"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 28 de junio de 2016

39. Esto no es un juego de niños



   Grandal pasa de un periódico a otro leyendo hasta el último párrafo de la noticia que cuenta la aparición de los cuerpos mutilados de Obdulio Romero y Juan Quesada. El primero, empleado del Museo de América y sospechoso de haber sido cómplice de los ladrones del Tesoro Quimbaya. El segundo, el que manejaba el dinero presuntamente obtenido por la complicidad de su cuñado Romero. En eso está cuando entra en la sala una mujer de mediana edad y todavía de buen ver que viste de sport y que al ver a Ponte se acerca y le planta dos besos.
- Manolo, cuanto tiempo hace que no te veía en persona, digo, porque en la tele te he visto últimamente varias veces cada vez que hablan de lo del robo del tesoro. Y qué bien das en la pantalla, granuja, me recuerdas a ese actor tan guapo…, Jacin, ¿cómo se llama ese actorazo que siempre te digo que se parece a Manolo? – pregunta Chelo.
- Vittorio de Sica – responde Grandal sin dejar de leer las informaciones sobre el hallazgo de los mutilados cadáveres.
- No, el que hizo el Doctor Zhivago – especifica la mujer.
- Omar Sharif – es la escueta respuesta de Grandal cuya atención sigue puesta en la prensa.
- Lo que decía, Manolo, eres clavadito a Omar Sharif, con unos años más, pero igualito. Seguro que te lo han dicho más veces.
- Yo creo que me parezco más bien a Pepe Isbert – dice Ponte por seguirle la conversación a Chelo.
- No seas coñón, Manolo, que te vas a parecer a Pepe Isbert. Ni de broma. ¿Te pongo una copa de algo o prefieres un cafelito?
- Un café estará bien, Chelo – aunque casi sería mejor una tila, piensa Ponte.
   La mujer desaparece tras la corredera que da a la cocina. Grandal que ha terminado con la lectura de la prensa se ha quedado como absorto con los ojos entrecerrados. Ponte respeta el silencio, es el excomisario quien termina por romperlo para preguntar:
- ¿Amadeo y Luis saben esto?  
- Amadeo ha sido el que me ha alertado y Luis también está al corriente.
- Bien. Les vas a llamar y diles que no hagan nada relacionado con el caso. Mañana a primera hora reunión de los cuatro aquí y no la hacemos ahora mismo porque tengo que hacer unas llamadas en relación a esas muertes y luego voy a llevar a Chelo a su casa. ¡Ahí va, le había prometido que iríamos a ver El Rey León! Como se va a poner cuando le diga que lo del musical habrá que dejarlo para otra ocasión – dice en voz baja para que no le oiga la mujer que continúa trasteando en la cocinilla.
- De acuerdo, ¿a qué hora nos reunimos?
- No lo sé porque antes he de hacer un par de visitas y no tengo ni idea del tiempo que me puede llevar. Esperar en casa y en cuanto termine mis gestiones os llamo. Ah, diles a los demás, y esto también vale para ti, que ni se os ocurra pisar el barrio de Los Cármenes. Y mejor que no salgáis de casa esta tarde.
- Jacinto, ¿todas esas precauciones es porque temes algo? – pregunta Ponte un tanto temeroso.
- No, pero más vale prevenir que curar. Otra cosa, si notáis algún movimiento raro en vuestros respectivos vecindarios, como personas desconocidas que preguntan por vosotros o que os siguen me lo decís inmediatamente. No importa el momento y la hora del día en que pase.
- Jacinto, no me asustes, ¿crees que estamos en peligro?
- En principio no, pero si los autores de esos asesinatos son los que temo, todas las cautelas que podamos tomar van a ser pocas. Y ahora, déjame que tengo que localizar a Anselmo Bermúdez.
- Chelo ha dicho que me iba a preparar un café.
- No es este momento para cafés. Chelo – grita Grandal -, deja lo del café que Manolo tiene prisa.
   Grandal no consigue localizar a Anselmo Bermúdez, el comisario jefe de Moncloa-Aravaca, lo que es lógico dado que la jornada es festiva. Sí lo consigue al día siguiente, miércoles. Su entrevista es de todo menos apacible. Cuando Jacinto le cuenta a su colega las investigaciones llevadas a cabo por el cuarteto de jubilados, Bermúdez sufre un arrebato de cólera. Llama de todo a Grandal quien, como es consciente de que su compañero tiene parte de razón, aguanta el sofión lo mejor que puede. Ni siquiera le agradece el haber descubierto a uno de los posibles cómplices de los atracadores. Es más, le acusa de que su investigación preguntando aquí y allá por Romero posiblemente haya provocado la muerte de éste y de su cuñado. Grandal intenta venderle la burra de que le está facilitando una información que nadie en la policía conoce, ni siquiera los inspectores que coordinan la investigación del caso. Bermúdez no se ablanda y le exige dos cosas: una, que le pasen inmediatamente toda la información que tengan; otra, que dejen en suspenso toda actividad relacionada con el caso. Se lo exige y se lo ordena. Grandal está en un tris de replicar que a un jubilado quizás se le pueda exigir, pero en ningún caso ordenar. Lo piensa mejor y se calla, no está el horno para bollos. En su lugar pregunta:
- ¿Crees que estas muertes pueden ser obra de mafiosos colombianos?
- No lo sé, no llevo la investigación, pero dos fiambres con sendos tiros en la cabeza y a los que les han cortado la lengua, eso huele a mensaje mafioso porque es lo que hacen a los que se van de la húmeda. Que sean colombianos o no es algo que habrá que dilucidar. Lo que no entiendo por muchas vueltas que le doy es cómo un hombre de tu veteranía y retranca te has podido enredar con una panda de jubilados.
- Yo también soy un jubilado, Anselmo.
- No me jodas, Jacinto, sabes a que me refiero. Además, me pones en un brete. No sé cómo coño voy a explicarles a los Sacapuntas lo que me has contado. Tendré que decirles la verdad. Por tanto, alerta a tu amiguetes de que vais a ser llamados a declarar a la Brigada de Patrimonio. Y no me extrañaría que la jueza que lleva el caso intentara meteros un puro. A los otros no creo que pueda, pero a ti seguro que buscará algún precedente legal para tocarte los huevos.
- Bueno, a lo hecho, pecho, como repite Ponte que es muy refranero.
- Otra cuestión que no se te habrá escapado. Si esto es una limpieza preventiva porque os estabais acercando demasiado a los autores del robo, estáis en peligro. Posiblemente os pongan escoltas, al menos durante unos días, hasta que se aclare todo este follón.
- Lo había pensado. De hecho, les dije a mis amigos que adopten todas las cautelas posibles y mejor si no salen de casa.
- Un consejo inteligente. Y ahora, déjame que he de pensar como paso este embolado a los chicos que llevan el caso.
   Con el rabo entre las piernas Grandal vuelve a casa. Lo primero que hace es llamar a sus amigos para que vayan a verle. Y les da un consejo: que no cojan transporte público, mejor que lo hagan en taxi, pero que antes de arrancar se fijen si coincide la cara del taxista con la foto que figura en la licencia. Ante la más mínima duda que se bajen y cojan otro.
   Mientras tanto, Bermúdez se ha puesto en contacto con los Sacapuntas. Como por teléfono la información que ha de darles va a ser complicado de explicar, les cita en el Café Ole Bar, muy cerquita de la Puerta del Sol. Los inspectores que coordinan el Caso Inca no dan crédito a sus oídos cuando el comisario de Moncloa les cuenta lo que ha conseguido el cuarteto de jubilados.
- ¡Es la releche! – exclama Bernal.
- ¡Y que esté mezclado en esto Grandal! Si tenía fama de ser un comisario con más conchas que un galápago. No acabo de creérmelo – Atienza se resiste a creer lo que les está contando Bermúdez.
   Blanchard no comenta nada, pero piensa: éste sigue siendo el país de pandereta que siempre fue. Seguimos metidos en un atolladero y vienen quatre ains qui sont à la retraite y lo ponen todo patas arriba. ¡Qué país!, sigue siendo cierto lo de que África empieza en los Pirineos.
- ¿Y ahora qué hacemos? - pregunta Atienza que sigue sumido en el desconcierto.
- Haremos lo que haya que hacer y es coger el toro por los cuernos – Bernal decide tomar el mando visto la desorientación de su compañero y el silencio del francés -. Lo primero será informar a la jueza sobre esos cuatro locos. Supongo que les citará para tomarles declaración. Entretanto – se dirige a Bermúdez -, y para ir ganando tiempo, le vas a decir a Grandal; no, mejor dicho, les dices a esos cuatro aficionados que esta tarde – Atienza le señala el reloj -; bueno, que mañana a primera hora se personen en la Brigada para mantener una primera charla. Va a ser una entrevista preliminar, no es necesario que vengan con asistencia letrada. Solo queremos hablar.
- ¿No pensáis ponerles protección? – pregunta Bermúdez.
- Por supuesto, después de charlar con ellos y reportar a Jefatura nuestras primeras impresiones estudiaremos qué clase de seguridad será la más eficaz. Aunque lo que merecen es que les dejáramos a la intemperie, a ver si de una vez por todas se enteran de que esto no es un juego de niños.