"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 28 de junio de 2016

39. Esto no es un juego de niños



   Grandal pasa de un periódico a otro leyendo hasta el último párrafo de la noticia que cuenta la aparición de los cuerpos mutilados de Obdulio Romero y Juan Quesada. El primero, empleado del Museo de América y sospechoso de haber sido cómplice de los ladrones del Tesoro Quimbaya. El segundo, el que manejaba el dinero presuntamente obtenido por la complicidad de su cuñado Romero. En eso está cuando entra en la sala una mujer de mediana edad y todavía de buen ver que viste de sport y que al ver a Ponte se acerca y le planta dos besos.
- Manolo, cuanto tiempo hace que no te veía en persona, digo, porque en la tele te he visto últimamente varias veces cada vez que hablan de lo del robo del tesoro. Y qué bien das en la pantalla, granuja, me recuerdas a ese actor tan guapo…, Jacin, ¿cómo se llama ese actorazo que siempre te digo que se parece a Manolo? – pregunta Chelo.
- Vittorio de Sica – responde Grandal sin dejar de leer las informaciones sobre el hallazgo de los mutilados cadáveres.
- No, el que hizo el Doctor Zhivago – especifica la mujer.
- Omar Sharif – es la escueta respuesta de Grandal cuya atención sigue puesta en la prensa.
- Lo que decía, Manolo, eres clavadito a Omar Sharif, con unos años más, pero igualito. Seguro que te lo han dicho más veces.
- Yo creo que me parezco más bien a Pepe Isbert – dice Ponte por seguirle la conversación a Chelo.
- No seas coñón, Manolo, que te vas a parecer a Pepe Isbert. Ni de broma. ¿Te pongo una copa de algo o prefieres un cafelito?
- Un café estará bien, Chelo – aunque casi sería mejor una tila, piensa Ponte.
   La mujer desaparece tras la corredera que da a la cocina. Grandal que ha terminado con la lectura de la prensa se ha quedado como absorto con los ojos entrecerrados. Ponte respeta el silencio, es el excomisario quien termina por romperlo para preguntar:
- ¿Amadeo y Luis saben esto?  
- Amadeo ha sido el que me ha alertado y Luis también está al corriente.
- Bien. Les vas a llamar y diles que no hagan nada relacionado con el caso. Mañana a primera hora reunión de los cuatro aquí y no la hacemos ahora mismo porque tengo que hacer unas llamadas en relación a esas muertes y luego voy a llevar a Chelo a su casa. ¡Ahí va, le había prometido que iríamos a ver El Rey León! Como se va a poner cuando le diga que lo del musical habrá que dejarlo para otra ocasión – dice en voz baja para que no le oiga la mujer que continúa trasteando en la cocinilla.
- De acuerdo, ¿a qué hora nos reunimos?
- No lo sé porque antes he de hacer un par de visitas y no tengo ni idea del tiempo que me puede llevar. Esperar en casa y en cuanto termine mis gestiones os llamo. Ah, diles a los demás, y esto también vale para ti, que ni se os ocurra pisar el barrio de Los Cármenes. Y mejor que no salgáis de casa esta tarde.
- Jacinto, ¿todas esas precauciones es porque temes algo? – pregunta Ponte un tanto temeroso.
- No, pero más vale prevenir que curar. Otra cosa, si notáis algún movimiento raro en vuestros respectivos vecindarios, como personas desconocidas que preguntan por vosotros o que os siguen me lo decís inmediatamente. No importa el momento y la hora del día en que pase.
- Jacinto, no me asustes, ¿crees que estamos en peligro?
- En principio no, pero si los autores de esos asesinatos son los que temo, todas las cautelas que podamos tomar van a ser pocas. Y ahora, déjame que tengo que localizar a Anselmo Bermúdez.
- Chelo ha dicho que me iba a preparar un café.
- No es este momento para cafés. Chelo – grita Grandal -, deja lo del café que Manolo tiene prisa.
   Grandal no consigue localizar a Anselmo Bermúdez, el comisario jefe de Moncloa-Aravaca, lo que es lógico dado que la jornada es festiva. Sí lo consigue al día siguiente, miércoles. Su entrevista es de todo menos apacible. Cuando Jacinto le cuenta a su colega las investigaciones llevadas a cabo por el cuarteto de jubilados, Bermúdez sufre un arrebato de cólera. Llama de todo a Grandal quien, como es consciente de que su compañero tiene parte de razón, aguanta el sofión lo mejor que puede. Ni siquiera le agradece el haber descubierto a uno de los posibles cómplices de los atracadores. Es más, le acusa de que su investigación preguntando aquí y allá por Romero posiblemente haya provocado la muerte de éste y de su cuñado. Grandal intenta venderle la burra de que le está facilitando una información que nadie en la policía conoce, ni siquiera los inspectores que coordinan la investigación del caso. Bermúdez no se ablanda y le exige dos cosas: una, que le pasen inmediatamente toda la información que tengan; otra, que dejen en suspenso toda actividad relacionada con el caso. Se lo exige y se lo ordena. Grandal está en un tris de replicar que a un jubilado quizás se le pueda exigir, pero en ningún caso ordenar. Lo piensa mejor y se calla, no está el horno para bollos. En su lugar pregunta:
- ¿Crees que estas muertes pueden ser obra de mafiosos colombianos?
- No lo sé, no llevo la investigación, pero dos fiambres con sendos tiros en la cabeza y a los que les han cortado la lengua, eso huele a mensaje mafioso porque es lo que hacen a los que se van de la húmeda. Que sean colombianos o no es algo que habrá que dilucidar. Lo que no entiendo por muchas vueltas que le doy es cómo un hombre de tu veteranía y retranca te has podido enredar con una panda de jubilados.
- Yo también soy un jubilado, Anselmo.
- No me jodas, Jacinto, sabes a que me refiero. Además, me pones en un brete. No sé cómo coño voy a explicarles a los Sacapuntas lo que me has contado. Tendré que decirles la verdad. Por tanto, alerta a tu amiguetes de que vais a ser llamados a declarar a la Brigada de Patrimonio. Y no me extrañaría que la jueza que lleva el caso intentara meteros un puro. A los otros no creo que pueda, pero a ti seguro que buscará algún precedente legal para tocarte los huevos.
- Bueno, a lo hecho, pecho, como repite Ponte que es muy refranero.
- Otra cuestión que no se te habrá escapado. Si esto es una limpieza preventiva porque os estabais acercando demasiado a los autores del robo, estáis en peligro. Posiblemente os pongan escoltas, al menos durante unos días, hasta que se aclare todo este follón.
- Lo había pensado. De hecho, les dije a mis amigos que adopten todas las cautelas posibles y mejor si no salen de casa.
- Un consejo inteligente. Y ahora, déjame que he de pensar como paso este embolado a los chicos que llevan el caso.
   Con el rabo entre las piernas Grandal vuelve a casa. Lo primero que hace es llamar a sus amigos para que vayan a verle. Y les da un consejo: que no cojan transporte público, mejor que lo hagan en taxi, pero que antes de arrancar se fijen si coincide la cara del taxista con la foto que figura en la licencia. Ante la más mínima duda que se bajen y cojan otro.
   Mientras tanto, Bermúdez se ha puesto en contacto con los Sacapuntas. Como por teléfono la información que ha de darles va a ser complicado de explicar, les cita en el Café Ole Bar, muy cerquita de la Puerta del Sol. Los inspectores que coordinan el Caso Inca no dan crédito a sus oídos cuando el comisario de Moncloa les cuenta lo que ha conseguido el cuarteto de jubilados.
- ¡Es la releche! – exclama Bernal.
- ¡Y que esté mezclado en esto Grandal! Si tenía fama de ser un comisario con más conchas que un galápago. No acabo de creérmelo – Atienza se resiste a creer lo que les está contando Bermúdez.
   Blanchard no comenta nada, pero piensa: éste sigue siendo el país de pandereta que siempre fue. Seguimos metidos en un atolladero y vienen quatre ains qui sont à la retraite y lo ponen todo patas arriba. ¡Qué país!, sigue siendo cierto lo de que África empieza en los Pirineos.
- ¿Y ahora qué hacemos? - pregunta Atienza que sigue sumido en el desconcierto.
- Haremos lo que haya que hacer y es coger el toro por los cuernos – Bernal decide tomar el mando visto la desorientación de su compañero y el silencio del francés -. Lo primero será informar a la jueza sobre esos cuatro locos. Supongo que les citará para tomarles declaración. Entretanto – se dirige a Bermúdez -, y para ir ganando tiempo, le vas a decir a Grandal; no, mejor dicho, les dices a esos cuatro aficionados que esta tarde – Atienza le señala el reloj -; bueno, que mañana a primera hora se personen en la Brigada para mantener una primera charla. Va a ser una entrevista preliminar, no es necesario que vengan con asistencia letrada. Solo queremos hablar.
- ¿No pensáis ponerles protección? – pregunta Bermúdez.
- Por supuesto, después de charlar con ellos y reportar a Jefatura nuestras primeras impresiones estudiaremos qué clase de seguridad será la más eficaz. Aunque lo que merecen es que les dejáramos a la intemperie, a ver si de una vez por todas se enteran de que esto no es un juego de niños.

viernes, 24 de junio de 2016

38. Dos fiambres sin lengua



   Ante la intempestiva llamada de Ballarín pidiéndole que lea la prensa del día, Ponte abre sin dilación el ordenador para buscar la noticia que tan nervioso ha puesto a su amigo.
- También podría haberme dicho qué tengo que buscar - se dice.
   En la portada de El Mundo, las fotografías y los titulares principales se refieren al debate del día anterior entre los líderes de los partidos políticos que se enfrentarán en las próximas elecciones generales. Las siguientes noticias también son de comicios, pero en este caso referidas a Venezuela y en las que la oposición al “chavismo” ha logrado un aplastante triunfo. Desde luego, piensa Ponte, por nada de esto me ha llamado Amadeo. En las siguientes secciones de la portada tampoco encuentra nada que justifique la extemporánea llamada de su amigo. Está a punto de cerrar el periódico y abrir otro cuando en las páginas de sucesos encuentra el posible motivo de la alarma de Ballarín. Un escueto titular informa: Encontrados los cuerpos de dos hombres muertos a balazos. El texto que sigue describe que en un descampado, a medio camino entre Alcorcón y Móstoles, se han encontrado los cadáveres de dos hombres de mediana edad que han sido tiroteados. No dice más. Cuando abre la edición actualizada de ABC, la noticia ya aparece en la segunda portada y la información es algo más extensa. Los fallecidos, tras ser identificados, responden a los nombres de Obdulio Romero y Juan Quesada, vecinos de Madrid. Ambos han sido tiroteados y rematados con un tiro en la cabeza. La policía cree que puede tratarse de un ajuste de cuentas entre bandas, la suposición se basa en el hecho de que ambos cuerpos están mutilados: les han cortado la lengua. A falta de los análisis forenses, aún no se puede determinar si la mutilación fue ante o post mortem.
- ¡Coño! – La más española de las imprecaciones le sale a Ponte del alma -. Ahora me explico el nerviosismo de Amadeo - Le falta tiempo para devolverle la llamada.
- Amadeo, acabo de leer la noticia. ¿Sabes algo más?
- Poco más. He leído todos los periódicos de Madrid. La Razón explica que los cuerpos fueron encontrados por unos chiquillos que jugaban por los alrededores y que la primera impresión de los forenses es que el fallecimiento pudo ocurrir alrededor de las veintiuna horas de ayer. El País añade que las familias de los dos asesinados habían denunciado su desaparición en la tarde-noche del siete. Y nada más. ¿Tú has podido localizar a Jacinto?
- Ni siquiera le he llamado, igual está fuera de Madrid. De todos modos, en cuanto cuelgue trataré de hacerme con él. Mientras tanto, ¿qué crees que podemos hacer? – pregunta Ponte cuyo tono revela que la noticia también le ha puesto nervioso.
- No se me ocurre nada, salvo estar atentos a que aparezcan más informaciones. Tengo puesta la Cope y Telemadrid por si dan más datos. Y no sé tú, pero estas dos muertes me dan muy mala espina y hasta un poco de canguelo, la verdad – confiesa Ballarín.
- ¡Anda que a mí! No me llega la camisa al cuerpo – admite Ponte -. Y pensar que solo el sábado estábamos husmeando en las vidas de esos pobres tipos que en paz descansen. Bueno, te dejo porque hablando entre nosotros no vamos a solucionar nada. Voy a vestirme y antes de que Clarita me llame para que saque a pasear a los nietos saldré a ver si encuentro a Grandal. Es un hecho demasiado grave para esperar a mañana y si no nos ha llamado es porque no debe haberse enterado. Estaremos en contacto.
   Ponte se viste apresuradamente y antes de que aparezca su hija con los críos sale disparado. En el piso de Grandal no contesta nadie al timbre ni tampoco se oyen ruidos en el interior de la vivienda. Está claro que Jacinto no está. Como luce el sol y apenas si hace frío igual se ha llevado a la Chelo de campo, se dice Ponte. Tendré que volver por la tarde. En esas que suena su móvil.
- Papá, ¿se puede saber por dónde andas? – Es su hija Clara -. A tus nietos les gustaría que los llevaras un rato al parque.
- He salido a estirar un poco las piernas. Estoy delante del Ministerio del Aire – Hace años que dejó de ser ministerio, ahora es el Cuartel General del Ejército del Aire, pero para Ponte seguirá siendo lo que fue antes -. Llego en cinco minutos.
   Durante el breve tiempo que le cuesta llegar a casa, Ponte piensa que no le ha contado a su hija ni una palabra de que, junto a sus amigos, anda investigando el robo del que fue testigo. Ha cavilado sobre ello más de una vez y ha llegado a la conclusión de que será mejor que Clarita no sepa nada. Lo mismo se ponía hecha una furia. Llega a casa de su hija, allí están Gaby con una bolsa de plástico llena de cachivaches con los que juega en la arena del parque y Julio aposentado en su carro.
- Antes de volver pienso pasarme por la La Fornata y comprar unos pastelillos de postre.
- No hace falta, papá, voy a hacer la tarta de manzana que preparaba mamá y que tanto te gusta. Por cierto, ¿cuántos años cumpliría hoy?
- Sesenta y seis. Nació en el cuarenta y nueve.
   Clara asiente. Aunque han transcurrido diez años del fallecimiento de su madre todavía le cuesta referirse a ella.
- Procura que Gabriel no se ensucie demasiado, así no tendré que cambiarle.
  Hoy comen juntos, es una fecha familiar señalada. Como aperitivo, Clara ha tenido en cuenta el gusto de todos los miembros de la familia: hay tostas para untarlas con paté y que le chiflan a su marido, unos triángulos de queso semicurado de oveja que le encantan a su hijo mayor y una cazuelita de gambas al ajillo que les gustan a todos. El plato fuerte son unas paletillas de lechal asadas a las que la familia al completo, incluido el pequeñajo Julio al que su madre le da unos bocaditos, les da un buen repaso. Se nota que tienen buen diente. Remata el almuerzo la tarta de manzana que no falta casi nunca en los festejos familiares.
   Después de la comida, Ponte se retira a su casa, se sienta en el cómodo sillón orejero delante del televisor y lo enciende, pone el canal de la National Geographic donde están dando un documental sobre la vida de los pingüinos emperador y en pocos minutos se queda roque. Descubrió hace tiempo que si ponía los telediarios le costaba más tiempo mecerse en los brazos de Morfeo, por eso no pone ningún informativo sino cualquier canal en el que no den noticias. No sabe cuánto ha dormido cuando le despierta el molesto timbre del móvil. Al abrirlo ve que se trata de Álvarez, se había olvidado de él, debe de haberse enterado del notición por otro cauce.
- ¿Cuándo pensabais contármelo? – le espeta Álvarez a las primeras de cambio.
- Perdona, Luis, no te he llamado porque pensaba que ya lo había hecho Amadeo que es quien me ha informado – se justifica Ponte.
- La noticia me ha puesto los pelos como escarpias. ¿Quién ha podido cargarse a esos pobres tipos? – pregunta Álvarez y sin esperar que Ponte le responda añade -. Me produce más repelús el hecho de que les hayan cortado la lengua, ¿por qué será? Y de Jacinto, ¿se sabe algo? – sigue preguntando Álvarez.
- Estuve esta mañana en su casa, pero no había nadie. Igual ha salido fuera de Madrid. Dentro de un rato le voy a llamar para ver si ha vuelto. Como no coja el teléfono me acercaré a su casa y si no hay nadie le dejaré una nota en el buzón.
- ¿Quieres que te acompañe? – se ofrece Álvarez.
- No, gracias, no hace falta. No sé en qué momento iré, lo mismo me acerco paseando a alguno de los nietos.
   Puesto que los teléfonos de Grandal siguen mudos, Ponte se acerca a la calle de Benito Gutiérrez, donde vive el excomisario, y antes de llamar aplica la oreja a la puerta. Dentro del piso se oyen ruidos, hay gente. En vez de pulsar el timbre llama con unos golpes al tiempo que elevando la voz grita:
- Jacinto, soy Manolo. Tengo que contarte algo urgente.
   La puerta se abre y aparece Grandal ataviado con un chándal y unas zapatillas deportivas. Tiene las mejillas algo coloradas, le ha debido dar bien el sol.
- Manolo, anda pasa. ¿Qué es eso tan urgente que me has de contar?
   Ponte, sin decir más, pone encima de la mesa del salón-comedor los cuatro periódicos madrileños de información general en cuya segunda edición ya aparece en portada la noticia sobre el descubrimiento de los dos cadáveres mutilados, noticia que ha recuadrado con un rotulador rojo. Grandal lee rápido los titulares mientras no deja de exclamar:
- Joder, joder, joder…

martes, 21 de junio de 2016

37. Una llamada intempestiva



   Aunque hoy, seis de diciembre, es domingo, los cuatro jubilados metidos a detectives se han reunido en casa de Grandal para recopilar lo descubierto hasta ahora y considerar los siguientes pasos a dar. El excomisario le hace un resumen a Álvarez, el único del cuarteto que no estuvo en los Cármenes, de lo que averiguaron el día anterior en su charla con las clientas de la frutería de la Avenida del Manzanares. Lo que la dicharachera señora Engracia les contó fue que el cuñado de Obdulio Romero, empleado del museo y sospechoso de ser uno de los que manipularon las cámaras el día del robo, se había convertido en los últimos días en una de las comidillas del barrio. ¿Por qué? Pues porque desde hacía un par de semanas llevaba una vida que era un puro contrasentido. Por una parte, el tal Quesada seguía viviendo en la misma casa en la vecina calle de San Ambrosio, seguía teniendo el mismo coche, un Renault Clío de más de diez años, y seguía trabajando como dependiente en una pescadería sita en una galería comercial existente en la confluencia de Cea Bermúdez y Guzmán el Bueno. O sea, que seguía llevando una vida como la de siempre. Pues no, porque desde hacía algo más de varias semanas parecía que le había tocado el eurocupón por como gastaba el dinero a manos llenas. El propio Quesada contaba a quien quisiera oírle que no había sido agraciado con el eurocupón, pero sí había cogido un buen pellizco de la primitiva. Fuera verdad o mentira lo de la lotería, lo cierto era que Quesada se había convertido en pocos días en una especie de nuevo rico que parecía tirar salvas con pólvora del rey. Otro dato curioso era que le había dado por colmar de favores a la parentela, especialmente a su hermana Esther, casada con Obdulio Romero. Lo último que se conocía era que, según contaban en el vecindario, había contratado una sala de lo más elegante y cara para festejar la primera comunión de la segunda hija de su hermana Esther y su cuñado Obdulio y que en la próxima Navidad su familia y la de su hermana iban a pasar las fiestas a Canarias. En resumen, todos los indicios apuntaban a que, probablemente, habían encontrado a uno de los secuaces de los asaltantes del furgón blindado. Porque el cuento de la primitiva sonaba a eso, a cuento.
- Pero el cómplice de los atracadores, de ser alguien tiene que serlo el Obdulio, en cambio ¿por qué el que parece manejar la pasta es su cuñado? – pregunta Álvarez.
- Buena pregunta – admite Grandal -. La respuesta no puede ser otra que ese es un buen modo de camuflar un dinero de procedencia ilegítima. Si fuera Romero quien manejara tanta pasta eso le señalaría directamente y el Dúo Sacapuntas y el gabacho ese que les acompaña ya le hubieran sometido al tercer grado. En cambio, siendo un cuñado el que da aire a los billetes, el hecho puede pasar desapercibido, tanto que mis jóvenes colegas no se han olido la tostada.
- Si nosotros lo hemos descubierto, ¿por qué ellos no? – quiere saber Ballarín que, como Ponte, está exultante por ser uno de los que ha dado con la pista.
- No lo sé. Ya os dije que la actual policía está más preparada que lo estábamos en mis tiempos y, sobre todo, está mucho más tecnificada, pero en cuanto a intuición, a olfato, dejan que desear.
- ¿Y no será porque nosotros, a pesar de ser unos carcamales, nos lo hemos currado más y mejor que ellos? – medio pregunta, medio afirma Ponte.
   Grandal sonríe con indulgencia.
- Pues no diría yo lo contrario. Tanto tú como Amadeo habéis demostrado tener más olfato que un perdiguero.
- Bien, ¿y ahora qué hacemos, cuáles son los siguientes pasos a dar? – Inquiere Álvarez, un poco celoso ante los elogios hacia la pareja Ballarín-Ponte.
- Esa es otra buena pregunta – admite Grandal, que se ha dado cuenta de la envidia de Álvarez -. Y aquí, la respuesta solo puede ser una: hemos de poner en conocimiento de la policía lo que hemos descubierto.
- ¿Y por qué decirlo a la policía? Somos nosotros quienes hemos levantado la liebre y deberíamos ser nosotros los que cobráramos la pieza – argumenta Ballarín echando mano de su vocabulario de antiguo cazador.
- Vamos a ver, Amadeo, piensa. ¿Acaso nosotros podemos interrogar al tal Obdulio o a su cuñado? o ¿podemos pedirle a la jueza que lleva el caso un mandamiento para pinchar el teléfono de esos individuos o para hacer un registro en sus domicilios? Podría plantear muchas más preguntas, pero la única respuesta sería la misma: no. Además, si hacéis memoria recordaréis que una de las condiciones que puse para aceptar unirme a vosotros en esta aventura fue que cuando descubriéramos alguna pista lo pondríamos en conocimiento de la policía. Y otro argumento de peso: ocultar información sobre un delito está penado. O sea, que no nos queda otra.
   El silencio de los tres prueba que la explicación de Grandal les ha convencido.
- Supongo que serás tú quien se lo dirá a la poli, ¿no? – quiere saber Ponte.
- Creo que soy el más indicado. Mañana… - Grandal se acuerda que mañana es lunes y va a tener a Chelo en casa – o pasado, tampoco viene de un día, se lo contaré a Anselmo Bermúdez, el comisario de Moncloa.
- ¿Y por qué no lo haces directamente con los Sacapuntas que son los que llevan el caso? – pregunta Álvarez.
- Porque a los Sacapuntas no les conozco y a Bermúdez sí. Tened en cuenta que lo primero que me preguntarán será como demonios hemos llegado a descubrir esa pista y voy a tener que dar muchas explicaciones para que no nos prohíban tajantemente que dejemos de investigar sobre el caso.
- ¿Pueden hacerlo? – pregunta en tono alarmado Ponte.
- Por supuesto que pueden hacerlo. Por eso voy a hacer un trato bajo mano con Bermúdez. Le voy a ofrecer que se apunte el tanto del descubrimiento, pero con la condición de que hará la vista gorda para que podamos seguir investigando y con la promesa por nuestra parte de que si descubrimos nuevas pistas será él a quien se lo contaremos. Todo eso no puedo pactarlo con los muchachos que llevan el caso, pero sí con un antiguo colega como Bermúdez.
- Bien – admite Ballarín -, ¿y nosotros qué hacemos a partir de mañana?
- Seguir investigando al resto de empleados del museo que pudieron manipular las cámaras de seguridad para descubrir si hay algún otro cómplice de los atracadores.
- ¿Crees que puede haber alguien más? – pregunta Ponte.
- No lo sé, Manolo, pero no hay que descartar esa posibilidad. Por tanto, la siguiente misión es continuar investigando si alguno de los restantes objetivos lleva un tren de vida por encima de sus posibilidades.
- ¿Comenzamos mañana mismo? – reitera un afanoso Ballarín.
- Como queráis – acepta Grandal -, pero puesto que hoy hemos currado, mañana podríamos descansar. Hacer una pequeña pausa nos vendrá bien a todos, recargaremos las pilas y el martes nos ponemos al tajo. Bueno, ahora que lo pienso el martes tampoco que es la fiesta de la Purísima y todo estará cerrado. Seguiremos el miércoles.
   El ocho de diciembre, fiesta de la Purísima Concepción y antiguo Día de la Madre, invento al parecer del Corte Inglés, el timbre del móvil despierta a Ponte. Mira el reloj, las siete cuarenta. ¿Quién diablos llamará a unas horas tan intempestivas? se pregunta. Carraspea antes de contestar, por las mañanas la afonía crónica que sufre es cuando más la nota.
- ¿Sí? – Es su contestación habitual cuando coge el teléfono.
- Manolo – Se trata de Ballarín y por el tono parece muy alterado –, estoy llamando a Jacinto pero no me lo coge. El fijo tiene puesto el contestador automático y el móvil está apagado. ¿Sabes dónde puede estar?
    Como que te lo voy a decir, piensa Ponte que supone que Grandal estará con la Chelo, pero su respuesta es otra:
- ¿Y para eso me llamas a estas horas? Por Dios, Amadeo, que son poco más de las siete y media. Madrugo, pero no tanto.
- ¿Has leído la prensa de esta mañana? – pregunta Ballarín cuya voz sigue sonando crispada.
- ¿Por qué me lo preguntas, qué pasa, se ha declarado la tercera guerra mundial o es que el gobierno ha decidido rebajarnos las pensiones?
- La cosa no está para chacotas. Lee la prensa y luego me llamas. Lo comentaremos.
- ¿Qué hay que comentar?
- Tú lee la prensa, cualquier medio vale, la noticia viene en todos los periódicos. Después me llamas.
- ¿Pero qué tengo que buscar? – quiere saber Ponte. No hay respuesta, Ballarín ya ha colgado.