La
campanilla que voltea la puerta de La Moda de París emite su argentino tilín.
Una compradora.
- Buenos días, doña Angustias, cuanto tiempo
sin verla por esta casa – Para Lola la esposa del médico no es una cliente más.
- Pues es verdad, hace mucho que no te
visitaba, pero antes que nada lo más importante ¿cómo va ese embarazo?
- Francamente bien. ¿No se lo ha comentado
don Manuel?
- Manolo nunca habla de sus pacientes, es muy
reservado en esa cuestión. Me alegro mucho que todo vaya bien. Se te nota en la
cara, estás mucho más guapa. Una vez que me has puesto al día sobre tu estado,
que era lo importante, el otro motivo que me trae es que necesito unos tapetes
individuales, como de juego de café. Ya sabrás – añade bajando la voz – que en
casa se reúnen casi todas las noches esos amigotes rojllos de Manolo para
escuchar la radio, incluso algunas de las emisoras prohibidas. Como fuman como
carreteros me han quemado un par de mantelillos. Pensé en ponerles unas
botanas, pero me ha dado pereza y me he dicho que ya era hora de comprar un
nuevo juego. ¿Qué me puedes ofrecer?
Los
amigotes a los que aludía Angustias, los ferroviarios Ballesta y Bonet, junto
con su anfitrión, Manuel Lapuerta, proceden, como tantas noches, al rito de
escuchar las informaciones que emiten las emisoras extranjeras, rematadas por
el boletín de medianoche de la BBC, que luego les traduce el médico. Lo que
cuentan las radios españolas ha sido previamente censurado, no vale la pena
oírlas.
- Los americanos, los
canadienses y diez países europeos, entre ellos Francia y Gran Bretaña, acaban
de firmar la creación de una especie de pacto de defensa que se llamará la
Organización del Tratado del Atlántico Norte.
- ¿Y eso para qué va
a servir? – pregunta Ballesta con su sempiterno afán por lo concreto.
- En principio,
parece que va a ser un pacto defensivo entre los países firmantes, de manera
que si uno de ellos es atacado es como si también agredieran al resto. Servirá
para eso, al menos teóricamente, pero me huelo que, sobre todo, significa un
claro aviso a la URSS que ahora es el enemigo potencial del mundo libre.
- ¿Y ese tratado no
dice nada de acabar con el Régimen de Franco? – quiere saber Bonet.
- Que haya oído, ni
palabra. No creerás, Celestino, que los yanquis y los europeos están
preocupados por el peligro militar español. ¿O tú nos ves con fuerza para
derrotar a los Aliados? – pregunta irónicamente el médico.
- No derrotaremos a
los Aliados – responde un tanto mosca el ferroviario -, pero sí seremos la
única dictadura fascista que resta.
- ¿Saben el último
chiste sobre eso? – Ballesta es un patoso contando chistes, pero quiere
distender el ambiente -. Está Franco reunido con sus ministros y uno de ellos
se queja de las privaciones que padece la nación y de que nadie nos ayuda, y
pone el ejemplo de lo que el Plan Marshall ha hecho para levantar a países como
Alemania e Italia. Entonces otro ministro dice que lo mejor sería declarar la
guerra a los yanquis, éstos nos invadirían y luego nos llegarían los beneficios
del Plan. Franco les interrumpe comentando que la idea le parece buena, pero añade
¿y qué pasaría si les ganamos?
Lapuerta ríe con ganas el chiste, uno de los
muchos que circulan sobre el Caudillo, pero Bonet sigue terne en sus
posiciones:
- La cuestión no es
para tomársela a choteo. Podemos tener muchos problemas si los países
democráticos no deciden cargarse al último fascista que queda en Europa.
- Franco es un
dictador de derechas, eso es indubitable, pero no creo que sea realmente un
seguidor del fascismo italiano – afirma rotundo el médico.
- ¿Qué no es
fascista? ¿Entonces qué es? – pregunta asombrado Bonet.
- Ante todo es un
soldado y, como buena parte de los militares, solo cree en el ejército, la
patria y Dios. Y posiblemente en ese orden. De ser algo, Franco es un
nacionalista.
- ¿Cómo qué
nacionalista? – interpela un desconcertado Ballesta –. Nacionalistas eran los
del Partido Nacionalista Vasco o los de Izquierda Republicana que lucharon
contra los franquistas.
- Y Franco es tan
nacionalista como ellos, solo que de España, no de una de sus regiones. No es
casualidad que el adjetivo nacional acompañe a las principales manifestaciones
de su Régimen, los propios golpistas se llamaban a sí mismos los nacionales y
con ese nombre hemos acabado todos por denominarles. Y no solo participa Franco
de ese nacionalismo, son muchos los militares que, pese a la retórica
antimarxista en boga, optarían antes por una España roja que por una España
rota.
- Entonces, si los
franquistas eran nacionalistas como dice – replica Bonet -, ¿por qué en el
treinta y seis el Gobierno vasco y la Generalidad de Cataluña no secundaron el
golpe militar?
- Porque los
nacionalismos, por su propia razón de ser, son siempre excluyentes. Un
nacionalista vasco o catalán estará siempre en contra de un nacionalista
español y al revés. Por eso se llevan tan mal unos con otros. Además, y fue un
motivo determinante, el gobierno republicano respaldó los estatutos
regionalistas, de ahí que los gobiernos vasco y catalán se pusieran a su lado,
aunque siempre fueron unos aliados tibios y poco leales con la República,
precisamente por ser española. Al menos, eso es lo que han dejado entrever las
emisoras británicas.
- Usted perdone, don
Manuel, pero eso del nacionalismo de Franco no acaba de convencerme. Yo sigo
creyendo que es un fascista puro y duro – insiste Ballesta.
- Vamos a ver cómo te
lo explico para que lo entiendas, Alfredo – Lapuerta se pone en plan didáctico
-. Nacionalistas son los que sacralizan su tierra, su raza, su lengua, su
historia, su cultura... En fin, aquello que según ellos los hace distintos de
los demás. Su doctrina se basa en que se consideran diferentes y, en el fondo,
mejores que los otros que son todos los que no comulgan con su credo, casi
sería mejor decir que no comulgan con sus sentimientos porque el nacionalismo
es más un sentimiento que un cuerpo doctrinal. Hay frases hechas en el
franquismo que se refieren con frecuencia a esa sacralización: la sagrada
tierra de la patria, el macizo de la raza, la lengua del imperio, nuestra
gloriosa historia, etcétera, etcétera.
- Admitiendo lo que
usted dice, aunque tengo mis duda – interviene Bonet -, ¿se podría decir que
los partidos citados eran nacionalistas de izquierdas y Franco lo es de
derechas?
- Pues no – es la
tajante respuesta del médico -. No hay nacionalismos de izquierda. La ideología
izquierdista; es decir, las ideas comunistas o socialistas son universalistas.
Recordar algunas estrofas de la Internacional: arriba parias de la tierra, el
género humano es la internacional, agrupémonos todos en la lucha final,
etcétera. Toda la letra del himno trasciende cualquier tipo de frontera, algo
que tanto encandila a los nacionalistas sean de donde fueren.
- Vamos a ver, don
Manuel, y usted perdone, pero sigo sin entenderlo – insiste testarudo Ballesta
-. ¿Quiere usted decir que la ideología de un partido que se llamaba Izquierda
Republicana no es la de un nacionalismo de izquierdas?
- Rotundamente no.
Son antes que nada nacionalistas duros y puros, todos los demás adjetivos que
puedan ponerse son cortinas de humo. Y hablando del nacionalismo, de todas las
épocas y latitudes, os diré que es más un sentimiento que otra cosa, se parece
más a la religión que a una concepción política. Tiene más que ver con los
afectos que con las razones. Eso es lo que lo hace tan atractivo y al tiempo
tan peligroso.
- Pues sigo sin estar
de acuerdo con usted, don Manuel, ¿cómo no va a ser Franco fascista cuándo es
el jefe nacional de la Falange? – arguye Ballesta contundentemente, pues los
argumentos del médico no parecen convencerle en absoluto.
- Franco se apoderó
de la Falange como pretexto para dar contenido político a su gobierno y de paso
contentar a sus grandes valedores, Hitler y Mussolini, pero desaparecidos estos
ya veréis como los falangistas irán perdiendo comba. Por otra parte, cabe
añadir que hay algo que une al franquismo y a los falangistas, éstos también
son nacionalistas españoles. Uno de sus puntos fundamentales establece que
España es una unidad de destino en lo universal y que toda conspiración contra
esa unidad hay que combatirla. Dicho esto, insisto en que podéis estar o no de
acuerdo conmigo, pero sigo creyendo que Franco es un dictador nacionalista que
tiene de fascista lo que yo de cartujo.
- Entonces, ¿qué
diferencias hay entre el nacionalismo de Franco y el de aquellos partidos
vascos y catalanes que se autodenominan nacionalistas? – inquiere tercamente
Bonet.
- Una básica, hasta
el golpe de estado de los militares, tanto el nacionalismo vasco como el
catalán toleraban mal que bien las reglas de juego, cosa que, evidentemente, no
hicieron Franco y sus compinches. Por lo demás, todos ellos coinciden en considerar
sagrado el suelo de su nación y convertir ese sentimiento en la piedra angular
de su política. Para los vascos esa nación son Las Vascongadas y Navarra, para
los catalanes Cataluña y los territorios que consideran irredentos, para el
Caudillo y los que piensan como él la España imperial, la de Carlos I. ¿Os ha
quedado claro?
En cuanto dejan la casa del médico, Ballesta
explota:
- ¡No te amola el
carcundia éste! Mira por donde sale ahora. Pues si este hombre no es un facha
yo soy Greta Garbo.
- Alfredo, te lo dije
una vez y te lo repito, don Manuel no es carca ni rojo. Lo que pasa es que
piensa diferente de la mayoría. Él siempre dice que la política es como el arco
iris, tiene muchos colores. ¿Sabes cuál es la mejor definición de don Manuel?
Se la oí decir a Lola Sales.
- ¿Quién es Lola
Sales?
- La chica que está
casada con el mamón de la cooperativa. Decía que de ser algo, don Manuel es un
anglófilo; es decir, que le gusta todo lo inglés.
- Sí, recuerdo que ya
me lo dijiste una vez, pero eso de que Franco no es fascista no acabo de
tragármelo, lo diga don Manuel o el sursuncorda.