Lola no ha conseguido convencer a su marido
de que la explotación arrocera del vecino pueblo de Benialcaide no es más que
la tapadera para otro tipo de negocios presuntamente ilegales: contrabando,
estraperlo o ambas cosas. No le ha convencido porque, entre otras motivaciones,
en Gimeno sigue pesando el consejo de su amigo Germán: en ese asunto no te
metas en camisas de once varas. Con su característica tenacidad, la mujer aprovecha
la más mínima ocasión para volver a la carga.
-
Marido, ¿sabes de lo que ayer fui testigo?
-
Pues no, pero supongo que vas a contármelo.
-
Estaba en la peluquería de la Rizos, ya con el secador puesto. Una de las que
esperaba turno era tu antigua novia que, por cierto, fuma como una carretera. Una
oficiala le pidió un cigarrillo y al ver que era rubio le preguntó que de dónde
lo sacaba. Pepita, tan cantamañanas como acostumbra, alardeó de que se lo
traían de Benialcaide. Allí conocía a alguien que se lo facilitaba muy barato
puesto que era de contrabando.
-
Pepita es tonta de capirote, aquí también puede encontrar rubio de contrabando.
-
Sí, pero no tan tirado de precio como en Benialcaide. Lo he preguntado.
-
Bueno, ¿y qué quieres decirme con eso? ¿Qué ese tabaco rubio es el que alijan a
través del humedal?
-
No, pero son muchas coincidencias que todas apuntan a la misma diana. Portolés
no acepta los tractores de Caselles, ni los transportes ofrecidos por Vives, convierten
esos campos en coto de caza en cuatro días y en Benialcaide hay tabaco rubio a
mansalva y bien baratito.
-
Todo eso, sumado, no te lo admitiría ningún juez como indicios fehacientes de
presuntas prácticas de contrabando. Eso no es más que humo, Lola.
-
Dónde hay humo es que hay fuego o, al menos, lo ha habido – replica la mujer.
Gimeno no acaba de entender el porqué de la
insistencia de su esposa con el supuesto contrabando en el humedal del vecino
pueblo. Y por ahí va su pregunta:
-
De acuerdo, Lola. Supongamos que todos esos indicios apuntan a que ahí se
desembarcan alijos, pero sigo preguntado: ¿y a nosotros que nos va y que nos viene?
-
Creo que, si mis sospechas fueran ciertas, podríamos sacar un buen provecho de
ese asunto. Una denuncia ante las autoridades competentes nos podría reportar
beneficios políticos e incluso económicos.
-
No veo como nos podríamos beneficiar denunciando una posible – y Gimeno
enfatiza el adjetivo – trama de contrabando a la Guardia Civil.
-
De denunciarlo a los del tricornio, nada. Levantarían un atestado, lo mandarían
a Gobierno Civil y al juzgado de guardia y nosotros no nos comeríamos una
rosca. Habría que denunciarlo a la Comisaría de Abastecimientos y Transportes y
a la Fiscalía de Tasas.
-
¿Y por qué diantres a la Fiscalía de Tasas? – inquiere un desconcertado Gimeno.
-
Porque si se confirmase que están desembarcando alijos, a quien lo hubiese
denunciado le correspondería una parte alícuota de la correspondiente multa que
se impondría a los autores del delito. Podría ser un buen pico. Y además
quedarías como un ciudadano ejemplar y un buen patriota ante el Gobernador
Civil.
Es oír lo último que ha dicho Lola y el
desconcierto del hombre se multiplica.
-
Con esto último, ¿estás sugiriendo que yo debería ser el denunciante?
-
¿Y quién si no?, ¿quién mejor que el jefe de Falange más prometedor de toda la
provincia sea el que realice un acto que solo puede calificarse de patriótico?
Y digo bien, patriótico, pues estarías sacando a la luz hechos que atentan
contra la economía española y, por ende, contra la patria.
-
Lo que me faltaba, convertirme en un chivato de algo de lo que solo hay
conjeturas. Mira, Lola, doy por no oído lo que acabas de proponer. Mejor
hablamos de otras cuestiones.
A Gimeno no se le puede ir de la cabeza la,
para él, descabellada propuesta de su esposa. Piensa que en los últimos tiempos
a Lola parece que se le ha ido la pinza. Prueba de ello es lo que propone:
denunciar ante la Fiscalía de Tasas una posible red de contrabandistas y
hacerlo, no por sentido del deber ciudadano o por una reacción patriótica, como
arguye, sino pura y simplemente por dinero. Siempre fue una mujer a la que el
dinero nunca le importó demasiado y ahora pretende conseguirlo por medio de una
acción que podría volverse contra ellos y que está llena de trampas. Esta
mujer, se dice, se ha vuelto chaveta. Porque, vamos a ver: ¿y qué pasa si los de
la Fiscalía no admiten la denuncia porque estiman que los indicios no son
suficientes para abrir una investigación? o, peor todavía, ¿y si la admiten y
luego resulta que de contrabando o de estraperlo nada de nada?, ¿en qué lugar
quedaría?, como un chivato que formula denuncias sin ton ni son. Hasta podría
ocurrir que el empresario denunciado le acusara de menoscabar su honor y buena
fama y le llevara ante los tribunales. Esta no es la mujer con la que me casé,
concluye.
Los razonamientos de Lola difieren
diametralmente de los de su marido. Piensa que José Vicente es un cobarde que
se achanta ante una posibilidad como la que se les ha presentado. De golpe y
porrazo, y sin ningún esfuerzo, podrían ganar un montón de dinero. Está cansada
de vivir en una casa alquilada, está harta de tener que hacer un montón de
cuentas para poder llegar sin apuros a fin de mes, le encantaría tener un coche
como el Renault que se ha comprado Alfonso Grau, le gustaría…, le gustarían
tantas y tantas cosas, y ahora que casi las puede tener al alcance de la mano,
el caguetas de su marido se amilana. No tendría que haberme casado con él, se
dice, pero… ¿Y por qué no presento la denuncia yo?, se pregunta. Analiza esa
posibilidad: si lo hago, sin el consentimiento de mi marido, puedo dar mi
matrimonio por destruido; además, en esta España una, grande y libre, las
mujeres todavía no contamos. Si para abrir una cuenta corriente necesitas que
tu marido lo autorice, igual para aceptar la denuncia me piden que lleve el
visto bueno de José Vicente. Estaríamos en las mismas. Lo de que yo presente la
denuncia queda descartado. Sigue dándole vueltas a la posible delación. Una
idea le lleva a otra, hasta que cree encontrar la solución: no todo está perdido,
si el vaina de su marido no tiene lo que hay que tener, hay alguien a quien le
sobra coraje para denunciar a Portolés y a toda su banda. Lola le pide a Fina
que cite a su exnovio Rafael en su casa.
-
¿Qué llame a Rafa?, ¿y se puede saber para qué? Porque una cosa es que sea tu
mejor amiga y otra muy distinta es que me preste a servirte de alcahueta.
-
Fina, hija, no te pongas melodramática. ¿Crees que estoy tan majara cómo para
verme con Rafa en tu casa para ponerle los cuernos a mi marido? Por Dios, creía
que me conocías mejor.
-
Perdona si te he ofendido, pero es que no me has explicado el motivo de esa
cita – se disculpa Fina.
-
Quien ahora pide disculpas soy yo. Tendría que haber comenzado por contarte el
porqué de la reunión – en principio no le cuenta la verdad a su amiga -. Se
trata de un asunto político. José Vicente quiere que Rafa adopte, como juez
municipal, una determinada postura en una cuestión de la que, por ahora, no
puedo darte más detalles. Y como ambos no se llevan muy allá me ha pedido que sea
yo quien realice la gestión con la mayor discreción posible. El lugar más
discreto que se me ha ocurrido ha sido tu casa y tú la persona en quien se
puede confiar plenamente en que no destapará el asunto ni la reunión.
-
Ah, bueno, haber comenzado por ahí. ¿Cuándo quieres que le llame?
Fina hace de componedora y Lola y Rafael se
ven en el domicilio de la primera. Fina incluso ha dispuesto que cada uno de
ellos entre en la casa por puertas diferentes: él por la puerta delantera y
ella por la de atrás. A Lola no le cuesta nada convencer a Rafael de su plan.
El hombre le dice que puede contar con él para lo que quiera, y remarca la
última frase; es más, le cuenta a Lola que hay otra gente en el pueblo que también
está convencida de que lo del arroz no es más que un disfraz para ocultar el
contrabando. Que por supuesto, si ella se lo pide, no tiene ningún problema en
firmar la denuncia. Le sugiere que tendrían que volver a quedar para, entre
ambos, redactar una denuncia que fuera lo más completa posible. Lola, que ya
tenía elaborada la denuncia, no la saca y acepta que lo de reunirse otra vez es
una acertada idea.
En la segunda cita, también en casa Fina, es
cuando Lola habla sobre la jugosa parte de la multa que podría corresponderles
como autores de la delación. Había supuesto que Rafael querría, por lo menos, la
mitad de lo que iban a percibir, y cuando oye decir a su exnovio que no quiere
una peseta no puede ocultar una sonrisa de satisfacción. Rafa afirma que lo
único que hará será poner su firma al pie del pliego de la denuncia, pero quien
ha hecho todo el trabajo anterior ha sido ella, por consiguiente si hay alguna
compensación económica ha de ser para ella. Lola está en un tris de aceptar,
pero se lo piensa mejor e insiste en que lo justo es repartirse de alguna
manera la recompensa, por ejemplo: un veinte por ciento para él y el resto para
ella.
Para continuar viéndose con Rafael, Lola le
ha tenido que contar a Fina la verdad del asunto que se trae entre manos.
Cuando Fina queda solo piensa que, pese a lo que cuenta su amiga, la jugada es
expuesta y comprometida, pero Lola en una pirueta inexplicable en lo que ha
sido su comportamiento, su manera de encarar la vida y hasta su ideario vital
olvida todo lo anterior y sigue adelante con su plan.
-
Esta no es la Lola que creía conocer. Algo o alguien la ha cambiado – se dice
Fina en voz alta.