemente sus intenciones fueran realizar alguna acción física. Y no me creo en absoluto que estuviera arreglando la almohada del gaditano, de un tipo como el georgiano se puede esperar cualquier cosa menos la piedad o la compasión. Más bien cabe pensar en que el cuadrante que manipulaba puede ser un arma idónea para asfixiar a alguien que está postrado en la cama y si posiblemente no lo hizo debió ser porque la entrada de los pichones se lo impidió.
-¿Y qué pasa con la novia y el hijo de Salazar, también detrás de ellos hay sendos grupos de presión? –plantea Ponte.
-En principio, no lo creo. Esos dos van en cierto modo por libre. Lo que ya no tengo tan claro es el motivo por el que se desplazan desde Sevilla a Torrenostra. Quizá sea verdad lo que han declarado, que sus motivos eran pedirle dinero a Salazar, pero tengo dudas sobre ello. Ahora bien, tampoco creo que participaran de forma activa en el fallecimiento del gaditano. Como mucho se les podría acusar de la omisión del deber de socorro, pero poco más. Y posiblemente al chico ni siquiera eso, de hecho la jueza del caso no lo ha imputado. Y en cuanto a Rocío, cuando entró en la habitación el gaditano ya estaba moribundo. A ambos los considero inocentes del homicidio, pero tengo el pálpito de que me voy a quedar con las ganas de conocer las verdaderas razones de su aparición en este sainete.
   La charla se ve interrumpida por la inesperada llegada de un guardia civil que encarando a Grandal le interpela.
-¿Don Jacinto Grandal? –Ante la afirmación del excomisario, le hace el saludo reglamentario y luego saca un sobre de uno de sus bolsillos-. Tengo órdenes de entregarle este sobre en mano –y cuadrándose, y tras volver a saludarle, da media vuelta.
   Grandal abre el sobre y, sin sacar lo que hay dentro, echa un vistazo al interior. No hay más que una foto tamaño carné y una nota garabateada que pone: Grigol Pakelia. Esto es de Bellido, se dice. En ese momento se da cuenta de que el resto de la cuadrilla le observa atentamente, pero nadie ha abierto la boca. Opta por compartir la información y saca la foto y la nota.
-Se va a acabar el misterio sobre el extranjero que fue sorprendido por los pichones en la habitación de Salazar. Si ellos reconocen al hombre de esta foto el rompecabezas, sobre el que preguntaba Manolo, completará una de las piezas claves que le faltaba. Perdonadme, tengo que hacer unas llamadas.
   Grandal se levanta y se aleja de la plaza de toros para que el runrún que procede de la misma le moleste lo menos posible. A quien primero llama es a la Dumistrescu.
-¿Anca? Soy Grandal. Necesito que veas una foto. ¿Dónde estás?
-Trabajando en el Olimpic.
-Bien. Me voy a acercar, será solo cuestión de un minuto. ¿Dónde puedo localizar a Rocío?
-También está aquí. Como hay mucho trabajo, echa unas horas y de paso se gana unos eurillos que le vienen al pelo porque está sin un céntimo.
-Dile que también le enseñaré la misma foto que a ti. ¿Y a tu novio dónde lo puedo pillar?
-Ya se lo puede imaginar, nunca está a menos de doscientos metros de donde estoy. En este momento a menos porque está en la barra tomándose una birra. ¿También quiere enseñarle la foto?
-Sí. En quince minutos estaré ahí. Esperadme los tres. Como he dicho, será cuestión de un momento.
   Grandal vuelve a la mesa donde está la cuadrilla y pregunta:
-¿Quién tiene el coche más a mano para llevarme al Olímpic? Será cuestión de ir y volver.
-Yo lo tengo aparcado cerca de las escuelas –se ofrece Ballarín-. Lo que no sé es dónde está el Olímpic.
-Yo te indico. Vamos.
   Llegar hasta el hotel-restaurante sito en la N-340 les lleva contados minutos. En la puerta está esperando al excomisario el trío del maletín.
-Gracias por atender mi petición. Os voy a enseñar una fotografía. Como no quiero que os influyáis, aun sin pretenderlo, os la mostraré uno a uno. Comenzaré por Anca, vosotros dos –dice mirando a Rocío y a Vicentín- alejaros unos metros por favor, ya os llamo.
   Una vez solos, Grandal muestra la foto a Anca sin decirle de quien se trata.
-¿Has visto alguna vez esta cara?, fíjate bien y no contestes hasta que estés segura.
   La joven rumana no necesita demasiado tiempo.       
-Es el guiri que encontramos en la habitación del pobre señor Salazar la tarde que murió.
-¿Estás segura?
-Sí, don Jacinto, lo estoy.
-Bien, quédate conmigo.
   La misma operación la repite con la andaluza y el torreblanquí con idénticos resultados, ambos no tienen duda alguna de que la foto es la del extranjero que vieron en la habitación 16 la tarde de autos.
   ¡Por fin!, se dice Grandal, al guiri misterioso se le puede poner nombre.

PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré, en el capítulo 26, el episodio 109. El que tuvo, retuvo y guardó para la vejez.