"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 14 de mayo de 2021

Libro II. Episodio 92. ¡Y duele, vaya si duele!

   La relación de Julio y Amparo parece consolidarse sin mayores contratiempos. La chica de los Lavilla acepta de buena gana los medidos galanteos del droguero, y su familia parece sentirse predispuesta a admitirle en su seno cuando la relación se oficialice. Julio todavía no se ha planteado la formalización, que será la petición de mano de la joven, pues considera que es más prudente ir paso a paso. Se dice que si ha tardado treinta y tres años en animarse a abandonar la soltería, no es cuestión de cambiar de estado de prisa y corriendo.

   Amparo ha aceptado de buen grado la situación y no le mete prisas. El mañego pronto descubre que la joven, además de culta y distinguida, tiene otras muchas virtudes: es discreta, atenta y simpática. Cuando interviene en la conversación, que suelen acaparar sus hermanas, sus opiniones y explicaciones están trufados de mesura y sentido común, dando la impresión de ser mucho más madura de lo que se podría esperar a sus años. Cuando ambos participan en alguno de los juegos de mesa a los que los Lavilla son muy dados, Julio descubre otras facetas del carácter de la joven: no le agrada perder, aunque cuando ello ocurre no es de las que se pone grosera o antipática, pero algo si se enfurruña al igual que podría hacerlo una niña; en cambio, cuando gana lo celebra y ríe como una adolescente. Julio piensa que, al igual que le pasó con Julia, se encuentra ante una mujer con una personalidad de muchas facetas: puede ser una adulta cuando opina, una niña cuando pierde y una adolescente cuando gana. Tres en uno. ¡Qué complicadas son las mujeres!, piensa, aunque viviera un millón de años jamás llegaría a entenderlas.

   En una ciudad pequeña nada pasa desapercibido y pronto salta al palenque del cotilleo local la noticia de que Julio Carreño, el de la droguería nueva, ronda a una de las hijas del doctor Lavilla. En la trastienda del Bisojo, como no podía ser de otro modo, también se chismorrea sobre la inesperada relación de su competidor. Y dado que Julia vive con la madre del soltero de oro, son muchas las preguntas que le formulan.

   -Me jugaría el ajuar de mi abuela que el Carreño no va a casa de los Lavilla solamente por la cara bonita de Amparo. Me ha dicho gente bien informá que el doctor está forrao. Seguro que, con lo interesao que es el mañego, va buscando los cuartos –asegura Lupe.

   -Que los Lavilla tienen dinero no lo sabía, pero no creo que Julio vaya por su fortuna. Si fuese un cazadotes habría buscado a una heredera de alguna de las casas fuertes de la ciudad, que hay muchas y conocidas –replica Julia.

   -Yo repito lo que se cuenta por ahí. Y también se dice que ha dejao todas sus aventuras con mujeres casás –sigue contando Lupe-. Oye, y tú que vives con su madre, ¿qué dice doña Pilar?

   -Está encantada de que su hijo siente cabeza. Y lo veo natural, le he oído decir más de una vez que no querría morirse sin tener un nieto en brazos.

   -Entonces, ¿el cortejo va en serio?, ¿crees que cuajará?

   Julia se piensa la respuesta. Ha meditado mucho sobre el paso adelante que ha dado Julio, pero su intuición le dice que hay algo forzado en esa relación, como poco natural, como demasiado repensada. Y por eso su respuesta es la que es.

   -No lo creo, y no precisamente por ella. Amparo, por lo poco que sé de ella, da la impresión de ser una chica maja de verdad y supongo que tiene virtudes más que suficientes para hacer feliz a cualquier hombre, pero no sé si a un tipo tan complicado y con más conchas que un galápago como Julio, que además en el terreno sentimental no sabe lo que quiere. Y, como dice mi maestra, cuando uno no sabe dónde va termina donde no quiere. Por eso, en cuestión de mujeres Julio va dando palos de ciego.

   Como si Julia fuera la Sibila, el paso de los meses parece irle dando la razón. Julio piensa que Amparo es estupenda, una mujer encantadora y que algún día será una magnífica esposa y seguramente una madre ejemplar. Entonces, ¿por qué no acaba de decidirse a dar el último paso, a comprometerse de verdad? ¿Por qué no es capaz de enamorarse de una joven que tiene tan buenas cualidades como Amparo? No solo es bonita y simpática, también es discreta y con gran sentido común. No se atreve a dar el paso de hablar con don Enrique para formalizar la situación y no sabe qué hacer. La joven le agrada, pero algo falla en la relación. No es culpa de ella, es él quien patina. Sus dudas, sus vacilaciones, su no saber qué hacer, un atardecer de diciembre se las resuelve de un plumazo la propia Amparo al quedarse solos tras despedirse de María Fernanda que hoy les ha hecho de carabina.

   -Creo, Julio, que no deberías volver a buscarme.

   -¿Y eso por qué? –pregunta un estupefacto Julio.

   -Me parece que no pasaremos de ser buenos amigos.

   -Las parejas necesitan tiempo para conocerse y para saber si pueden llegar a ser algo más que amigos –Julio está desconcertado de que sea la joven quien plantee la cuestión que él es incapaz de resolver.

   -Es posible, pero llevamos hablando unos meses y creo que ya nos conocemos lo suficiente. Me pareces muy majo y una gran persona, pero ni creo que yo sea la mujer que te conviene ni tú eres el hombre de mis sueños. Perdona que sea tan cruda, pero las cosas es mejor hablarlas sinceramente, ¿no te parece?

   -Por supuesto. Aunque tengo que confesarte que tus palabras me causan una gran sorpresa. No me las esperaba –A Julio que sea la joven quien ha tomado la decisión de cortar su incipiente romance no deja de incomodarle, su amor propio está tocado.

   -No quisiera que te molestaras. Tienes un montón de cualidades y seguro que serás capaz de hacer feliz a cualquier mujer, pero las cosas del cariño ya sabes como son.

   -Tú me gustas, Amparo.

   -Y tú a mí también, Julio, pero para casarse creo que eso no es suficiente. Hace falta mucho más y ni tú ni yo parece que estemos dispuestos a ello. Yo, te lo digo de corazón, no me veo capaz. Por eso creo que lo mejor es que quedemos como buenos amigos, pero nada más.

   Lo que Amparo no ha dicho a Julio es que días atrás mantuvo una charla con sus padres. Sus progenitores le preguntaron sobre sus sentimientos y cuando ella les contó las dudas que tenía sobre el cortejo, le aconsejaron que no era bueno seguir con una relación que no parecía conducir a ninguna parte. Llevan hablando varios meses y la gente ya murmura. Lo mejor es que lo dejen y cada uno por su lado. No van a faltarle buenos partidos.

   Desde que Amparo rompió la relación, Julio se siente tocado. No porque fuese la joven la que tomó la iniciativa, aunque su orgullo de macho se resintió, sino porque vuelve a sentirse muy solo. Sabe que si la hija de los Lavilla no lo hubiese hecho, al final habría sido él quien hubiese pegado la espantada. Le gustaba la muchacha, pero no le llenaba. Ahora es cuando entiende la expresión coloquial de dar palos de ciego, hasta el momento ha estado llevando a cabo acciones sin saber muy bien a donde le llevaban, titubeando, dudando, y sin un rumbo fijo. Y el resultado acaba siendo como lo ocurrido con Amparo, el fracaso sentimental.

   ¿Y dónde encontrar una mujer que le llene? ¿Y si la culpa no es de las mujeres sino suya? ¿Y si resulta que es tan raro o exigente o egoísta que no hay ninguna mujer capaz de colmar el vacío que siente dentro de sí? Interrogantes como esos se los plantea muy a menudo, y alguna que otra noche le han dado las mil y una sin poder pegar ojo a causa de tantas preguntas y tan pocas respuestas. Lo que sí sabe es la clase de mujer que le haría feliz. Hace algunos años hubiese comenzado la enumeración de cualidades deseando que fuera joven, guapa, que tuviera buen tipo, de esos que le alegran a uno las pajarillas al contemplarlo... A partir de su vigesimosexto cumpleaños matizó las prioridades. Ahora le gustaría encontrar una mujer que fuese simpática, ocurrente, que tuviese una cierta cultura, capaz de mantener una conversación más allá del último chismorreo, que le comprendiese, que estuviese preparada para poder ayudarle en el trabajo, que tuviese sentido del humor, que...

   De pronto, un fogonazo de luz cegadora estalla en su mente. Conoce a una mujer así, y con más cualidades todavía. ¿Cómo ha sido tan ciego? ¿Es posible que a estas alturas no haya caído en ello? ¿Por qué seré tan estúpido? Tras dirigirse una retahíla de insultos se calma. Vuelve a pensar en ella. Es la mejor, perfecta, la mujer ideal... Y siente en sus entrañas como la eclosión de un germen que ya estaba allí y que de repente se despliega con una fuerza arrolladora llenándole por completo. De pronto descubre que si todavía no está enamorado debe de faltarle un suspiro, porque lo que es gustarle le gusta a rabiar. Y no solo eso, si hay una mujer por la que sienta un respeto y una admiración rayanos en la idolatría es ella. Es ella, repite una y otra vez... Hay una pega y muy grande: sabe que no le traga como hombre. Desconoce los motivos, pero se lo dejó hace tiempo muy claro: podrán ser compañeros, colaboradores y hasta amigos, últimamente lo son y de los buenos, pero como hombre no cuenta para ella. Seguramente sería con el último con el que se casaría. Parece condenado a estar tan cerca de la fuente en la que calmar su sed y no poder probar ni gota. Por un momento llega a cruzar por su cabeza la idea de hablarle de sus sentimientos, pero la rechaza, es una locura, si se lo cuenta lo único que conseguirá será perderla también como amiga. Por primera vez en su vida, percibe que los sentimientos imperan sobre la razón, y descubre asimismo que producen más dolor que goce. Tantos años esperando que su corazón latiera más aprisa ante la mera evocación de un nombre femenino y llegado el momento solo siente amargura, estar tan cerca de ella y al mismo tiempo tan lejos. Esboza una sonrisa tristona, amarga, melancólica… Nunca le había ocurrido lo de estar sediento, tener al lado una fuente de la que mana un agua fresca y límpida y no poder beber, nunca le había ocurrido. ¡Y duele, vaya si duele!

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 93. De perdidos, al río