El 23 de agosto amanece con los torreblanquinos
metidos en los comienzos de sus fiestas patronales. El programa que, como todos
los años, edita el Ayuntamiento describe los actos programados para ese día. Destacan la tradicional
subasta de carros y cadafales para la
construcción de la artesanal plaza de toros, la solemne misa cantada y la
procesión del Santísimo Sacramento en recuerdo de la más importante gesta
histórica de la localidad, terminando la jornada con la inevitable verbena
popular.
Ajenos a los festejos locales, los viejos
amigos que veranean ocasionalmente en Torrenostra se reúnen en el apartamento
del hijo de Álvarez que es su lugar de encuentro. Como habían acordado la tarde
anterior, Ponte es el encargado de ponerle los puntos sobre las íes a Grandal.
-Jacinto,
hay algo que hemos de decirte con la mejor de las intenciones, esperando que no
te mosquees por ello pues ese es nuestro deseo.
-Huy, huy,
huy, con ese prólogo temo lo peor. Dispara –pide Grandal a quien por su edad es
el decano del grupo.
-En los
últimos días te estás portando, al menos con nosotros, como si fuéramos los
agentes de tu antigua comisaría. No ruegas, no sugieres, ni siquiera pides; más
bien ordenas como si fuéramos tus subalternos. Esa es la impresión generalizada
que todos, sin excepción –y Ponte señala al resto de amigos-, sentimos. Y ya
puedes imaginarte que a nuestra edad no estamos por la labor. Una cosa es que
te ayudemos en tus investigaciones, algo que hacemos con sumo gusto, y otra que
nos mandes de acá para allá sin ni siquiera consultarnos si nos viene bien o
nos apetece. Bueno, pues ya he dicho lo que tenía que decir.
Grandal se queda unos instantes callado como
si estuviese meditando lo que Ponte acaba de soltarle. Cuando habla lo hace en
tono amable y sin aristas.
-Manolo,
como supongo que hablas en nombre de los demás, agradezco tu franqueza y sobre todo
el cordial modo conque has expuesto vuestras quejas. Es muy posible que en las
últimas jornadas me haya vuelto demasiado exigente en detrimento de nuestra
amistad. Creo que tenéis razón, tengo que ser menos policía y más amigo. Por
tanto, os pido perdón y os ruego que me disculpéis. ¿Sabéis que me ha pasado;
mejor dicho, que me está pasando? Que estoy, que estamos –se corrige- a un pelo
de descubrir las causas del fallecimiento de Salazar y de quiénes estuvieron
detrás de ello. Ya me pasaba en mis tiempos en activo, cuando estaba en la fase
final de solucionar un crimen me ponía a mil y daba órdenes sin pensar en cómo
podían afectarles a quienes las recibían. Y ahora lo estoy haciendo con
vosotros. Os vuelvo a pedir perdón y os prometo que no volverá a pasar.
Tras la parrafada de Grandal el silencio se
adueña de la estancia como si cada uno estuviera procesando el discurso del
expolicía, hasta que Ballarín suelta:
-Bueno, pues
ya está, pelillos a la mar. Ahora, borrón y cuenta nueva.
-Jacinto, no
tienes que pedirnos perdón, sigues siendo nuestro amigo del alma –Ponte se ha
puesto melodramático.
La charla no va a más porque suena el timbre
de la puerta, es Ramo que acude a la reunión. Lo que aprovecha Grandal para
iniciar la tarea de congraciarse con sus amigos.
-Ahora que
estáis los cuatro aprovecho para felicitaros porque vuestras investigaciones de
ayer han dado óptimos resultados y ya solo nos falta una pizca para rematarlas.
-Como
decimos los taurinos: hasta el rabo todo es toro –recuerda Álvarez impenitente
aficionado al arte de la tauromaquia.
-En efecto,
nos falta el rabo por desollar –acepta Grandal-. Vamos por partes. Respecto al
Chato de Trebujena habéis confirmado que estuvo aquí la tarde del 15 y sabemos
que llegó sobre mediodía, ahora hemos de averiguar a qué hora se fue de
Torrenostra. Manolo y Pedro que han seguido esa pista sois los encargados…
¡Coño, ya estoy cayendo en el ordenancismo! Perdonad, pero parece que es
superior a mí. Os ruego que tratéis de confirmar con los taxistas del pueblo si
tuvieron un cliente parecido al Chato.
-Jacinto,
eso ya te lo conté cuando me enviaste a hablar con los taxistas de aquí, pero
veo que lo has olvidado… -puntualiza Ramo.
-Macho, te
hemos cazado en un renuncio, hasta yo recuerdo lo que nos contó Pedro. ¿No
tendrás un principio de Alzheimer? –pregunta burlonamente Álvarez.
Grandal sonríe, su presunto olvido ha sido
una pequeña treta para dar pie a sus amigos a que se metan con él.
-Ah,… sí.
Ahora lo recuerdo, Pedro. Uno de los taxistas locales te contó que había
llevado a un pasajero con pinta de exboxeador a Alcossebre alrededor de las
seis de la tarde. ¿No es así?
Luego
sabemos que el Chato estuvo en Torrenostra desde mediodía hasta las dieciocho
horas. Saber qué hizo durante esas seis horas sería tanto como resolver la
mitad del misterio de la muerte de Salazar. Lo que me lleva a pediros que
cambiéis de pista. Ahora, Pedro y Manolo, lo que deberíais hacer es intentar
averiguar que hizo el Chato en las seis horas que estuvo aquí. Un personaje así
no pasa desapercibido, alguien tiene que recordarlo.
-Exactamente,
¿qué quieres que hagamos? –pregunta Ponte.
-Pues…, pero
antes a ver si sois capaces de acertar esta adivinanza: ¿Cuál es el mejor amigo
de un policía cuando está investigando un delito?
Como no hay respuestas, Grandal completa el
acertijo.
-Pues el
mejor amigo de un policía cuando está investigando un delito es un buen par de
botas. Es la típica adivinanza que se plantea en las comisarías a los policías
novatos y que siempre aciertan porque en la academia se la han contado cien
veces.
-Espero que
un buen par de zapatillas de deporte sirvan lo mismo –ironiza Ramo.
-Por
supuesto, pero a lo que os decía. Tendríais que visitar todos los locales
públicos de la playa preguntando si alguien vio a un personaje parecido al
Chato y si recuerdan algo más. Si alguien os pregunta podéis usar la misma
excusa que usasteis con el taxista de Alcossebre.
-Si
tuviéramos un retrato robot de ese exboxeador nos ayudaría mucho –sugiere Ramo.
-Naturalmente,
¡cómo no se me ha ocurrido! Veis cómo sin vosotros estoy perdido. Pedro, si ese
hermano tuyo sigue aquí, ¿podría hacer un retrato del Chato?
-A Chimo le
das una colección de lápices y le explicas los rasgos más característicos de
una persona y es capaz de dibujarte al mismísimo diablo –afirma Ramo.
-Pues, ea.
No pierdas ni un minuto más, por favor. Que te acompañe Manolo, que es muy
bueno describiendo rasgos, y que tu hermano haga un retrato robot del Chato. Y
después enseñarlo por ahí a ver que pescáis.
-¿Y para
nosotros, jefe, que hueso nos vas a dar a roer? –inquiere con su ironía
habitual Álvarez.
-Tú y Amadeo
–contesta Grandal-, vais a tener como cometido indagar sobre el extranjero que
estuvo en la habitación de Salazar. Seguid la pista del guiri que estuvo almorzando
en un restorán de la playa y que iba acompañado de una mujer joven, por si
fuera él. Dado que la investigación del retrato robot del extranjero no ha
tenido el éxito que esperábamos, vamos a centrarnos en la mujer. Luis, Amadeo,
¿sería posible que fuerais al restorán donde estuvo comiendo la pareja y le
preguntarais a la dueña, que parece tener buena memoria, como era la mujer que
acompañaba al guiri que se zampó dos parrilladas de marisco?
-Pedido así,
¿cómo puede uno negarse? –comenta Ballarín con una sonrisa.
-Perdón,
pero quiero exponer una objeción; bueno, más que una objeción es una
perplejidad –expone Ponte-. He de confesaros que en este caso estoy más perdido
que un pulpo en un garaje, como dicen mis nietos. Conozco aspectos parciales de
la investigación, pero no tengo ni repajolera idea del conjunto de la misma. De
lo que podríamos calificar como una visión global de en qué punto estamos sobre
la investigación del caso. Lo he comentado con Luis y Amadeo y a ellos les
ocurre más o menos lo mismo. Como aquí parece que el único que tiene esa visión
global eres tú, Jacinto, creo que sería pertinente que antes de irnos a cumplir
con los deberes que nos has puesto nos hicieras un resumen de hasta dónde hemos
llegado y qué nos falta para dar por finiquitado el misterio de la muerte de
Salazar. ¿Estáis de acuerdo?
Los síes son unánimes, hasta Ramo que no ha
sido citado asiente vigorosamente. La respuesta de Grandal sorprende a todos.
-Luis, ¿por
casualidad no tendrás un papelógrafo?
-¿Y eso qué
diablos es? –pregunta el aludido.
-Un
caballete de trípode con una bandeja para rotuladores y en el que se instala un
rotafolios.
-Pues no,
pero espera, voy a mirar en el trastero donde guardan los juguetes mis nietos.
Al momento, vuelve Álvarez portando un
cuaderno de dibujo.
-Si te sirve
esto, es lo único que he encontrado.
-Puede
valer, necesito también un lápiz o un bolígrafo.
Armado con ambos útiles, Grandal busca una
hoja en blanco.
-Os resumiré dónde estamos y el rabo que nos falta por desollar,
como diría Luis –Dicho lo cual se pone a escribir:
Hora 16, Anca recoge
bandeja de la habitación 16. Salazar está bien.
H. 17,40. Rocío se
asoma a la puerta y no entra al ver al Chato. Salazar está sentado en el sillón
(desconocemos en qué estado).
H. 17,50. Rocío ve
salir del hostal al Chato.
H. 17,55. Rocío ve
subir a la 1ª planta a Espinosa.
H. 18,15. Rocío y Anca
irrumpen en habitación, Espinosa está dando de beber coñac a Salazar quien ya
está en estado comatoso.
Al llegar aquí, Grandal deja
de escribir.
-O sea, que Salazar se puso en estado comatoso entre las 16 y
algo y las 18,15 aproximadamente. En esas dos horas y cuarto algo sucedió que
es lo que hemos de investigar y dónde está la respuesta para solucionar el
caso. De ese lapso sabemos que en la habitación estuvieron el Chato y Espinosa.
¿Estuvo alguien más? No lo sabemos todavía, pero varios testigos vieron a
Alfonso Pacheco y a Jaime Sierra la tarde del 15 por Torrenostra. ¿Estuvieron
ambos, juntos o por separado, en la habitación de Salazar? Es algo a
investigar.
-Y por tanto, vamos a necesitar un buen par de botas, ¿no es eso,
figura? –pregunta irónicamente Álvarez.
PD.- Hasta
el próximo viernes que publicaré el episodio 98. “Verde y con asas”