"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 12 de julio de 2016

43. La memoria puede ser una caja de sorpresas



   Ponte se va reponiendo del pequeño vahído que le dio en la frutería. Tras dar otro chupito al coñac que le han servido responde a la pregunta que le ha hecho Grandal:
- ¿Qué porque quería saber de donde era el dependiente? No os lo creeréis, pero la memoria, al menos la mía, puede ser una caja de sorpresas. Debe ser cosa de la edad porque cuando era joven eso no me pasaba.
- ¿Qué es lo que no te pasaba antes? – sigue preguntando Grandal.
- Que recordara cosas con tanto retraso. Tiene que ser la edad porque si no es así es que no me lo explico – insiste Ponte -. Igual no me creéis, pero me ha vuelto a ocurrir.
- Manolo, hijo, das más vueltas y revueltas que los meandros de un río. No nos tengas en ascuas. Dinos de una puñetera vez que te ha vuelto a ocurrir – reclama Álvarez.
- Pues cuando el dependiente de la frutería ha reñido a los chavales que estaban gritando y armando jaleo, ¿recordáis qué les ha dicho? ¿No? Yo sí. Les ha dicho: a callar o… y con la mano les ha hecho un gesto de darles una torta.
- Manolo, eres como el oráculo de Delfos, hay que interpretarte para entenderte – ironiza Grandal -. Habla en cristiano y di de una jodida vez que has recordado, pero sin metáforas, ni enigmas, ni rodeos.
- Veréis. Cuando ocurrió el robo del Tesoro Quimbaya, el atracador que se dirigió a mí y me amenazó con la pistola solo me dijo tres palabras: a callar o… e hizo el gesto de dispararme. Pues bien, esas mismas palabras las ha repetido el muchacho de la frutería y las ha dicho con la misma cadencia, entonación y el mismo acento que utilizó el atracador.
- ¿Qué quieres decir, que el dependiente de la frutería es el atracador que te amenazó delante del museo? – pregunta un atónito Álvarez.
- No, no digo eso. El dependiente debe tener poco más de veinte años y el que me amenazó era un tío hecho y derecho, además no se parecen en nada. Lo que intento deciros es que, posiblemente, aquel atracador debía ser colombiano porque habló igualito que el ayudante del frutero, con idéntico tono, con el mismo deje, con similar cadencia.
- A ver, Manolo, que eso que estás diciendo es importante. – Grandal se ha puesto serio porque considera que está ante una pista significativa, si es que Ponte no se está quedando con ellos o es una muestra de averiada senilidad -. Tú has tenido que oír en muchas ocasiones hablar a sudacas y concretamente a colombianos, bien en persona o en alguno de los culebrones sudamericanos que ponen en la tele, ¿y nunca te habías dado cuenta hasta hace un momento de que el asaltante que te amenazó hablaba de forma parecida a ellos? Piénsatelo bien antes de contestarme.
   Da la impresión de que Ponte no necesita pensar nada puesto que su respuesta es inmediata.
- Te lo juro, Jacinto, hasta hace unos minutos no había caído en ello, pero ha sido oír las tres palabras que ha dicho el dependiente para que rememorara lo que pasó el día del robo. Recodarás que me ocurrió lo mismo con la atracadora que iba disfrazada de hombre. Cuanto más lo pienso más seguro estoy. El tipo que me amenazó era colombiano o de algún país sudamericano, al menos hablaba como los sudacas. Estoy convencido al cien por cien.
- Si es así, y no pongo en duda que lo sea, estamos ante una pista tremendamente importante y que arroja nueva luz sobre el caso – afirma Grandal.
- Os recuerdo una cosa, habíamos venido a investigar si alguien más, aparte de vosotros, preguntó en la vecindad por la pareja que se han cargado. Y no lo hemos hecho. ¿Lo hacemos o nos quedamos con el nuevo recuerdo del figura? – pregunta Álvarez un tanto molesto por el papel protagonista que otra vez ha tomado Ponte.
- Tienes razón, Luis. Vamos a hacer una cosa, quédate aquí haciendo compañía a Manolo hasta que se reponga del todo, mientras yo vuelvo a acercarme a la frutería y a los bares más cercanos a preguntar. Será cosa de veinte o treinta minutos.
   Ni en la frutería ni en los bares recuerdan que alguien anduviera preguntando sobre los dos vecinos asesinados, por lo que Grandal vuelve presto junto a sus compañeros.
- Nadie recuerda nada. Manolo, ¿te has recuperado?, ¿sí? Entonces vámonos que aquí ya no pintamos nada.
- Os invito a unas birras. Tenemos que hablar.                                   
   Hasta que no han terminado la primera caña, Grandal no toma la palabra:
- Lo he estado pensando y tenemos un problema. Los Sacapuntas nos exigieron que no investigáramos más, pero los cuatro estuvimos de acuerdo en que esa prohibición nos la pasábamos por el forro. Ahora estamos ante un dilema: si les contamos lo que Manolo acaba de recordar y porque ha sucedido supondrá revelarles que no hemos hecho caso de su veto, con lo que su cabreo o algo más lo tenemos asegurado. Si no lo hacemos significará que estamos ocultando datos que pueden ayudar a esclarecer un delito con lo que estaremos conculcando la ley. Mi opinión sobre lo que hay que hacer la tengo clara, pero antes de manifestarla quiero oír la vuestra.
- Si el hecho de no contar lo de Manolo supone ir contra la ley y eso significa cometer una ilegalidad opino que debemos cantar la gallina – se posiciona Álvarez.
- Estoy de acuerdo con Luis – dice Ponte -. Además, cuando los Sacapuntas me interrogaron para que les contara en que me basaba para decir que posiblemente uno de los atracadores era una mujer les prometí que cualquier otro dato que recordara se lo comunicaría inmediatamente. Por consiguiente, yo estoy doblemente obligado a contarlo.
- De acuerdo. Opináis lo mismo que yo. Por tanto, ahora mismo llamo a Bermúdez y le pido que nos facilite una cita con los inspectores del caso.  
   Grandal llama al comisario jefe de Moncloa-Aravaca y le cuenta lo que Ponte ha recordado y como ha ocurrido.
- … y es posible, solo posible, que uno de los atracadores fuera un colombiano.
- Pues éramos pocos y parió la abuela – es lo primero que se le ocurre soltar a Bermúdez -. Solo faltaba en este teatrillo que los colombianos anduvieran por medio. Si eso es así el asunto se puede complicar en extremo. ¿Y qué es lo que pretendes contándome esto?
- Que nos facilites un encuentro con Bernal y Atienza, pero garantizándonos que no la van a montar porque no hayamos hecho caso de su exigencia de que dejáramos de investigar el caso.
   Bermúdez no quiere saber nada de volver a intermediar entre los jubilados y los inspectores del Caso Inca. Está hasta el gorro de que le utilicen como si fuera una Celestina arreglando enredos de enamorados, cuando bastante tiene con los problemas de un distrito en el que entre otros quebraderos de cabeza están los que supone que en el mismo radique el palacete de La Moncloa, residencia del Jefe de Gobierno. Tras un tira y afloja, Bermúdez se explaya:
- Mira, Jacinto, los Sacapuntas están que trinan contra vosotros. Y tú que has sido del oficio tienes que comprenderles. Les habéis dejado en ridículo y eso es algo que no se perdona fácilmente. Tú y tu panda de carrozones habéis conseguido lo que ellos, con todos los medios y apoyos de que les han dotado, no lograron. No me extrañaría que cuando se enteren de vuestra última hazaña traten de que la jueza de instrucción os impute por obstrucción a la justicia o vete tú a saber. Y que a ti, en concreto, se te abra un expediente.
- Anselmo, ¿tengo que recordarte que estoy jubilado? – pregunta con sorna Grandal.
- Sabes que el Reglamento del Cuerpo es tan prolijo que todo o casi todo es posible.
- Entonces, ¿qué me aconsejas que haga?
- Aunque es algo fuera de norma y que, posiblemente, vulnera todos los protocolos, quizá lo mejor es que hablaras primero, y en privado, con Juan Carlos Atienza, es el más dúctil y comprensivo y te entenderás mejor con él que con Bernal. Te voy a dar su móvil, pero cuento con tu palabra de que esta conversación no ha tenido lugar y que su número lo has conseguido por otros medios. ¿De acuerdo?
- Tienes mi palabra, Anselmo, y gracias una vez más. Haré lo posible para que ésta sea la última vez que te molesto.
- Pues que te vaya bonito, colega, pero te aviso: entras en terreno pantanoso.