Tras zamparse la paella, los jubilados se
quedan El Perero para jugar unas partidas de dominó. Precavidamente, tanto
Álvarez como Ballarín siempre llevan una caja del juego en el maletero de sus
coches. Como al ser cinco hay uno que sobra, echan a suertes quien no va a
jugar que luego se reenganchará en la siguiente partida; le toca a Ponte.
-Siempre me
toca bailar con la más fea –se lamenta Ponte.
-Desgraciado
en el juego, afortunado en amores –le consuela Álvarez.
-Sí, anda,
como que estoy yo para muchos amores –se burla Ponte pensando en sus muchos
años y achaques.
-Menos cháchara
y más atención al juego que luego pasa lo que pasa –les reconviene Ballarín.
Mediada la segunda partida, Grandal recibe
una llamada del sargento Bellido. Le informa que la policía de Sevilla ha
localizado el domicilio del Chato de Trebujena y ya se le ha remitido, por
correo certificado urgente, una citación judicial emitida por el Juzgado de
Instrucción número 4 de Castellón para que se persone en dicho juzgado en el
día y hora señalados en la precitada comunicación. El suboficial agrega que le
gustaría hablar con él al atardecer en el sitio de costumbre.
A Grandal le falta tiempo para comunicar a
sus amigos la noticia sobre el Chato.
-¿Y qué pasa
si el Chato se pasa la citación por el forro de los cojones? –pregunta Álvarez
que a veces le gusta exhibir un lenguaje barriobajero.
-Las
citaciones judiciales son órdenes de obligado cumplimiento para todo aquel que
las recibe, ya sea como investigado, querellante o testigo, como es el caso del
Chato, para que preste una primera declaración ante la Jueza Instructora
–explica Grandal.
-Y en
concreto, ¿qué es una citación, qué contiene? –quiere saber Ballarín tan amigo
de los detalles como siempre.
A Grandal de vez en cuando le gusta ponerse
en modo didáctico.
-Contiene la
expresión del juez o tribunal al que debemos acudir. También el número del
procedimiento y la fecha y clase de resolución en la que se acuerda la
citación. Asimismo, el nombre, apellidos y domicilio del citado. Igualmente, el
motivo de la citación que consistirá en la necesidad de declarar, en este caso
como testigo. Por supuesto, el lugar, día y hora en que se tenga que concurrir
al juzgado. Y finalmente, la advertencia de la obligación de concurrir, así
como las consecuencias de no hacerlo.
-¿Y cuáles
son esas consecuencias? –vuelve a preguntar Ballarín.
-Amadeo, ¿no
te cansas de preguntar tanto?, que pesadito te pones a veces –le afea Álvarez.
-Mira quien
fue a hablar le dijo la sartén al cazo –protesta Ballarín que dirigiéndose a
Grandal reitera-. Es mi última pregunta, Jacinto. ¿Cuáles son las
consecuencias?
-Según la
Ley de Enjuiciamiento Criminal, el testigo que pudiendo acudir al primer
llamamiento judicial no concurriese incurrirá en una multa de 200 a 5.000
euros, aunque en la práctica la mayoría de juzgados suelen limitarse a dar una
advertencia. Si citado de nuevo el testigo no comparece, será conducido a
presencia del juez por los agentes de la autoridad por el delito de obstrucción
a la justicia. Si una vez ante el juez también se niega a declarar, se le
imputará un delito de desobediencia grave a la autoridad que se castiga con
penas de seis meses a un año de prisión. O sea, que pocas bromas con los de las
togas.
Después de la segunda partida, Grandal les
deja para acudir a la cita con Bellido, y como siempre tiene que desplazarse al
hotel Marina d´Or Gran Duque donde habitualmente se reúnen.
-Tengo dos noticias,
una buena y otra mala –le dice el sargento de entrada-. ¿Cuál le cuento
primero?
-La buena,
por supuesto.
-Pues la
buena ya se la he contado, la policía de Sevilla ha localizado a José Jiménez,
o sea al Chato de Trebujena, y ha sido citado para que comparezca ante la juez
del Valle. En cuanto a la mala es que su señoría considera que no hay
suficientes elementos de prueba para citar como testigo a Grigol Pakelia. Hasta
ahora solo tenemos las declaraciones de testigos que han visto yendo de camino a
Torrenostra, e incluso comiendo allí, a una persona que tanto puede ser Pakelia
como no. La señora juez me pide que aporte pruebas más fehacientes para citarle
como testigo. Dice que tratándose de un extranjero hay que extremar las
cautelas y cuidarse mucho de no traspasar ni un pelo lo que establecen la LEC y
la legislación que la desarrolla –concluye el sargento con tono abatido.
-Me da la
impresión de que su señoría pertenece a los jueces que se la cogen con papel de
fumar. En mi carrera he tenido que lidiar con muchos de esa especie y desde
luego son una pejiguera para los que nos pateamos las calles y a veces nos
tenemos que jugar el tipo. Ellos, arrellenados en sus butacones, solo se
atienen a la literalidad de las normas, pero…, tranquilo, Bellido, esa traba la
solucionaremos en cuanto puedas conseguir la foto de Pakelia para mostrársela a
las personas que vieron a un guiri que podría ser él –le anima Grandal.
-Ya he
pedido a Dirección General de Tráfico que me remita la foto de su carné de
conducir y al Ministerio del Interior la foto de la Tarjeta de Identidad de Extranjero.
-Pues en
cuanto las tengamos podrás ponerle los puntos sobre las íes a su señoría,
metafóricamente hablando claro. Otra cuestión, ¿ha mandado las citaciones a
Pacheco y Sierra para que vuelvan a declarar?
-Sí, eso he
conseguido arrancárselo y no puede imaginarse lo que me ha costado. Me da en la
nariz que su señoría debe estar sufriendo presiones de alguna clase para dar
carpetazo al caso.
-No me
extrañaría. Por mucho que la Constitución diga que la justicia es independiente
de los demás poderes del Estado, lo cierto es que el ejecutivo tiene una sombra
muy alargada y los jueces suelen percibirla muy bien. Unos se resisten como
jabatos y otros, más moldeables, se pliegan a lo que les llega desde arriba.
Siempre ha sido así y siempre será. Es un problema que tendrás que aprender a
lidiar, querido Bellido, pero también te digo que con el tiempo llegas a saber
decir: a sus órdenes señoría, y en cuanto te das media vuelta hacer de tu capa
un sayo –le ilustra Grandal.
-Ah, se me
olvidaba. La señora juez también se niega en redondo a citar a la esposa de Alfonso
Pacheco. Dice que no hay ni una sola prueba que le ligue a Salazar, ni siquiera
que estuviera en Torrenostra el día de autos.
En ese momento, Grandal tiene una idea que,
en principio, le parece descabellada pero que a medida que la repiensa comienza
a valorar el gran potencial que puede tener. No le da más vueltas y la
verbaliza.
-Se me acaba
de ocurrir algo, Bellido. Necesito que me avises cuando Pacheco y Sierra
lleguen a Castellón para volver a declarar.
-¿Puedo
preguntar para qué, comisario? –inquiere receloso el sargento.
-Para tener
una pequeña y amistosa charla con ellos.
-¡Pero eso
va contra el ordenamiento, comisario! Y si la juez llega a enterarse me puede
costar un expediente y hasta la carrera –dice Bellido escandalizado y
levantando la voz.
-Tranquilo,
Bellido, que sé lo que me hago. Si tú no lo cuentas por mí nadie lo sabrá, por
tanto la jueza no podrá enterarse. Tú quedas excluido de este affaire, si hay
consecuencias las sufriré yo. Y a mi edad poco pueden hacerme. Como te digo,
solo quiero hablar con ellos, mejor separados que juntos, aunque si no hay
posibilidad de separarlos me enfrentaré a ambos. Y te prometo que, por la
cuenta que les tiene, de lo que hablemos no dirán ni palabra. Es más, jurarán
sobre los Evangelios que no me han visto en su vida. Admito que es una jugada
un tanto arriesgada, una especie de tiro al aire pero me he jurado que no me
voy de esta tierra sin que ambos consigamos resolver el caso Pradera. Y soy muy
consecuente con mis juramentos.
Pese a la explicación del excomisario, al
sargento le sigue pareciendo una barbaridad lo que le pide. No solo es alegal
sino que puede resultar sumamente peligroso porque hablar con dos testigos del
caso antes de que declaren puede contaminar toda la instrucción del mismo y
cualquier tribunal la declararía nula. Además, no está totalmente seguro de
que, a pesar de sus cautelas, alguien haya podido verle entrevistándose con el
expolicía y eso podría acarrearle la incoación de un expediente disciplinario que
podría concluir con una sanción y hasta con su expulsión del Cuerpo.
-Perdone,
comisario, pero no acabo de ver el porqué de su interés en hablar con los dos
andaluces. Es algo muy arriesgado. Si no me lo razona mejor… -El sargento deja
la frase sin terminar, piensa que a buen entendedor, pocas palabras bastan.
-Vamos a
ver, Bellido, ¿qué nos falta para esclarecer la muerte de Salazar? Te lo diré:
nos falta saber qué pasó en su habitación entre las 15,30 aproximadamente, en
que Anca retiró la bandeja del almuerzo dejándole viendo la tele, y las 17.40,
hora en que Rocío va a entrar en el cuarto y no lo hace al ver al Chato dentro.
En esas dos horas está la clave de la muerte de Salazar. Y entre los que le
visitaban asiduamente, ¿de quiénes no sabemos nada de lo que hicieron el día de
autos? Pues de Pacheco y de Sierra. Me jugaría la paga extra de Navidad que esa
pareja tiene mucho que contar sobre esas dos horas.
-Pero la
jueza los va a volver a interrogar y lo primero que les preguntará será eso, porque
negaron que estuvieron en Torrenostra el día 15 cuando hay testigos que los
sitúan en dicho lugar el día de autos –argumenta el sargento.
-Ahí le
duele, Bellido. La jueza les preguntará, pero permíteme que dude de la
habilidad de su señoría para sacarles la verdad. Por lo que me has contado, la
del Valle tiene buena voluntad y es muy trabajadora, pero está muy verde en
interrogatorios y este es su primer caso penal de cierta importancia. En
cambio, yo tengo el culo pelado de interrogar a toda clase de individuos y
huelo enseguida cuando mienten.
El sargento se limpia el sudor que le perla
la frente. Está entre la espada de poder resolver el caso y la pared de que
como salga mal lo que pretende el excomisario se puede ver fuera del Cuerpo.
¿Qué hacer?
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 103. El Cristo del Calvario