Grandal pasa de un periódico a
otro leyendo hasta el último párrafo de la noticia que cuenta la aparición de
los cuerpos mutilados de Obdulio Romero y Juan Quesada. El primero, empleado
del Museo de América y sospechoso de haber sido cómplice de los ladrones del
Tesoro Quimbaya. El segundo, el que manejaba el dinero presuntamente obtenido
por la complicidad de su cuñado Romero. En eso está cuando entra en la sala una
mujer de mediana edad y todavía de buen ver que viste de sport y que al ver a
Ponte se acerca y le planta dos besos.
- Manolo, cuanto tiempo hace que no te veía en persona, digo, porque en
la tele te he visto últimamente varias veces cada vez que hablan de lo del robo
del tesoro. Y qué bien das en la pantalla, granuja, me recuerdas a ese actor
tan guapo…, Jacin, ¿cómo se llama ese actorazo que siempre te digo que se
parece a Manolo? – pregunta Chelo.
- Vittorio de Sica – responde Grandal sin dejar de leer las
informaciones sobre el hallazgo de los mutilados cadáveres.
- No, el que hizo el Doctor Zhivago – especifica la mujer.
- Omar Sharif – es la escueta respuesta de Grandal
cuya atención sigue puesta en la prensa.
- Lo que decía, Manolo, eres clavadito a Omar Sharif,
con unos años más, pero igualito. Seguro que te lo han dicho más veces.
- Yo creo que me parezco más bien a Pepe Isbert – dice
Ponte por seguirle la conversación a Chelo.
- No seas coñón, Manolo, que te vas a parecer a Pepe
Isbert. Ni de broma. ¿Te pongo una copa de algo o prefieres un cafelito?
- Un café estará bien, Chelo – aunque casi sería mejor
una tila, piensa Ponte.
La mujer
desaparece tras la corredera que da a la cocina. Grandal que ha terminado con
la lectura de la prensa se ha quedado como absorto con los ojos entrecerrados.
Ponte respeta el silencio, es el excomisario quien termina por romperlo para
preguntar:
- ¿Amadeo y Luis saben esto?
- Amadeo ha sido el que me ha alertado y Luis también está al
corriente.
- Bien. Les vas a llamar y diles que no hagan nada relacionado con el
caso. Mañana a primera hora reunión de los cuatro aquí y no la hacemos ahora
mismo porque tengo que hacer unas llamadas en relación a esas muertes y luego voy
a llevar a Chelo a su casa. ¡Ahí va, le había prometido que iríamos a ver El
Rey León! Como se va a poner cuando le diga que lo del musical habrá que
dejarlo para otra ocasión – dice en voz baja para que no le oiga la mujer que
continúa trasteando en la cocinilla.
- De acuerdo, ¿a qué hora nos reunimos?
- No lo sé porque antes he de hacer un par de visitas y no tengo ni idea
del tiempo que me puede llevar. Esperar en casa y en cuanto termine mis
gestiones os llamo. Ah, diles a los demás, y esto también vale para ti, que ni
se os ocurra pisar el barrio de Los Cármenes. Y mejor que no salgáis de casa
esta tarde.
- Jacinto, ¿todas esas precauciones es porque temes algo? – pregunta
Ponte un tanto temeroso.
- No, pero más vale prevenir que curar. Otra cosa, si notáis algún
movimiento raro en vuestros respectivos vecindarios, como personas desconocidas
que preguntan por vosotros o que os siguen me lo decís inmediatamente. No
importa el momento y la hora del día en que pase.
- Jacinto, no me asustes, ¿crees que estamos en peligro?
- En principio no, pero si los autores de esos asesinatos son los que
temo, todas las cautelas que podamos tomar van a ser pocas. Y ahora, déjame que
tengo que localizar a Anselmo Bermúdez.
- Chelo ha dicho que me iba a preparar un café.
- No es este momento para cafés. Chelo – grita Grandal -, deja lo del
café que Manolo tiene prisa.
Grandal no consigue localizar a
Anselmo Bermúdez, el comisario jefe de Moncloa-Aravaca, lo que es lógico dado
que la jornada es festiva. Sí lo consigue al día siguiente, miércoles. Su
entrevista es de todo menos apacible. Cuando Jacinto le cuenta a su colega las
investigaciones llevadas a cabo por el cuarteto de jubilados, Bermúdez sufre un
arrebato de cólera. Llama de todo a Grandal quien, como es consciente de que su
compañero tiene parte de razón, aguanta el sofión lo mejor que puede. Ni
siquiera le agradece el haber descubierto a uno de los posibles cómplices de
los atracadores. Es más, le acusa de que su investigación preguntando aquí y
allá por Romero posiblemente haya provocado la muerte de éste y de su cuñado.
Grandal intenta venderle la burra de que le está facilitando una información
que nadie en la policía conoce, ni siquiera los inspectores que coordinan la
investigación del caso. Bermúdez no se ablanda y le exige dos cosas: una, que
le pasen inmediatamente toda la información que tengan; otra, que dejen en
suspenso toda actividad relacionada con el caso. Se lo exige y se lo ordena.
Grandal está en un tris de replicar que a un jubilado quizás se le pueda exigir,
pero en ningún caso ordenar. Lo piensa mejor y se calla, no está el horno para
bollos. En su lugar pregunta:
- ¿Crees que estas muertes pueden ser obra de mafiosos colombianos?
- No lo sé, no llevo la investigación, pero dos fiambres con sendos
tiros en la cabeza y a los que les han cortado la lengua, eso huele a mensaje
mafioso porque es lo que hacen a los que se van de la húmeda. Que sean
colombianos o no es algo que habrá que dilucidar. Lo que no entiendo por muchas
vueltas que le doy es cómo un hombre de tu veteranía y retranca te has podido enredar
con una panda de jubilados.
- Yo también soy un jubilado, Anselmo.
- No me jodas, Jacinto, sabes a que me refiero. Además, me pones en un
brete. No sé cómo coño voy a explicarles a los Sacapuntas lo que me has
contado. Tendré que decirles la verdad. Por tanto, alerta a tu amiguetes de que
vais a ser llamados a declarar a la Brigada de Patrimonio. Y no me extrañaría
que la jueza que lleva el caso intentara meteros un puro. A los otros no creo
que pueda, pero a ti seguro que buscará algún precedente legal para tocarte los
huevos.
- Bueno, a lo hecho, pecho, como repite Ponte que es muy refranero.
- Otra cuestión que no se te habrá escapado. Si esto es una limpieza
preventiva porque os estabais acercando demasiado a los autores del robo, estáis
en peligro. Posiblemente os pongan escoltas, al menos durante unos días, hasta
que se aclare todo este follón.
- Lo había pensado. De hecho, les dije a mis amigos que adopten todas
las cautelas posibles y mejor si no salen de casa.
- Un consejo inteligente. Y ahora, déjame que he de pensar como paso
este embolado a los chicos que llevan el caso.
Con el rabo entre las piernas
Grandal vuelve a casa. Lo primero que hace es llamar a sus amigos para que
vayan a verle. Y les da un consejo: que no cojan transporte público, mejor que
lo hagan en taxi, pero que antes de arrancar se fijen si coincide la cara del
taxista con la foto que figura en la licencia. Ante la más mínima duda que se
bajen y cojan otro.
Mientras tanto, Bermúdez se ha
puesto en contacto con los Sacapuntas. Como por teléfono la información que ha
de darles va a ser complicado de explicar, les cita en el Café Ole Bar, muy
cerquita de la Puerta del Sol. Los inspectores que coordinan el Caso Inca no
dan crédito a sus oídos cuando el comisario de Moncloa les cuenta lo que ha
conseguido el cuarteto de jubilados.
- ¡Es la releche! – exclama Bernal.
- ¡Y que esté mezclado en esto Grandal! Si tenía fama de ser un
comisario con más conchas que un galápago. No acabo de creérmelo – Atienza se
resiste a creer lo que les está contando Bermúdez.
Blanchard no comenta nada, pero
piensa: éste sigue siendo el país de pandereta que siempre fue. Seguimos
metidos en un atolladero y vienen quatre
ains qui sont à la retraite y lo ponen todo patas arriba. ¡Qué país!, sigue
siendo cierto lo de que África empieza en los Pirineos.
- ¿Y ahora qué hacemos? - pregunta Atienza que sigue sumido en el
desconcierto.
- Haremos lo que haya que hacer y es coger el toro por los cuernos –
Bernal decide tomar el mando visto la desorientación de su compañero y el
silencio del francés -. Lo primero será informar a la jueza sobre esos cuatro
locos. Supongo que les citará para tomarles declaración. Entretanto – se dirige
a Bermúdez -, y para ir ganando tiempo, le vas a decir a Grandal; no, mejor
dicho, les dices a esos cuatro aficionados que esta tarde – Atienza le señala
el reloj -; bueno, que mañana a primera hora se personen en la Brigada para
mantener una primera charla. Va a ser una entrevista preliminar, no es
necesario que vengan con asistencia letrada. Solo queremos hablar.
- ¿No pensáis ponerles protección? – pregunta Bermúdez.
- Por supuesto, después de charlar con ellos y reportar a Jefatura
nuestras primeras impresiones estudiaremos qué clase de seguridad será la más
eficaz. Aunque lo que merecen es que les dejáramos a la intemperie, a ver si de
una vez por todas se enteran de que esto no es un juego de niños.