Ponte se va reponiendo del
pequeño vahído que le dio en la frutería. Tras dar otro chupito al coñac que le
han servido responde a la pregunta que le ha hecho Grandal:
- ¿Qué porque quería saber de donde era el dependiente? No os lo
creeréis, pero la memoria, al menos la mía, puede ser una caja de sorpresas.
Debe ser cosa de la edad porque cuando era joven eso no me pasaba.
- ¿Qué es lo que no te pasaba antes? – sigue preguntando Grandal.
- Que recordara cosas con tanto retraso. Tiene que ser la edad porque
si no es así es que no me lo explico – insiste Ponte -. Igual no me creéis,
pero me ha vuelto a ocurrir.
- Manolo, hijo, das más vueltas y revueltas que los meandros de un río.
No nos tengas en ascuas. Dinos de una puñetera vez que te ha vuelto a ocurrir –
reclama Álvarez.
- Pues cuando el dependiente de la frutería ha reñido a los chavales
que estaban gritando y armando jaleo, ¿recordáis qué les ha dicho? ¿No? Yo sí.
Les ha dicho: a callar o… y con la mano les ha hecho un gesto de darles una
torta.
- Manolo, eres como el oráculo de Delfos, hay que interpretarte para
entenderte – ironiza Grandal -. Habla en cristiano y di de una jodida vez que
has recordado, pero sin metáforas, ni enigmas, ni rodeos.
- Veréis. Cuando ocurrió el robo del Tesoro Quimbaya, el atracador que
se dirigió a mí y me amenazó con la pistola solo me dijo tres palabras: a
callar o… e hizo el gesto de dispararme. Pues bien, esas mismas palabras las ha
repetido el muchacho de la frutería y las ha dicho con la misma cadencia,
entonación y el mismo acento que utilizó el atracador.
- ¿Qué quieres decir, que el dependiente de la frutería es el atracador
que te amenazó delante del museo? – pregunta un atónito Álvarez.
- No, no digo eso. El dependiente debe tener poco más de veinte años y
el que me amenazó era un tío hecho y derecho, además no se parecen en nada. Lo
que intento deciros es que, posiblemente, aquel atracador debía ser colombiano
porque habló igualito que el ayudante del frutero, con idéntico tono, con el
mismo deje, con similar cadencia.
- A ver, Manolo, que eso que estás diciendo es importante. – Grandal se
ha puesto serio porque considera que está ante una pista significativa, si es que
Ponte no se está quedando con ellos o es una muestra de averiada senilidad -. Tú
has tenido que oír en muchas ocasiones hablar a sudacas y concretamente a
colombianos, bien en persona o en alguno de los culebrones sudamericanos que
ponen en la tele, ¿y nunca te habías dado cuenta hasta hace un momento de que
el asaltante que te amenazó hablaba de forma parecida a ellos? Piénsatelo bien
antes de contestarme.
Da la impresión de que Ponte
no necesita pensar nada puesto que su respuesta es inmediata.
- Te lo juro, Jacinto, hasta hace unos minutos no había caído en ello,
pero ha sido oír las tres palabras que ha dicho el dependiente para que
rememorara lo que pasó el día del robo. Recodarás que me ocurrió lo mismo con
la atracadora que iba disfrazada de hombre. Cuanto más lo pienso más seguro
estoy. El tipo que me amenazó era colombiano o de algún país sudamericano, al
menos hablaba como los sudacas. Estoy convencido al cien por cien.
- Si es así, y no pongo en duda que lo sea, estamos ante una pista
tremendamente importante y que arroja nueva luz sobre el caso – afirma Grandal.
- Os recuerdo una cosa, habíamos venido a investigar si alguien más,
aparte de vosotros, preguntó en la vecindad por la pareja que se han cargado. Y
no lo hemos hecho. ¿Lo hacemos o nos quedamos con el nuevo recuerdo del figura?
– pregunta Álvarez un tanto molesto por el papel protagonista que otra vez ha
tomado Ponte.
- Tienes razón, Luis. Vamos a hacer una cosa, quédate aquí haciendo
compañía a Manolo hasta que se reponga del todo, mientras yo vuelvo a acercarme
a la frutería y a los bares más cercanos a preguntar. Será cosa de veinte o
treinta minutos.
Ni en la frutería ni en los
bares recuerdan que alguien anduviera preguntando sobre los dos vecinos
asesinados, por lo que Grandal vuelve presto junto a sus compañeros.
- Nadie recuerda nada. Manolo, ¿te has recuperado?, ¿sí? Entonces
vámonos que aquí ya no pintamos nada.
- Os invito a unas birras. Tenemos que hablar.
Hasta que no han terminado la
primera caña, Grandal no toma la palabra:
- Lo he estado pensando y tenemos un problema. Los Sacapuntas nos
exigieron que no investigáramos más, pero los cuatro estuvimos de acuerdo en
que esa prohibición nos la pasábamos por el forro. Ahora estamos ante un dilema:
si les contamos lo que Manolo acaba de recordar y porque ha sucedido supondrá
revelarles que no hemos hecho caso de su veto, con lo que su cabreo o algo más
lo tenemos asegurado. Si no lo hacemos significará que estamos ocultando datos
que pueden ayudar a esclarecer un delito con lo que estaremos conculcando la
ley. Mi opinión sobre lo que hay que hacer la tengo clara, pero antes de
manifestarla quiero oír la vuestra.
- Si el hecho de no contar lo de Manolo supone ir contra la ley y eso
significa cometer una ilegalidad opino que debemos cantar la gallina – se
posiciona Álvarez.
- Estoy de acuerdo con Luis – dice Ponte -. Además, cuando los
Sacapuntas me interrogaron para que les contara en que me basaba para decir que
posiblemente uno de los atracadores era una mujer les prometí que cualquier
otro dato que recordara se lo comunicaría inmediatamente. Por consiguiente, yo
estoy doblemente obligado a contarlo.
- De acuerdo. Opináis lo mismo que yo. Por tanto, ahora mismo llamo a
Bermúdez y le pido que nos facilite una cita con los inspectores del caso.
Grandal llama al comisario
jefe de Moncloa-Aravaca y le cuenta lo que Ponte ha recordado y como ha
ocurrido.
- … y es posible, solo posible, que uno de los atracadores fuera un
colombiano.
- Pues éramos pocos y parió la abuela – es lo primero que se le ocurre
soltar a Bermúdez -. Solo faltaba en este teatrillo que los colombianos
anduvieran por medio. Si eso es así el asunto se puede complicar en extremo. ¿Y
qué es lo que pretendes contándome esto?
- Que nos facilites un encuentro con Bernal y Atienza, pero
garantizándonos que no la van a montar porque no hayamos hecho caso de su
exigencia de que dejáramos de investigar el caso.
Bermúdez no quiere saber nada
de volver a intermediar entre los jubilados y los inspectores del Caso Inca.
Está hasta el gorro de que le utilicen como si fuera una Celestina arreglando
enredos de enamorados, cuando bastante tiene con los problemas de un distrito
en el que entre otros quebraderos de cabeza están los que supone que en el
mismo radique el palacete de La Moncloa, residencia del Jefe de Gobierno. Tras
un tira y afloja, Bermúdez se explaya:
- Mira, Jacinto, los Sacapuntas están que trinan contra vosotros. Y tú
que has sido del oficio tienes que comprenderles. Les habéis dejado en ridículo
y eso es algo que no se perdona fácilmente. Tú y tu panda de carrozones habéis
conseguido lo que ellos, con todos los medios y apoyos de que les han dotado,
no lograron. No me extrañaría que cuando se enteren de vuestra última hazaña traten
de que la jueza de instrucción os impute por obstrucción a la justicia o vete
tú a saber. Y que a ti, en concreto, se te abra un expediente.
- Anselmo, ¿tengo que recordarte que estoy jubilado? – pregunta con
sorna Grandal.
- Sabes que el Reglamento del Cuerpo es tan prolijo que todo o casi
todo es posible.
- Entonces, ¿qué me aconsejas que haga?
- Aunque es algo fuera de norma y que, posiblemente, vulnera todos los
protocolos, quizá lo mejor es que hablaras primero, y en privado, con Juan
Carlos Atienza, es el más dúctil y comprensivo y te entenderás mejor con él que
con Bernal. Te voy a dar su móvil, pero cuento con tu palabra de que esta
conversación no ha tenido lugar y que su número lo has conseguido por otros
medios. ¿De acuerdo?
- Tienes mi palabra, Anselmo, y gracias una vez más. Haré lo posible
para que ésta sea la última vez que te molesto.
- Pues que te vaya bonito, colega, pero te aviso: entras en terreno
pantanoso.