"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 31 de marzo de 2017

Capítulo 24. Nueva pista: buscar a un aficionado al béisbol.- 118. El béisbol, deporte muy minoritario en España



   Blanchard, visto el frontal rechazo de Atienza a la posibilidad de que los jubilados amigos de Grandal sigan investigando el robo del tesoro, llama al comisario y le pide que le dé unos días para  pensarse si les ayuda y que en cuanto hay tomado una determinación se lo comunicará. Grandal les cuenta a sus amigos la postura del policía francés.
- Ya sabía yo que con un gabacho no iríamos a ninguna parte. Los franchutes desde que les dimos para el pelo cuando lo de la Guerra de la Independencia no pueden tragarnos. ¡Menudos pájaros! – Ponte no puede ocultar la animadversión que siente por el galo.
- ¿Y se puede saber para qué coño necesitamos al francés? No hemos necesitado a nadie en las anteriores investigaciones y tampoco lo necesitamos ahora – afirma Álvarez muy seguro de lo que dice.
- Estoy con Luis, para buscar al tal Efraím no necesitamos a nadie.
   Grandal trata de hacerles comprender que buscar al colombiano puede conllevar algún tipo de riesgo. Los sicarios de los narcos son gente peligrosa, de los que disparan primero y preguntan después. Como no acaba de convencerles, intenta al menos reconducir la situación.
- Os propongo algo a ver qué os parece. Está a medio camino entre una exploración a fondo y no hacer nada. Y desde luego para ello no necesitamos ni a Blanchard ni a nadie. Lo que sugiero es que podríamos ir cualquier día de estos a un lugar al aire libre en el que, según el artículo del ABC que recuperó Amadeo, se suelen reunir los colombianos. Me refiero a la estación de metro de Colombia. Además, no tendríamos que gastarnos ni un euro. 
   La ladina propuesta de Grandal encuentra una favorable acogida entre los vejetes.
- Hombre, eso me retrotrae a cuando íbamos en metro tras algunos empleados del Museo de América sospechosos de ser cómplices de los ladrones – rememora Álvarez.
- Y a mí me recuerda mi metedura de pata cuando me puse aquel ridículo sombrero tirolés cuando seguía los pasos del pobre Obdulio Romero, que Dios tenga en su seno – evoca Ballarín.
- Mañana os espero en casa y analizamos la inmediata investigación. El que tenga un plano del metro que lo traiga.
   Al día siguiente, a media mañana, se reúnen los cuatro amigos para planear su gira. Ballarín ha traído un plano de bolsillo del metro de Madrid.
- Espero que esto sirva – se justifica.
- Es más que suficiente – acepta Grandal -. ¿En qué línea está la estación de Colombia?
   Ballarín, que además de haber suministrado el plano parece que se ha estudiado el asunto a fondo, da la respuesta:
- Es una estación en la que se cruzan dos líneas: la nueve, que va de Paco de Lucía, en el norte, a Arganda del Rey, en el sudeste, y la ocho que enlaza Nuevos Ministerios con la terminal cuatro del Aeropuerto de Barajas. La estación está situada bajo la calle de Príncipe de Vergara, entre la plaza de la República Dominicana y el principio de la calle Colombia. Toda esa zona pertenece al distrito de Chamartín.
- Bueno, pues cuando queráis nos acercamos hasta allí. ¿Qué día os viene mejor que vayamos?
- Creo que tendría que ser un jueves o un sábado. Una chica ecuatoriana que tuvimos en casa decía que uno de esos días es cuando solían reunirse sus compatriotas. Supongo que con los colombianos pasará lo mismo - explica Álvarez.
- Mañana es jueves. ¿Qué tal si vamos mañana por la tarde? –    propone Grandal. Y así quedan.
   Al día siguiente por la tarde, el grupo de jubilados coge, en la estación de Arguelles, la línea seis del metro, la conocida como circular, hasta la estación de Nuevos Ministerios donde hacen transbordo a la línea ocho cuya primera estación es Colombia. Salen a la calle por la plaza de la República Dominicana y recorren un par de manzanas de las calles Príncipe de Vergara y Colombia. La gente entra y sale del metro como en todas partes y no ven ningún grupo que tenga pinta de estar reunido o que pueda estar formado por sudamericanos. Para hacer tiempo, entran en un bar y se toman unos cafés. Preguntan al camarero que si por allí suelen reunirse latinoamericanos. La única respuesta que consiguen es:
- A veces.
   Y es todo lo que le sacan al lacónico camarero.
   Mientras el cuarteto se vuelve a sus pagos con el rabo entre las piernas, Blanchard ha recibido noticias de su amigo en la Embajada de Francia en Bogotá, quien le remite una copia de la ficha policial de Efraím Gomes Restrepo, de veinticuatro años y natural de Jamundi, Departamento del Valle del Cauca. El tal Efraím, pese a su juventud, tiene un jugoso historial. Se le imputan delitos de tráfico ilegal de narcóticos, daños a terceros, intento de secuestro y atracos a mano armada. También se sospecha que ha podido participar en algunos arreglos de cuentas con resultado de varias muertes, aunque esto último no se le ha podido probar. Se le considera un sicario del cártel de los Varelas y al que en los últimos meses la policía colombiana le ha perdido la pista. Entre los variados detalles que complementan su ficha figura uno que llama la atención de Blanchard: es un fanático seguidor del club de béisbol Los Caimanes de Barranquilla, ciudad en la que pasó parte de su niñez. Cuando el inspector francés les pasa a sus colegas hispanos la ficha del colombiano, Bernal es el primero en lamentar que un dato como ese llegue demasiado tarde.
- Hace tan solo unas semanas hubiéramos dado cualquier cosa por esta información y ahora tenemos que limitarnos a archivarla. ¡Manda cojones!
- Así es esta jodida profesión, colega – le consuela Atienza.
   Blanchard no comenta nada. Ha quedado patente lo que sus colegas van a hacer con el historial del sicario colombiano: nada. Es consciente de que no pueden hacer otra cosa, pero él no se ha tomado tantas molestias para que el asunto termine allí. Quizá la gente de Grandal pueda sacarle partido.
- Comisario, soy Blanchard, tengo algo para usted, ¿cuándo podemos vernos?
   Esa misma tarde, el francés se reúne en una cafetería de la Gran Vía con Grandal y le entrega una copia de la ficha policial de Efraím Gomes Restrepo. El excomisario, tras leerla, comenta:
- Un buen pájaro. Y debió comenzar su andadura muy joven porque con los pocos años que tiene y hay que ver con que historial cuenta el gachó.
- ¿Van a hacer algo con esto? – quiere saber el galo.
- Lo de que van a hacer, ¿significa que usted no nos va a acompañar en la búsqueda de este tipo?
- Así es. Lo he pensado mucho y creo que es mejor que no vaya con ustedes. Tengo dos poderosos motivos: por un lado, no desobedecer a mis superiores y por otro no traicionar a mis colegas. Si ustedes hacen las cosas como es debido, la investigación no debería depararles riesgo alguno. ¿La ficha le ha aportado alguna pista de dónde buscar al colombiano?
- Sabe perfectamente que sí – es la escueta respuesta de Grandal.
- ¿El béisbol? – inquiere Blanchard, en un interrogante que suena más a afirmación que a pregunta.
- El béisbol – confirma lacónicamente el excomisario.
- ¿Se juega al béisbol en España? – pregunta extrañado el francés.
- No soy un gran experto deportivo, pero hasta donde sé, que en estos momentos no es demasiado, puedo decirle que el béisbol tiene escasa implantación en España y, posiblemente solo lo practican jugadores amateurs, pero haberlo haylo, como diría un gallego.
   En cuanto Grandal se ha despedido del francés se apresura a wasapear a sus cuates, como a veces les llama Chelo a quien le encantan los mejicanismos. El texto es breve: Mañana, 11 h, reunión en casa. Tenemos trabajo. Enviado el WhatsApp, y tras pensarlo, les envía un segundo: Buscar en internet béisbol en España.
   Al único de los tres cuates que le hace tilín al leer lo del béisbol es a Álvarez. Cuando estudiaba económicas en la Complutense jugó en el equipo de rugby del Colegio Mayor Cisneros, bien que casi siempre de reserva. En la década de los sesenta, todo lo que no fuera el fútbol era considerado como una rareza entre la juventud española. Por eso, aquellos españolitos que practicaban o que les gustaban otros deportes tenían que reunirse para hablar de ellos en lugares específicos donde no les considerasen unos tipos raros. Uno de esos lugares era un bar regido por un cubano que había en la calle de Hermosilla, en pleno barrio de Salamanca. Y allí conoció a algunos de los pioneros del béisbol español que por aquel entonces constituía una rareza mucho mayor que el rugby. Bucea en su memoria, pero no recuerda el nombre de ninguno de aquellos esforzados beisbolistas.
- Bien – dice Álvarez en voz alta -, habrá que ver lo que dice la red del béisbol en España.

martes, 28 de marzo de 2017

117. Hay que encontrar al colombiano como sea



   Antes de terminar su conversación con Grandal, el inspector francés le pregunta cómo piensa justificar su presencia, suponiendo que acepte, ante sus amigos en la búsqueda de Efraím.
- ¿Piensa decirles que voy a ir de guardaespaldas?
- En absoluto. Si supieran que viene como escolta no haría más que aumentar su temor. Será mejor que les contemos que, como me ha dicho que tiene un amigo en la embajada de Francia en Bogotá, usted sabe más detalles de Efraím, lo que puede ayudar a que le localicemos antes. Además, hay que tener en cuenta otro aspecto del plan, será más seguro para usted ir en grupo que solo. En los lugares donde se congregan los latinoamericanos los individuos solitarios suelen resultar sospechosos. En cambio, uniéndose al grupo nos da la ocasión de convertirnos en una panda de viejos españoles que está enseñando a un extranjero lugares típicos madrileños.
   Al día siguiente, se reúnen todos en casa Grandal. Los jubilados, al encontrarse con el inspector francés, le saludan como si fuera algo habitual que Blanchard asistiera a sus reuniones. Solo Ponte le pone mala cara. Grandal, como habían quedado, no cuenta a sus amigos el verdadero papel que va a desempeñar el policía galo, lo que les dice es que Blanchard se ha ofrecido a servirles de percha en el rol al que van a jugar: el de un cuarteto de castizos madrileños que están enseñando la capital a un guiri que quiere conocer algunos de los lugares turísticos de la ciudad. Le van a llamar Denís y dirán que es hijo de un antiguo amigo de Ponte.
   Tras ello, la primera pregunta la hace Blanchard:
- Lo primero que hay precisar es la relación de lugares que piensan visitar – todavía no se incluye en el plan.
   La respuesta es una síntesis de lo que el día anterior habían discutido los vejetes. Le recitan el artículo del ABC sobre los lugares en los que un colombiano se sentiría como en casa, la existencia de sitios donde se reúnen periódicamente los sudamericanos que viven en Madrid, especialmente los que están al aire libre, el gran número de bares y restoranes colombianos…, pero le confiesan que no han hecho una relación con el orden de prelación ni los lugares a visitar.
- Otra pregunta: ¿cómo piensan organizar la investigación?, ¿preguntando por Efraím, enseñando su foto o cómo?
- Nos limitaríamos a observar – responde Grandal – y, en el supuesto de que lo encontráramos, no haríamos ninguna muestra de haberlo reconocido. En el caso de que pudiéramos seguirle sin correr ningún tipo de riesgo lo haríamos y si no lo dejaríamos correr. Daríamos la información obtenida a la policía y habría terminado nuestro papel.
- Me parece correcto – acepta Blanchard -. Una última cuestión: ¿con qué recursos cuentan? – ante el gesto de sus interlocutores de no entender su pregunta, aclara -. Me refiero, por poner un ejemplo, a los recursos económicos. Piensen que visitar ciertos lugares, como bares o restoranes, va a costar un dinero. Luego están los desplazamientos y otros gastos que puedan surgir. Todo eso, según como se enfoque la investigación, puede suponer un desembolso de cierta importancia. ¿De dónde piensan sacarlo?, ¿lo van a pagar de sus bolsillos?
   Nadie parece haber pensado en lo que acaba de explicar el policía galo por lo que, de momento, tampoco hay réplicas o contrapropuestas. Ante ello, Blanchard ahonda en su proposición.
- Convendría que antes de seguir adelante con el plan de visitas hagan cuentas. Hay lugares en que visitarlos solo costará el desplazamiento, como los lugares al aire libre o una tienda de ropa en la que se puede mirar pero no comprar. Ahora bien, si piensan frecuentar bares y restoranes habrá que sacudirse el bolsillo y antes de eso hay que hacer números. Como supongo que no cuentan con ninguna clase de apoyo financiero deberían plantearse este interrogante: ¿hasta dónde pueden gastar sin que sea demasiado gravoso para sus carteras?
   Se vuelve a producir el mismo silencio que tras la anterior intervención de Blanchard, por lo que este amplía el contenido de su propuesta.
- Parece que se les ha comido la lengua un gato, por lo que continúo. Para saber lo que pueden costar las visitas que pretendan hacer – la forma de utilizar los modos verbales es buena prueba que el francés sigue sin involucrarse en el plan -, lo primero es determinar la prelación de lugares a visitar - y para no volver a recibir la callada por respuesta, esta vez pregunta directamente -. A ver, comisario, ¿qué sitios serían los primeros a los que habría que ir?
- Si le soy sincero, no lo he pensado, pero es algo que podemos debatir ahora mismo.
   Blanchard recoge el guante de Grandal y expone lo que piensa sobre la posible organización de la búsqueda.
- Tengo alguna experiencia en la búsqueda de individuos y por eso me permito sugerir que los primeros lugares a recorrer tendrían que ser sitios en los que se reúna la mayor cantidad posible de gente. Eso, salvo alguna excepción elimina a los bares y restoranes y a las tiendas de ropa y coloca en primera posición las salas de fiesta y los lugares al aire libre donde se reúnen los extranjeros. Las discotecas pueden ser caras, pero lo peor no es eso sino que son ambientes en los que un grupo como el nuestro desentonaría más que une vache dans le Louvre. Por tanto, nos quedan los sitios al aire libre y para visitarlos no hay que gastarse nada o únicamente el desplazamiento.
   Como de lugares al aire libre solo tienen registrado la estación de metro de Colombia, deciden que antes de seguir adelante con el plan de visitas tienen que profundizar en encontrar cuales son los sitios en los que se suelen reunir bajo el cielo madrileño los latinoamericanos, y en especial los colombianos. Álvarez y Ballarín, que son los expertos del grupo en informática, se encargarán de buscar tales lugares en internet. Blanchard, por su parte, dice que también hará algunas gestiones al respecto. Y como no hay mucho más que debatir, deciden terminar en el encuentro hasta nuevo aviso de otra cita. El inspector francés se despide si haberle manifestado a Grandal si se unirá o no al grupo en la búsqueda de Efraím.
   Blanchard ha estado meditando en si contar o no a sus colegas hispanos sus encuentros vis a vis con Grandal y la reunión que acaba de finalizar con todo el grupo de jubilados. Sopesa los pros y las contras y tras darle muchas vueltas opta por una salida intermedia. No se lo contará, pero les sugerirá que, ya que ellos no pueden hacer ninguna investigación relativa al Caso Inca,
quizá pudieran hacerla otros, en concreto el cuarteto de jubilados. En función de la reacción de sus colegas hispanos ampliará la información a facilitarles. Aquella misma tarde, cuando el inspector francés se reúne en la Brigada con sus colegas hispanos deja caer su propuesta.
- He estado dándole vueltas a una idea que quizá sea una locura, pero que también tiene una vertiente sugestiva. Puesto que nosotros estamos atados de pies y manos en orden a investigar el robo, ¿qué os parece si otros, que no están bajo las órdenes de ningún Director General, lo hicieran?
    Atienza y Bernal se quedan mirando al colega galo. En sus ojos se refleja una mixtura de encontrados sentimientos: sorpresa, rechazo, aceptación, incredulidad, pasmo. Es el inspector de Patrimonio quien da en la tecla.
- Supongo que esos otros que no tienen que cumplir órdenes serán los amigos del comisario Grandal, ¿me equivoco?
- ¿Qué otros, si no, podrían ser? – Blanchard responde con otra pregunta que es toda una afirmación.  
- A mí, de entrada, me parece una idea cojonuda – opina Bernal, tan rotundo como siempre que usa los atributos masculinos para respaldar una opinión.
- ¡Manda narices, que tenga que ser yo el sensato del trío! – exclama Atienza -. Os recuerdo que el Director General Adjunto lo dejó bien claro: todas las investigaciones relacionadas con el Caso Inca quedan en stand by hasta nueva orden. Lo que supone que ni directa ni indirectamente podemos hacer nada relacionado con el Tesoro Quimbaya. Si esa propuesta que acaba de hacer Michel llega a oídos ya no digo del Director, sino del mismo jefe de esta Brigada el puro que nos meterán puede ser de campeonato. Y lo sugerís precisamente vosotros dos que siempre estáis recordando que vuestra prole tiene que manducar no sé cuántas veces al día. Hay momentos en que parecéis críos.
   Oído lo cual, Blanchard dice que solo ha sido una broma y que no se hable más de ello. Piensa que si al final opta por ayudar a Grandal y sus amigos tendrá que hacerlo solo, aunque está convencido de que hay que encontrar al colombiano como sea.

viernes, 24 de marzo de 2017

116. Buscando guardaespaldas




   Grandal, tras oír la propuesta formulada por sus jubilados amigos, se queda pensativo. Puesto que la policía por el momento tiene la orden de dejar en stand by la investigación del robo del tesoro es cierto que a ellos se les brinda una oportunidad inmejorable para seguir con sus pesquisas por libre, puesto que dicha orden no les atañe en absoluto. Pensando como policía tiene claro el guion de lo que podría suponer la búsqueda de Efraím Gomes: ir preguntando por el sujeto allí donde suelen reunirse sus paisanos, enseñar su fotografía para que alguien pudiera identificarle, poner en marcha a los chivatos habituales por si habían oído algo; en fin, seguir el protocolo reglamentario. Pero lo que proponen sus amigos es diferente. Sería una investigación mucho más discreta, nada de preguntas, nada de mostrar fotos, nada de acudir a la red de soplones. Se trataría simplemente de buscar al objetivo, pero de manera pasiva. Aunque se da cuenta de que hay un peligro en la sugerente proposición de sus amigos.
- Reconozco que vuestro plan es interesante y, sobre todo, parece practicable, pero hay una falla en el mismo. Si lo he entendido bien, se trata únicamente de observar para ver si localizamos al antiguo dependiente de la frutería del río. Vale, pero… ¿qué pasa si nos topamos con el sujeto y también él nos recuerda?
- Eso ya lo tenemos previsto – contesta Ponte -. Primero, es bastante improbable que Efraím se acuerde de nosotros porque no hablamos directamente con él, solo lo hicimos con el frutero. Y segundo, en el supuesto de que el tipo recordara nuestras caras, nos haríamos los longuis. Solo podría ver a una panda de vejetes que están echando una cana al aire – explica Ponte.
- En este último supuesto, yo voy un paso más allá – dice Ballarín -. Si nos reconociera, algo más que dudoso como ha dicho Manolo, y se acercara a nosotros tendríamos que mostrarnos sorprendidos puesto que le diríamos que no nos acordábamos de él. Y ojalá ocurriera eso porque sería una ocasión inmejorable para pegar la hebra y poder sacarle más información.
   Grandal se queda pensativo. Lo que proponen sus amigos no es tan descabellado como parecía a primera vista. Incluso podría deparar resultados.
- ¿Y dónde habéis pensado que vayamos para ver si nos topamos con el Efraím de marras?
- En principio – responde Ponte -, a sitios donde se reúnen periódicamente los sudamericanos que viven en Madrid, especialmente los que están al aire libre. Discutimos si ir también a las discotecas en que ponen música latinoamericana, pero eso nos pareció excesivo porque ¿qué pintábamos un grupo de carrozas como nosotros en un sitio donde se baila salsa, cumbia y demás ritmos caribeños?
- Además de los lugares al aire libre – añade Ballarín -, se me acaba de ocurrir que también podíamos visitar algunos de los lugares que menciona el artículo del ABC que os acabo de leer. Porque si es cierto que en una sala de baile íbamos a llamar más la atención que un pingüino en una playa del Caribe, también lo es que en un restorán o en una cafetería pasaríamos más desapercibidos.
- A ver, recupera ese artículo y dinos que lugares son esos en los que un colombiano se sentiría como en casa – pide Grandal.
   Ballarín vuelve a trastear en su Smartphone hasta que encuentra el artículo.
- Los lugares que cita son estos – y lee -: Restaurante Patacón Pisao, Cafetería La Rochela, Sala Emoxion, Tienda de ropa Menina Maluka, Restaurante Papita Criolla, Centro Hispano-Colombiano de Villaverde, El restaurante Mirador de La Fogata, Embajada de Colombia, Restaurante Crêpes and Waffles y la estación de Metro Colombia.
- Bien. De entrada, podríamos desechar la sala de fiestas, la tienda de ropa, ese centro hispano-colombiano y, por supuesto, la Embajada de Colombia y centrarnos en los restantes.
- ¿Eso quiere decir que apruebas el plan? – pregunta Ponte, evidentemente satisfecho.
- Aun lo tengo que pensar más detenidamente, pero en principio parece un plan realizable y en el que los posibles riesgos son mínimos o inexistentes si se procede con la necesaria cautela.
- A esos lugares a los que podemos ir se podrían añadir algunos lugares al aire libre en los que me consta que periódicamente se suelen reunir los inmigrantes latinoamericanos. Recuerdo que tuvimos una asistenta que solía reunirse con sus amigas en una zona del Parque del Oeste en la que hay mesas con bancos corridos y en verano también solían verse en la Casa de Campo. Y si lo investigamos es bastante probable que encontremos más puntos de reunión de ese tipo – explica Álvarez.
   Ballarín, que sigue tecleando en su Smartphone, vuelve a informar de otro hallazgo:
- He tecleado guía de restaurantes colombianos en Madrid y me salen cerca de treinta. Por tanto el campo de exploración se ensancha notablemente.
- Bien, lo dicho, voy a pensármelo – reitera Grandal -. Mientras tanto, Amadeo y Luis enviadme toda la información que encontréis en internet sobre los lugares madrileños en los que suelen reunirse los latinoamericanos, especialmente los referidos a los colombianos. En cuanto haya tomado una decisión os la haré saber. Hasta ese momento, os pido por favor que no hagáis nada no sea que la caguemos.
   Cuando se van sus amigos, Grandal se queda meditando sobre el plan que han propuesto los vejetes. Se reafirma en que podría ser practicable, con casi cero probabilidades de correr riesgos, pero le asalta una duda. En toda línea de investigación siempre existe el peligro de hacer algo mal, de cometer una imprudencia o, simplemente, de que los dados de la suerte jueguen en tu contra. Para mayor seguridad convendría que en sus correrías tuvieran alguna clase de respaldo, alguien que hiciera el papel de guardaespaldas. Piensa que no sería necesario si él fuera armado, pero rápidamente desecha la idea. Nunca fue el más rápido del Oeste en lo tocante a desenfundar la pistola y ahora, con los sesenta cumplidos, lo debe de ser mucho menos. Quizá, se dice, podría recurrir a algún policía de los que estuvo a sus órdenes y que todavía siga en activo de pedirle el favor para que les hiciera de escolta, pero esos no son favores de los que se piden así como así. Entonces, ¿contratar a un gorila profesional? Sus pensiones no dan para tanto. 
 - Esto solo se lo podría pedir a alguien que estuviera, de algún modo, involucrado en el caso – dice en voz alta -, ¿pero a quién? A los Sacapuntas ni soñarlo, a… - de pronto se da cuenta de que sí hay alguien que está involucrado y al que le da en la nariz que no se negaría. No lo duda un segundo, llama a Blanchard.
- Michel, soy el comisario Grandal, necesito hablar con usted pero, al igual como me pidió en la última vez que conversamos, tanto Juan Carlos como Eusebio tienen que quedar al margen de nuestra charla.
   El inspector francés no le pone ningún inconveniente y quedan al día siguiente en el bar Kulto al Plato especializado en pinchos vascos. Grandal sabe, se lo contó Bernal, que el policía galo además de un enamorado de la lengua española se pirra por los platos regionales. Allí, entre pincho y chupito de chacolí, el excomisario le explica a Blanchard el plan ideado por sus amigos para buscar a Efraím Gomes en los lugares donde suelen reunirse los colombianos residentes en Madrid. No es probable, pero sí posible que algo pudiese salir mal y que quizá necesitasen que alguien les guardara las espaldas. Ese escolta solo podía ser alguien que estuviese metido en el caso. No se lo podía pedir ni a Eusebio ni a Juan Carlos porque podían arriesgarse a un expediente por falta grave, pero su caso era distinto. Solo era un colaborador externo que, realmente, solo respondía ante sus jefes naturales los cuales difícilmente se iban a enterar. En cualquier caso, si decía que no entendería su negativa y seguiría teniendo toda su consideración. Como intuyó Grandal desde el primer momento en que pensó en él, Blanchard no se lo piensa demasiado.
- Comisario, no me importaría nada apoyarles en su búsqueda, pero el plan que me ha descrito está cogido con alfileres. Antes de ofrecerle mi ayuda me gustaría poder saber más detalles tales como a dónde piensan ir, como organizar la investigación, con qué recursos se pueden contar, etcétera. Y, por supuesto, me tendrían que prometer la mayor discreción sobre mi participación y la de que únicamente recurrirían a mí ayuda si en algún momento el asunto se pusiera feo de verdad.
   Grandal pone un WhatsApp a sus amigos: Hay novedades. Os espero mañana.