"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 1 de mayo de 2020

Libro I. Episodio 29. Y no me rendiré sin presentar batalla

   Consuelo estima que ha llegado la hora de hablar al placentino de su novio.
   -Te explico, Luis. Hará unos dos años me enamoré de un chico de San Martín de Trevejo que se llama Julio Carreño, y le he prometido que me voy a casar con él. Mi madre cree que Julio es un muerto de hambre por lo que está empeñada en casarme con alguien que sea lo contrario, que tenga fincas, ganados y duros a espuertas. Y esos pretendientes que me busca, que además suelen ser unos palurdos de cuidao, son los que me quito de encima lo antes posible. Como creí que tú eras uno de ellos pensaba hacer lo mismo, pero puesto que te portaste desde el primer momento muy correctamente pensé que era justo corresponderte. Hasta hoy. Una tercera visita son muchas visitas y por eso te estoy explicando cuáles son mis sentimientos. No puedo salir más veces contigo porque le prometí a Julio que guardaría su ausencia mientras estuviera en la mili, y es lo que pienso hacer. Por tanto, puedes volver al pueblo cuantas veces quieras, pero no cuentes que te vuelva a acompañar. Y si madre te invita a comer, yo estaré en la mesa pero como si no estuviera, mi cabeza y mi corazón estarán en otra parte.
   Luis ha estado escuchando atentamente la explicación de Consuelo. Cuando habla es para poner en solfa lo del noviazgo con Julio.
   -Tu madre me ha dicho que no estás ennoviá con nadie. Vamos, que no tienes novio formal.
   -Mi madre puede decirte lo que le venga en gana, pero la que manda en mi corazón soy yo y si digo que tengo novio es porque lo tengo.
   -¡Vaya, mucho debe valer ese Julio pa que estés tan enamoriscada! Y sin embargo, por lo que me han contao gentes de Plasencia que le conocen, el mañego no es ninguna perita en dulce. Más bien es un balarrasa, un viva la Virgen que nunca ha hecho na de provecho. Se dedicaba a contrabandear por la Raya, los civiles lo tenían fichao y si no lo metieron en el trullo fue porque parece que su madre tiene mano con la Guardia Civil. Y por si fuera poco, se jugaba hasta las cejas en las timbas de la Raya y tenía deudas a troche y moche. Y es verdad lo que dice tu madre, no tiene donde caerse muerto. Por no tener ni siquiera tiene casa propia, en la que vive con su madre es propiedad del ayuntamiento de San Martín. Toda una joya, vamos.
   -Todo lo que dices es cierto, o mejor lo era. Desde que anda conmigo ha cambiado y no es el mismo. Ya no va por la Raya, está en paz con los civiles, ha dejao de jugar y no tiene ninguna deuda. Y sí, sigue sin tener fincas ni duros, pero tiene mi palabra de casamiento.
   -Razón tienen al decir que hay ojos que se enamoran de legañas.
   -Julio es muy aseao y no tiene legañas.
   -Veo que te ha dado fuerte, bonita, aunque esa enfermedad puede curarse con el tiempo. De todas formas, te doy las gracias por haberte sincerao. No todas las mujeres se atreven a hablar con tanta franqueza.
   -Las gracias te las doy a ti por haber tenido la paciencia de escucharme. Y no tengo más que decir. Supongo que esto es el adiós definitivo.
   -¿Y por qué lo supones?
   -Porque ya te he contao lo que tenía que decirte. Espero que lo hayas entendido y que nos despidamos como amigos, pero esto se acabó.
   De pronto, parece que Luis se ha convertido en el hombre de las mil preguntas retóricas.
   -¿Y qué es lo que se acabó?
   Consuelo comienza a desesperarse ante la contumacia del placentino.
   -O me he explicao muy mal o eres duro de mollera. Que se acabó lo de salir conmigo, lo de pasear por el pueblo y hasta lo de mostrarte las posesiones familiares. ¿Lo entiendes ahora o te lo digo en castúo? –Consuelo se ha puesto chula.
   -Perdona, Consuelo, pero me da la impresión de que la que no lo entiendes eres tú. Si volví fue porque me pareció que eras una mujer de las que rompieron el molde cuando te hicieron y esta conversación me lo ha confirmao. Y te vas a llevar un chasco, pienso volver a Malpartida cuantas veces me venga en gana, y después de esta charla pienso aprovechar todas las ocasiones que tenga pa hablar contigo, pa rondar tu casa, pa comer en ella cuantas veces me invite tu madre… Y algo más importante, no era un pretendiente cuando llegué, pero si lo soy ahora.
   El desconcierto de Consuelo es inenarrable, la respuesta de Luis la ha dejado aturdida, es lo que menos podía esperar.
   -Pero… ya te he dicho que estoy enamorada. Sí vuelves vas a perder el tiempo miserablemente. A buen seguro que en Plasencia encontrarás chicas más guapas, más simpáticas y que te pondrán mejor cara desde el primer momento en que les digas una sola palabra.
   -Es posible. En Plasencia se me tiene por un buen partido, pero a mí me gustan las mujeres que lo ponen difícil y tú eres de esas. Por eso, no te voy a decir adiós. Y que te quede claro: no me rendiré sin presentar batalla.
   Desde que Julio Carreño incumplió su promesa de que iría a la merienda dominical, Agustín García no ha vuelto a dirigirle la palabra. Se han cruzado varias veces por la ciudad, pero el extremeño ha ignorado a su paisano. Al mañego eso le ha dolido, pero no se ha atrevido a interpelar a su amigo, es consciente de que Agustín tiene motivos más que sobrados para estar enfadado con él. Un día intentó dialogar con su compañero, pero este le paró los pies de forma contundente.
   -Agustín, quería explicarte…
   -No ties que explicarme na y tampoco quiero escucharte. Los hombres que se visten por los pies solo tienen una palabra y cuando la dan la cumplen. A ti las palabritas te sobran, ties muchas, pero no cumples ni una. Y los que hacen eso no son hombres, son cagabandurrias –Y sin dar posibilidad alguna de que Julio replicara, siguió su camino.
   Puesto que con los compañeros de la oficina, pese a que se llevan bien, no ha acabado de empatizar, lo cierto es que Julio no tiene auténticos amigos. Ha salido algunas veces con el albaceteño encargado de la biblioteca de Capitanía, pero ha terminado cogiéndole tirria por un motivo bien pueril, el chico habla con un tono muy nasal lo cual, y Julio no es capaz de justificarlo, le molesta profundamente. También ha establecido buena relación con los hermanos Salinas, dos gemelos de Calasparra, realmente majos. Lo malo que tienen es que, quizá al ser mellizos, forman una especie de unidad que no necesita de adheridos y en ocasiones en que ha salido con ellos ha terminado dándole la impresión de que estaba de más, a pesar de que siempre le tratan con afabilidad. Y hay otra cuestión: los gemelos son dos tipos bien plantados, y entre su porte y el gracejo de su habla murciana genera que algunas palmesanas se los rifen, lo cual para alguien que les acompañe y que ha de guardar la ausencia de su novia es tan peligroso como arrimar una yesca encendida a un barril de pólvora. Precisamente, en esta mañana otoñal, pues noviembre ya está mediado, en el quiosco donde almuerza la tropa de Capitanía, los Salinas están comentando que se han ligado a cuatro chavalas, todas ellas peninsulares que trabajan en varios hoteles de la ciudad, y que necesitan dos tíos que les acompañen el siguiente domingo para que todas las mozas tengan pareja. Le están insistiendo a Julio porque, al parecer, una de ellas es extremeña.
   -Nos dijo que era de Trujillo, ese pueblo es de tu tierra, ¿no? –pregunta Alberto que es el mayor de los gemelos.
   -Pues sí, es un importante pueblo de la provincia de Cáceres donde, por cierto, nació Francisco Pizarro, el hombre que conquistó el Imperio Inca.
  En tanto, en Malpartida Consuelo tiene que lidiar con el inesperado problema causado por la contumacia de Luis el vaquero. El chico dijo que no se rendiría sin presentar batalla y está cumpliendo su palabra. Todos los domingos, sin faltar uno, espera a la señora Soledad y a su hija a la puerta de la iglesia parroquial de San Juan Bautista, al término de misa de doce. Y se repite la misma escena: le pide permiso a la madre para acompañarlas hasta casa, la señora Soledad le invita a almorzar, el chico acepta y durante las comidas, a la que continúa asistiendo la tía María, se monta un coloquio a tres porque Consuelo sigue sin participar. Hasta ahí todo parece que vaya de acuerdo con los intereses maternos, pero al finalizar las comidas las cosas se tuercen. Consuelo pone todas las excusas que se le van ocurriendo para no acompañar al placentino a dar un paseo, a pesar de las persistentes peticiones de su madre que en ocasiones se pone al borde del mandato imperativo. Cuando se llega a una situación límite, sorprendentemente quien trata de calmar las exigencias del ama de casa es el joven vaquero.
   -Señora Soledad, por favor, no insista, se lo ruego. Si Consuelo dice que no se encuentra bien no es cuestión de forzarla, podría ponerse peor. A lo mejor, el próximo domingo está mejor y podemos dar ese paseo.
   Ante intervenciones así, Consuelo se encuentra atrapada entre la espada de las exigencias maternas y la pared de los apoyos que le proporciona Luis. Con lo cual, tratarle con malos modos se le hace cuesta arriba. Y una forma de agradecer el comportamiento del vaquero es cambiar la manera de tratarle cuando están fuera de la vigilancia materna. De ahí que, en los paseos que finalmente dan algunos días, la joven se preste de buena gana al diálogo con el placentino.
   -¿Sabes una cosa, Luis?, con la de veces que hemos comido juntos y todavía no sé cómo te apellidas.
   -Campos Simón. No son apellidos de alcurnia, pero estoy orgulloso de ellos. Tanto la familia de mi padre como la de mi madre fueron siempre gente honrada, trabajadora y seria. Por cierto, hablando de apellidos, ¿te has dado cuenta, Consuelo, que si tuviéramos hijos posiblemente alguna broma les gastarían con los suyos? Se apellidarían Campos Manzano.  
   -No somos na y tú ya estás hablando de hijos, desde luego lo que es imaginación no te falta.
   -No somos na porque tú no quieres…, pero eso puede cambiar.
   -Anda, Luis Campos, no lo estropees, con lo bien que íbamos.
   -Perdona, Consuelo, tienes toda la razón. Olvida lo que he dicho. Hablemos de otra cosa.

PD.- Hasta el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
30. La patrona de infantería